Por
Sergio Kiernan
Si
la batalla iba bien, los oficiales se reunían por invitación
del capitán y en su cabina, a comer desaforados. Era el hambre
de la guerra, el apetito que despierta pelear, por lo que se dejaban un
poco de lado los modales, se toleraba engullir, manotear de la fuente.
Pero al terminar la comida, se volvía a la civilización
junto al botellón de buen cristal cortado ganaban bien los
capitanes enchido del mejor port disponible. Se bebía mucho,
se bebía pasando con cortesía el decanter, se bebía
al rey y a la vida conservada.
Al llenarse de oporto hace ya dos siglos, la marina de Lord Nelson hacía
anfibia una costumbre por entonces medio que novedosa, que nos llega en
intacta continuidad. Ese vino fuerte, alcohólico, de gusto complejísimo,
hace mucho que ayuda a arrancar y a terminar comidas. Es que en al menos
estas cosas la humanidad no es sonsa: un buen oporto tiene 120 uvas distintas,
añejamientos bizantinos, cuidados de tesoro. Y se nota.
El comienzo es en Portugal, en el valle del río Douro el
mismo que en España se llama Duero donde se aterrazaron paredes
muy picadas para cultivar uvas y más uvas. Nadie sabe cuándo
llegó la vid por esos pagos: los romanos dejaron anotados, hace
veintipico de siglos, que ya había vino y no estaba nada mal. Douro
tuvo la primera denominación de origen controlada del mundo. En
1756 se demarcó la región, con los mismos límites
oficiales que sostiene hoy.
La fama del vino la hicieron los ingleses, insaciables consumidores de
algo que no producían ni producen. Aristócratas, burgueses
y clases medias bebían vino francés de a buques enteros,
y para el 1700 ya habían creado una etiqueta de vinos-tragos que
incluía al jerez, al madeira y a ese vino portugués dulce
que venía del puerto de Oporto, palabra que se pronuncia alternativamente
como Porto o Port. El romance inglés sigue aún hoy la
mayoría de los elaboradores de oporto son compañías
británicas, aunque los franceses son los primeros tomadores
del mundo.
El oporto
es un vino complejo, que puede ser blanco o tinto, pero siempre es un
genérico en el que participan hasta 120 cepas de uva diferentes.
Para los tintos hay cinco uvas que son las protagonistas: la tauriga nacional,
la tauriga francesa, la tinta roriz que también se llama
tempranillo y las románticamente llamadas tinta barroca y
tinta cao. Para los blancos, hay que tener malvasia-fino, malvasia-rei,
rabigato, codega y viozinho.
Explica Emilio Garip el restaurateur dueño de Oviedo, importador
de la línea Graham y enamorado de los oportos que trae que
este vino es encabezado: al pobre le paran la fermentación
antes de tiempo con un baño de orujo, potente aguardiente de uva
de 70 grados de alcohol, explosivo. Como el oporto no madura como los
otros vinos, le quedan los azúcares de la uva, lo que le da su
carácter dulce. El proceso implica además que un oporto
tiene 22 grados de alcohol, bastante más que sus colegas convencionales.
Pero como siempre en estas cosas, nada es tan sencillo. Existen dos tipos
generales de oporto, de acuerdo con cuánto tiempo pasan en su barril,
y cada tipo se divide en subespecies. Explica el portugués Raul
Riba DAve, especialista y autor de un pasaporte que
editó Garip, que hay un tipo que envejece sólo en su barrica
o tonel, y que cuando se embotella está listo para beber. Sus subespecies
son el Ruby, el Tawny, el Vintage Character, el Blanco, el Tawny con Indicación
de Edad, el Colheita y el LBV Late Bottled Vintage con tratamiento.
El otro tipo de oporto es el que pasa menos tiempo en su barril y termina
su evolución en la botella. Sus categorías son la LBV y
la Vintage.
Ya mareados por estas variedades, hay que convenir en algunas cosas: sus
colores van del blanco de vino al rojo más oscuro, pasando por
un interesante color oro. Sus texturas van de lo fuerte a lo delicado
y fresco. Y todos tienen eso que tanto se busca al beber: carácter.
Tradicionalmente, los blancos se beben antes de comer, fríos pero
no mucho, y los tintos después, a temperatura ambiente y sin mirar
la heladera ni de lejos. Garip recomienda cruzar el oporto con sabores
amargos, agridulces o fuertes, como quesos, chocolate amargo o un habano,
y tener cautela con los postres dulces, que le compiten en azúcares.
Riba DAve, por su parte, agrega golosamente picadas fuertes chorizos,
salames, castañas y frutos secos de todo tipo, y ensaladas
de fruta. En Argentina y por curiosidad, el portugués tomó
port con empanadas de carne y quedó encantado.
Como en la mesa de los capitanes, el oporto es un vino muy social y aporta
cierta ceremonia. Para los tintos se suele usar un botellón o decanter
para trasegarlo de la botella, porque suelen tener mucho poso. Las copas
tienen que ser más altas que anchas, pueden sin inconveniente ser
las que se usan con el vino y deben llenarse poco un tercio, menos
de la mitad porque es cortés servirse muchas veces. Anota
Garip que el botellón circula siempre hacia la izquierda y que,
si está en constante movimiento, uno está en buena compañía:
él recibe la tradición por vía portuguesa, otras
fuentes le dan un origen naval.
En Argentina el oporto era, con el licorcito de fruta, cosa de abuelas.
Sería una pena: hoy se consigue toda la batería de Graham,
Ferreira y Quinta de Noval, con precios que van de los 13 a los 600 pesos
(por un magnum Grahams preparado para el milenio). Por suerte, reporta
Garip que la costumbre se extiende y se renueva, como ya ocurrió
en Estados Unidos, otro país que no tenía el hábito.
El único inconveniente que tiene el oporto es que hay que tomárselo:
como es un vino, la botella ya abierta resiste lo que una de vino, un
par de días y hasta menos si es de los viejos. Habrá que
hacer un sacrificio.
El
secreter
Matrimonio
El
humanista Denis de Rougement sostiene que la esperanza sostenida
de que el matrimonio afianzará la pasión es la fuente
del infortunio marital. Nos casamos para proteger la emoción
pasajera que el matrimonio destruye inevitablemente. Quizás
habría menos divorcios si las parejas se acercaran al matrimonio
con menos ardor y más ironía. (Norrie Epstein)
Sinceridad
Un poco de sinceridad es algo peligroso. Utilizada en exceso,
es algo absolutamente fatal. (Oscar Wilde)
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Sobre
gustos...
Por Sandra Russo
Abrazar,
ser abrazado
Dormimos.
Dormimos acompañados. Posiblemente antes de dormirnos haya
habido, entre nuestro cuerpo y el del otro, entre nuestra mente
y la del otro, un intercambio, un juego, una escaramuza, una actuación,
una lucha, un escape, un rito conocido, una revelación, un
viaje a dúo. Posiblemente esa solidaridad entre los cuerpos
y las mentes que practican quienes se quieren nos haya hecho dormirnos
rendidos, agradecidos y en paz. O acaso no, tal vez justo esa noche
hayamos cada uno leído o mirado la tele, y el cansancio nos
haya derrumbado, y el sueño nos haya ido acercando sin darnos
cuenta, pie con pie, mano con espalda, codo con cintura, boca con
nuca.
Como fuere, lo cierto es que ¿ladró un perro
en la vereda?, ¿lloró el bebé del vecino?,
¿se cruzó un fantasma en nuestras visiones más
profundas? hay un entresueño, un repentino y pasajero
regreso a la vigilia, y en él somos vagamente conscientes
de ese abrazo, de ese roce. Medio dormidos, medio despiertos, reconfirmamos
el contacto: la mano se agita levemente, acaricia la espalda; el
pie se funde con el otro pie; el codo percibe la tibieza de esa
cintura; la boca besa esa nuca: sentir el abrazo del ser querido
o ser nosotros quienes lo abrazamos es, en ese estado de ligera
ausencia, en esa breve confusión de la madrugada, una de
las pocas formas de nirvana posible. Entregados, con la guardia
baja, sin máscara, sin rímel, sin tics, sin vergüenza,
sin miedo, sin control, volvemos del sueño y ahí está
ese cuerpo cuyo dueño duerme también abandonado a
nuestro lado, también desarmado, también expuesto
a nosotros porque sabe que hay alguien, por lo menos alguien, ante
quien se puede estar desnudo.
Y en ese entresueño se comprueba que de lo que se trata,
en el amor, es de otra desnudez. Que nunca menos que en esa escena
un cuerpo es sólo un cuerpo: en ese abrazo amoroso, entredormido,
su cuerpo es una temperatura que da confianza, un olor que da reparo,
nuestros músculos y nuestras nervaduras se acoplan al sonido
de su respiración, todo está bien, él está
aquí. Hacerse compañía aun en ese estado de
ausencia extraña que es el sueño es un regalo que
diariamente se dan hombres y mujeres, buscando un refugio que encuentran.
Y muy pocas veces en la vida se busca lo que se encuentra.
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