Por Cristian Alarcón
Hasta llegar adonde filman
Al rescate del divino tesoro hay que cruzar buena parte del conurbano,
avanzar por el costado de La Salada y sortear a velocidad de mula un kilómetro
de baches traicioneros. Claro que nada de la geografía de Ingeniero
Budge es tan significativo como esos grupos de pibes de ropas enormes
sentados cada tanto entre el vaho del río putrefacto y la miseria
que se extiende hacia donde se mire, observando a los forasteros desde
un tiempo muerto, desde su tiempo libre violentado. Diferentes geografías
para definir el lugar en que, y desde el que, se filma el primer largometraje
argentino sobre y por los chicos sin futuro. Los que esperan
sentados en la esquina elegida para rodar las escenas de tiros de una
historia en la que dos bandas se enfrentan como pasa siempre, con
todas las banditas no son de ese sector golpeado, hoy mismo, ahora,
en estos días. O lo son, pero intentan dejar de serlo. O lo son,
pero fueron contenidos por el trabajo constante de una de las ONG dedicadas
a buscar una salida para los condenados a la exclusión.
Desde la Delegación de Budge en la calle Newton una empleada del
municipio acompaña a la prensa que llega al mediodía para
la crónica sobre un proyecto complejo y utópico. A una cuadra
hay dos patrulleros de la Bonaerense de custodia y una cinta de plástico
aísla por las cuatro bocacalles el set al aire libre que difícilmente
hubiera podido reproducir con justicia un gran estudio de los que existieron
alguna vez en el país.
No es el pasillo de una villa, son calles de tierra y las casas de material
se intercalan con ranchos más precarios. Alguien ha conseguido
espantar a los perros que siempre abundan. A un costado hay una buena
cantidad de sillas ocupadas por los actores y actrices, una manga incontrolable
que gritonea y no para de hacerse gastadas, de tirarse dardos de ironía
barrial, cultivada al calor de Villa Fiorito, donde casi todos ellos viven.
Es la cuarta jornada de trabajo del director Gabriel Aquino junto a los
niños y adolescentes de la Fundación Che Pibe. En realidad
se conocen hace mucho, desde el 98, y a esta altura Aquino es un
adulto respetado por el grupo. Aun cuando se lo ve pedir por enésima
vez, con un grito ahogado, entre violento y suplicante, que se callen
la boca, que están grabando.
Sed y tiros
Es un sábado de sol que les ha hecho sacar las remeras a varios.
Por la calle de tierra avanza y retrocede una camioneta de la Bonaerense
cargada de hombres de civil. En la esquina un pibe se cansa de repetir
la toma en que lo agarran de la cabeza, haciéndosela esconder entre
los hombros y le tuercen un brazo. Lo detienen. Así varias veces;
el murmullo del grupo de actores de la esquina sube y baja. Concentrada
en pelearse, la chica cuatro, o Malena, explica el guión.
El Chino va preso porque es un traidor, porque mata uno para vender
mejor la droga. Al matar a uno la banda ya se destruye y él puede
vender la droga tranquilo, pero le sale mal. En el guión
El Chino vende cocaína para un ex policía, el Chulo. Y mata
a Manu, el más bardero del grupo, el que con su descontrol le pone
en riesgo el liderazgo y el negocio. De ese combate interior es que habla
Al rescate..., de esos conflictos entre pibes en delito que estallan nunca
se sabe bien por qué, pero en los cuales es débil la frontera
entre la pelea a los puños, el tiro en la pierna y un balazo fatal.
Lo que siento es que son una amenaza entre ellos más que
una amenaza a los que vivimos de este lado, dice Aquino sobre su
película en ciernes.
La visión de Aquino no está lejos de lo que ocurre. De hecho,
después del sábado en Budge, cuando se volvieron a reunir
para filmar, uno de los chicos apareció con un tiro en una pierna.
A la madrugada del viernes habían tenido un bardo,
un entredicho que ni siquiera recuerdan bien. No fue una gran diferencia
la que terminó a los tiros, ni siquiera recuerdan bien cómo
terminó uno herido. De hecho, responsables, a horario, se presentaron
todos a la jornada de filmación y el herido, que tenía que
grabar una escena de corridas, a pesar de los consejos de Aquino, y por
disposición del grupo, hizo su trabajo. Los pibes usan la ironía
y la crueldad burlesca para desacralizar hasta el guión. Yo
soy el mulo del Rana, dice un chico de 14. Y quiere decir que es
el objeto sexual y la mucama del poderoso de la banda. Y yo soy
el marido de éste, lo hago laburar, dice un gordito que protagoniza
a La Chancha. Nada de eso es cierto, o por lo menos Aquino no lo escribió
en su guión. Pero más allá del juego, el compromiso
con la película cuya trama está tan cerca de sus propias
vidas es como el que asume el buen ladrón con su santa madre.
¡Aquino! Tenemos sed, loco, hace una bocha que estamos acá,
le grita uno de los protagonistas de su película al director. Se
llama Cristian y en la ficción es el capo de una de las banditas.
El y varios de sus hermanos, y los 73 chicos que participan de este proyecto,
se refugian hace años en la Fundación Che Pibe, que tiene
una casa que los alberga durante el día en Fiorito. Ellos,
como dicen, viven en la urgencia. A mí Cristian me responde cuando
finalmente creen que es de verdad, y eso es una subjetividad muy de ellos,
no negocian con un diálogo dice Aquino, en un descanso.
Recién cuando digo ¡acción! hacen silencio.
El proyecto de film tiene el aval de Unicef Argentina y del municipio
de Lomas de Zamora, a través de la Dirección de Niñez
y Adolescencia. Esperan el crédito del INCAA, pero por ahora se
realiza sólo con el dinero disponible para el alquiler de los equipos.
Sucede que el proyecto de Aquino no comienza ni termina con esta película.
Su idea es que los chicos que participan en Al rescate..., como actores
o como técnicos, continúen en un trabajo que se extienda
más allá del estreno. De hecho, los chicos ya grabaron un
cortometraje, La factura, y la relación del director con el grupo
no se limita a las jornadas de filmación. Te demandan mucho
más. Mañana nos juntamos para comer en un McDonalds.
Cine y zapatillas
¿Cómo empezaron a trabajar en la película?
es la pregunta a un chico de 14 que actúa de Piti, miembro
de la banda del Rana.
Lo conocimos a Gabriel, lo quisimos asaltar...
¿...?
Sí, boludo, con mi hermano dice y se escucha el ruido
del tren, en las vías cercanas.
Me estás cargando es la primera reacción, desconfiada,
ante el clima de gaste generalizado.
Este es medio boludo dice sobre el cronista el Piti al que
está sentado a su lado y se ríe. Boludo, justo yo
y mi hermano lo íbamos a robar y vino una señora y dijo
que no, que era de Che Pibe.
Gabriel Aquino, a quien otro chico sí le robó cuando comenzó
su relación con el grupo, no recuerda la situación, porque
quizás, dice, no llegó a darse cuenta. Pero tampoco puede
descartarla. Hace cuatro años que llegó a la Fundación
Che Pibe. Cuando apareció en la casa coordinada por Susana Vivas,
llevaba consigo un video en el que se contaba una dura historia sobre
la incomprensión de los adultos al mundo adolescente. En pantalla
se veía el detalle de una cruel relación entre tres hermanos
que hacían cualquiera y se peleaban todo el tiempo.
Cuando el corto terminó, dos de los espectadores, identificados
y shockeados, se dieron sin asco.
¿Cuál es el resultado de un cruce entre un producto
cultural como una ficción cinematográfica con la vida cotidiana
de ellos?
Lo que me arriesgo a decir es que en este caso participaron en la
construcción artística, por la edad, por el lugar donde
viven, porque fui ahí mismo y porque rescaté los personajes.
El pibe que hace de Chino en una entrevista a un canal estaba diciendo
que su personaje vende droga, y se quebró. Si te quebrás,
es porque estás cerca.
El sábado de la filmación, además de algunos periodistas
y fotógrafos en el set a cielo abierto estuvo el intendente de
Lomas, Fernando Di Dio. Los chicos lo conocían y lo pusieron contra
las cuerdas.
Intendente largó uno, entre la broma y el reclamo,
no tengo zapatillas, ando en bolas.
No se quejen, que algo tienen le contestó Di Dio.
Di Dio, ¡por qué mejor no nos da trabajo! disparó
otro.
Bueno, es muy difícil la situación reconoció
el político.
Y el diálogo entre los pibes y el político se fue haciendo
más amable. Y los chicos y el Estado se rieron los unos de los
otros mientras en el celuloide iba quedando registrada la no ficción
de la pobreza, la de esa película increíble que se propone
ir al rescate del divino tesoro.
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