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La última caravana del cura Luis
Farinello en la esquiva Capital

Habla bajito y repite los rituales del peronismo. Lo suyo son los barrios más humildes. Qué dice. Cómo camina. Qué espera.

Farinello, con una gorra que le
otorga un vago parecido con Lenin.
Viste también una campera que le regaló una madre de Plaza de Mayo.

Por Martín Piqué

La luz de la mañana plomiza y gris entra oblicuamente por la ventana, pero no logra iluminar el salón, que está casi en penumbras. Apenas agrega una pátina de brillo a los contornos que se adivinan entre las sombras. Detrás del vidrio, la llovizna y el feriado parecen haber vaciado las calles del barrio Zavaleta, en Parque Patricios, detrás de la cancha de Huracán. En el centro de esta vieja habitación, de paredes de color verde adornadas con una pintura del Sagrado Corazón de Jesús y un dibujo de Mickey Mouse, hay una mesa y unas cuantas sillas. Allí están sentadas las madres de los chicos que concurren al comedor Nuestra Señora de Luján. Ellas, como algunos vecinos tempraneros y los jóvenes militantes que juegan de local, han llegado hasta aquí para escuchar al candidato a senador Luis Farinello, del Polo Social.
El cura de Quilmes habla bajito, en ese medio tono que tienen a veces los hombres de Iglesia. No le gusta levantar la voz, y delante de la gente prefiere utilizar un estilo intimista, casi de entrecasa, opuesto a la retórica de campaña. Se nota que su apuesta mayor está en la provincia y que en Capital el objetivo es lograr una banca para Antonio Cartañá. Por eso, presenta a los candidatos que se postulan en la ciudad. “Acá está Jorgito (por Rachid), está Antonio (Cartañá) y Monona (Casanello) es del sindicato de Farmacia”, repasa como el frontman de una banda de rock.
“¡Viva la Patria!”, grita luego Farinello, y su audiencia, convertida casi en feligresía, le contesta “¡Viva!”. El cuadro se completa con el himno nacional: el cura arranca con el “Oíd mortales” y en el in crescendo final, cuando se entona la promesa de “O juremos con gloria morir”, muchos levantan sus brazos en V, reviviendo aquel gesto de los setenta.
Los vecinos lo despiden sin estridencias, y el sacerdote se vuelve a la camioneta que prestó el Sindicato Argentino de Televisión (SAT). Viste una campera negra que le regaló una madre de Plaza de Mayo (“era de Claudio, un desaparecido de 18 años”, cuenta a Página/12) y un sombrero de cuero de cantante de blues. Una vez adentro del vehículo, toma los diarios y se recluye en las noticias sobre Afganistán. Afuera sigue lloviendo. La gremialista Casanello trata de despejar el malhumor con una broma: “Yo pensé que vos tenías más banca con el de arriba”, lo chancea. “Y... debe estar ocupado en otra cosa”, contesta el candidato, con resignación.
Pero la lluvia no es el único contratiempo, ni el más grave. El Polo Social no tiene recursos para financiar la campaña. “No conseguíamos plata para pagar la impresión de las boletas –confiesa a este diario el sacerdote–. Algunos compañeros querían hipotecar sus casas, pero nos ayudó una empresaria.” Las dificultades también se manifiestan a la hora de contar votos: varios dirigentes temen que en el interior bonaerense se concrete un pacto del PJ y la UCR que termine perjudicándolos.
La caravana sigue su rumbo por las calles inundadas del sur de la ciudad. Se detiene detrás del Nuevo Gasómetro, donde comienza la villa 111-14, la del Bajo Flores. En fila india, los candidatos entran por un pasillo del asentamiento, hasta llegar al comedor “La Esperanza”. Aquí comen 110 chicos todos los días. Está a cargo de Luisa Santos, una militante peronista que piensa que hay que votar a Farinello porque “el cura está con nosotros y aparte, entre los peronistas, no hay nada”.
“Lo que sucede acá en la villa me recuerda lo que pasa en Quilmes, en Villa Itatí, donde tengo 12 comedores y comen 3000 chicos, pero cuando llueven no pueden salir de sus casitas”, dice Farinello a un grupo de vecinos. Luego sale a recorrer las calles embarradas de la villa, donde los perros se mezclan con la basura. Luz González, una inmigrante paraguaya que trabaja como empleada doméstica, se acerca a saludarlo.
El recorrido sigue en Ciudad Oculta, donde lo aguardan casi sesenta vecinos y jóvenes militantes del Polo Social. Están reunidos en el comedor”Nuestro lugar en el mundo” de la CTA, una casa a medio construir, con las paredes sin revocar y una solitaria bombita que cuelga del techo. “Hay que volver a la Patria liberada, para tener un pueblo feliz, para que el pueblo pueda comer un asadito los domingos en su casa y no lo haga en los malditos comedores”, subraya Farinello, levantando la voz, mientras “los muchachos” de Patria Libre entonan un cantito futbolero en su homenaje.
El convoy de autos y camionetas inicia el regreso al centro. Farinello se va para su bunker de Santiago del Estero 1575, donde lo esperan Daniel Carbonetto, Juan Carlos Añón y Miguel Santín. Con ellos volverá a mirar encuestas, programará los últimos actos de campaña y discutirá sobre las (complejas) relaciones con su aliada Alicia Castro: “Es una piba muy capaz, muy buena candidata y tiene experiencia parlamentaria”, asegura.
Según los sondeos, el segundo puesto se aleja cada vez más. Pero la voluntad es lo último que se pierde: “A ese viejo (por Alfonsín) le vamos a ganar por dos votos”, le pronostica, optimista, un allegado. Farinello hace una mueca, suspira, y en voz baja musita un “Ojalá”. Porque sabe que se juega mucho. Hacia adentro, la definición de la interna entre los sectores afines al peronismo y los que quieren que el Polo Social se afiance como tercera fuerza nacional. Y hacia afuera, la capacidad de resistir las ofertas de cargos en el PJ. Mientras tanto, sigue pensando en lo que le dijo una mujer de barrio y que aún le repiquetea en el cerebro:
–Farinello, ¿usted es un hombre de Dios?
–Sí...
–Entonces, ya nos cagaron tantos, que no nos cague un hombre de Dios...

 

OPINION
Por Mario Mazzitelli *

Menos horas y más trabajo

En la Argentina, con una persistente desocupación, en estado de emergencia social, con mujeres y hombres cumpliendo jornadas superiores a las establecidas por ley (8 horas), en muchos casos sin reconocimiento económico, y con millones de personas subocupadas y desocupadas, la reducción legal de la jornada laboral a siete horas resulta justa, oportuna y necesaria.
La ventaja con la que contamos hoy es la experiencia de Francia. Allí por ley se generó un inédito proceso de diálogo social, debate, innovación organizativa y negociación entre trabajadores, sindicatos y empresarios aportando soluciones a “medida” y resolviendo intereses de aspiraciones contrapuestas. El objetivo era disminuir la alta tasa de desempleo y hacia el año 2000 la desocupación descendió del 14 por ciento al 9 por ciento. Otro éxito fue que los nuevos puestos de trabajo recayeron en jóvenes y personas adultas con dificultades para insertarse en el mercado laboral.
Se fija un tope de 35 horas semanales trabajadas y las horas extra se cuentan a partir de la número 36. La implementación de la reducción de la jornada laboral es flexible ya que la negociación se realiza por empresa y por sectores. Es un proceso, dado que se inicia en las grandes empresas para continuar con las medianas y finalmente las pequeñas. Abarca un período aproximado de tres años. Es creativa en tanto define nuevas modalidades en materia de organización del trabajo (modulación, trabajo a tiempo parcial, intermitente, etc.). Las observaciones a la ley pusieron el acento en la competitividad: “Las empresas francesas podían estar dando ventaja a sus competidores de la Unión Europea”. No fue así. La experiencia mostró que aumentó la productividad y no se resintió la economía.
Algunas encuestas muestran un alto grado de satisfacción de la parte empresaria porque ha restablecido su relación con sus empleados (ver la película Recursos humanos).
Para los trabajadores han mejorado sus condiciones en el trabajo y principalmente en la relación con la familia y los hijos en particular. Ha mejorado también la utilización del tiempo libre y las posibilidades de descanso.
Hoy casi todas las asociaciones de trabajadores europeas, especialmente de Italia y Alemania reivindican la reducción legal de la jornada de trabajo. Desde las históricas jornadas de Chicago en 1886 hasta nuestros días mucho ha cambiado la producción de bienes y servicios. Esta moderna producción modificó el impacto social. Si antes la industrialización era inclusiva de mano de obra, ahora lo es expulsiva y la tendencia no se detiene.
Reafirmamos que en Argentina la medida resulta justa, oportuna y necesaria. Se complementa con el “Seguro de Empleo y Formación” y tiene una ventaja sustancial sobre “los Planes Trabajar” u otras “dádivas del Estado”. La renumeración es fruto del trabajo productivo. Es hora de que desde la política se dé respuesta a esta necesidad. El problema no es producir más para distribuir mejor, sino distribuir mejor para producir más.

* Candidato a senador por el Partido Socialista Auténtico.

 

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