Por
Irma Parentella*.
Una puerta para el cambio
...O
se está con lo viejo, que debe morir, o se lucha por lo nuevo,
que esta crisis debe ayudar a alumbrar.
Carlos Chacho Alvarez
Un
año atrás, cuando el 6 de octubre de 2000 se produjo la
renuncia del vicepresidente de la Nación, Carlos Chacho
Alvarez, Guillermo ODonnell reflexionaba en un artículo publicado
en Página/12 sobre algunos síntomas que parecían
predecir la muerte lenta de la democracia argentina. Se refería,
además, a la distancia de los actores políticos respecto
de la ciudadanía y al enojo, alienación y cinismo
de la población, que siente que las decisiones políticas
no apuntan a resolver sus anhelos y pesares. Hay, sin duda,
una actitud de descreimiento y poco entusiasmo ante las elecciones del
próximo 14 de octubre. Pero el repudio de la sociedad implica un
reclamo de cambio. Desde el hartazgo de sus problemas irresueltos, pide
acción. Y ser gobernada desde sí misma, hecho sólo
posible con la política en la escena del poder, más allá
de la feroz lucha del mercado por ocupar ese lugar.
Aun coincidiendo con los síntomas descriptos por ODonnell,
quiero reafirmar que la política puede ser herramienta de cambio
social. Es posible ejercer un cargo electivo con ética y usarlo
al servicio de la construcción de una sociedad más justa
y menos excluyente. Teniendo presente que la corrupción, como contrapartida
de la ética, impide la consolidación de las instituciones
democráticas.
La interrupción del vínculo entre los políticos y
la gente, notoria e indudable, es el resultado de una vieja forma de hacer
política, hoy en crisis. Es esa anacrónica forma la que
empezó a ser cuestionada con la denuncia de Alvarez sobre los sobornos
en el Senado. Si bien la Justicia aún no pudo comprobar que esas
coimas hayan existido, la denuncia del ex vicepresidente permitió
que tomaran estado público otros temas de corrupción y que
se empezaran a discutir distintos proyectos de reforma política.
En un país donde un tercio de la población está sumido
en la pobreza y algunas de las legislaturas argentinas lo están
en el despilfarro, la corrupción no es únicamente un problema
moral. Si se compran y venden leyes, la política deja de ser reguladora,
los representantes del pueblo dejan de ser tales, sólo son funcionales
al modelo. Si se aceptan maniobras irregulares de los grupos económicos,
éstos obtendrán determinada posición en el mercado.
Con esas certezas es que entiendo las próximas elecciones y la
renovación total del Senado como una oportunidad para todos. Hay
que reformar el funcionamiento del Poder Legislativo, pero también
garantizar nuevos modos de participación ciudadana para que haya
mayor control social.
Cambiar representará para algunos abandonar la idea de hacer política
como proyecto económico y de poder personal, para otros aceptar
definitivamente que no es solidaridad sino encubrimiento la protección
de quienes usan la política para la comisión de delitos.
Más allá de la incredulidad de la mayoría, habrá
muchos que seguirán trabajando con honestidad para que la política
sea lo que debe ser. Para unos y otros, surge el desafío de acortar
las distancias entre quienes ocupan una banca y quienes los votaron para
ejercer el cargo.
Tal vez cuando la ética en la función pública sea
definitivamente una cuestión inherente al juego político
será posible la reconciliación entre los políticos
y la gente.
* Diputada nacional Frepaso.
Por Franco Castiglioni*.
El verdadero problema
Son
múltiples las opiniones de los votantes de Chacho Alvarez acerca
de su renuncia a la vicepresidencia. A modo de ejemplo se pueden resumir
las más comunes en una secuencia temporal: en un primer momento
se trató de un gesto de gran valor republicano inédito para
un político que ostentando las ventajas del poder no titubeaba
en dejarlas para que la impunidad no pasara oculta tras un cambio de gabinete
que premiaba a los sospechados. Luego, cuando decantaron las emociones,
llegó para muchos el rechazo a la renuncia por abandonar un cargo
institucional al que se accedió por mandato popular. Frecuentemente
se alegó que debía haber continuado la lucha desde adentro,
que no obstante la adversidad se trataba sólo de una batalla perdida,
que la campaña para renovar las instituciones sería tan
compleja como duradera.
Hacemos hincapié en la opinión de quienes lo votaron elección
tras elección. No nos ocupamos acá de quienes festejaron
corporativamente su alejamiento por haber dado prensa desde el poder a
la corrosiva práctica de las transacciones y los intercambios entre
dinero y política.
Para quienes lo votaron tal vez sea el momento de repensar la experiencia
de la Alianza. Y especialmente para Alvarez. A nuestro entender el castigo
a Chacho Alvarez es de otra dimensión del que la sociedad expresa
hacia otros dirigentes. No está puesta en duda su honestidad, lo
que representa un valor inmenso en un país sin esperanzas que discute
si votar en blanco o ensobrar una feta de salame el próximo domingo
14 de octubre. Tampoco su integridad al ir de frente contra la degradación
institucional, sin importar si estaba pisando los pies de sus aliados.
No faltan quienes justifican su salida del poder como un sacrificio consciente
para ahorrar al sistema político el conflicto permanente entre
Presidente y vice, tratándose de un gobierno de coalición,
y Alvarez el líder de una de las dos fuerzas gobierno, y depositario
entonces de una popularidad que opacaba la del Jefe de Estado.
Pero aquí reside el problema que la renuncia puso finalmente a
la luz: no se trató en ningún momento de un gobierno de
coalición entre partidos. Alvarez siguió la tradición
presidencialista y delegó de hecho en el Presidente la potestad
constitucional de nombramientos y decisiones políticas. Pero no
era admitido al círculo de decisiones. Siendo una coalición,
se debía entonces llevar adelante los programas acordados y hacerlo
a través del consenso entre los socios. ¿Dio acaso De la
Rúa señales de querer comportarse como la Concertación
en Chile? ¿Acaso su conservadurismo político y económico
se estaba ablandando? La reacción del vicepresidente fue tardía,
cuando ya había aceptado el nuevo ajuste, la precarización
laboral y la primera reducción de salarios. Cuando cambió
el rumbo dirigió su batalla abiertamente donde pocos estaban dispuestos
a acompañarlo, aun entre los suyos. No era una gesta contra el
neoliberalismo. Era empezar por casa, por el Senado, la que los críticos
consideran livianamente la batalla por la democracia formal.
Es legítimo, como piden algunos, que el regreso de Alvarez a un
primer plano deba ser acompañado de una autocrítica. Pero
esa revisión (más que autocrítica) debería
ser esencialmente política, organizativa, programática y
sobre todo dirigida al futuro para no repetir errores, para construir
organización, proyectos sin improvisación, y saber que más
vale el tiempo al fracaso inmediato. Pero el 6 de octubre ya es historia
vieja.
*
Politólogo.
|