Por
Cecilia Hopkins
Desde Córdoba
En
el final de la segunda edición del Festival Internacional Mercosur,
sus organizadores ya han ratificado, al menos extraoficialmente, que a
pesar de la crisis el encuentro se repetirá el año próximo.
Es que la cantidad de público que respondió a la invitación
superó incluso los cálculos más optimistas. La muestra,
que abrió el 24 de setiembre con la actuación del grupo
santafesino Puja un conjunto de artistas que concretaron su colorida
intervención al Puente Suquía con acrobacias
aéreas y fuegos artificiales, siguió convocando en
los días siguientes a un público muy numeroso que abona
entre 5 y 8 pesos la entrada, según la capacidad de cada sala.
Pensados sólo para 200 espectadores, los tres espectáculos
del Odin Teatret de Dinamarca (Mithos, Itsi Bitsi y Oda al progreso) fueron
los que más aglomeraciones produjeron y hasta algún escandalete
por parte de quienes quedaron afuera.
También los españoles de Atalaya despertaron fuertes expectativas,
pero entre los más comentados siguió al frente el iconoclasta
actor italiano Leo Bassi, el único que debió agregar una
función de su espectáculo Instintos ocultos, ante la demanda
de quienes no habían alcanzado a verlo. Menos entusiastas fueron
las opiniones que mereció el trabajo de la canadiense Isabelle
Choiniere, cuyo montaje multimedia La transmutación del ángel
que incluía la proyección de imágenes por Internet
superpuestas a las evoluciones de una bailarina en escena para algunos
estuvo por debajo de las expectativas que generaron las explicaciones
de la directora durante su participación en el foro de dirección
teatral. De los nacionales, los espectáculos más convocantes
fueron Zooedipous del Periférico de Objetos, Cachetazo de campo
de Federico León y Cinco Puertas, del Grupo Teatro Libre de Omar
Pacheco.
Hasta el cierre, el espectáculo que más polémicas
suscitó fue La noche continúa, el montaje del alemán
Roland Brus sobre el fenómeno del cuarteto cordobés. Con
la participación de artistas y bailarines del género, la
obra describió su ambiente característico entre borracheras,
confusas riñas y exaltaciones místicas dedicadas a la Mona
Jiménez, el personaje que todos esperan y que sólo llega
hacia el final mediante una comunicación telefónica (grabada).
Los reparos no solamente se originaron en la excesiva duración
del espectáculo y sus baches de ritmo, sino también en el
hecho de haber presentado al bailantero como un personaje impermeable
a la crisis social, que también aparecía reflejada en escena.
Solamente preocupados por la ausencia de su ídolo y sus ganas de
reventar la noche, los adoradores del cuarteto hacían oídos
sordos a los piqueteros y a cualquier otra expresión de protesta
que otros personajes protagonizaron a su alrededor.
Otra de las coproducciones del Instituto Goethe de Córdoba fue
Torero Portero, escrito y dirigido por el alemán Stefan Kaegi,
quien suele llevar a escena piezas o eventos interpretados por no
actores. En este caso realizó un casting entre porteros de
edificios, para seleccionar a los tres protagonistas de este atípico
evento que ya tiene prevista una gira por Alemania. El público
fue ubicado en una sala directamente orientada hacia la calle, donde tenía
lugar la acción. Mediante micrófonos inalámbricos,
los porteros contaron experiencias y anécdotas ligadas a su trabajo
entre juegos y algún paso de baile, ante el asombro de los desprevenidos
transeúntes.
Coproducida entre el ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana)
y el Teatro San Martín, Umbral se destacó por su excelente
nivel interpretativo y la cuidada dirección de Fernando Piernas.
Escrita por el valenciano Paco Zarsozo, la pieza presenta a cinco parejas
que se relacionan en breves historias de amor que no se concretan porque
ninguno de los personajes se anima a trasponer el umbral, la distancia
ínfima que lo separa del otro. La obra, que seguirá ofreciéndose
en Buenos Aires en el Teatro del Sur, cuenta con las destacadas actuaciones
de Ricardo Merkin, Beatriz Spelzini y Silvina Fernández. Por su
parte, dirigidos por el croata Vladimir Plavevski, el elenco de Macedonia
concretó en División un espectáculo muy potente,
basado en las imágenes de guerra que sueña una mujer encerrada
en un neuropsiquiátrico. A pesar de los inconvenientes que planteó
el idioma, la imprevista irrupción de los personajes algunos
de ellos, representantes del Pentágono y la KGB, retratados con
un humor cercano a lo bizarro consiguió transmitir un clima
de pesadilla y alineación que dejó percibir una metáfora
sobre la vida en los Balcanes, un melodrama del horror, según
definió la crítica macedonia.
Como ya es costumbre en los festivales cordobeses, aparte de las giras
de espectáculos por localidades del interior de la provincia, hubo
funciones en hospitales pediátricos y neuropsiquiátricos,
así como en la unidad penitenciaria para mujeres El Buen Pastor
(allí se presentó ¿Podés silbar?, del grupo
neuquino Atacados por el Arte) y en las cárceles Potrero del Estado
y San Martín. En estos establecimientos, el grupo Gungu de Mozambique
ofreció funciones de Lo que el agua se llevó, una obra de
corte popular que trató con ironía y desparpajo los temas
de la explotación, la dependencia económica y los desastres
climáticos. En ambas presentaciones, se tuvo la precaución
de abreviar un tanto los cuadros danzados por las pulposas morenas del
elenco, mientras que en el Teatro Real pudieron verse en su formato original.
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