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Diario de un día

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona


UNO Amigos escritores y escritores admirados siempre me han hablado o escrito sobre las indudables ventajas de llevar un diario. Lo intenté algunas veces y fracasé algunas otras. Tal vez, pienso ahora, por la ausencia de ese primer día inaugural que, claro, tiene que ser una potente efeméride cargada de combustible y explosivos como mantener a todo el asunto funcionando. Así que �de improviso, pero no inesperadamente� ha llegado ese día perfecto para comenzar un diario.

DOS Lo que veo en la CNN �una suerte de ojo de luz flotando en la oscuridad de la noche� bien podría ser el tan esperado arribo de una cultura extraterrestre, pero no. Se trata �una vez más� de la muestra palpable y verosímil de nuestra estupidez terrena. La guerra en nombre de la paz y todo eso. Allá vamos. Sigo viendo y no veo. Nada. Nada de la espectacularidad Spielberg a la hora de salvar al soldado Ryan ni de la ironía Altman en los quirófanos de campaña marca M.A.S.H. Nada de esas revisitaciones apocalípticas y metálicas a Vietnam. Tampoco ese festival de luz y sonido de aquel �91 que un piloto norteamericano describió como �el más hermoso árbol de Navidad� o algo por el estilo. No, vayamos acostumbrándonos: ésta es y será una guerra donde no se ve nada. Apenas, eso es todo, un ojo en el cielo. Mirándonos.

TRES Yo estaba leyendo un libro de relatos de J. G. Ballard titulado War Fever. ¿Van a darle por fin el Nobel 2001 a Ballard? No lo creo. Premio consuelo, para nosotros: el próximo 5 de noviembre se edita The Complete Short Stories of J. G. Ballard. Pero el cuento que yo estoy leyendo ahora está en War Fever �editado en 1990, inédito en español� y contiene a un relato titulado �The Secret History of World War 3� y trata precisamente de eso: de una guerra secreta que dura cuatro minutos y que sólo el narrador descubre que tiene lugar gracias a la casual sintonía de uno de los muchos canales de televisión. Que no demora en negar la noticia y hacer foco en el estado de salud del presidente norteamericano. Eso. Unos cuantos misiles aquí y allá. En áreas despobladas. Y punto final. Es el año 1995 y Reagan disfruta de una demencial tercera presidencia. Está claro que esta guerra que ahora empieza para que yo pueda empezar mi diario va a durar algo más de cuatro minutos y que no será tan secreta. Pero aun así... ¿Cuánto sabemos? ¿Qué es lo que se nos informa? ¿Por qué nadie dice que ésta es la Tercera Guerra Mundial? ¿O ya no tiene sentido llevar la cuenta? La paradoja de vivir la revolución de las telecomunicaciones al mismo tiempo que la dictadura de lo que no sale al aire pero que, sin embargo, respiramos y nos llena los pulmones. La sensación de que esto no es otra cosa que el principio de una larga historia y que las terceras partes nunca fueron buenas con la excepción de �ay, ese título� Indiana Jones y la última Cruzada.

CUATRO Yo tenía ganas de ir a ver La habitación del hijo de Nanni Moretti. Una de llorar. Pero �tengo fiebre� me quedo mirando con mis ojos secos esa pupila luminosa en el cielo nocturno de Afganistán que, en mi pantalla, parece de un color verde mar. Debe ser las lentes infrarrojas, me digo y casi sin darme cuenta ya empiezo a teorizar idioteces sobre tecnologías que desconozco. Me acuerdo de esos días en que todos aprendimos a decir Exocet. Otra guerra secreta.

CINCO Me llaman por teléfono. Me cuentan un chiste. Es un chiste terriblemente divertido. Es un chiste terrible. Y divertido: Un madre pasea con su hijito por el parque donde alguna vez estuvo el World TradeCenter. Han pasado diez años desde el atentado. �Mami: ¿cómo era el World Trade Center?�, pregunta el niño. �Eran unas torres muy muy altas�, responde la madre. �¿Y qué les pasó?�, pregunta el niño. �Fueron derribadas por unos musulmanes�, responde la madre. El niño se queda en silencio por unos minutos y vuelve a preguntar: �Mami: ¿cómo eran los musulmanes?�

SEIS Una vez más la vieja duda: ¿tv o no tv? ¿irme a dormir o seguir mirando? Ahí están, en perfecta formación, todos los presidentes europeos anunciando el principio del festival. Poca cosa. Está, claro, el riesgo a perderme algo importante en vivo y en directo. Una predecible pero sorpresiva respuesta de Osama bin Laden en cualquier otra parte, en alguna de las esquinas secretas de esta guerra secreta. Me voy a dormir. Me voy a pensar si tiene sentido seguir con esto del diario. Mañana será otro día y ahora �Ballard se refiere a este estado de las cosas como �la gran biopsia del cielo�� la noche europea está llena de ruido de aviones que van y vienen y vuelven a ir a algún lugar al sur de todos los noticieros. 

 

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