Por Fernando DAddario
Editus significa sublime,
elevado, detalle etimológico que no revelaría en la
banda que lleva ese nombre ningún atributo cercano a la modestia.
En plan de encontrar afinidades con las alturas, podría agregarse
que el estilo de esta agrupación de Costa Rica fue definido en
sus comienzos como música para ascensores. Así
que lo elevado no siempre implica una virtud. Pero un repaso por las mejores
canciones de Editus (un buen comienzo puede ser su último cd, Decadauno,
en el que participan León Gieco y Rubén Blades) provoca
se ha comprobado distintos grados de suspensión espacial,
algo que tampoco se sabe si es bueno o malo. Su música sí
es buena: jazz, new age, sonidos etéreos de una Latinoamérica
profunda marcan el ritmo de este trío, dueño de un sólido
prestigio en su país. Hoy actuará por primera vez en la
Argentina. Se presentará a las 21, con Gieco y Pedro Aznar, gratis,
en la Sala A-B del Centro Cultural San Martín.
La nuestra es una generación de músicos con formación
clásica que se crió tocando en la calle con los músicos
populares. Esto nos llevó naturalmente a fusionar todos los estilos,
dice Carlos Tapado Vargas (percusión), en la entrevista con Página/12.
Lleva él mismo un germen del eclecticismo: ha tocado con la Orquesta
Sinfónica Nacional de su país, con Paquito DRivera,
con grupos de reggae, de rock. Es que Costa Rica es un país
muy joven culturalmente. No hay una tradición fuerte como pasa
en Brasil, Cuba y Argentina. Y como no hay tradición, la construimos
recibiendo influencias de todos lados. Integran también el
grupo Edín Solís (guitarra) y Ricardo Ramírez (violín).
Vargas promete para el próximo disco, mayores contactos con la
electrónica, lo celta, lo hindú. No somos folkloristas
ni puristas. Tocamos la raíz, pero sólo para llevarla a
otro lado, señala.
¿Cómo influye en la música esa condición
de país atípico que tiene Costa Rica en Centroamérica?
Desgraciadamente, debo decir que sí, que vivimos en un país
que es como una isla dentro de la región. Por diversas razones,
el nivel sociocultural es un poco más alto que el de los países
que lo rodean y esto produce también una mayor apertura artística,
la posibilidad de estar mejor informados de lo que pasa en el mundo.
¿Y el hecho de haber vivido en relativa paz, comparado con
las convulsiones de otros países?
Es innegable que eso ha influido. El ser una nación sin ejército
y la realidad de vivir en medio de paisajes muy hermosos son como banderas
del país, y uno se cría con eso. Pero nosotros tratamos
de escapar de la tentación de hacer una música puramente
evocativa de la naturaleza. Fue un proceso largo, al principio estábamos
más cerca de todo eso, después conocimos a gente como Rubén
Blades, que nos ayudó a ver otras realidades.
Ustedes hacen música instrumental, pero cuando buscan trabajar
con otros artistas, eligen a Blades, o a Gieco. ¿Esto implica una
postura política?
Nuestro compromiso político va más allá de
que hagamos música instrumental, porque tiene que ver con las cosas
que vivimos desde pequeños. Los tres pertenecemos a una generación
que vio, en nuestra ciudad, innumerables actos, festivales y manifestaciones
en favor de la paz, de los derechos humanos y ese tipo de cosas. Yo me
crié escuchando a Víctor Heredia, Mercedes Sosa, León
Gieco. Eso nos dio una filosofía de vida, porque vivimos en una
especie de oasis, vivimos de otra manera la tragedia de otros hermanos
latinoamericanos.
La música de Editus parece querer llevar, más que
a la lucha, a una especie de armonía interior.
Esa es la idea y tiene también una fuerte carga política,
aunque no esté explícita. Nuestra música invita al
público a que se siente, a que pueda relajarse y hacer su propio
viaje, escuchando sin prejuicios. Y eso, en medio del caos y la violencia
que gobiernan este mundo, es un mensaje.
¿Es cierto que durante años tocaron en tiendas y centros
comerciales?
Y lo seguimos haciendo. Es una dinámica de trabajo que comenzamos
nosotros y que ahora es muy común en San José. Rompimos
la tendencia de que determinada música debía ser tocada
y escuchada en teatros. Tocamos en cualquier parte, y para la gente es
gratis. Por ejemplo, cuando inauguran una tienda, ahí estamos.
Se benefician todos: los dueños del negocio, que atraen más
gente y brindan un servicio cultural; nosotros, que mostramos lo que hacemos
y vendemos más discos; y el público común, que tiene
la oportunidad de escuchar algo diferente de lo que le pasan por la radio
y la televisión. Al principio fuimos muy criticados por esto. Decían
que estábamos vendiendo el arte, que nos estábamos rebajando
al tocar en un centro comercial. Pero muchos de los músicos clásicos
que hablaban mal de nosotros terminaron formando su grupito de cámara
para tocar en la calle. Los resultados se ven, por ejemplo, en que nuestro
público es muy amplio. Antes yo creía que por la música
que hacíamos estaríamos condenados a formar parte de una
elite de estudiantes universitarios. Pero por suerte me tragué
las palabras. Vienen estudiantes, pero también niños, viejos,
señoras, es sólo gente que quiere escuchar música.
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