Por
Luis Bruschtein
¿Usted
era militante del 26 de Julio en la ciudad y, por un problema de la represión,
decidieron mandarlo a la sierra?
Yo participaba en el movimiento clandestino en la ciudad de Olguín
y participaba en la lucha urbana. Lo máximo para todos los que
estábamos en la lucha urbana era incorporarnos a la Sierra Maestra,
era nuestra ilusión, pero a la montaña no podía subir
cualquiera. Para subir había que hacerlo con armamento. No todo
el mundo iba. Yo había hecho dos intentos. El grupo nuestro tomó
las armas, pero luego las perdimos. Hasta que se creó una situación
muy compleja porque hubo un atentado. Se ajustició al jefe militar
de la tiranía en la ciudad, un asesino, y yo tuve que salir huyendo
hasta La Habana. Después hice un contacto con la red de la guerrilla
y me incorporé antes de la invasión a Santa Clara.
¿Su idea era incorporarse a la columna de Fidel, o directamente
a la del Che?
Nosotros sabíamos bien quiénes eran los jefes de cada
columna, cómo eran, hablábamos mucho. El sueño era
ir a la Sierra Maestra con Fidel, pero no podía llegar hasta allí.
Estaba Camilo Cienfuegos, que era de los que habían llegado en
el Granma, uno de los amigos entrañables del Che desde México,
un tipo muy simpático, bien cubano, había sido soldado del
Che y como se había destacado, le habían dado su columna.
Mi idea era incorporarme a la columna de Camilo. Del Che decían
que era un argentino, un tipo más serio, un intelectual. Cuando
pude organizar mi salida a las montañas, las redes del Movimiento
26 de Julio decidieron que no podía ir a la columna de Camilo,
porque estaba rodeado por el ejército, así que me incorporaron
a la columna del Che. Fue un poco de casualidad que me incorporé
a la columna del argentino, como le decíamos.
Y la impresión que tuvo del Che cuando lo conoció,
¿coincidió con la idea previa que tenía de él?
Yo diría que un poco más fuerte, la primera noche
me encontré con él. Primero me recibió un compañero
con el mayor cariño y atenciones. Llegó el Che y me presentaron,
le dijeron que yo era un estudiante y me hizo una broma de esas que hacía,
un poco fuertes, que los estudiantes no son buenos combatientes,
me dijo. Y yo me encabroné y le contesté un poco ríspido,
por eso después decía que yo era un poco ogro.
Si piensa eso, me tiene que probar para ver si sirvo en el combate,
le dije. Ese fue el primer momento espeso. Yo estaba acostumbrado a fumar
cigarrillos americanos desde los 14 años, porque trabajaba en un
almacén y me los regalaban. Entonces llevaba cigarrillos en la
mochila porque sabía que en la montaña no había.
Delante suyo encendí uno y entonces me dijo además
de estudiantico, fuma cigarrillos americanos, gustos burgueses.
Mire, comandante, estos cigarrillos son muy buenos, le contesté.
Aflojó un poco la ironía y me dijo bueno, la verdad
los obreros americanos hacen productos muy buenos.
¿Y a partir de allí estableció una relación
estrecha o fue otro subordinado en la columna?
A partir de allí me mandó a una escuela de entrenamiento
que había en el Escambray. El jefe de la
escuela era un hermanazo, un gran amigo mío que era dirigente estudiantil
de Camagüey. Los dos tratamos de que el Che nos diera una escuadra
para irnos por la libre, solos a combatir fuera de toda la
organización, un gran error nuestro que no cuento en el libro.
Cuando Jesús Suárez Gayón el Rubio, que
varios años después moriría en Bolivia con él,
fue a proponérselo, poco menos que lo insultó por insubordinación.
Entonces nos quedamos en la columna hasta la toma de Santa Clara. Cuando
tomamos la ciudad, la ilusión de todos en la columna era seguir
con el Che hasta La Habana, la entrada a La Habana era nuestro sueño,
pero me llamó y me dijo que no, que necesitaba que me quedara como
ayudante del comandante Ramiro Valdez, que era su segundo y quedaba como
jefe del regimiento de Santa Clara.
¿No pudo entrar a La Habana con el Che?
No pude nada, sufrí muchísimo, seguí todo por
televisión y radio. A los quince días, me llamó desde
el regimiento de La Cabaña para que me hiciera cargo de la junta
económico militar. Allí empezó un vínculo
de trabajo diario. Como tenía que ver con la parte económica,
con la parte financiera, tenía que llevarle todos los días
los cheques para que los firmara, tengo de recuerdo una montaña
de papeles firmados por el Che. Firmábamos juntos, él ponía
Che simplemente, como hizo después con los billetes.
En septiembre del 59, el Che había vuelto de un viaje al
Japón, reunió a su columna para explicarnos el viaje y ya
se lo había nombrado jefe del Departamento de Industrialización,
que es previo al Ministerio de Industria. Yo estaba sentado allí,
escuchando y me preguntó: ¿Borrego, te quieres venir
conmigo a la aventura de la industrialización?. Al otro día
nos encontramos en su casa y estuvimos hablando mucho sobre las ideas
de industrialización y nos hicimos cargo del Departamento.
¿El Che era tan duro como dicen para discutir?
El Che era muy exigente, muy duro para el trabajo, sumamente organizado
por las tareas que tuvo que asumir, muchas veces tuvo que estudiar y aprovechar
las experiencias de países capitalistas, incluso los norteamericanos.
El carácter duro solamente se lo vi en momentos de una discusión
fuerte, les exigía mucho a los subordinados y especialmente a los
que teníamos vínculos con él desde la guerrilla.
A nosotros nos exigía mucho en todo sentido. No permitía
deslices de acomodamiento o privilegios de algún tipo, era muy
exigente en la austeridad. El que respetaba eso no tenía problemas
con el Che. Yo nunca los tuve. Incluso yo tenía rasgos que me molestaban
un poco, porque era un poco rencoroso en las discusiones. Cuando discutía
con él, duro, a mí me seguía el enojo por una semana.
Pero a él se le pasaba al ratico y venía, te hacía
bromas, te palmeaba la espalda y yo me quedaba rabioso y pensaba: Oye,
si hace un segundo nos peleamos duro.
Pero entonces no era tan serio como la fama que le habían
hecho...
No, qué va, le gustaban las bromas, era un hombre jovial,
más bien alegre en todas sus relaciones. Con la ironía argentina,
por supuesto. A algunos cubanos, cuando el Che les hacía un disparo
así, pues, no lo entendían bien, no les gustaba mucho. Después
fueron conociéndolo más, porque él se adaptó
mucho a las características de los cubanos y se divertía
mucho con esa forma de ser. Era todo muy intenso en esa etapa. Todos los
fines de semana hacíamos trabajo voluntario con él en el
campo, cortando caña o en la fábrica. Esa relación,
de igual a igual con él, haciendo el mismo trabajo físico,
comiendo la misma cosica allí en el campo, creaba una relación
muy fuerte, incluso familiar, porque muchos iban a trabajar con sus hijos
y los muchachos estaban siempre pegaditos al Che y se sacaban fotos con
él.
¿Y también se preocupaba por la situación familiar
de su gente, como dicen que hace Fidel?
El Che no tanto. Incluso una vez se hizo una autocrítica.
Porque Fidel va a tu casa, come en tu casa o te invita a la de él,
se pone a cocinar. El Che no era así. Una vez, en el año
63, se hizo un balance en el ministerio y se autocriticó
muy fuerte porque no había visitado ninguna casa en La Habana.
Yo recién me había casado, se acercó y me dijo: Ya
te casaste, yo estaba afuera del país, no me dejaste alguna cosita
de la cena de la boda..., y como recién se había hecho
esa autocrítica, esa noche fue para mi casa y comimos algunas cosas
que habían quedado de la boda, compartimos esa cena con mi señora.
Hubo un momento en que se dio cuenta de que necesitaba más contacto
con su gente. El contacto era trabajo, trabajo y trabajo, pero necesitaba
un acercamiento más familiar. Una vez le hice una crítica
muy fuerte porque no iba a la playa a bañarse. Fidel iba por ahí
y si tenía ganas, se ponía un short y se metía al
mar con la gente. El Che no, era inhibido en eso, hasta un poco tímido.
Es raro que el Che, con esa imagen romántica, fuera tímido,
o inhibido...
Sí, al revés de Fidel, que va a una fiesta, comparte
con todo el mundo y si alguien toca la guitarra, lo escucha y comparte.
El Che, para nada, era sordo para la música y además no
bailaba y si lo intentaba no le salía ni un paso. Con los trabajadores
y sus compañeros, era de compartir y discutir todo, pero no tenía
eso de compartir las fiestas, esas cosas que el cubano aprecia tanto,
no tomaba tampoco, si acaso un poquito de vino.
¿Y no le hacían bromas los cubanos por ese aspecto
de su forma de ser?
Los amigos lo volvíamos loco, le hacíamos bromas,
lo cargábamos todo el tiempo y cuando iba a una fiesta todos empezaban
a gritar que el Che baile, que baile el Che, se ponía
rojo como un tomate y trataba de zafar, pero al final lo intentaba, aunque
no le salía, siempre fue sordo para la música. Esos eran
rasgos de su personalidad.
¿Qué diferencia hay entre el mito del Che con el Che
verdadero?
Hay un abismo. El Che era un hombre de carne y hueso igual a cualquier
otro. Se ha dicho que el Che es inalcanzable, que su planteo es sobrehumano
y me parece importante verlo realmente como era. Era un paradigma tal
que a veces nosotros mismos le decíamos: Lo que tú
haces no lo puede hacer todo el mundo, tienes una capacidad de sacrificio
mayor.... Qué sé yo. Entonces nos respondía
que no aceptaba eso para nada, aquí en Cuba hay gente mucho
más sacrificada que yo, que aporta mucho más que yo.
Y ponía de ejemplo a los obreros que durante seis meses hacían
doce o catorce horas diarias de trabajo voluntario, que se quedaban hasta
altas horas de la noche. Y él decía: Ese es superior
a mí y mucho más. Creo que esa imagen del Che inalcanzable
es absurda, porque los Ches están en todos los pueblos, en Cuba
y en la Argentina, en todos lados. Lo que sí, el Che tenía
un nivel de austeridad muy grande. Nosotros ni el Che íbamos a
sobrepasar el nivel de alimentación de un obrero, por ejemplo,
y con su familia era igual. Yo era viceministro suyo, almorzábamos
en el ministerio todos los días y comíamos lo mismo que
los demás trabajadores y no admitía nada extra. Una vez,
estando enfermo, con asma, muy mal, su secretario le llevó un poco
de carne a su casa. Casi lo insultó y no quiso comerla. Nosotros
lo retamos y le insistimos que tenía que alimentarse porque estaba
enfermo y él se negó. ¿Qué quieren ustedes,
que me corrompa? Por aquí se empieza, nos dijo.
Esa actitud de autoexigencia le daba una autoridad moral frente
al pueblo...
Ya en la Sierra Maestra se conocía su austeridad, su sacrificio,
su audacia, todos decían que el Che era un ejemplo. Y ya después
de la toma del poder siguió igual y la gente lo sabía. Entonces
empezó a convertirse en un líder tremendamente respetado.
Y todavía sigue esa imagen suya en Cuba.
Después, el Departamento de Industrialización se convirtió
en el Ministerio de Industrias.
En 1961 ya se había estatizado toda la industria y entonces
se comienza con el proyecto del ministerio. En septiembre de 1959 se crea
el Departamento, pero a los pocos meses lo nombran al Che presidente del
Banco Nacional, desde allá nos seguía atendiendo, yo quedo
como jefe del Departamento, y cuando se crea el ministerio, pasé
como viceministro, como segundo suyo.
Algunos dicen que el Che no soportaba el trabajo burocrático
en el ministerio y que ésa fue una de las razones para irse.
Al contrario, el tiempo que trabajó en el ministerio lo hizo
con un amor total, el primer año trabajábamos hasta las
tres de la madrugada y, como una gran concesión, en el 63
decidimos hacerlo hasta la una. Era trabajo intensivo de dirección,
estudio sistemático, de economía, de matemática,
de formación lineal, de estadística, de contabilidad...
¿Fue muy fuerte el debate que da el Che con el Instituto
de la Reforma Agraria, alrededor de los estímulos morales y materiales
para la producción?
La polémica teórica no surge por contradicciones con
el INRA sino porque había dos corrientes. El Che optaba por un
modelo de dirección de la economía distinto del de la URSS.
Había conocido eso allá. Pensaba que el sistema de dirección
debía privilegiar los estímulos morales, y en segundo plano,
los estímulos materiales. Y en una isla pequeña como la
nuestra, con buenos medios de comunicación, pensaba en un esquema
bastante centralizado en una primera etapa, con flexibilidad de descentralización
a medida que fueran avanzando las empresas. Un fuerte control económico,
un peso muy grande en la calidad de la producción, costos bajos,
eficiencia muy alta y tomando el patrón organizador de los monopolios
norteamericanos, su sistema de gestión y contabilidad. La otra
corriente, optaba por copiar el modelo soviético. En términos
de gestión y tecnología, ese modelo estaba muy atrasado.
En Cuba ya existía la mecanización de sistemas administrativos
con máquinas IBM de última generación en las empresas
más importantes. Yo fui a la URSS mandado por el Che y me encontré
con grandes empresas manejadas por un ábaco, ingenioso, pero de
un atraso muy grande. Y la otra cosa que los soviéticos impulsaban
era la independencia empresarial, un sistema que se llama de cálculo
económico que tenía una fuerte influencia del mercado, cercano
al capitalista. El Che decía que eso era una hibridización
que a la larga iba a tender más hacia al capitalismo. Carlos Rafael
Rodríguez, un compañero muy preparado, impulsaba ese modelo
y fue como presidente del INRA. Pero no había enfrentamiento, la
colaboración era máxima. El Che había creado una
escuela gerencial para la administración pública y de allí
salían los nuevos funcionarios del INRA también.
¿El acento puesto por el Che en la industrialización
no provocó una caída de la producción azucarera?
Sobre eso se habla mucho y con poca información. Los años
en que fue ministro, la producción creció, están
las estadísticas. Hubo un gran aumento de la productividad. La
industria azucarera era
la expresión máxima de la explotación del capitalismo
en Cuba. Las condiciones de los trabajadores eran horribles. El gobierno
nunca dejó de priorizar el azúcar, pero hubo una línea
que impulsó más la diversificación de la agricultura,
en contra de lo que pensaba el Che, y eso produjo un bajón en la
producción. En 1963, ante esa situación se creó una
Comisión Nacional Azucarera para el rescate de la industria y me
dieron la responsabilidad de presidirla, hasta 1964 que fui ministro de
la Industria Azucarera. La forma de explotación del azúcar
era muy atrasada y nosotros tuvimos que industrializarla, tecnificarla.
La política del Che era mecanizar la producción agrícola,
no solamente para mejorar las condiciones de trabajo sino también
para aumentar la producción. Cuando se recuperó la industria
azucarera hubo que movilizar hasta 300 mil trabajadores anuales para cortar
caña, hasta que se logró la mecanización y, en tres
o cuatro años, sólo teníamos que movilizar cien mil.
En muchas de sus biografías, se dice que el Che decide ir
al Africa y a Bolivia, después que su política en el ministerio
es derrotada...
Esa es otra falsedad histórica. Cuando el Che se fue, la
polémica ya había pasado y se había llegado a una
síntesis en la que estuvo de acuerdo. No hubo ningún tipo
de confrontación. En esa época, una periodista mexicana
amiga de Cuba, pero mal informada, me escribió con esta tesis.
Yo le respondí en una carta donde le demostraba que era absolutamente
inexacto. Y dio la casualidad de que cuando estaba por mandarla, el Che
había regresado a Cuba desde el Congo y se la mostré. Le
hizo unos arreglos y se la mandamos. Ahí se demuestra esa falsedad.
Cuando estaba en el Ministerio, ¿el Che hablaba de su proyecto
revolucionario en América latina?
Yo diría que diariamente. Siempre lo tenía en la cabeza.
Eventualmente hablaba de la Argentina, pero no hacía énfasis
en eso sino en América latina. Por supuesto, los más allegados
sabíamos que su objetivo supremo era la Argentina. Hablaba todo
el tiempo con personalidades de América latina que le escribían
o pasaban por Cuba, desde militantes, artistas y científicos. Cuando
fue la guerrilla en Salta estábamos convencidos de que se venía
para la Argentina, porque incluso había dos colaboradores cubanos
muy cercanos a él, Hermes Peña y Alberto Castellanos, miembros
de su escolta. Cuando fracasó lo de Salta, pensamos que se quedaría
en Cuba. Pero empezó la etapa del Congo, que siempre la pensó
como preparatoria para América latina. Incluso fue al Congo como
asesor, no como jefe. Cuando se quebró lo del Congo, empezó
el proyecto de Bolivia.
Ustedes, que eran sus colaboradores, daban por seguro que el Che
en algún momento se iría, en tanto el resto del mundo pensaba
que se iba a quedar...
Todo el mundo pensaba que el Che era un hombre que estaba en el
poder, que era un personaje central en Cuba y demás, y que no abandonaría
eso. Nosotros siempre supimos que en algún momento se iría.
Cuando se incorporó al movimiento revolucionario le dijo a Fidel
que asumía todo el compromiso con Cuba, con la única condición
de que en determinado momento se le permitiera marchar para seguir la
revolución en América latina. No hay otra explicación
que esa y cualquier militante revolucionario lo puede entender. Cuando
el Che se marchó al Congo, yo quería acompañarlo,
pero ya me habían castigado, digo yo, con el cargo de ministro
y en ese momento era el ministerio más importante de todo el país,
entonces me dijo que era imposible, que quizás más adelante...
Cuando terminó lo del Congo, yo tenía una correspondencia
secreta con él, que estaba en Praga y en una parte me decía:
En la segunda etapa hacen falta hombres, tú serás
bienvenido si yo estoy todavía, todo depende de ti y de nuestro
jefe.
Otras biografías describen al Che deprimido en Praga por
el fracaso del Congo y porque ya no podía regresar a Cuba.
El que no quería regresar era él, estaba totalmente
metido en su proyecto latinoamericano y Fidel le escribió para
convencerlo de que volviera más que nada por una cuestión
de seguridad. Durante varios meses se negó. Fidel le escribió
varias veces hasta que lo convenció. Regresó a Cuba, pero
ya tenía el proyecto de Bolivia, estaba aprobado y Fidel estaba
totalmente de acuerdo. Cuando volvió a Cuba, me mandó a
llamar. Fuimos al lugar totalmente secreto donde estaba. Llegamos en un
jeep con dos compañeros. Cuando entramos a la finca, vi a una persona
de camisa blanca y anteojos oscuros que toreaba un torito con una tela
roja. ¿Quién será ese loco?, bromeamos.
Nos acercamos y era el Che, no lo habíamos reconocido sin barba,
bien afeitado. Después, cuando el Che andaba por la finca, el torito
lo seguía a todas partes.
Se ha dicho que la operación en Bolivia se lanzó en
forma apresurada...
Se ha hablado de eso. Incluso lo discutí en esa última
etapa suya en Cuba. Estuve casi todo el tiempo con él. Le dije
que me parecía un poco precipitado. Y él decía que
no, ya tenía los contactos con los hermanos Peredo desde Praga.
Había contactos con el PC de Bolivia, que luego le negó
el apoyo. Pero él decía que era viable. Y desde el punto
de vista organizativo se veía que estaba bien, aunque la situación
de Bolivia era compleja, la situación topográfica también.
Teníamos la experiencia de Cuba y no lo veíamos como una
cosa tan difícil. Al contrario, tenía muchas más
condiciones que las que había al principio en Cuba, había
hombres más entrenados, más preparación y experiencia
que en la Sierra Maestra. Nosotros pensábamos que el Che era capaz
de eso y mucho más, estábamos confiados. A él se
lo veía confiado, totalmente optimista, yo creo que fue la etapa
en que lo vi con más entusiasmo, con más fuerza, en todo
sentido, tenía una confianza total en el proyecto de Bolivia.
¿Y cómo vivieron ustedes la noticia de la muerte del
Che?
El impacto fue brutal, mucha sorpresa, no imaginábamos para
nada que el Che pudiera fallecer en una guerrilla, por su experiencia.
Teníamos un poco de miedo porque era un combatiente demasiado agresivo
y a veces corría riesgos muy grandes. Para nada pensábamos
que iba a caer. Cuandoanunciaron que el Che había muerto, estuvimos
con Fidel viendo las fotos, no queríamos reconocerlo, pero era
el Che, imposible no reconocerlo. Un golpe muy fuerte.
¿POR
QUE ORLANDO BORREGO?
Por L.B.
Entre
el hombre y el mito
Al
cumplirse 34 años de su muerte, el 8 de octubre de 1967 en
Bolivia, son incontables las biografías escritas y filmadas
de Ernesto Guevara, al mismo tiempo que su imagen se repite hasta
el infinito en las camisetas de los jóvenes de todo el mundo.
El Che ya es un mito. Orlando Borrego, que fue guerrillero del Che
en El Escambray y luego viceministro de Industria cuando el Che
era ministro, afirma que esa visión es equivocada, que los
mitos son sobrehumanos y que el Che, en cambio, es un ejemplo de
lo que puede llegar a ser un hombre de carne y hueso.
Borrego visitó la Argentina para presentar su libro Che,
el camino del fuego, que edita aquí Nuevo Hombre, donde ofrece
una biografía con cartas inéditas, documentos y testimonios
directos que superan las disquisiciones y elucubraciones que tienen
la mayoría de las biografías del comandante guerrillero.
Su testimonio es uno de los más valiosos sobre la vida del
Che Guevara. Desde sus conversaciones sobre teoría económica
hasta las dudas planteadas por la guerrilla en Bolivia, así
como su descripción del hombre real, su carácter y
sus alegrías, su austeridad y sus vergüenzas, remueven
el bronce del prócer y aproximan su recuerdo al hombre real
que fue.
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