Por
Angeles Espinosa *
Desde Islamabad
La
prensa pakistaní ha dado detalladas informaciones sobre el escondite
de Osama bin Laden. Sólo que la mayoría de ellas son contradictorias.
No hay forma de que un día esté escondido en los valles
de Oruzgan, otro en una vieja base militar soviética en el Pamir
y además se lo haya visto en Kabul. Por mucho que haya crecido
su leyenda, el fugitivo saudita, al que todo el mundo aquí se refiere
como Osama, carece como el resto de los humanos del don de la ubicuidad
y los desplazamientos dentro de Afganistán son lentos y difíciles.
Osama bin Laden está en Afganistán, anunció
el domingo 30 de setiembre el embajador de los talibanes en Pakistán,
como si el gigantesco despliegue militar que Estados Unidos ha montado
en la región apuntara a la Luna. ¡Menuda revelación!
¿Dónde, en Afganistán?, le preguntaron los
periodistas, ya repuestos del susto, en su siguiente comparecencia dos
días después. No puedo decirlo, no lo sé; sólo
quienes le custodian conocen su paradero.
Y Afganistán son 650.000 kilómetros cuadrados de desierto
al sur y enormes cadenas montañosas en el centro y en el norte.
Con valles aislados unos de otros por picos de hasta 7000 metros de altura
y sin apenas carreteras, sólo el transporte aéreo (en estos
días fuertemente vigilado) permite desplazarse de una región
a otra sin necesidad de emplear días enteros.
Conocedores del terreno, los informadores con las primeras pistas hacían
a Bin Laden abandonando Kandahar a lomos de caballo tras haber recibido
el juramento de fidelidad de sus seguidores. El saudita tiene fama de
buen jinete. También llegaron noticias de que la gente de Osama
había elevado de 15 a 20 los camiones de provisiones encargados
el mes anterior y que estos se habían descargado en Tarin Kot,
la localidad natal del jefe de los talibanes, el mullah Mohamed Omar,
en la provincia de Oruzgan, al noreste de Kandahar. Rápidamente
alguien junto las piezas y aseguró que el saudita volvía
a refugiarse junto a su protector en el mismo lugar que durante los ataques
norteamericanos de 1998.
Demasiado fácil. Y poco glamoroso. La última entrega de
esta novela policial aparecía en las páginas de The News
el pasado día 2. Los servicios secretos rusos habrían facilitado
a sus colegas de Estados Unidos mapas de una base secreta de alta tecnología
en la cadena montañosa del Pamir. Desde allí, en las alturas
que Marco Polo bautizó como el techo del mundo, Bin
Laden podría eventualmente encontrar salida hacia Tayikistán,
China o Pakistán.
Espectacular teoría, pero excesivamente arriesgada, dado que ese
extremo del país (que sobre el mapa tiene el aspecto de un mango
de sartén) está bajo control de la Alianza del Norte. El
relato del diario pakistaní no explica cómo Bin Laden y
sus hombres habrían podido llegar allí sin ser detectados
por unas milicias que ganarían muchos puntos (además de
los 25 millones de dólares ofrecidos por el FBI) por capturar al
saudita.
El mismo día, fuentes de los servicios de espionaje de Washington
y Londres tenían una idea bastante buena de donde se
escondía. En esta ocasión, que se sepa, no estaba comprando
tomates como cuando en 1998 reapareció en Jalalabad.
*
De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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