Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


EL CHE GUEVARA, A 34 AÑOS DE SU MUERTE, SEGUN ORLANDO BORREGO, VICEMINISTRO Y AMIGO SUYO DESDE EL ESCAMBRAY
�Siempre supimos que se iría, que su meta era América latina�

Se incorporó a la columna del Che poco antes de la toma de Santa Clara y lo acompañó hasta su partida a Bolivia. Conoció al comandante guerrillero y al ministro revolucionario, al hombre de carne y hueso, alegre pero a veces tímido, que soñaba con la liberación de América latina.

Por Luis Bruschtein

–¿Usted era militante del 26 de Julio en la ciudad y, por un problema de la represión, decidieron mandarlo a la sierra?
–Yo participaba en el movimiento clandestino en la ciudad de Olguín y participaba en la lucha urbana. Lo máximo para todos los que estábamos en la lucha urbana era incorporarnos a la Sierra Maestra, era nuestra ilusión, pero a la montaña no podía subir cualquiera. Para subir había que hacerlo con armamento. No todo el mundo iba. Yo había hecho dos intentos. El grupo nuestro tomó las armas, pero luego las perdimos. Hasta que se creó una situación muy compleja porque hubo un atentado. Se ajustició al jefe militar de la tiranía en la ciudad, un asesino, y yo tuve que salir huyendo hasta La Habana. Después hice un contacto con la red de la guerrilla y me incorporé antes de la invasión a Santa Clara.
–¿Su idea era incorporarse a la columna de Fidel, o directamente a la del Che?
–Nosotros sabíamos bien quiénes eran los jefes de cada columna, cómo eran, hablábamos mucho. El sueño era ir a la Sierra Maestra con Fidel, pero no podía llegar hasta allí. Estaba Camilo Cienfuegos, que era de los que habían llegado en el Granma, uno de los amigos entrañables del Che desde México, un tipo muy simpático, bien cubano, había sido soldado del Che y como se había destacado, le habían dado su columna. Mi idea era incorporarme a la columna de Camilo. Del Che decían que era un argentino, un tipo más serio, un intelectual. Cuando pude organizar mi salida a las montañas, las redes del Movimiento 26 de Julio decidieron que no podía ir a la columna de Camilo, porque estaba rodeado por el ejército, así que me incorporaron a la columna del Che. Fue un poco de casualidad que me incorporé a la columna del “argentino”, como le decíamos.
–Y la impresión que tuvo del Che cuando lo conoció, ¿coincidió con la idea previa que tenía de él?
–Yo diría que un poco más fuerte, la primera noche me encontré con él. Primero me recibió un compañero con el mayor cariño y atenciones. Llegó el Che y me presentaron, le dijeron que yo era un estudiante y me hizo una broma de esas que hacía, un poco fuertes, que “los estudiantes no son buenos combatientes”, me dijo. Y yo me encabroné y le contesté un poco ríspido, por eso después decía que yo era un poco “ogro”. “Si piensa eso, me tiene que probar para ver si sirvo en el combate”, le dije. Ese fue el primer momento espeso. Yo estaba acostumbrado a fumar cigarrillos americanos desde los 14 años, porque trabajaba en un almacén y me los regalaban. Entonces llevaba cigarrillos en la mochila porque sabía que en la montaña no había. Delante suyo encendí uno y entonces me dijo “además de estudiantico, fuma cigarrillos americanos, gustos burgueses”. “Mire, comandante, estos cigarrillos son muy buenos”, le contesté. Aflojó un poco la ironía y me dijo “bueno, la verdad los obreros americanos hacen productos muy buenos”.
–¿Y a partir de allí estableció una relación estrecha o fue otro subordinado en la columna?
–A partir de allí me mandó a una escuela de entrenamiento que había en el Escambray. El jefe de la escuela era un hermanazo, un gran amigo mío que era dirigente estudiantil de Camagüey. Los dos tratamos de que el Che nos diera una escuadra para irnos “por la libre”, solos a combatir fuera de toda la organización, un gran error nuestro que no cuento en el libro. Cuando Jesús Suárez Gayón “el Rubio”, que varios años después moriría en Bolivia con él, fue a proponérselo, poco menos que lo insultó por insubordinación. Entonces nos quedamos en la columna hasta la toma de Santa Clara. Cuando tomamos la ciudad, la ilusión de todos en la columna era seguir con el Che hasta La Habana, la entrada a La Habana era nuestro sueño, pero me llamó y me dijo que no, que necesitaba que me quedara como ayudante del comandante Ramiro Valdez, que era su segundo y quedaba como jefe del regimiento de Santa Clara.
–¿No pudo entrar a La Habana con el Che?
–No pude nada, sufrí muchísimo, seguí todo por televisión y radio. A los quince días, me llamó desde el regimiento de La Cabaña para que me hiciera cargo de la junta económico militar. Allí empezó un vínculo de trabajo diario. Como tenía que ver con la parte económica, con la parte financiera, tenía que llevarle todos los días los cheques para que los firmara, tengo de recuerdo una montaña de papeles firmados por el Che. Firmábamos juntos, él ponía “Che” simplemente, como hizo después con los billetes. En septiembre del ‘59, el Che había vuelto de un viaje al Japón, reunió a su columna para explicarnos el viaje y ya se lo había nombrado jefe del Departamento de Industrialización, que es previo al Ministerio de Industria. Yo estaba sentado allí, escuchando y me preguntó: “¿Borrego, te quieres venir conmigo a la aventura de la industrialización?”. Al otro día nos encontramos en su casa y estuvimos hablando mucho sobre las ideas de industrialización y nos hicimos cargo del Departamento.
–¿El Che era tan duro como dicen para discutir?
–El Che era muy exigente, muy duro para el trabajo, sumamente organizado por las tareas que tuvo que asumir, muchas veces tuvo que estudiar y aprovechar las experiencias de países capitalistas, incluso los norteamericanos. El carácter duro solamente se lo vi en momentos de una discusión fuerte, les exigía mucho a los subordinados y especialmente a los que teníamos vínculos con él desde la guerrilla. A nosotros nos exigía mucho en todo sentido. No permitía deslices de acomodamiento o privilegios de algún tipo, era muy exigente en la austeridad. El que respetaba eso no tenía problemas con el Che. Yo nunca los tuve. Incluso yo tenía rasgos que me molestaban un poco, porque era un poco rencoroso en las discusiones. Cuando discutía con él, duro, a mí me seguía el enojo por una semana. Pero a él se le pasaba al ratico y venía, te hacía bromas, te palmeaba la espalda y yo me quedaba rabioso y pensaba: “Oye, si hace un segundo nos peleamos duro”.
–Pero entonces no era tan serio como la fama que le habían hecho...
–No, qué va, le gustaban las bromas, era un hombre jovial, más bien alegre en todas sus relaciones. Con la ironía argentina, por supuesto. A algunos cubanos, cuando el Che les hacía un disparo así, pues, no lo entendían bien, no les gustaba mucho. Después fueron conociéndolo más, porque él se adaptó mucho a las características de los cubanos y se divertía mucho con esa forma de ser. Era todo muy intenso en esa etapa. Todos los fines de semana hacíamos trabajo voluntario con él en el campo, cortando caña o en la fábrica. Esa relación, de igual a igual con él, haciendo el mismo trabajo físico, comiendo la misma cosica allí en el campo, creaba una relación muy fuerte, incluso familiar, porque muchos iban a trabajar con sus hijos y los muchachos estaban siempre pegaditos al Che y se sacaban fotos con él.
–¿Y también se preocupaba por la situación familiar de su gente, como dicen que hace Fidel?
–El Che no tanto. Incluso una vez se hizo una autocrítica. Porque Fidel va a tu casa, come en tu casa o te invita a la de él, se pone a cocinar. El Che no era así. Una vez, en el año ‘63, se hizo un balance en el ministerio y se autocriticó muy fuerte porque no había visitado ninguna casa en La Habana. Yo recién me había casado, se acercó y me dijo: “Ya te casaste, yo estaba afuera del país, no me dejaste alguna cosita de la cena de la boda...”, y como recién se había hecho esa autocrítica, esa noche fue para mi casa y comimos algunas cosas que habían quedado de la boda, compartimos esa cena con mi señora. Hubo un momento en que se dio cuenta de que necesitaba más contacto con su gente. El contacto era trabajo, trabajo y trabajo, pero necesitaba un acercamiento más familiar. Una vez le hice una crítica muy fuerte porque no iba a la playa a bañarse. Fidel iba por ahí y si tenía ganas, se ponía un short y se metía al mar con la gente. El Che no, era inhibido en eso, hasta un poco tímido.
–Es raro que el Che, con esa imagen romántica, fuera tímido, o inhibido...
–Sí, al revés de Fidel, que va a una fiesta, comparte con todo el mundo y si alguien toca la guitarra, lo escucha y comparte. El Che, para nada, era sordo para la música y además no bailaba y si lo intentaba no le salía ni un paso. Con los trabajadores y sus compañeros, era de compartir y discutir todo, pero no tenía eso de compartir las fiestas, esas cosas que el cubano aprecia tanto, no tomaba tampoco, si acaso un poquito de vino.
–¿Y no le hacían bromas los cubanos por ese aspecto de su forma de ser?
–Los amigos lo volvíamos loco, le hacíamos bromas, lo cargábamos todo el tiempo y cuando iba a una fiesta todos empezaban a gritar “que el Che baile, que baile el Che”, se ponía rojo como un tomate y trataba de zafar, pero al final lo intentaba, aunque no le salía, siempre fue sordo para la música. Esos eran rasgos de su personalidad.
–¿Qué diferencia hay entre el mito del Che con el Che verdadero?
–Hay un abismo. El Che era un hombre de carne y hueso igual a cualquier otro. Se ha dicho que el Che es inalcanzable, que su planteo es sobrehumano y me parece importante verlo realmente como era. Era un paradigma tal que a veces nosotros mismos le decíamos: “Lo que tú haces no lo puede hacer todo el mundo, tienes una capacidad de sacrificio mayor...”. Qué sé yo. Entonces nos respondía que no aceptaba eso para nada, “aquí en Cuba hay gente mucho más sacrificada que yo, que aporta mucho más que yo”. Y ponía de ejemplo a los obreros que durante seis meses hacían doce o catorce horas diarias de trabajo voluntario, que se quedaban hasta altas horas de la noche. Y él decía: “Ese es superior a mí y mucho más”. Creo que esa imagen del Che inalcanzable es absurda, porque los Ches están en todos los pueblos, en Cuba y en la Argentina, en todos lados. Lo que sí, el Che tenía un nivel de austeridad muy grande. Nosotros ni el Che íbamos a sobrepasar el nivel de alimentación de un obrero, por ejemplo, y con su familia era igual. Yo era viceministro suyo, almorzábamos en el ministerio todos los días y comíamos lo mismo que los demás trabajadores y no admitía nada extra. Una vez, estando enfermo, con asma, muy mal, su secretario le llevó un poco de carne a su casa. Casi lo insultó y no quiso comerla. Nosotros lo retamos y le insistimos que tenía que alimentarse porque estaba enfermo y él se negó. “¿Qué quieren ustedes, que me corrompa? Por aquí se empieza”, nos dijo.
–Esa actitud de autoexigencia le daba una autoridad moral frente al pueblo...
–Ya en la Sierra Maestra se conocía su austeridad, su sacrificio, su audacia, todos decían que el Che era un ejemplo. Y ya después de la toma del poder siguió igual y la gente lo sabía. Entonces empezó a convertirse en un líder tremendamente respetado. Y todavía sigue esa imagen suya en Cuba.
–Después, el Departamento de Industrialización se convirtió en el Ministerio de Industrias.
–En 1961 ya se había estatizado toda la industria y entonces se comienza con el proyecto del ministerio. En septiembre de 1959 se crea el Departamento, pero a los pocos meses lo nombran al Che presidente del Banco Nacional, desde allá nos seguía atendiendo, yo quedo como jefe del Departamento, y cuando se crea el ministerio, pasé como viceministro, como segundo suyo.
–Algunos dicen que el Che no soportaba el trabajo burocrático en el ministerio y que ésa fue una de las razones para irse.
–Al contrario, el tiempo que trabajó en el ministerio lo hizo con un amor total, el primer año trabajábamos hasta las tres de la madrugada y, como una gran concesión, en el ‘63 decidimos hacerlo hasta la una. Era trabajo intensivo de dirección, estudio sistemático, de economía, de matemática, de formación lineal, de estadística, de contabilidad...
–¿Fue muy fuerte el debate que da el Che con el Instituto de la Reforma Agraria, alrededor de los estímulos morales y materiales para la producción?
–La polémica teórica no surge por contradicciones con el INRA sino porque había dos corrientes. El Che optaba por un modelo de dirección de la economía distinto del de la URSS. Había conocido eso allá. Pensaba que el sistema de dirección debía privilegiar los estímulos morales, y en segundo plano, los estímulos materiales. Y en una isla pequeña como la nuestra, con buenos medios de comunicación, pensaba en un esquema bastante centralizado en una primera etapa, con flexibilidad de descentralización a medida que fueran avanzando las empresas. Un fuerte control económico, un peso muy grande en la calidad de la producción, costos bajos, eficiencia muy alta y tomando el patrón organizador de los monopolios norteamericanos, su sistema de gestión y contabilidad. La otra corriente, optaba por copiar el modelo soviético. En términos de gestión y tecnología, ese modelo estaba muy atrasado. En Cuba ya existía la mecanización de sistemas administrativos con máquinas IBM de última generación en las empresas más importantes. Yo fui a la URSS mandado por el Che y me encontré con grandes empresas manejadas por un ábaco, ingenioso, pero de un atraso muy grande. Y la otra cosa que los soviéticos impulsaban era la independencia empresarial, un sistema que se llama de cálculo económico que tenía una fuerte influencia del mercado, cercano al capitalista. El Che decía que eso era una hibridización que a la larga iba a tender más hacia al capitalismo. Carlos Rafael Rodríguez, un compañero muy preparado, impulsaba ese modelo y fue como presidente del INRA. Pero no había enfrentamiento, la colaboración era máxima. El Che había creado una escuela gerencial para la administración pública y de allí salían los nuevos funcionarios del INRA también.
–¿El acento puesto por el Che en la industrialización no provocó una caída de la producción azucarera?
–Sobre eso se habla mucho y con poca información. Los años en que fue ministro, la producción creció, están las estadísticas. Hubo un gran aumento de la productividad. La industria azucarera era la expresión máxima de la explotación del capitalismo en Cuba. Las condiciones de los trabajadores eran horribles. El gobierno nunca dejó de priorizar el azúcar, pero hubo una línea que impulsó más la diversificación de la agricultura, en contra de lo que pensaba el Che, y eso produjo un bajón en la producción. En 1963, ante esa situación se creó una Comisión Nacional Azucarera para el rescate de la industria y me dieron la responsabilidad de presidirla, hasta 1964 que fui ministro de la Industria Azucarera. La forma de explotación del azúcar era muy atrasada y nosotros tuvimos que industrializarla, tecnificarla. La política del Che era mecanizar la producción agrícola, no solamente para mejorar las condiciones de trabajo sino también para aumentar la producción. Cuando se recuperó la industria azucarera hubo que movilizar hasta 300 mil trabajadores anuales para cortar caña, hasta que se logró la mecanización y, en tres o cuatro años, sólo teníamos que movilizar cien mil.
–En muchas de sus biografías, se dice que el Che decide ir al Africa y a Bolivia, después que su política en el ministerio es derrotada...
–Esa es otra falsedad histórica. Cuando el Che se fue, la polémica ya había pasado y se había llegado a una síntesis en la que estuvo de acuerdo. No hubo ningún tipo de confrontación. En esa época, una periodista mexicana amiga de Cuba, pero mal informada, me escribió con esta tesis. Yo le respondí en una carta donde le demostraba que era absolutamente inexacto. Y dio la casualidad de que cuando estaba por mandarla, el Che había regresado a Cuba desde el Congo y se la mostré. Le hizo unos arreglos y se la mandamos. Ahí se demuestra esa falsedad.
–Cuando estaba en el Ministerio, ¿el Che hablaba de su proyecto revolucionario en América latina?
–Yo diría que diariamente. Siempre lo tenía en la cabeza. Eventualmente hablaba de la Argentina, pero no hacía énfasis en eso sino en América latina. Por supuesto, los más allegados sabíamos que su objetivo supremo era la Argentina. Hablaba todo el tiempo con personalidades de América latina que le escribían o pasaban por Cuba, desde militantes, artistas y científicos. Cuando fue la guerrilla en Salta estábamos convencidos de que se venía para la Argentina, porque incluso había dos colaboradores cubanos muy cercanos a él, Hermes Peña y Alberto Castellanos, miembros de su escolta. Cuando fracasó lo de Salta, pensamos que se quedaría en Cuba. Pero empezó la etapa del Congo, que siempre la pensó como preparatoria para América latina. Incluso fue al Congo como asesor, no como jefe. Cuando se quebró lo del Congo, empezó el proyecto de Bolivia.
–Ustedes, que eran sus colaboradores, daban por seguro que el Che en algún momento se iría, en tanto el resto del mundo pensaba que se iba a quedar...
–Todo el mundo pensaba que el Che era un hombre que estaba en el poder, que era un personaje central en Cuba y demás, y que no abandonaría eso. Nosotros siempre supimos que en algún momento se iría. Cuando se incorporó al movimiento revolucionario le dijo a Fidel que asumía todo el compromiso con Cuba, con la única condición de que en determinado momento se le permitiera marchar para seguir la revolución en América latina. No hay otra explicación que esa y cualquier militante revolucionario lo puede entender. Cuando el Che se marchó al Congo, yo quería acompañarlo, pero ya me habían castigado, digo yo, con el cargo de ministro y en ese momento era el ministerio más importante de todo el país, entonces me dijo que era imposible, que quizás más adelante... Cuando terminó lo del Congo, yo tenía una correspondencia secreta con él, que estaba en Praga y en una parte me decía: “En la segunda etapa hacen falta hombres, tú serás bienvenido si yo estoy todavía, todo depende de ti y de nuestro jefe”.
–Otras biografías describen al Che deprimido en Praga por el fracaso del Congo y porque ya no podía regresar a Cuba.
–El que no quería regresar era él, estaba totalmente metido en su proyecto latinoamericano y Fidel le escribió para convencerlo de que volviera más que nada por una cuestión de seguridad. Durante varios meses se negó. Fidel le escribió varias veces hasta que lo convenció. Regresó a Cuba, pero ya tenía el proyecto de Bolivia, estaba aprobado y Fidel estaba totalmente de acuerdo. Cuando volvió a Cuba, me mandó a llamar. Fuimos al lugar totalmente secreto donde estaba. Llegamos en un jeep con dos compañeros. Cuando entramos a la finca, vi a una persona de camisa blanca y anteojos oscuros que toreaba un torito con una tela roja. “¿Quién será ese loco?”, bromeamos. Nos acercamos y era el Che, no lo habíamos reconocido sin barba, bien afeitado. Después, cuando el Che andaba por la finca, el torito lo seguía a todas partes.
–Se ha dicho que la operación en Bolivia se lanzó en forma apresurada...
–Se ha hablado de eso. Incluso lo discutí en esa última etapa suya en Cuba. Estuve casi todo el tiempo con él. Le dije que me parecía un poco precipitado. Y él decía que no, ya tenía los contactos con los hermanos Peredo desde Praga. Había contactos con el PC de Bolivia, que luego le negó el apoyo. Pero él decía que era viable. Y desde el punto de vista organizativo se veía que estaba bien, aunque la situación de Bolivia era compleja, la situación topográfica también. Teníamos la experiencia de Cuba y no lo veíamos como una cosa tan difícil. Al contrario, tenía muchas más condiciones que las que había al principio en Cuba, había hombres más entrenados, más preparación y experiencia que en la Sierra Maestra. Nosotros pensábamos que el Che era capaz de eso y mucho más, estábamos confiados. A él se lo veía confiado, totalmente optimista, yo creo que fue la etapa en que lo vi con más entusiasmo, con más fuerza, en todo sentido, tenía una confianza total en el proyecto de Bolivia.
–¿Y cómo vivieron ustedes la noticia de la muerte del Che?
–El impacto fue brutal, mucha sorpresa, no imaginábamos para nada que el Che pudiera fallecer en una guerrilla, por su experiencia. Teníamos un poco de miedo porque era un combatiente demasiado agresivo y a veces corría riesgos muy grandes. Para nada pensábamos que iba a caer. Cuandoanunciaron que el Che había muerto, estuvimos con Fidel viendo las fotos, no queríamos reconocerlo, pero era el Che, imposible no reconocerlo. Un golpe muy fuerte.

¿POR QUE ORLANDO BORREGO?

Por L.B.

Entre el hombre y el mito

Al cumplirse 34 años de su muerte, el 8 de octubre de 1967 en Bolivia, son incontables las biografías escritas y filmadas de Ernesto Guevara, al mismo tiempo que su imagen se repite hasta el infinito en las camisetas de los jóvenes de todo el mundo. El Che ya es un mito. Orlando Borrego, que fue guerrillero del Che en El Escambray y luego viceministro de Industria cuando el Che era ministro, afirma que esa visión es equivocada, que los mitos son sobrehumanos y que el Che, en cambio, es un ejemplo de lo que puede llegar a ser un hombre de carne y hueso.
Borrego visitó la Argentina para presentar su libro Che, el camino del fuego, que edita aquí Nuevo Hombre, donde ofrece una biografía con cartas inéditas, documentos y testimonios directos que superan las disquisiciones y elucubraciones que tienen la mayoría de las biografías del comandante guerrillero.
Su testimonio es uno de los más valiosos sobre la vida del Che Guevara. Desde sus conversaciones sobre teoría económica hasta las dudas planteadas por la guerrilla en Bolivia, así como su descripción del hombre real, su carácter y sus alegrías, su austeridad y sus vergüenzas, remueven el bronce del prócer y aproximan su recuerdo al hombre real que fue.

 

 

PRINCIPAL