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OPINION
Se acaban las hipocresías
Por Diego Bonadeo


Aprovechando una gira de los Springboks sudafricanos a la Argentina en la década del 30, los integrantes de ese combinado Elliott y Wolheim fueron conchabados para quedarse en nuestro país con empleo garantizado por las autoridades de la Comisión Directiva del Hindú Club. Así se instaló por entonces la hipocresía del amarillismo en el rugby argentino. Por supuesto, Elliott y Wolheim jugaron para Hindú.
Pasaron casi setenta años y a pesar de las evidencias, que incluyeron, por ejemplo, las comisiones asignadas en concepto de giras de equipos extranjeros a la Argentina �por caso la de los Junior Springboks sudafricanos en 1959� al circunspectísimo y supuestamente venerable Owen Marsden Tudor, como agentes de viajes, el desembozado caradurismo de algunos dirigentes insistió en preservar a rajatabla el amateurismo. Claro, para los jugadores. Era vox populi que había entrenadores y preparadores físicos rentados y que algunos respetados representantes de clubes tradicionales se habían escabullido con los dineros del rugby. Pero la consigna era �de eso no se habla�. Con el crecimiento del rugby argentino, la perversidad del sistema alcanzó el máximo grado de cinismo. A los jugadores tentados a jugar fuera del país como profesionales o semiprofesionales �especialmente desde Francia y desde Italia en un principio� se decidió no incluirlos en los seleccionados nacionales que, mientras tanto, enfrentaban regularmente a equipos integrados por profesionales declarados.
Pero parece que llegó la hora del sinceramiento. Ahora, nuestro rugby se está sacando la careta. Seguramente en la primera quincena de diciembre se decidirá que los jugadores del seleccionado puedan ser blanqueadamente rentados. De este modo, no deberán ser rehenes de un horario de oficina en una empresa de indumentaria deportiva, ni en una petrolera, ni tampoco de los avisos de marcas de automóviles o de tarjetas de crédito, habituales sponsors del rugby por televisión. Será la partida de defunción de casi setenta años de hipocresías.


 

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