Por
Pilar Bonet
y Rodrigo Fernández *
Desde Moscú
Los veteranos soviéticos de Afganistán, para quienes la
guerra en aquel país asiático era ya un lejano recuerdo,
evocan de nuevo el pasado. La pista afgana de los atentados contra las
Torres Gemelas, en Nueva York, y el Pentágono, en Washington, ha
hecho que la opinión pública se vuelva hacia aquellos oficiales
que la Unión Soviética, en su última y fallida misión
internacionalista, envió en apoyo de un régimen
revolucionario que no podía sostenerse por sí mismo. Por
los áridos paisajes de las tierras afganas transitaron 620.000
soldados y oficiales de la Unión Soviética. Eran parte de
un contingente que osciló entre 80.000 y 104.000 personas, según
la época. El conflicto bélico pasó por distintas
fases, que marcaron las experiencias de los militares participantes en
ella.
Al principio (1979-1980), tomaban parte en operaciones limitadas en apoyo
a Babrak Karmal y controlaban los puntos estratégicos. Después,
su protagonismo en los combates contra la resistencia de los mujaidines
(combatientes islámicos), armados por Pakistán con apoyo
de Estados Unidos, fue en aumento, hasta que Mijail Gorbachov decidió
poner punto final a aquella causa perdida y, en 1988, anunció la
retirada de tropas, que culminó oficialmente el 15 de febrero del
año siguiente, cuando el general Boris Gromov, comandante en jefe
del legendario 40 Ejército, cruzó la frontera de la Unión
Soviética por el río Amú Daria. Este diario conversó
con varios de aquellos veteranos, curtidos en una guerra de casi diez
años (diciembre de 1979-febrero de 1989) que se cobró la
vida de unos 15.000 soldados del Ejército Rojo, y les ha pedido
que den consejo a sus colegas norteamericanos para el caso de una eventual
acción bélica en Afganistán.
Boris Gromov, que tiene hoy 57 años y es gobernador de la provincia
de Moscú, prefiere las advertencias a los consejos
a la hora de dirigirse a los militares estadounidenses, que, según
él, es gente muy profesional. Combatir en Afganistán,
dice, es muy difícil por razones geográficas, nacionales
y religiosas. Por eso, antes de tomar la decisión de lanzar una
operación militar, hay que tener en cuenta muchos aspectos y efectuar
un análisis frío y equilibrado. En los 12 años
transcurridos desde la retirada de las tropas de la antigua Unión
Soviética, la situación ha cambiado radicalmente,
afirma el general. En aquellos tiempos, los talibanes ni siquiera
existían y Ahmad Shah Massud era nuestro enemigo más feroz.
El recién asesinado Shah Massud, el hombre fuerte de la Alianza
del Norte contra los talibanes, se convirtió en los últimos
años en el amigo y aliado de Rusia, afirma Gromov. Yo mismo
envié mis sinceras condolencias por su muerte, afirma.
Guerra sin perspectivas
Si a pesar de todos los aspectos negativos, Estados Unidos decide
lanzar una operación terrestre, deben tener en cuenta que
por cada soldado combatiente necesitarán, como mínimo, tres
o cuatro hombres para posibilitar operaciones como el abastecimiento de
alimentos y de municiones, así como la protección de conducciones
y de caminos. Para Gromov, el principal peligro con el que se enfrentarían
los norteamericanos es hundirse en una larga guerra carente de perspectivas.
Hay que tener claro que es imposible conquistar al pueblo afgano; todos
los que lo han intentado han fracasado. Por eso, de entrar, hay que plantearse
una operación breve y muy concreta.
Según el general, si las operaciones de espionaje permiten
determinar exactamente dónde se oculta Osama bin Laden, se puede
organizar una misiónde captura o de exterminio, pero hay que evitar
un ataque terrestre de envergadura.
El coronel de aviación Yevgueni Zelenov, hoy diputado de la Duma
Estatal (cámara baja del Parlamento ruso), disputa a Gromov el
mérito de haber sido el último soldado de la URSS que abandonó
Afganistán. En 1979, desde el principio mismo de la invasión
soviética, Zelenov, que tiene 49 años, comenzó a
volar sobre Afganistán como voluntario porque creía
sagradamente que mi trabajo era por una causa justa.
Su fe en la construcción del socialismo en Afganistán
comenzó a debilitarse al poco de llegar allí, pero siguió
volando en misiones de avituallamiento después de la retirada de
las tropas. La última tarea de Zelenov en Kabul tuvo lugar en 1992,
cuando, al mando de tres aviones de transporte, fue el responsable de
evacuar la Embajada de Rusia conjuntamente con cuatro sedes diplomáticas
más (entre ellas, la de China y la de India), bajo el fuego de
los talibanes, que inutilizaron uno de los aparatos.
Zelenov, que recibió el título de Héroe de
Rusia por aquella labor, cree que la URSS cometió el error
de no haber buscado buenos aliados en Afganistán. Ni
la experiencia acumulada ni el rodaje de la maquinaria bélica ayudaron
a la URSS a ganar la guerra. Los soldados, que inicialmente no estaban
preparados para el combate en lugares montañosos, fueron sustituidos
por otros, entrenados especialmente en lugares escarpados de la Unión
Soviética; se creó un sistema de bases militares; el mando
estaba bien preparado y todos sabían qué hacer. Y
aún así no pudimos vencer, sentencia el coronel.
20 soldados por cada guerrillero
En un terreno montañoso hay que multiplicar el número
de combatientes, opina Zelenov, que calcula en 20 a 1 la proporción
de combatientes a enviar por cada guerrillero afgano. El coronel piensa,
sin embargo, que los norteamericanos no enviarán sus tropas
a Afganistán, porque preparar a soldados para la lucha en las montañas
requiere tres o cuatro meses como mínimo, y además hay que
contar con bases en el perímetro de Afganistán, lo que puede
ser una tarea conflictiva debido a la diversidad de intereses en juego,
y, por supuesto, también hay que preparar helicópteros.
Zelenov considera posible que Estados Unidos ataque desde
el aire las bases guerrilleras para mostrar su fuerza y tranquilizar a
su opinión pública. Ahora bien, sin utilizar armas
de destrucción masiva o armas químicas, Estados Unidos no
sacará a nadie de su escondrijo en las montañas. Y yo sería
el primero en indignarme si las utilizara, porque allí, además
de los talibanes y los terroristas, hay población civil,
señala. A su parecer, en Estados Unidos, el síndrome de
Vietnam es más fuerte que el impacto creado por los recientes atentados
y, por eso, cuando lleguen los primeros ataúdes cubiertos
por la bandera norteamericana, se acordarán de Vietnam.
La solución del problema, a juicio del coronel Zelenov, es cortar
las fuentes financieras, de avituallamiento, de armas y de entrenamiento
a los terroristas. Estados Unidos ya dio el primer paso convenciendo a
Pakistán de que rompiera con los talibanes. A eso debe seguir un
diálogo con Irak, con Turquía y otros países, como
Argelia o Libia, para unir esfuerzos contra el terrorismo. Su consejo
a los norteamericanos es claro: No meterse en Afganistán.
Héroe de la URSS
El general Ruslan Iushev, presidente de la república caucásica
de Ingushetia (vecina a Chechenia), se ganó en Afganistán
el título de Héroe de la URSS, que es la más
alta condecoración soviética. Este hombre, de casi 47 años,
que partió como voluntario a Afganistán en 1980, recomiendaa
Washington que piense mucho antes de emprender el mismo camino.
Nosotros, en 1979, no lo pensamos como es debido, y por eso entramos.
Pero resultó que no pudimos ganar la guerra. Y tampoco se podía
ganar.
El consejo del presidente de Ingushetia a los norteamericanos es que no
provoquen la guerra. En este asunto, el general tiene mucha experiencia,
ya que ha logrado impedir que Ingushetia se viera involucrada en un conflicto
con Osetia del Norte, y después, en la guerra chechena. Los estadounidenses
no se han enfrentado nunca con una guerra como la que se daría
en Afganistán, afirma. Ni Vietnam, ni el conflicto de los Balcanes
ni la Segunda Guerra Mundial son comparables.
A diferencia de Yugoslavia, en Afganistán no hay comunicaciones
vitales que destruir para paralizar las acciones de los talibanes, que,
atrincherados en las montañas, tendrán gran ventaja sobre
cualquier cuerpo expedicionario extranjero. Todo el poderío
militar estadounidense se descargará entonces sobre la población
civil, ya que los talibanes, junto con Bin Laden, se esconderán
en cavernas, y no bastaría toda la aviación norteamericana
para sacarles de allí. Iushev concluye que se puede
aplastar Afganistán, pero no se lo puede conquistar. Y si
Estados Unidos decide repetir la experiencia de los británicos
o los rusos, las bajas serán enormes.
Los consejos de Rutskoi
Los consejos del ex presidente de Rusia, Alexandr Rutskoi, general
de aviación y héroe de la Unión Soviética,
son pragmáticos. Estados Unidos debería apoyar con
armas, alimentos, dinero, instructores y aviones a la Alianza del Norte,
que lucha contra los talibanes, y no lanzarse a una aventura militar de
la que después se arrepentirán. Este general de 54
años, que fue a dar con sus huesos en la cárcel debido a
su enfrentamiento con el presidente Boris Yeltsin, sabe también
de lo que habla.
Rutskoi, que realizó 456 vuelos de combate y que tuvo que catapultarse
de su avión en llamas en dos ocasiones, cree que realizar
bombardeos preventivos o una operación terrestre para vengarse
de los actos terroristas no es solución al problema, sino una farsa
política y una exhibición de músculos para que la
comunidad internacional vea que Estados Unidos es fuerte. Además,
si de valorar la vida de los propios soldados se trata, Afganistán
no sería una guerra relámpago. El país
vive en estado de guerra desde hace más de veinte años,
y los que nacieron en 1979 hoy son jóvenes que empuñan fusiles
automáticos.
Un pueblo difícil
Luchar contra semejante pueblo es muy difícil. Si entran
en Afganistán, los norteamericanos tendrán más problemas
que los soviéticos. Al fin y al cabo, la URSS tenía frontera
con Afganistán, por lo que le era más fácil abastecer
las tropas y organizar su reemplazo. El bombardeo indiscriminado, el hacer
responsable a todo el pueblo por la tragedia norteamericana, sólo
multiplicará el terrorismo, concluye.
El general Valentin Varennikov, ex ministro de Defensa de la URSS y veterano
por partida doble (de la Segunda Guerra Mundial y de Afganistán),
advierte que lo más importante es que el ataque no vaya dirigido
contra el pueblo, sino contra las formaciones armadas de los terroristas
y sus instalaciones. Las oscilaciones de las bolsas norteamericanas, previas
a los atentados, hacen pensar a este héroe de la URSS de 78 años,
que fue el máximo responsable del Ministerio de Defensa de la URSS
durante años en Kabul y hoy dirige la Asociación Rusa de
Héroes, que, además de la pista que lleva a Afganistán,
hay otras pistas dignas de consideración en direcciones totalmente
diferentes. Comprendo que el presidente Bush quiera lanzar una operación
de venganza para demostrar la fuerza deEstados Unidos. Pero no se debe
matar a gente que no ha tenido nada que ver con la tragedia sufrida por
Estados Unidos.
Varennikov, como Gromov, afirma que las tropas soviéticas no tenían
la misión de ganar una guerra. Según el general, fueron
las provocaciones de los mujaidines las que desencadenaron acciones de
respuesta y finalmente hicieron que la contienda se extendiera por todo
el país. En plena Guerra Fría y con el apoyo que Estados
Unidos y otros países prestaban a la oposición, los combates
se hubieran podido eternizar, señala Varennikov, según el
cual ni Pakistán ni Estados Unidos estaban interesados en la paz
ni en estabilizar la situación.
El general Varennikov, el único de los participantes en el intento
de golpe de Estado de agosto de 1991 que rechazó la amnistía,
recomienda a los norteamericanos que no se lancen a una operación
terrestre, porque se empantanarán, y al final eso se
volverá contra ellos. Los norteamericanos deben aprender
no sólo de la experiencia inglesa o soviética, sino también
de la suya propia en Vietnam. Por eso, les aconsejo que no realicen ninguna
operación terrestre, señala.
El deber internacionalista
El coronel Franz Klintsevich, de 44 años, uno de los dirigentes
de Unidad, el grupo parlamentario progubernamental del Parlamento ruso,
fue a Afganistán en 1986, porque por entonces participar en aquella
contienda era una etapa obligada para un militar de carrera. Miembro del
cuerpo de Infantería de Marina y conocedor del idioma dari (persa),
Klintsevich sabía para qué iba. Cumplió su deber
internacionalista y defendió la frontera sur de la URSS hasta
el año 1988. Hoy cree que no hay que reducir el análisis
de los hechos a elementos primitivos relacionados con Bin Laden
y dice estar convencido de que detrás de los atentados hay
otras fuerzas muy serias, que podrían estar en el interior de Estados
Unidos.
En su opinión, Osama Bin Laden no es capaz de una operación
así, y no hay que exagerar sus posibilidades. No obstante,
Klintsevich considera apropiado tratar de arrestar a Bin Laden para que
éste sea juzgado por un tribunal internacional, y en primer lugar
habría que pedir a los talibanes que lo entregasen. Si lo hacen,
eso sería una gran victoria contra el terrorismo internacional.
Pero es poco probable, porque los talibanes son los hijos de la
guerra, y es muy difícil luchar contra una ideología fundamentalista
que equipara la muerte a la salvación.
En caso de tener que organizar una operación contra Bin Laden,
Klintsevich aconsejaría que demorar al máximo la entrada
de tropas terrestres, ya que los norteamericanos no están,
a su juicio, preparados para luchar de verdad. Si Estados Unidos comienza
una operación, deben prepararse para una guerra de muchas
décadas o para matar a todo el pueblo.
Klintsevich admite que Estados Unidos tal vez esté mejor preparado
que la URSS desde el punto de vista de las comunicaciones, pero están
en peor posición que los soviéticos, porque en los 12 años
transcurridos desde el final de la guerra, los afganos se han entrenado
mucho. Cuando nosotros empezamos eran partisanos, y ahora tienen
veinte años de combate a cuestas.
Entre las impresiones más fuertes de su paso por Afganistán,
Klintsevich recuerda las repugnantes sorpresas que a veces
les deparaban las tareas de reconocimiento, cuando, después de
atacar una caravana, descubrían que además de guerrilleros
había mujeres y civiles. Aquello era muy desagradable y repulsivo,
porque comprendías que eran personas que, como tú, tenían
su familia. Yo no puedo decir que como comandante matara a
población civil, señala, pero di órdenes
para realizar operaciones, y eso es horrible. Antes de Afganistán,
a mí me gustaba ir de cacería y consideraba la caza como
una ocupación masculina, pero después de mi pasopor Afganistán
no he disparado ni un solo tiro. No puedo explicar por qué,
exclama el coronel Klintsevich.
*
De El País de Madrid.
Especial para Página/12.
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