Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Quién es el fascista

El análisis de Christopher Hitchens de los atentados del 11 de setiembre lo llevó a calificar a la red de sus autores como �el fascismo con rostro islámico�. La respuesta de Noam Chomsky no se hizo esperar: Estados Unidos fue igualmente terrorista cuando bombardeó Sudán en 1998. Aquí, el debate.

Por Christopher Hitchens*.
Son enemigos de la vida

Fue en Peshawar, en la frontera entre Pakistán y Afganistán, cuando el Ejército Rojo se retiraba. Necesitaba de urgencia un guía que me llevara rápido al paso de Khyber y había decidido que precisaba el que tuviera más look beduino, el que hablara inglés mejor y tuviera el más duro auto moderno. Se podía encontrar esa combinación, por un precio. Mi nuevo amigo me ofreció un mórbido tour por el cementerio inglés –bien lleno de tumbas victorianas– antes de salir. Después metió un cassette en la radio del auto. Me preparé para el ulular de algún mullah, pero recibí una dosis de So Far Away. De abajo del turbante y atrás de la barba, con voz ronca, vino el comentario: “pensé que te gustaría escuchar a Dire Straits”.
Fue mi introducción a la ahora familiar simbiosis de piedad tribal y alta tecnología, una simbiosis consumada el 11 de septiembre con la conversión de la punta sur de la capital del mundo moderno en una tumba masiva quemada y supurante. Y no es que sólo los símbolos de modernidad e innovación sean blancos para la inmolación. Este mismo año, la misma ideología usó artillería pesada para destruir las estatuas del Buda en Bamiyan, mientras que los co-pensadores de Bin Laden en Egipto expresaron la idea de que las pirámides y la Esfinge deberían ser destruidas por su carácter no islámico.
Ya me encontré con esta facción varias veces desde entonces. Los que destruyeron el World Trade Center son, de un modo u otro, los mismos que le tiran ácido a la cara a las mujeres que no usan velo en Kabul y Karachi, que hirieron y destriparon a dos traductores de Los Versos Satánicos, que ametrallaron a turistas en Luxor. Mientras nos preocupamos por lo que quieren hacerle a nuestras sociedades, vemos lo que quieren para las suyas: una teocracia gris y estéril apoyada por técnicas modernas.
Desde el primer momento esperé los e-mails masoquistas que iba a comenzar a emitir el frente Chomsky-Zinn-Finkelstein, y no fui desilusionado. Con todo mi respeto a estos valiosos camaradas, ya sabía que los pueblos de Palestina e Irak son víctimas de una política depravada de Occidente. Y debería decir que fui de los primeros en señalar que el bombardeo de Clinton a Khartum, que la mayoría de los progresistas apoyó, fue un grosero crimen de guerra que ciertamente le daría derecho al gobierno sudanés a montar represalias bajo los tratados internacionales. De hecho, ver a los clintonistas felices en la televisión hablando de “la suba en las encuestas” del presidente en esos días era todavía más repulsivo que ver a los chicos refugiados y sin hogar por los ataques.
Aun así, repito que no hay manera en que los eventos del 11 de septiembre pueden presentarse como una respuesta, legal o éticamente.
Es peor que tonto repetir las mismas equivalencias que deben estar alojadas en alguna parte de las mentes cerradas de los asesinos masivos. El pueblo de Gaza, es sabido, vive sujeto a toques de queda, humillaciones y expropiaciones. Bien: ¿alguien supone que una retirada israelí hubiera evitado los asesinatos de Manhattan? Habría que ser un cretino moral para sugerirlo, porque los cuadros de la Jihad dejaron en claro que su pelea es con el judaísmo y el secularismo, no apenas el sionismo. Son los que ven al régimen saudita no como la teocracia autoritaria extrema que es, sino como demasiado blando y permisivo. Los talibanes persiguen viciosamente a la minoría shiíta en Afganistán. Los fanáticos musulmanes de Indonesia tratan de extirpar las minorías infieles. La sociedad civil de Argelia a duras penas resiste bajo el asalto fundamentalista.
Este es un buen momento para revisitar la historia de las Cruzadas, o la triste historia de la partición de Kashmir, o las penas de chechenos y kosovares. Pero los terroristas de Manhattan representan el fascismo con rostro islámico, y no hay que usar eufemismos al respecto. Lo que ellos abominan de “Occidente” no es aquello que a los progresistas occidentales no les gusta y no quieren defender de su sistema, sino aquello que sí lesgusta y deben defender: la emancipación de las mujeres, la curiosidad científica, la separación de iglesia y Estado. Hablar muy sueltos de cuerpo de cosechar tempestades equivale moralmente a la basura odiosa de Falwell y Robertson, y tiene el mismo nivel intelectual. El asesinato indiscriminado no refleja, ni siquiera oblicuamente, en las víctimas o su estilo de vida, o en el nuestro. Cualquier persona decente y preocupada podría haber estado en uno de esos aviones, en uno de esos edificios o, también, hasta en el Pentágono.
Ahora hablan de “inteligencia humana”: la misma facultad que tanto le falta a nuestra clase dirigente. Hace unos meses, el gobierno de Bush dio a los talibanes un subsidio de 43 millones de dólares como abyecto premio por la asistencia de los fundamentalistas en la “guerra contra las drogas”. Después vino la segunda vida de la fantasía de “defensa misilística”, apoyada por todavía más abyectos demócratas que querían llenar “el vacío a las espaldas del presidente”. Seguramente habrá más oportunidades de resaltar las fallas de nuestros supuestos líderes, que escogieron el mantra de la seguridad nacional y no pudieron protegernos. Y, sí, también hay que recordar al jefe de la CIA, William Casey, que fue el primero en conectar al misil Stinger con el Islam. Pero todo esto es una manera de repetir lo obvio, que es que éste es un enemigo de por vida, así como un enemigo de la vida.

*Periodista británico, columnista de Vanity Fair, autor de libros contra la madre Teresa, contra el presidente Bill Clinton, contra Henry Kissinger.

 

Por Noam Chomsky *.
Nosotros lo hicimos primero

Después de varias negativas, voy a contestar el artículo de Christopher Hitchens, sin ganas y sólo parcialmente, porque Hitchens no puede haber querido decir lo que dice. Esto es evidente, antes que nada, por sus referencias al bombardeo de Sudán. No debe darse cuenta de que expresa un desprecio racista por las víctimas africanas de un crimen terrorista, y no puede implicar lo que sus palabras indican. Esta atrocidad destruyó la mitad de las reservas farmacéuticas de una nación paupérrima y también la estructura para reponerlas, a un altísimo costo humano. Hitchens se escandaliza porque comparo esta atrocidad con lo que yo llamé “la crueldad perversa y enorme” de los ataques terroristas del 11 de setiembre, agregando que el costo en vida de Sudán sólo puede adivinarse porque los EE.UU. bloquearon la investigación de la ONU y a pocos les interesó seguir con el tema. Que el costo fue altísimo es indudable.
Aparentemente, Hitchens se refiere a respuestas que envié a varios periodistas el 15 de setiembre, respuestas parciales y repetidas porque las preguntas llegaban demasiado rápido como para responder individualmente. Estas respuestas, junto a otras posteriores y más detalladas, fueron puestas en Internet. En la versión corta que Hitchens deber haber visto, no fui detallista, asumiendo –correctamente, a juzgar por otras reacciones que recibí– que no hacía falta: los destinatarios entenderían por qué la comparación es más que apropiada. También di por entendido que entenderían una verdad de Perogrullo: cuando estimamos el costo humano de un crimen no contamos sólo los que murieron en ese momento sino los que murieron a consecuencia del crimen, un standard que aplicamos con toda propiedad a nuestros enemigos oficiales, como Stalin, Hitler y Mao, para mencionar los casos más extremos. Si queremos aunque sea pretender ser serios, debemos aplicarnos el mismo standard a nosotros mismos: en el caso del Sudán, contemos a los que murieron a consecuencia del ataque, no sólo a los que murieron por el impacto de los misiles. Una verdad de Perogrullo.
Si alguien se escandaliza por la comparación entre nuestros bombardeos a Sudán y lo ocurrido el 11 de setiembre, está expresando un desprecio racista extraordinario por las víctimas africanas de un crimen espantoso. Y de este crimen, además, somos responsables: como contribuyentes, porque no supimos cómo proveer una indemnización adecuada, porque después dimos refugio e inmunidad a quienes los perpetuaron, y porque permitimos que esos terribles hechos se hundan tan profundamente en el agujero de la memoria que algunos, por lo menos, puedan seguir desconociéndolos.
Por sus consecuencias, podemos comparar el crimen que cometimos en Sudán con el asesinato de Lumumba, que sirvió para hundir al Congo en décadas de masacres que aún no han cesado; o con el derribamiento del gobierno democrático de Guatemala en 1954, que llevó a 40 años de atrocidades; con muchos otros crímenes similares. Apenas si uno puede intentar estimar el colosal número de muertos que siguió al bombardeo de Sudán, incluso más allá de las probables decenas de miles de víctimas sudanesas inmediatas. Esa lista completa de víctimas es atribuible a éste único acto de terror. Al menos, si tenemos la honestidad de aplicar a nosotros mismos los standards que aplicamos a nuestros enemigos oficiales.
Como ilustración final, consideremos la furia de Hitchens sobre el masoquismo y la racionalización, del que me acusa a mí, pero también entonces al Wall Street Journal. Según Hitchens, nosotros atenderíamos demasiado a todos los agravios que expresan los pueblos de Medio Oriente, ricos y pobres, laicos y religiosos. Pero de lo que nos acusa no es más que lo que hubiera hecho cualquiera que espera reducir la probabilidad de nuevas masacres antes que permitir una escalada en el ciclo de la violencia, en esa dinámica familiar que nos lleva a mayores catástrofes aquí y en otras partes. Esto me parece escandaloso. En algo Hitchens sí tiene razón. El dice que el crimen de Sudán está directa y sórdidamente vinculado con el esfuerzo de un presidente sinvergüenza para evitar el impeachment, y dice que ni yo ni Husseini en aquel momento evitamos esta conclusión para él tan evidente. Es muy cierto que yo evité la especulación de vincular el ataque terrorista contra Sudán con el affaire Monica Lewinsky, y continuaré haciéndolo hasta que no se nos dé alguna prueba significativa de que hay que vincular las dos cosas. Como también evité toda la obsesión de entonces con la vida sexual del presidente Bill Clinton.
Como Hitchens no se toma muy en serio lo que está escribiendo, no hay razón para que otros sí lo tomen en serio. La reacción más justa y sensata es tratar esto como una aberración y esperar que el autor vuelva a su verdadera obra, que dio tan importantes frutos en el pasado. En el background hay cuestiones que vale la pena atender. Pero en un contexto serio, no en uno como el actual.

* Lingüista norteamericana, analista crítico de temas de la política exterior de su país, publicó esta réplica en The Nation.

 

PRINCIPAL