Por
Felipe Yapur
Hasta
hace unos días, en Tucumán, el ex dictador Antonio Bussi
creía que la suerte electoral de su partido Fuerza Republicana
(FR) estaba echada. Las elecciones legislativas en esa provincia prometían
un rotundo triunfo del justicialismo y un seguro segundo puesto para la
Alianza. Entonces llegó la inesperada reivindicación judicial
con que se benefició al genocida cuando el procurador general,
Nicolás Becerra, remitió a la Corte Suprema la decisión
sobre si fue mal o bien excluido de su banca de diputado el año
pasado. Esto les permitió a los bussistas recuperar a su anciano
conductor que explota ahora una imagen de líder perseguido
para la campaña electoral y así intentar desplazar en esta
última semana a los radicales.
La decisión de Becerra sacó del ostracismo al genocida que,
después de que fuera expulsado de su banca de diputado nacional
por manifiesta inhabilidad moral y política, se había
dedicado a recorrer la provincia lejos de cualquier cámara de televisión.
La idea era evitar que se le desperdigue la tropa de cara a la campaña
electoral actual. Cuando ésta comenzó, Bussi padre prácticamente
no aparecía. Estaba escondido detrás de su hijo Ricardo,
que para esta oportunidad recurrió a un ortodoncista que se encargó
de renovarle la maltrecha sonrisa. Pero ni la nueva dentadura del actual
legislador nacional lograba el despegue que necesitaba FR en las intenciones
de votos. Hasta que apareció Becerra.
Era el golpe de efecto que los republicanos necesitaban, una reparación
moral no sólo a su persona, sino también a su familia, al
pueblo de Tucumán y al partido, como afirman sus seguidores.
Bussi volvió a la superficie con furia acumulada, lanzando feroces
críticas contra el gobernador Julio Miranda y los traidores
a su partido, entre los que incluyó expresamente a su ex
vicegobernador, actual intendente capitalino y aliado del gobierno justicialista,
Raúl Topa.
Los bussistas intentan ya no triunfar no tienen tiempo ni posibilidades
sino garantizarse el senador por la minoría (Pablo Walter es el
candidato) desplazando al radical y ex titular del Anses Rodolfo Campero,
e intentar retener al menos una de las dos bancas de diputados que tienen
en juego. El PJ es el enemigo de los bussistas y allí reside la
razón de sus ataques a la actual administración a la que
denominaron corrupta, el adjetivo preferido del genocida Bussi.
El candidato aliancista no las tiene todas consigo. Si bien es un dirigente
que posee una de las mejores imágenes positivas de la fauna política
tucumana, tiene que remar para su desgracia con el lastre
que significa representar al pésimo gobierno de Fernando de la
Rúa.
Los únicos que sonríen en Tucumán están en
las filas del oficialismo justicialista. Las últimas encuestas
con que cuenta Miranda le dan a su candidato a senador, el radical y ministro
de Economía, José Alperovich, un triunfo contundente. Según
los datos de una consulta realizada por Julio Aurelio, el PJ tiene un
40 por ciento de intención de votos contra el 20 de Fuerza Republicana
y el 19 de la Alianza. Atrás, lejos, con apenas 14 por ciento se
encuentra la escisión del peronismo local llamado Frente para Todos
(FT), que tiene como cabeza de lista a la actual diputada Olijela del
Valle Rivas. El FT es una rara conjunción de peronistas como el
ex ministro de Gobierno mirandista José Falú (hoy candidato
a diputado nacional), el ex jefe de campaña duhaldista Julio César
Aráoz, y el titular del partido Bandera Blanca y ex diputado nacional
por el bussismo, Ezequiel Avila Gallo.
Entre los aspirantes a diputados la pelea es más reñida.
Los datos que arrojan la encuesta de Aurelio todavía no publicada
en Tucumán.- señalan que el PJ tiene una intención
de voto del 36 por ciento, FR asciende a 20 puntos y la Alianza a 18.
Falú, del Frente para Todos, tiene apenas un 15. En los mentideros
políticos locales se dice que el peronismo se alzará con
dos bancas (Stella Maris Córdoba y Roque Alvarez), el bussismo
retendrá al vástago del genocida en el Congreso y los radicales
lograrán que Ramón Graneros reemplace al actual diputado
Alfredo Neme Scheij.
Restan seis días para los comicios. Miranda, si bien sonríe,
tiene que superar un escollo y es el de mantener los 230.000 votos que
consiguió en octubre de 1999. Esta vez no cuenta con todo el peronismo
de su lado, es por ello que si mantiene esta marca o la supera, el gobernador
no sólo habrá triunfado, sino que también habrá
sumado un socio importantísimo en su proyecto regional y que es
Alperovich. El ruso, como los llaman propios y extraños,
mantiene hasta hoy pese a las denuncias de corrupción que
hay en su contra una imagen positiva superior al 40 por ciento,
es para muchos una especie de Domingo Cavallo del primer gobierno menemista.
Los mirandistas suelen afirmar que estas elecciones serán el primer
paso de una larga y extensa sociedad entre Miranda y Alperovich.
OPINION
¿De
qué se quejan?
Por Eduardo Aliverti
Los
oficialistas son opositores, los opositores son oficialistas y los
ministros votan a la oposición. Pero no es un aquelarre de
origen desconocido. Se sabe, y bien, que el punto es que hablan
todos a media lengua. A veces hay grises y a veces no, y ésta
es de las veces que no: o se pone algo en el bolsillo popular de
la manera y con el instrumento monetario que fuere, o sólo
espera empeorar lo peor. Eso se llama que el Estado vuelva a jugar
un papel activo; que le mande o por lo menos le empate a los
mercados, que tienen nombre y apellido; que saque de quienes
tienen más y ponga en quienes tienen menos. Los liberales
y su pensamiento único dicen que apelaciones como ésas
son antigüedades demagógicas, consignistas. Que digan
lo que quieran, pero es así o todas son estrofas vacuas.
Lo que se viene, o lo que ya está siendo, es López
Murphy en cuotas. El gran desafío que les queda es animarse
con(tra) la Universidad. El resto ya casi está, incluyendo
al PAMI en colapso, la quita del incentivo docente y las provincias
en guerra. Hasta dónde vayan a poder no es una cuestión
de economía sino de política. Por enésima vez:
el ajuste no tiene más límite que la reacción
de los ajustados. Reacción con conciencia del enemigo, con
organización después de la conciencia y con lucha
después de la organización. Es más viejo que
la escarapela. En nada de todo eso cuaja el voto en blanco, ni poner
una feta de salame en la urna, ni quedarse en casa el domingo 14.
Son actitudes individualistas que expresan el descontento, pero
no construyen nada. Eso le sirve al sistema, al modelo, a ellos.
Si el hartazgo es no comprometerse, ellos seguirán tranquilos.
No sirve la bronca que no se vertebra. No sirvió nunca y
no servirá jamás. El lugar de esa ausencia de organización
del hastío lo ocuparán ellos con sus números
de estabilidad, convertibilidad, factibilidad. O devaluación
o dolarización o las dos cosas. ¿O no es el mismo
lugar que ocupan hace años y años gracias a tanto
ciudadano facilista que vota por sus opciones, por sus eslóganes,
por sus vacuidades, por sus publicidades, por sus debates falsos?
Ya van para veinte años de democracia, por ponerle un nombre,
y la gente, como se dice ahora, los sigue votando. Porque efectivamente
los vota; porque se impugna el voto; porque se vota en blanco o
porque no se va a votar.
¿De qué se queja esa gente que los sigue votando?
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