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MALVINAS ES EL MODELO DE LA DESINFORMACION QUE SE VIENE
El general Galtieri está en Kabul

Durante la Guerra de las Malvinas, los británicos sabían que Galtieri estaba suscripto a dos periódicos británicos, a los que entonces daban falsas noticias. Así volverán a operar ahora.

Por Peter Preston

Y entonces empieza. Globos de luz en el cielo nocturno, explosiones distantes, un “determinado” George Bush hablando sobre control y mando. Lentamente recordamos cómo es una guerra. Pero lo que necesitamos recordar también es que la verdad es la primera baja de la guerra, que los voceros, burócratas y políticos que hacen de “fuentes confiables” en tiempos de paz ahora operan bajo reglas diferentes. Que ahora son deliberada y totalmente indignos de confianza.
Paremos y apliquemos el sentido común a estos 26 días. Las tropas se juntaban en tal o cual punto de tal o cual frontera. Los ataques aéreos eran “inminentes” –hace tres semanas–, “para dentro de 48 horas” –hace ocho días–. Los comandos ingleses ya operaban dentro de Afganistán. El sentido común hace una pregunta difícil: alguien con dorados en los hombros, alguien que realmente sabe qué pasa, ¿le contaría esto a un periodista si fuera verdad? ¿Por qué no contárselo directamente a Osama bin Laden?
Los que trotábamos por los pasillos del Ministerio de Defensa durante la Guerra de las Malvinas pronto nos enteramos de cómo son estas cosas. Tipos muy encumbrados, de traje oscuro, tomaban aire, amasaban toda la autoridad de sus encumbrados puestos y empezaban a mentir como cosacos. ¿Quién puede culparlos? Galtieri estaba suscripto a los servicios del Guardian y el Telegraph, por lo que si los periodistas necesitan primicias, lo mejor era darle algunas falsas.
Las Malvinas fueron más que un show secundario. Esa guerra impresionó mucho al Pentágono, que vio que si los periodistas están encerrados en un portaaviones o escoltados por maestras jardineras de Defensa, hay total control de la información mientras no se pudra el rancho político.
¿Y cómo será este nuevo, más que curioso conflicto? Vayamos bajando los polvorientos manuales de los estantes, porque será según el reglamento.
El comienzo del horror –la destrucción de las Torres– fue un desastre sin control para los miles de inocentes que murieron, para el sueño de la seguridad y la ilusión de la inteligencia preventiva. El mundo lo vio con asombro, el mundo perdió el control. Una de las tareas que siguieron al 11 de septiembre fue recuperar el equilibrio.
La construcción de la promocionada coalición internacional contra el terrorismo puede mostrarse como algo nada vital. Pero, con los líderes saltando de cumbre en cumbre, ciertamente llenó los días mientras los mamuts militares preparaban su lúgubre actuación. Hubo una pausa al estilo de la Guerra del Golfo. Ahora, comenzó el bombardeo y podemos comenzar a distinguir un patrón.
¿Galtieri sacó sus tropas de las islas porque se acercaba la task force? Tuvo la chance y no la tomó. ¿Saddam se fue de Kuwait mientras miles de millones de dólares en tanques rodaban por el desierto? Tuvo la chance. ¿Entregarán los talibanes a Bin Laden para salvar su régimen? Esa fue, obviamente, la gran pregunta de las últimas dos semanas. La respuesta fue escrita anoche sobre el cielo de Kabul.
Mientras tanto, los controladores profesionales estuvieron pensando. Los corresponsales de prensa del mundo entero ya desembarcaron y se desplegaron en Uzbekistán, Quetta, Peshawar y en el enclave afgano bajo el mando de la Alianza del Norte. Pero, excepto por la muy infortunada Ridley y un puñado de reporteros de la agencia afgana, no hay periodistas en territorio talibán, y ni hablar de cámaras en la puerta de Bin Laden. El peligro extremo y la inaccesibilidad se combinan.
Para mejor, los talibanes son sordos a las relaciones públicas. Ni siquiera tienen un Tariq Aziz –el ministro de Saddam– para que luzca grave y preocupado, apenas un viceembajador con cara de perplejo. Ya perdieron la credibilidad que les quedaba al perder a Bin Laden y después volver a encontrarlo. En su autoimpuesto aislamiento, no podrán llevar a los camarógrafos occidentales a ver las víctimas civiles de los ataques aéreos. No habrá hospitales iraquíes demolidos, no habrá colectivos serbios ardiendo sobre puentes. Son blancos fijos y mudos. Esto no evitará las olas de protesta que se dispararán hoy en el mundo árabe. Pero hará que las únicas evidencias que aparezcan en la televisión, cuidadosamente editadas, serán americanas y británicas. La suerte sigue el reglamento.
¿Qué puede fallar? De todo, por supuesto, incluyendo que las bombas caigan en cualquier parte. Bin Laden mostró, a juzgar por la entrevista de ayer, un maligno encanto televisivo y podría montar una serie de sesiones de “agárrenme-si-pueden” para las cámaras. Para que los voceros celebren, las pruebas de su muerte deberán ser terminantes. Se esperan más ataques terroristas. Hay más vidas americanas en riesgo en lugares como Arabia Saudita. La toma de rehenes –como apuntaría Jimmy Carter– puede complicar cualquier cálculo.
Aun así, porque la moderación significa poder pensar, hay una dosis de control. La guerra de mensajes, vital desde el 11 de septiembre, está más enderezada. La percepción es que los gobiernos van a gobernar y pueden aparecer decidiendo qué pasa. El cuartel general debe estar esperanzado de que una batalla con fecha de terminación en un campo de batalla que nadie vea termine pronto con la guerra y que, con alguna ayuda del servicio secreto paquistaní, deje a al-Qaida sin cabeza.
Pero aquí es cuando las disonancias comienzan. El FBI y la CIA, tomados vergonzosamente por sorpresa por 19 hombres con cortaplumas, tienen la obligación de exagerar la potencia de la red de Bin Laden. Gas nervioso, guerra bacteriológica, bombas atómicas. Algunas o todas de estas imágenes pueden tener algún viso de realidad, pero también son muy convenientes para convertir a un enemigo de baja tecnología en un villano de James Bond, un Dr. No.
Puede ser una reacción al desafío, y lo es. Pero también es, en la naturaleza de las relaciones públicas, inflar al adversario que te lastimó. No habrá peligro que sea subestimado. Ningún vocero, por vocación y profesión, es más consistentemente mentiroso que un agente secreto cubriéndose la espalda, y los cuentos que contará serán basura que le convenga.
El problema es que, mientras los jets despegan, esta es también una guerra de cháchara. Los engalonados, con el reglamento en la mano, pueden haber creado un escenario que puedan controlar y comandar. Nosotros seremos, como fuimos anoche, espectadores distantes de su empresa. Sólo podemos desearles éxitos y esperar que podamos mantener una perspectiva decente y un balance del entendimiento. Pero eso necesita de pensamiento e información, además de festejos. Mantengamos la calma, o al menos calmémonos un poco. No creamos nada acríticamente, especialmente a los voceros de Defensa. Viajemos con cuidado y llevemos un gran canasto de basura.
Traducción: Sergio Kiernan.

 

 

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