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MURIO EMILIE SCHINDLER EN ALEMANIA
La lista de Emilie

A los 93 años, en Berlín, murió
la mujer que ayudó a salvar a
1200 judíos del Holocausto. Un homenaje a una persona fuerte, enojada, justa.

En Emilie Schindler vivía un enojo muy fuerte, muy viejo, con Oskar, con la falta de reconocimiento.

Por Raúl Kollmann

Llegué a casa de Emilie Schindler, en San Vicente, mucho antes de que ella se hiciera famosa. El director Steven Spielberg ya había empezado la filmación de la Lista de Schindler, pero por entonces casi nadie sabía que ella vivía en las afueras de Buenos Aires. Un familiar me había contado que pocos años antes, la organización filantrópica judía B’nai B’rith había juntado fondos para ayudarla y esa fue mi pista para llegar hasta la entonces desconocida Emilie. Recuerdo que toqué el precario timbre de la vivienda blanca –cedida por la B’nai B’rith– un mediodía de feriado.
En aquella época Emilie no caminaba: estaba casi postrada en una cama porque no tenía dinero para los remedios. Pero no fue eso lo que más me impresionó: lo que resultaba un impacto brutal era el olor de aquella casa, llena de excrementos de perros y gatos. El golpe no sólo producía náuseas, sino que representaba una contradicción difícil de comprender: la mujer, que junto a Oskar Schindler había ayudado a salvar a 1200 judíos, vivía postrada, en condiciones de miseria y sólo ayudada por una institución judía, como si la misión de darle una vida normal, decorosa, hubiera quedado únicamente en manos de las víctimas del Holocausto.
Con los años y las numerosas charlas que mantuvimos me di cuenta de que Emilie estaba furiosa,
En primer lugar, porque no se reconocía el verdadero papel que ella jugó para salvar a los Schindler-juden (los judíos de Schindler). Y esto lo pude comprobar hablando con los sobrevivientes: Emilie cargó sobre sus espaldas con la tarea más dura y difícil por aquella época, que era conseguir la comida para mantener a todos. Noté que aún a los 90 años tenía una tremenda personalidad y eso fue lo que seguramente la convirtió en el alma mater de la sobrevivencia, negociando en el mercado negro y moviendo comida en forma clandestina, de noche, antes las mismas barbas de los nazis. La imaginé siempre dando órdenes, no recibiendo instrucciones de un Oskar al que consideraba débil, oportunista y perdedor. No tengo dudas de que Schindler –ella lo llamaba así a él, siempre por el apellido– fue un negociador vivo, astuto y que se movió haciendo buenas migas con los oficiales genocidas, pero ella seguro fue el respaldo de todo, la personalidad para afrontar el drama y el peligro diario.
La vida en San Vicente fue un ejemplo. Tiempo después que Oskar y Emilie llegaron a la Argentina, él se volvió a Alemania y la dejó ahí en el Gran Buenos Aires. Ella se las arregló sola: tenía vacas que movía de un lugar a otro –incluso lo hacía a la edad de 70 años o más–, algún chancho y hasta gallinas. Compraba y vendía, daba órdenes aún en ese ocaso, mientras insultaba casi todo el tiempo en un idioma que nadie le entendía.
Después vino un tiempo de descuento con gloria, cuando ella ya pegaba la curva de los 90 años: la fama que le proporcionó la película de Spielberg le permitió ser homenajeada, mientras la llevaron de un país a otro, casi como un trofeo. Fueron tiempos de unos actos interminables en los que ella rara vez entendía de qué se hablaba. Pero se sintió querida, retribuida. Eso sí, siempre yo veía en ella la furia, tal vez porque vivió con cierta indignación el acercamiento de oportunistas que querían ganar prestigio o dinero exhibiéndola. Después, de golpe, la dejaban sola otra vez y, debo decirlo aquí, sólo la B’nai B’rith seguía firme, dándole una mano en silencio, como antes de la fama.
Nunca entendí otra de sus furias: la relacionada con el dinero. Estaba que estallaba con Spielberg, de quien decía que no le había dado lo que correspondía por la película. Acusaba a una revista alemana que se apropió de los originales de la “Lista” que valían una fortuna. Mencionaba a periodistas que prometieron dinero a cambio de notas interminables y le incumplieron. Siempre estaba enojada y reclamando, pero lo curioso es que no se veía que gastara nada: vestía modestamente, no tenía joyas y elúnico dinero que en verdad precisó fue para la comida de sus perros y gatos y para las dos personas que se turnaban para asistirla, sobre todo cuando –muy a menudo– no podía caminar. Mi último diálogo con ella fue, justamente, porque me pidió ayuda para conseguir una silla de ruedas.
Su espíritu indomable lo vi en todas las peleas: hubo un tiempo, hace algo más de un año, cuando ella ya casi no podía vivir en San Vicente porque caminaba un día sí y tres no. Se habló de un hogar de ancianos, pero fue una pelea de meses, porque ella decía que se arreglaba y que de ninguna manera dejaría a sus dos perros. Siguió dando batalla hasta el final, con esa misma furia.
Me habló horas y horas del frío, del hambre, del abandono, del rencor, de la increíble lucha para que todos pudieran sobrevivir en medio del genocidio nazi. Siempre me pregunté por qué se la había jugado a favor de aquellos judíos y cuando lo hablábamos ella invariablemente me dio la misma respuesta. Levantaba los hombros y decía: “Era lo que había que hacer”. Estoy seguro que casi nunca fue feliz, pero las pocas veces que la vi sonreír tuvieron que ver con eso: sintió que hizo lo que tenía que hacer, que le había ganado una partida a los nazis y que, aunque sea en aquello, los cagó con su furia indomable.
Mirando hacia atrás, habiéndola conocido como la conocí, después de hablar con sobrevivientes y sabiendo cómo era Oskar, estoy seguro que la Lista de Schindler fue en una proporción altísima, la Lista de Emilie.
Por eso, al final del camino, gracias por la furia, Emilie. Un beso.

 

A la sombra de Oskar

Emilie Schindler murió ayer de la misma forma en que vivió: en un discreto segundo plano. La muerte le llegó a los 93 años –había nacido en 1907 en lo que hoy es la República Checa– en el hospital MaerkischOderland de Berlín, Alemania, a donde había regresado este año por encontrarse muy enferma, luego de vivir 49 años en la Argentina, en una humilde vivienda de la localidad bonaerense de San Vicente. La mujer ni siquiera estuvo en la cresta de la ola cuando se estrenó el filme norteamericano La lista de Schindler, porque el protagonismo siempre lo tuvo su ex marido, Oskar, quien se llevó las palmas por haber salvado la vida de 1200 judíos durante el régimen nazi.
En una entrevista con Página/12, en octubre de 1999, ella recordaba con bronca a Oskar. “Yo traía la comida, si no voy yo se morían todos. De Schindler no recibían nada. El era un haragán completo”, dijo en esa ocasión sin dejar abierta la posibilidad de poner su palabra en duda.
Oskar y Emilie habían llegado juntos a la Argentina en 1949, pero en 1957 se separaron y él retornó a Alemania, donde murió en 1974.
La muerte de Emilie fue confirmada por su biógrafa, Erika Rosemberg, quien partió de Buenos Aires para asistir al funeral. “Lo sentimos mucho. Es un gran dolor. Ella va a estar entre los justos, que salvaron judíos y no judíos durante la Segunda Guerra Mundial”, dijo a la prensa el presidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), José Hercman, al ser consultado sobre la muerte de Emilie.
En los últimos años, Emilie Schindler vivió modestamente con un subsidio de la asociación B’Nai B’Brith, del gobierno argentino y de fondos alemanes. Nunca recibió nada por los derechos de la famosa película de Steven Spielberg, aunque ella aseguraba que había hecho más por los judíos que el propio Oskar.

 

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