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�Si lo que uno toca no emociona, entonces la técnica no vale nada�

Pablo Agri asume el peso que implica ser hijo de Antonio, pero sin conflictos: el disco �Agri X 2� es quizá la mejor prueba.

Por Fernando D’Addario

Pablo Agri es violinista y es el hijo de Antonio Agri. El orden de las referencias es indistinto, pero el apellido, multiplicado por dos, da como resultado un CD de “tango sinfónico”. La operación matemática no es tan rigurosa. El peso artístico e histórico de Agri padre se impone naturalmente y el hijo, de 33 años, asume que el disco “es la presentación de mi viejo como compositor”. Es que Agri X 2 se gestó hace tres años, poco antes de la muerte del notable ex violinista de Piazzolla. “Se murió una semana después de que lo terminamos”, señala Pablo en la entrevista con Página/12. “Yo no creo mucho en nada, pero me parece que él sabía lo que se le venía. Me acuerdo de que en las últimas semanas lo veía ansioso, apurado, quería terminar el disco cuanto antes, y yo le decía que no había apuro. Evidentemente sí había apuro”.
El disco está dividido en tres partes. Dos de ellas se llaman “SP de Nada” (Sin pretensión de nada) y “SP de Nada II”. Un prurito que nació de la humildad de Antonio y, acaso, de cierta culpa que experimentan los tangueros y los músicos clásicos cada vez que deciden incursionar en ese terreno ambiguo que la industria discográfica bautizó “crossover”. El CD tardó tres años en aparecer. “Es que estuve dos años sin poder ni siquiera escuchar la música de mi viejo, porque me rompía el alma. Después lo hablamos en familia y decidimos que debía salir”. La producción del disco fue curiosa: Antonio se fue a Letonia, donde grabó con la Orquesta Sinfónica de ese país. Trajo el dat, y padre e hijo pusieron los dos violines en los estudios Ion. La dirección le correspondió a Pedro Ignacio Calderón y las orquestaciones a Guillo Espel y Oscar Laiguera. Lo tocaron dos veces en vivo, en Bahía Blanca y en Ituzaingó, cuando aún no habían finalizado la grabación. “No se por qué, pero el viejo no era de escribir mucho. Hay otras tres obras inéditas, que espero puedan salir alguna vez”.
–¿Qué pesó más en su carrera, la vivencia cotidiana de tenerlo a su padre o la formación académica?
–En mi caso, las dos cosas. Para mí es importante tener la técnica. Ahora, si con esa técnica tocás una nota y no tenés capacidad para emocionar aunque sea un poquito, entonces no sirve de nada. Era muy normal para mí estar con mi viejo, pero nunca estudié con él. Eso sí, a diferencia de muchos de mis colegas generacionales, mi violín siempre estaba afinado. No me puedo comparar con él. Mi viejo improvisaba y hacía cosas increíbles, que yo no podría hacer nunca. El no estudiaba violín. Yo, en cambio, me la paso estudiando y digo “¿cómo hacía?”
–También tuvo la oportunidad de trabajar con él en muchos proyectos.
–Sí, y era difícil laburar con mi viejo. Era un tipo muy bueno, pero estando en un grupo, ser su hijo generaba a veces situaciones incómodas. Cualquier quilombo que había la ligaba yo, y terminábamos saliendo con los atriles a las puteadas. Era un personaje. Un tipo serio, aunque estuviera tocando el tango más revolucionario. Cuando veo en Solo Tango el Quinteto de Piazzolla, lo que más me llama la atención era la sobriedad que tenían los músicos, mientras estaban tocando unas cosas que... mamma mía.
–¿Llegó a ver a su padre con el Quinteto?
–No me acuerdo de casi nada. Yo nací con la operita María de Buenos Aires. El se fue del quinteto en el 76. Tenía que presentarse con la Orquesta Estable del Colón, coincidían las fechas, y Piazzolla se enojó. Estuvieron nueve años sin hablarse. Lo volvió a convocar en 1985. Hizo una gira por Italia, con Milva, y después iban a actuar en el Opera, pero mi viejo se pegó un palo bárbaro en Chascomús y no pudo actuar. Muy poca gente sabe que él estuvo por segunda vez con Piazzolla.
–¿Participó en alguno de los homenajes a Piazzolla?
–Creo que en ninguno. Fue a verlo poco antes de morir. Astor ya estaba muy mal, no reconocía casi a la gente. Y mi viejo siempre fue de la idea de que los homenajes hay que hacerlos en vida. –¿Con su padre pasa algo parecido?
–Mire, hace un tiempo fui a Japón y me dieron los tres discos que grabó con el conjunto de arcos en 1979. Cuando mi viejo fue a pedir aquí que los editaran en CD, en el sello le dijeron que se había borrado la matriz. Después de que se murió, apareció la matriz y salieron los discos...
–¿Por qué las primeras partes del disco se llaman “SP de nada”?
–Eso es del viejo. El era así. De cualquier otro que le pone ese nombre se puede pensar “y éste quién se cree que es”. Pero él era super humilde. No sabía que tocaba bien. Incluso creía que los demás pensaban que no tocaba bien. Tal vez eso fuera porque le salía todo demasiado fácil.
–¿Es difícil ser hijo de Antonio Agri y tocar el violín?
–Lo que me resulta difícil es tocar el violín. Cuando era más chico sentía eso de ser el “hijo de...”. Eso ahora ya no me preocupa, porque estoy buscando mi propio lenguaje musical, como hizo él. Si uno se fija en las primeras grabaciones de mi viejo con el Quinteto de Piazzolla, no se lo reconoce tan nítidamente como al final. Pero además no me preocupa, porque es un orgullo seguir siendo el hijo de Antonio Agri.

 

 

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