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LOS GENERALES RUSOS ACONSEJAN A ESTADOS UNIDOS
Hagan lo que les decimos, no lo que nosotros hicimos

La comparación se hizo inevitable en estas semanas: la probable entrada norteamericana en Afganistán con la frustrada invasión soviética de ese país (1979-1989). Aquí, los militares rusos que participaron de la invasión, y sobre todo de la retirada, explican qué hay que hacer en Afganistán.

Por Pilar Bonet
y Rodrigo Fernández *
Desde Moscú

Los veteranos soviéticos de Afganistán, para quienes la guerra en aquel país asiático era ya un lejano recuerdo, evocan de nuevo el pasado. La pista afgana de los atentados contra las Torres Gemelas, en Nueva York, y el Pentágono, en Washington, ha hecho que la opinión pública se vuelva hacia aquellos oficiales que la Unión Soviética, en su última y fallida misión “internacionalista”, envió en apoyo de un régimen revolucionario que no podía sostenerse por sí mismo. Por los áridos paisajes de las tierras afganas transitaron 620.000 soldados y oficiales de la Unión Soviética. Eran parte de un contingente que osciló entre 80.000 y 104.000 personas, según la época. El conflicto bélico pasó por distintas fases, que marcaron las experiencias de los militares participantes en ella.
Al principio (1979-1980), tomaban parte en operaciones limitadas en apoyo a Babrak Karmal y controlaban los puntos estratégicos. Después, su protagonismo en los combates contra la resistencia de los mujaidines (combatientes islámicos), armados por Pakistán con apoyo de Estados Unidos, fue en aumento, hasta que Mijail Gorbachov decidió poner punto final a aquella causa perdida y, en 1988, anunció la retirada de tropas, que culminó oficialmente el 15 de febrero del año siguiente, cuando el general Boris Gromov, comandante en jefe del legendario 40 Ejército, cruzó la frontera de la Unión Soviética por el río Amú Daria. Este diario conversó con varios de aquellos veteranos, curtidos en una guerra de casi diez años (diciembre de 1979-febrero de 1989) que se cobró la vida de unos 15.000 soldados del Ejército Rojo, y les ha pedido que den consejo a sus colegas norteamericanos para el caso de una eventual acción bélica en Afganistán.
Boris Gromov, que tiene hoy 57 años y es gobernador de la provincia de Moscú, prefiere las “advertencias” a los “consejos” a la hora de dirigirse a los militares estadounidenses, que, según él, “es gente muy profesional”. “Combatir en Afganistán”, dice, “es muy difícil por razones geográficas, nacionales y religiosas. Por eso, antes de tomar la decisión de lanzar una operación militar, hay que tener en cuenta muchos aspectos y efectuar un análisis frío y equilibrado”. En los 12 años transcurridos desde la retirada de las tropas de la antigua Unión Soviética, “la situación ha cambiado radicalmente”, afirma el general. “En aquellos tiempos, los talibanes ni siquiera existían y Ahmad Shah Massud era nuestro enemigo más feroz”.
El recién asesinado Shah Massud, el hombre fuerte de la Alianza del Norte contra los talibanes, se convirtió en los últimos años en el amigo y aliado de Rusia, afirma Gromov. “Yo mismo envié mis sinceras condolencias por su muerte”, afirma.

Guerra sin perspectivas
Si a pesar de todos los aspectos negativos, Estados Unidos decide lanzar una operación terrestre, “deben tener en cuenta que por cada soldado combatiente necesitarán, como mínimo, tres o cuatro hombres para posibilitar operaciones como el abastecimiento de alimentos y de municiones, así como la protección de conducciones y de caminos”. Para Gromov, el principal peligro con el que se enfrentarían los norteamericanos es “hundirse en una larga guerra carente de perspectivas. Hay que tener claro que es imposible conquistar al pueblo afgano; todos los que lo han intentado han fracasado. Por eso, de entrar, hay que plantearse una operación breve y muy concreta”.
Según el general, “si las operaciones de espionaje permiten determinar exactamente dónde se oculta Osama bin Laden, se puede organizar una misiónde captura o de exterminio, pero hay que evitar un ataque terrestre de envergadura”.
El coronel de aviación Yevgueni Zelenov, hoy diputado de la Duma Estatal (cámara baja del Parlamento ruso), disputa a Gromov el mérito de haber sido el último soldado de la URSS que abandonó Afganistán. En 1979, desde el principio mismo de la invasión soviética, Zelenov, que tiene 49 años, comenzó a volar sobre Afganistán como voluntario “porque creía sagradamente que mi trabajo era por una causa justa”.
Su fe en la “construcción del socialismo” en Afganistán comenzó a debilitarse al poco de llegar allí, pero siguió volando en misiones de avituallamiento después de la retirada de las tropas. La última tarea de Zelenov en Kabul tuvo lugar en 1992, cuando, al mando de tres aviones de transporte, fue el responsable de evacuar la Embajada de Rusia conjuntamente con cuatro sedes diplomáticas más (entre ellas, la de China y la de India), bajo el fuego de los talibanes, que inutilizaron uno de los aparatos.
Zelenov, que recibió el título de “Héroe de Rusia” por aquella labor, cree que la URSS cometió el error de no haber buscado “buenos aliados” en Afganistán. Ni la experiencia acumulada ni el rodaje de la maquinaria bélica ayudaron a la URSS a ganar la guerra. Los soldados, que inicialmente no estaban preparados para el combate en lugares montañosos, fueron sustituidos por otros, entrenados especialmente en lugares escarpados de la Unión Soviética; se creó un sistema de bases militares; el mando estaba bien preparado y todos sabían qué hacer. “Y aún así no pudimos vencer”, sentencia el coronel.

20 soldados por cada guerrillero
En un terreno montañoso hay que multiplicar el número de combatientes, opina Zelenov, que calcula en 20 a 1 la proporción de combatientes a enviar por cada guerrillero afgano. El coronel piensa, sin embargo, que “los norteamericanos no enviarán sus tropas a Afganistán, porque preparar a soldados para la lucha en las montañas requiere tres o cuatro meses como mínimo, y además hay que contar con bases en el perímetro de Afganistán, lo que puede ser una tarea conflictiva debido a la diversidad de intereses en juego, y, por supuesto, también hay que preparar helicópteros”. Zelenov considera “posible” que Estados Unidos ataque desde el aire las bases guerrilleras para mostrar su fuerza y tranquilizar a su opinión pública. Ahora bien, “sin utilizar armas de destrucción masiva o armas químicas, Estados Unidos no sacará a nadie de su escondrijo en las montañas. Y yo sería el primero en indignarme si las utilizara, porque allí, además de los talibanes y los terroristas, hay población civil”, señala. A su parecer, en Estados Unidos, el síndrome de Vietnam es más fuerte que el impacto creado por los recientes atentados y, por eso, “cuando lleguen los primeros ataúdes cubiertos por la bandera norteamericana, se acordarán de Vietnam”.
La solución del problema, a juicio del coronel Zelenov, es cortar las fuentes financieras, de avituallamiento, de armas y de entrenamiento a los terroristas. Estados Unidos ya dio el primer paso convenciendo a Pakistán de que rompiera con los talibanes. A eso debe seguir un diálogo con Irak, con Turquía y otros países, como Argelia o Libia, para unir esfuerzos contra el terrorismo. Su consejo a los norteamericanos es claro: “No meterse en Afganistán”.

Héroe de la URSS
El general Ruslan Iushev, presidente de la república caucásica de Ingushetia (vecina a Chechenia), se ganó en Afganistán el título de “Héroe de la URSS”, que es la más alta condecoración soviética. Este hombre, de casi 47 años, que partió como voluntario a Afganistán en 1980, recomiendaa Washington que “piense mucho” antes de emprender el mismo camino. “Nosotros, en 1979, no lo pensamos como es debido, y por eso entramos. Pero resultó que no pudimos ganar la guerra. Y tampoco se podía ganar”.
El consejo del presidente de Ingushetia a los norteamericanos es que no provoquen la guerra. En este asunto, el general tiene mucha experiencia, ya que ha logrado impedir que Ingushetia se viera involucrada en un conflicto con Osetia del Norte, y después, en la guerra chechena. Los estadounidenses no se han enfrentado nunca con una guerra como la que se daría en Afganistán, afirma. Ni Vietnam, ni el conflicto de los Balcanes ni la Segunda Guerra Mundial son comparables.
A diferencia de Yugoslavia, en Afganistán “no hay comunicaciones vitales que destruir para paralizar las acciones de los talibanes, que, atrincherados en las montañas, tendrán gran ventaja sobre cualquier cuerpo expedicionario extranjero”. “Todo el poderío militar estadounidense se descargará entonces sobre la población civil, ya que los talibanes, junto con Bin Laden, se esconderán en cavernas, y no bastaría toda la aviación norteamericana para sacarles de allí”. Iushev concluye que “se puede aplastar Afganistán, pero no se lo puede conquistar”. Y si Estados Unidos decide repetir la experiencia de los británicos o los rusos, “las bajas serán enormes”.

Los consejos de Rutskoi
Los consejos del ex presidente de Rusia, Alexandr Rutskoi, general de aviación y héroe de la Unión Soviética, son pragmáticos. Estados Unidos debería “apoyar con armas, alimentos, dinero, instructores y aviones a la Alianza del Norte, que lucha contra los talibanes, y no lanzarse a una aventura militar de la que después se arrepentirán”. Este general de 54 años, que fue a dar con sus huesos en la cárcel debido a su enfrentamiento con el presidente Boris Yeltsin, sabe también de lo que habla.
Rutskoi, que realizó 456 vuelos de combate y que tuvo que catapultarse de su avión en llamas en dos ocasiones, cree que “realizar bombardeos preventivos o una operación terrestre para vengarse de los actos terroristas no es solución al problema, sino una farsa política y una exhibición de músculos para que la comunidad internacional vea que Estados Unidos es fuerte”. Además, si de valorar la vida de los propios soldados se trata, Afganistán “no sería una guerra relámpago”. El país vive en estado de guerra desde hace más de veinte años, y los que nacieron en 1979 hoy son jóvenes que empuñan fusiles automáticos.

Un pueblo difícil
“Luchar contra semejante pueblo es muy difícil. Si entran en Afganistán, los norteamericanos tendrán más problemas que los soviéticos. Al fin y al cabo, la URSS tenía frontera con Afganistán, por lo que le era más fácil abastecer las tropas y organizar su reemplazo. El bombardeo indiscriminado, el hacer responsable a todo el pueblo por la tragedia norteamericana, sólo multiplicará el terrorismo”, concluye.
El general Valentin Varennikov, ex ministro de Defensa de la URSS y veterano por partida doble (de la Segunda Guerra Mundial y de Afganistán), advierte que lo más importante es que el ataque no vaya dirigido contra el pueblo, sino contra las formaciones armadas de los terroristas y sus instalaciones. Las oscilaciones de las bolsas norteamericanas, previas a los atentados, hacen pensar a este héroe de la URSS de 78 años, que fue el máximo responsable del Ministerio de Defensa de la URSS durante años en Kabul y hoy dirige la Asociación Rusa de Héroes, que, además de la pista que lleva a Afganistán, hay otras pistas dignas de consideración en direcciones totalmente diferentes. “Comprendo que el presidente Bush quiera lanzar una operación de venganza para demostrar la fuerza deEstados Unidos. Pero no se debe matar a gente que no ha tenido nada que ver con la tragedia sufrida por Estados Unidos”.
Varennikov, como Gromov, afirma que las tropas soviéticas no tenían la misión de ganar una guerra. Según el general, fueron las provocaciones de los mujaidines las que desencadenaron acciones de respuesta y finalmente hicieron que la contienda se extendiera por todo el país. En plena Guerra Fría y con el apoyo que Estados Unidos y otros países prestaban a la oposición, los combates se hubieran podido eternizar, señala Varennikov, según el cual ni Pakistán ni Estados Unidos estaban interesados en la paz ni en estabilizar la situación.
El general Varennikov, el único de los participantes en el intento de golpe de Estado de agosto de 1991 que rechazó la amnistía, recomienda a los norteamericanos que “no se lancen” a una operación terrestre, porque “se empantanarán”, y al final eso se volverá contra ellos. “Los norteamericanos deben aprender no sólo de la experiencia inglesa o soviética, sino también de la suya propia en Vietnam. Por eso, les aconsejo que no realicen ninguna operación terrestre”, señala.

El “deber internacionalista”
El coronel Franz Klintsevich, de 44 años, uno de los dirigentes de Unidad, el grupo parlamentario progubernamental del Parlamento ruso, fue a Afganistán en 1986, porque por entonces participar en aquella contienda era una etapa obligada para un militar de carrera. Miembro del cuerpo de Infantería de Marina y conocedor del idioma dari (persa), Klintsevich sabía para qué iba. Cumplió su “deber internacionalista” y defendió la frontera sur de la URSS hasta el año 1988. Hoy cree que no hay que reducir el análisis de los hechos a “elementos primitivos relacionados con Bin Laden” y dice estar convencido de que detrás de los atentados “hay otras fuerzas muy serias, que podrían estar en el interior de Estados Unidos”.
En su opinión, “Osama Bin Laden no es capaz de una operación así, y no hay que exagerar sus posibilidades”. No obstante, Klintsevich considera apropiado tratar de arrestar a Bin Laden para que éste sea juzgado por un tribunal internacional, y en primer lugar habría que pedir a los talibanes que lo entregasen. Si lo hacen, eso sería una gran victoria contra el terrorismo internacional. Pero es poco probable, porque los talibanes “son los hijos de la guerra, y es muy difícil luchar contra una ideología fundamentalista que equipara la muerte a la salvación”.
En caso de tener que organizar una operación contra Bin Laden, Klintsevich aconsejaría que “demorar al máximo la entrada de tropas terrestres”, ya que los norteamericanos no están, a su juicio, preparados para luchar de verdad. Si Estados Unidos comienza una operación, “deben prepararse para una guerra de muchas décadas o para matar a todo el pueblo”.
Klintsevich admite que Estados Unidos tal vez esté mejor preparado que la URSS desde el punto de vista de las comunicaciones, pero están en peor posición que los soviéticos, porque en los 12 años transcurridos desde el final de la guerra, los afganos se han entrenado mucho. “Cuando nosotros empezamos eran partisanos, y ahora tienen veinte años de combate a cuestas”.
Entre las impresiones más fuertes de su paso por Afganistán, Klintsevich recuerda las “repugnantes” sorpresas que a veces les deparaban las tareas de reconocimiento, cuando, después de atacar una caravana, descubrían que además de guerrilleros había mujeres y civiles. “Aquello era muy desagradable y repulsivo, porque comprendías que eran personas que, como tú, tenían su familia”. “Yo no puedo decir que como comandante matara a población civil”, señala, “pero di órdenes para realizar operaciones, y eso es horrible. Antes de Afganistán, a mí me gustaba ir de cacería y consideraba la caza como una ocupación masculina, pero después de mi pasopor Afganistán no he disparado ni un solo tiro. No puedo explicar por qué”, exclama el coronel Klintsevich.

* De El País de Madrid.
Especial para Página/12.

 

 

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