Elogio
del voto como arma
Por
Mempo Giardinelli
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Es
un hecho que el ausentismo, los votos en blanco y los anulados van en
aumento desde que se reestableció la democracia en 1983. La razón
es una sola: la desilusión de muchos argentinos que expresan así
su rechazo a la política y a los políticos, repudiando a
los candidatos que se presentan a las sucesivas elecciones nacionales,
provinciales y municipales. El estudio de la consultora Equis publicado
esta semana en Página/12 augura otro aumento para las elecciones
del próximo domingo y estima que 4.350.000 argentinos optarán
por esas tres vías de protesta.
Quizás sea exagerado pensar que semejante masa está uniformemente
desencantada de la política, pero lo que es indudable es que en
muchos sectores de la población sobrevuela la sensación
de que, una vez más, el acto comicial conduce a otro engaño
porque una vez más se distorsionará el mandato popular.
Y sin embargo, en mi opinión debemos oponernos a esta y otras propagandas
antivoto que pone de moda el desencanto, como el turismo electoral impulsado
hace un par de años por los que evidentemente tenían dinero
para viajar el domingo del comicio a 500 kilómetros y de ese modo
protestar no votando. Los que ahora dudan si van a ir a votar o piensan
votar en blanco, como los que anulan su voto con dibujos burlones, citas
literarias o insultos que nadie lee y a nadie importan, en realidad están
bajando los brazos. El que inutiliza su voto está abandonando la
lucha, elude su responsabilidad, admite su derrota cívica y permite
que otros decidan (mal) en su lugar.
Por eso esas propagandas antivoto son trampas antidemocráticas,
aunque a veces estén inspiradas en las mejores intenciones y en
un legítimo cansancio moral.
Los argumentos son variados, intensos y no siempre ciertos: que votar
no sirve para nada; que se vota demasiado; que las elecciones son caras
y es dinero tirado a la basura; que siempre se vota lo mismo porque no
hay propuestas; que votar es inútil porque igual nunca cambia nada;
que ya no importa quién gane porque son todos iguales y todos traicionan
lo votado.
Mezclando verdades con vaguedades, con las más sanas intenciones
o con las inconfesadamente peores, todos esos argumentos coinciden en
la renuncia al supremo derecho de ser protagonistas. Que no es una declaración,
sino algo bien concreto y tangible. El voto obligatorio en la Argentina
tiene ese sentido: que seamos protagonistas, que esté en nuestras
manos cambiar. El que elige cambia. El que vota modifica. El que se equivocó
tiene una nueva oportunidad. El que sabe que su voto es su arma, su única
arma en democracia, lo que quiere es usarla. Por eso el que es consciente
del valor de su voto es un custodio de la democracia. Necesitamos más
de estos ciudadanos, no más escépticos renunciantes. Porque
el que renuncia a su voto renuncia a ser protagonista. Entonces que después
no se queje. Pero como sabemos que se quejará igual, o peor, hay
que exhortarlo a que vote. No votar, votar en blanco o anular el voto
es una tontería. Es un escape burgués, una fuga hacia adelante,
un paso hacia el abismo. El voto en blanco dice: No me importa.
El voto anulado puede ser una romántica protesta circunstancial,
pero es inconducente y nada significa. Por más que haya una cantidad
significativa de votos nulos y, aunque fueren mayoría, no cambian
nada. Y además, si no votamos, ¿qué? ¿Qué
otra arma tenemos los ciudadanos y ciudadanas para expresarnos, para peticionar,
para reclamar, para modificar políticas? ¿Qué le
queda a usted, si renuncia a votar? No le queda nada, no tiene ninguna
otra manera de actuar. Y eso es lo que quieren los impunes y los poderosos.
Que usted baje los brazos y no actúe. Y no importa si está
harto porque ya actuó y lo traicionaron. Vaya y cambie su voto.
Por eso elvoto es y debe seguir siendo un deber a la vez que un derecho.
Por eso es estúpido no votar. Es democráticamente suicida
renunciar a este derecho.
Lo que verdaderamente puede cambiar a una sociedad es precisamente el
voto. El voto positivo, el voto activo, el que se suma a otros votos.
Esa es nuestra arma y, por eso, ojalá votáramos mucho más.
Ojalá en la Argentina se votara dos o tres veces por año.
Ojalá se plebiscitaran todas las grandes cuestiones, los asuntos
de interés colectivo. Podríamos cambiar muchas cosas sin
tener que soportar durante años a los corruptos de ayer o a los
inútiles de hoy. De lo que se trata es de elegir, siempre, y no
es cierto que no haya opciones. Siempre las hay. Cuando en el cuarto oscuro
hay más de dos boletas, cuando hay muchas, ésas son las
opciones. Uno debe buscar las mejores personas y en alguna lista se las
puede encontrar. Uno puede oponerse a lo que está vigente. Uno
puede votar lo que nunca votó antes. Uno puede votar a los que
jamás ganaron elecciones. Uno puede cambiar, caramba, atreverse
a cambiar. Y luego, claro, cada uno debe trabajar para que mejoren las
condiciones electorales, para mejorar lo votable la próxima vez.
La democracia, nunca está demás repetirlo, es una construcción
lenta. Pero para construir hacen falta albañiles. No ideólogos
del desaliento ni propagandistas del desencanto. Que de esos estamos sobrados.
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