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GRACIELA BORGES PASA REVISTA AL IMPRESIONANTE EXITO DE “LA CIENAGA”
“Menos mal que tengo el ego muy tranquilo”

Desde que se consagró en el Festival de Berlín, el primer largometraje de Lucrecia Martel, protagonizado por la gran diva del cine argentino, continúa cosechando los mayores elogios en Europa y EE.UU.

“Hay cierto parecido entre Favio y Lucrecia, aunque tengan estilos distintos”, dice Graciela.

Por Roque Casciero

“Menos mal que tengo el ego muy tranquilo, porque las críticas fueron demasiado elogiosas.” La voz que pronuncia la frase es inconfundible: esa especie de carraspera sensual sólo puede venir de boca de Graciela Borges. Y habla de los comentarios que despertó en los medios de Estados Unidos, España e Italia su actuación en La ciénaga, el film de Lucrecia Martel. Como para demostrar que sí tiene “el ego tranquilo”, durante la charla alabará una y otra vez el trabajo de la directora y de los otros actores, nunca el propio. Pero, como corresponde a una diva, pedirá que el fotógrafo la tome en su mejor perfil, aunque nadie –salvo ella– podría afirmar que el otro la perjudica. Se mueve como en su casa en el ordenado y espacioso camarín del teatro Metropolitan (en esa sala comparte cartel con Nito Artaza y Miguel Angel Cerutti en Fiebre del Senado por la noche). Asegura que va a extrañar a sus compañeros cuando terminen la temporada, porque disfruta mucho sobre y debajo de las tablas. Pero su gran amor, confiesa, es el cine. “Me han llegado varios proyectos, pero me voy a tranquilizar un poco”, asegura. “Trabajé mucho y tengo algunos problemas de salud que me provocan más cansancio. Voy a pensar muy bien. Ahora hay mucho movimiento de los directores nuevos que quieren que trabaje y me presentaron algunas cosas que de verdad me gustaría hacer. Me encantaría seguir filmando toda la vida”, asegura.
–Usted participó en más de cuarenta películas, muchas de ellas de directores consagrados como Leonardo Favio, Leopoldo Torre Nilsson o Lucas Demare. ¿Por qué decidió actuar en la ópera prima de Martel?
–Cualquiera habría creído en la película si hubiera visto Rey muerto, el corto que hizo Lucrecia, que era como una extraordinaria anticipación de la peli. Y el guión de La ciénaga era fabuloso, muy sorprendente. Por el corto y el guión, yo me la imaginaba grandota, poderosa, y no como el dibujito animado adorable que es. Pero tiene un tesón, una firmeza... Ella sabe exactamente adónde va y no le interesa nada más. La película tiene críticas impresionantes, que a mí me dan pudor. No sé, yo recuerdo que la primera vez que fui a un festival de cine fue al de Cannes, con Zafra. Tenía 16 años y fui la vedette del festival. Entonces pensé que, en adelante, iba a ir por la vida como en la escalinata del festival, donde los fotógrafos me gritaban “Gracielá, Gracielá”. Después me di cuenta de que la vida seguía y que en otros festivales no me daban ni bola (risas). Hace poco hablaba con ella para ver si todo esto la había transformado, pero Lucrecia va por la vida sin darles importancia a esas cosas. Si hace notas sólo es para promocionar la película, no para alardear. ¿Usted cree que ella se pregunta si iremos al Oscar? Nunca habla de esas cosas.
–¿Y usted? ¿Ya se imaginó con un Oscar en la mano?
–No, no sé ni qué película van a mandar. De todos modos, que la que vaya lo haga para los más altos fines y para el bien mayor. Yo no quiero que les vaya mal a los demás, quiero que nos vaya bien a todos. El camino de La ciénaga ya está instalado. Por ahora, es la única película comprada por los norteamericanos y que se estrenó con salas llenas en Europa.
–Bueno, pero podría hacer un ejercicio de imaginación: tiene que ir a recibir el Oscar. ¿Qué diría?
–Diría algo así como: “¡Vamos La ciénaga, todavía!”, como la hinchada. Porque fue tanto esfuerzo... Sería bárbaro que ahí estuviera el cine argentino. ¿Quién no ha querido que ganaran las que fueron? Los que no quisieron eran unos mezquinos. Cuando va una película argentina, hay que olvidarse de todo, es como cuando juega la Selección: uno quiere que gane. Me parece que el cine argentino está en un momento bárbaro. En San Sebastián me tocó entregarle el premio a Adrián Caetano por Bolivia, todo lo que pasa con La ciénaga... Me dijeron que están muy bien El hijo de la novia (de Juan José Campanella) y La libertad (Lisandro Alonso). Además, hacemos todo a pulmón; los directores siempre nos están diciendo que no les cobremos caro. Yo no cobré un centavo por El dependiente (Leonardo Favio) y estoy muy orgullosa de haberla hecho. Esa película, en su momento, no la vio ni mi mamá. Y los españoles dicen que es una de las veinte mejores películas de todos los tiempos.
–En el último Festival de Nueva York se dieron La ciénaga y también El dependiente, en la retrospectiva de Favio.
–¿Qué bárbaro, no? No sé por qué Favio no fue. Lo quiero tanto al Negro, no sé qué le está pasando... Me muero de ganas de filmar con él, tiene unas ideas de cine... Hay cierto parecido entre Favio y Lucrecia: esa cosa de verdad aunque no te guste, de respeto aunque el tema no te importe. Hay algo de cámara-verdad en ambos, aunque tengan dos estilos distintos. Lucrecia tiene cosas de Favio, aunque no lo sepa.
–¿Cree que su actuación en La ciénaga fue, como dijo Página/12, la mejor que hizo desde la de El dependiente?
–Hubo muchas películas en el medio que me gustaron. Estoy contentísima con todo lo que se dice, pero no sé ver la película todavía, estoy demasiado encima. Cuando miro esta actuación, no sé si fue la mejor. Sí la más complicada, porque podría haber caído en el lugar común de la borracha, no haberle puesto humor o no ser creíble. Era un personaje peligroso. Pero la película tiene un gran nivel. Creo que es un modo nuevo de filmar y de actuar. De todos modos, me impresiona que la gente que la vio esté tan reconfortada, porque es una película muy difícil de ver.
–¿Cuál fue su reacción cuando la vio por primera vez?
–Fue en privado, con los actores y los técnicos. Por primera vez en casi cincuenta películas que hice, no supe qué decir. Me fui sola a un bar, me tomé un café y me quedé reflexionando sobre lo que había visto. “¿Es algo bien grande o me parece a mí?”, pensé. La primera vez que la vi con público fue al lado de Liv Ullmann, en el Festival de Mar del Plata. Ella me dijo: “Graciela, ¿es una documental?”. Cuando le respondí que no, me dijo: “Se me parte la cabeza”. En España le encontraron otro costado, se rieron mucho en las partes que a mí me causan gracia. Creo que la película tiene mucho humor, pero es un humor muy caótico.
–Martel dijo que había insistido en que usted encarnara a Mecha por su humor negro.
–Me encantó que dijera eso. Debe ser que lo tengo, pero no lo sé. Como es algo tan innato... No sé cuál es el humor negro al que ella se refiere, pero me encantó ponerle humor a Mecha, que no lo tenía. La forma obvia de hacer a Mecha hubiera sido con la queja permanente, la botella de vino y los gritos... Pero cuando vi la escena de las toallas, en la toma me salió decir: “Cuidado, no vayas a ponerla en agua caliente, que después no sale la mancha”. ¡Mire si una mina que se está desangrando va a decir eso! Lo mismo cuando le dicen: “Mamá, vamos que está lloviendo” y ella contesta: “Le va a hacer bien al campo”. O con eso de “un hielito”, “un alguito”, para no decir que quiere un vino.
–¿Cómo fue su relación con Martel durante la filmación?
–Maravillosa, de profunda entrega de mi parte. Para ser honesta, creo que un día me quejé. No duermo bien de noche y cuando uno se levanta tan temprano resiste dos o tres días, pero después no aguanta. Estaba muy cansada, entonces cuando me fueron a poner esa tierra en el pelo y dije: “Estoy cansada, basta”. Pero Lucrecia me pidió que resistiera y así lo hice. En ese momento tenía mucha carga, porque hacía poco que había muerto mi papá y mi vieja se empezó a morir en ese momento. Quiero decir, aquella cabeza gloriosa empezó su deterioro intelectual. Entonces, mientras hacía La ciénaga, viajaba a Buenos Aires los fines de semana para estar con ella. Y la veía muy perdida, con una actitud de sonrisa que no era propia de ella, que era un ser muy vivo, muy cuestionador, muy manipulador y muy adorable. Volví a Salta y estaba hecha mierda, al punto que me pregunté: “¿Cómo hago para seguir filmando con alegría?”. Porque no soy de las que cree que uno filma a través del dolor. Me parece que se puede crear mucho desde la alegría, desde la satisfacción de hacer. Esa idea de que el dolor nos redime es muy de los 60. Pero me impuse hacer bien la película. Igual, todos nos quebramos un poco durante la filmación. Es que uno está lleno de dudas, porque esta tarea es tan precaria... Nos vestimos de cosas que no somos, hablamos de cosas que no sentimos: ¡la actuación es cosa de lunáticos!

 

Faulkner, Chejov, Martel
- “La película La ciénaga podría cambiar la percepción del cine argentino y, por eso mismo, de la propia Argentina (...) Si los padres alcohólicos y los chicos salvajes de La ciénaga no hablaran en español, podrían ser protagonistas de una novela de William Faulkner.” (B. Ruby Rich en The New York Times, 30 de setiembre.)
- “Mientras La ciénaga transpira desde la pantalla, crea una visión de malestar social que se siente, paradójicamente, familiar y novedoso. Cualquiera que se haya marchitado durante los días de perros del verano reconocerá sus estados de ánimo y se identificará con el persistente sentido de exasperación de sus personajes. Pero La ciénaga es la primera película que yo haya visto en que se trata de este estado de ánimo.” (Stephen Holden en The New York Times, 1º de octubre.)
- “A pesar del sofocante calor argentino y una manada de chicos ruidosos, adolescentes y perros semisalvajes, La ciénaga es una verosímil tragicomedia de Chejov sobre la vida provinciana. Martel conforma un brillante debut construyendo su narrativa a partir de incidentes cotidianos, una miríada de idas y venidas y una cacofonía de voces que compiten por la atención.” (Amy Taubin en The Village Voice, Nueva York, 9 de octubre.)
- “Es difícil recordar una película que evoque el letargo de la clase media tan contagiosamente (...) Es encantadora y pertubadora a la vez, la clase de película que te hace sentir decadente sólo por oficiar como testigo.” (Jan Stuart en Newsday, 3 de octubre.)
- “Esta película de extraña y vigorosa secuencia les estalló en los ojos a quienes, sin estar prevenidos, descubrieron su explosiva energía hace unos meses en el Festival de Berlín. Allí obtuvo el Premio a la Mejor Opera Prima, pero que debía haberse llevado un galardón menos paternal y de mayor consistencia porque, aunque La ciénaga es efectivamente la primera película de ficción hecha por su escritora y directora, la argentina Lucrecia Martel, lleva en realidad dentro cine completamente adulto, hecho con el sello de los verdaderos ejercicios de plenitud.” (Angel Fernández Santos en El País, Madrid, 28 de setiembre.)

 

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