Por Daniel Guiñazú
Raúl Horacio Balbi rompió el maleficio que la categoría liviano tenía para el boxeo argentino. En París logró, por primera vez en la historia, el título mundial de ese peso en la versión de la AMB al derrotar por puntos en 12 rounds y en fallo no unánime al francés Julien Lorcy, y se convirtió en el 26º campeón del mundo del profesionalismo y en el segundo que se consagra en lo que va del año. Balbi derribó a Lorcy en el 7º round, le produjo dos heridas serias debajo de la ceja y en el párpado derechos, pero no tuvo la certeza de la victoria hasta el final. Dos jurados lo vieron ganador por 115�112 (el panameño Gustavo Padilla) y 116�112 (el holandés Hank Meyjkers). Pero el japonés Ken Morita sorprendió a todos dictaminando un insólito empate en 114.
Quedó claro el plus que tenía Lorcy a la hora de agotar sus chances (era el pupilo de los hermanos Louis y Michel Acaries, los promotores de la pelea) por el trato que recibió del médico a la hora de considerar sus lastimaduras. Eran profundas y sangrantes, sobre todo la que se abría por debajo del arco superciliar derecho. A cualquier otro le hubieran detenido la pelea. El mismo Lorcy, por ejemplo, no hubiera podido seguir combatiendo si esto hubiera sucedido en los Estados Unidos. Pero el médico, convocado por el árbitro Rafael Ramos, subió a revisarlo dos veces, en los rounds 8º y 11º, y en las dos ocasiones dio el pase, a pesar de que la sangre teñía el rostro de Lorcy y era imposible para su rincón controlarla.
La herida de Lorcy (61,200 kg) sumó dramatismo a una pelea intensa y cambiante. Nunca el francés se entregó vencido porque nunca Balbi (61,237 kg) pudo quebrarlo. Pero, a la larga, fue el mayor vigor del muchacho de Moreno lo que terminó inclinando el trámite a su favor. En los dos primeros rounds, fue Lorcy quien mandó a partir de la solidez de su izquierda que llegaba punzante en jab y en directo sobre la cara de Balbi como preludio de una derecha que caía por detrás.
Pero cuando Balbi calentó motores y empezó a conectar su izquierda en gancho y en uppercut, el trámite cambió para siempre. En el tercer asalto, Lorcy apareció cortado. Y la sangre regando su rostro lo condicionó a aguantar la pelea mientras Balbi afirmaba su dominio y, en base a un avance constante, lo llevaba contra las sogas y le pegaba con dureza. En la cuarta y quinta vuelta, los ganchos de Balbi a la cabeza y al hígado perforaron al francés y le permitieron sacar ventajas claras. Daba la impresión de que la pelea entraba en la antesala de su definición.
Sin embargo, en el 6º, Lorcy se recuperó y recurrió otra vez a sus piernas y a su jab de izquierda para mantenerlo a raya a Balbi. La pelea se había equilibrado otra vez. Hasta que, en el 7º, dos izquierdas en gancho de Balbi lo mandaron a Lorcy a la lona. Era el momento de definir, de pasarlo por encima al francés. Pero Balbi no quiso arriesgarse a un cruce. Y en lugar de apurar para noquear, optó por no descontrolarse y le concedió a Lorcy el oxígeno que necesitaba para seguir en pelea. De todas maneras, cada vez que la izquierda de Balbi llegaba en gancho, cruzada o ascendente, a nadie le quedaban dudas de que la corona había empezado a trasladarse de París a Buenos Aires sin escalas intermedias.
Sólo le faltó a Balbi un golpe más de definición como para aventar cualquier sospecha y llegar a la última campanada sin el temor de que los jurados lo castigaran por su condición de retador y visitante. Pero no vale la pena ahora ponerle reparos a un trabajo irreprochable. A Balbi, el cinturón de campeón le calza a la perfección. No le temblaron las piernas, tuvo corazón y vigor para ser más fuerte, y personalidad para imponer su plan de combate. Tenía chances y supo aprovecharlas este morocho argentino, desde ayer rey de París y campeón mundial de los livianos.
|