Por Roque Casciero
Menos mal que tengo el
ego muy tranquilo, porque las críticas fueron demasiado elogiosas.
La voz que pronuncia la frase es inconfundible: esa especie de carraspera
sensual sólo puede venir de boca de Graciela Borges. Y habla de
los comentarios que despertó en los medios de Estados Unidos, España
e Italia su actuación en La ciénaga, el film de Lucrecia
Martel. Como para demostrar que sí tiene el ego tranquilo,
durante la charla alabará una y otra vez el trabajo de la directora
y de los otros actores, nunca el propio. Pero, como corresponde a una
diva, pedirá que el fotógrafo la tome en su mejor perfil,
aunque nadie salvo ella podría afirmar que el otro
la perjudica. Se mueve como en su casa en el ordenado y espacioso camarín
del teatro Metropolitan (en esa sala comparte cartel con Nito Artaza y
Miguel Angel Cerutti en Fiebre del Senado por la noche). Asegura que va
a extrañar a sus compañeros cuando terminen la temporada,
porque disfruta mucho sobre y debajo de las tablas. Pero su gran amor,
confiesa, es el cine. Me han llegado varios proyectos, pero me voy
a tranquilizar un poco, asegura. Trabajé mucho y tengo
algunos problemas de salud que me provocan más cansancio. Voy a
pensar muy bien. Ahora hay mucho movimiento de los directores nuevos que
quieren que trabaje y me presentaron algunas cosas que de verdad me gustaría
hacer. Me encantaría seguir filmando toda la vida, asegura.
Usted participó en más de cuarenta películas,
muchas de ellas de directores consagrados como Leonardo Favio, Leopoldo
Torre Nilsson o Lucas Demare. ¿Por qué decidió actuar
en la ópera prima de Martel?
Cualquiera habría creído en la película si
hubiera visto Rey muerto, el corto que hizo Lucrecia, que era como una
extraordinaria anticipación de la peli. Y el guión de La
ciénaga era fabuloso, muy sorprendente. Por el corto y el guión,
yo me la imaginaba grandota, poderosa, y no como el dibujito animado adorable
que es. Pero tiene un tesón, una firmeza... Ella sabe exactamente
adónde va y no le interesa nada más. La película
tiene críticas impresionantes, que a mí me dan pudor. No
sé, yo recuerdo que la primera vez que fui a un festival de cine
fue al de Cannes, con Zafra. Tenía 16 años y fui la vedette
del festival. Entonces pensé que, en adelante, iba a ir por la
vida como en la escalinata del festival, donde los fotógrafos me
gritaban Gracielá, Gracielá. Después
me di cuenta de que la vida seguía y que en otros festivales no
me daban ni bola (risas). Hace poco hablaba con ella para ver si todo
esto la había transformado, pero Lucrecia va por la vida sin darles
importancia a esas cosas. Si hace notas sólo es para promocionar
la película, no para alardear. ¿Usted cree que ella se pregunta
si iremos al Oscar? Nunca habla de esas cosas.
¿Y usted? ¿Ya se imaginó con un Oscar en la
mano?
No, no sé ni qué película van a mandar. De
todos modos, que la que vaya lo haga para los más altos fines y
para el bien mayor. Yo no quiero que les vaya mal a los demás,
quiero que nos vaya bien a todos. El camino de La ciénaga ya está
instalado. Por ahora, es la única película comprada por
los norteamericanos y que se estrenó con salas llenas en Europa.
Bueno, pero podría hacer un ejercicio de imaginación:
tiene que ir a recibir el Oscar. ¿Qué diría?
Diría algo así como: ¡Vamos La ciénaga,
todavía!, como la hinchada. Porque fue tanto esfuerzo...
Sería bárbaro que ahí estuviera el cine argentino.
¿Quién no ha querido que ganaran las que fueron? Los que
no quisieron eran unos mezquinos. Cuando va una película argentina,
hay que olvidarse de todo, es como cuando juega la Selección: uno
quiere que gane. Me parece que el cine argentino está en un momento
bárbaro. En San Sebastián me tocó entregarle el premio
a Adrián Caetano por Bolivia, todo lo que pasa con La ciénaga...
Me dijeron que están muy bien El hijo de la novia (de Juan José
Campanella) y La libertad (Lisandro Alonso). Además, hacemos todo
a pulmón; los directores siempre nos están diciendo que
no les cobremos caro. Yo no cobré un centavo por El dependiente
(Leonardo Favio) y estoy muy orgullosa de haberla hecho. Esa película,
en su momento, no la vio ni mi mamá. Y los españoles dicen
que es una de las veinte mejores películas de todos los tiempos.
En el último Festival de Nueva York se dieron La ciénaga
y también El dependiente, en la retrospectiva de Favio.
¿Qué bárbaro, no? No sé por qué
Favio no fue. Lo quiero tanto al Negro, no sé qué le está
pasando... Me muero de ganas de filmar con él, tiene unas ideas
de cine... Hay cierto parecido entre Favio y Lucrecia: esa cosa de verdad
aunque no te guste, de respeto aunque el tema no te importe. Hay algo
de cámara-verdad en ambos, aunque tengan dos estilos distintos.
Lucrecia tiene cosas de Favio, aunque no lo sepa.
¿Cree que su actuación en La ciénaga fue, como
dijo Página/12, la mejor que hizo desde la de El dependiente?
Hubo muchas películas en el medio que me gustaron. Estoy
contentísima con todo lo que se dice, pero no sé ver la
película todavía, estoy demasiado encima. Cuando miro esta
actuación, no sé si fue la mejor. Sí la más
complicada, porque podría haber caído en el lugar común
de la borracha, no haberle puesto humor o no ser creíble. Era un
personaje peligroso. Pero la película tiene un gran nivel. Creo
que es un modo nuevo de filmar y de actuar. De todos modos, me impresiona
que la gente que la vio esté tan reconfortada, porque es una película
muy difícil de ver.
¿Cuál fue su reacción cuando la vio por primera
vez?
Fue en privado, con los actores y los técnicos. Por primera
vez en casi cincuenta películas que hice, no supe qué decir.
Me fui sola a un bar, me tomé un café y me quedé
reflexionando sobre lo que había visto. ¿Es algo bien
grande o me parece a mí?, pensé. La primera vez que
la vi con público fue al lado de Liv Ullmann, en el Festival de
Mar del Plata. Ella me dijo: Graciela, ¿es una documental?.
Cuando le respondí que no, me dijo: Se me parte la cabeza.
En España le encontraron otro costado, se rieron mucho en las partes
que a mí me causan gracia. Creo que la película tiene mucho
humor, pero es un humor muy caótico.
Martel dijo que había insistido en que usted encarnara a
Mecha por su humor negro.
Me encantó que dijera eso. Debe ser que lo tengo, pero no
lo sé. Como es algo tan innato... No sé cuál es el
humor negro al que ella se refiere, pero me encantó ponerle humor
a Mecha, que no lo tenía. La forma obvia de hacer a Mecha hubiera
sido con la queja permanente, la botella de vino y los gritos... Pero
cuando vi la escena de las toallas, en la toma me salió decir:
Cuidado, no vayas a ponerla en agua caliente, que después
no sale la mancha. ¡Mire si una mina que se está desangrando
va a decir eso! Lo mismo cuando le dicen: Mamá, vamos que
está lloviendo y ella contesta: Le va a hacer bien
al campo. O con eso de un hielito, un alguito,
para no decir que quiere un vino.
¿Cómo fue su relación con Martel durante la
filmación?
Maravillosa, de profunda entrega de mi parte. Para ser honesta,
creo que un día me quejé. No duermo bien de noche y cuando
uno se levanta tan temprano resiste dos o tres días, pero después
no aguanta. Estaba muy cansada, entonces cuando me fueron a poner esa
tierra en el pelo y dije: Estoy cansada, basta. Pero Lucrecia
me pidió que resistiera y así lo hice. En ese momento tenía
mucha carga, porque hacía poco que había muerto mi papá
y mi vieja se empezó a morir en ese momento. Quiero decir, aquella
cabeza gloriosa empezó su deterioro intelectual. Entonces, mientras
hacía La ciénaga, viajaba a Buenos Aires los fines de semana
para estar con ella. Y la veía muy perdida, con una actitud de
sonrisa que no era propia de ella, que era un ser muy vivo, muy cuestionador,
muy manipulador y muy adorable. Volví a Salta y estaba hecha mierda,
al punto que me pregunté: ¿Cómo hago para seguir
filmando con alegría?. Porque no soy de las que cree que
uno filma a través del dolor. Me parece que se puede crear mucho
desde la alegría, desde la satisfacción de hacer. Esa idea
de que el dolor nos redime es muy de los 60. Pero me impuse hacer bien
la película. Igual, todos nos quebramos un poco durante la filmación.
Es que uno está lleno de dudas, porque esta tarea es tan precaria...
Nos vestimos de cosas que no somos, hablamos de cosas que no sentimos:
¡la actuación es cosa de lunáticos!
Faulkner, Chejov, Martel
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- La película La ciénaga podría cambiar
la percepción del cine argentino y, por eso mismo, de la propia
Argentina (...) Si los padres alcohólicos y los chicos salvajes
de La ciénaga no hablaran en español, podrían
ser protagonistas de una novela de William Faulkner. (B. Ruby
Rich en The New York Times, 30 de setiembre.)
- Mientras La ciénaga transpira desde la pantalla, crea
una visión de malestar social que se siente, paradójicamente,
familiar y novedoso. Cualquiera que se haya marchitado durante los
días de perros del verano reconocerá sus estados de
ánimo y se identificará con el persistente sentido de
exasperación de sus personajes. Pero La ciénaga es la
primera película que yo haya visto en que se trata de este
estado de ánimo. (Stephen Holden en The New York Times,
1º de octubre.)
- A pesar del sofocante calor argentino y una manada de chicos
ruidosos, adolescentes y perros semisalvajes, La ciénaga es
una verosímil tragicomedia de Chejov sobre la vida provinciana.
Martel conforma un brillante debut construyendo su narrativa a partir
de incidentes cotidianos, una miríada de idas y venidas y una
cacofonía de voces que compiten por la atención.
(Amy Taubin en The Village Voice, Nueva York, 9 de octubre.)
- Es difícil recordar una película que evoque
el letargo de la clase media tan contagiosamente (...) Es encantadora
y pertubadora a la vez, la clase de película que te hace sentir
decadente sólo por oficiar como testigo. (Jan Stuart
en Newsday, 3 de octubre.)
- Esta película de extraña y vigorosa secuencia
les estalló en los ojos a quienes, sin estar prevenidos, descubrieron
su explosiva energía hace unos meses en el Festival de Berlín.
Allí obtuvo el Premio a la Mejor Opera Prima, pero que debía
haberse llevado un galardón menos paternal y de mayor consistencia
porque, aunque La ciénaga es efectivamente la primera película
de ficción hecha por su escritora y directora, la argentina
Lucrecia Martel, lleva en realidad dentro cine completamente adulto,
hecho con el sello de los verdaderos ejercicios de plenitud.
(Angel Fernández Santos en El País, Madrid, 28 de setiembre.) |
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