Por Rory McCarthy*
Desde
Peshawar
La nación de Pakistán
deberá controlar sus armas atómicas y usarlas contra Estados
Unidos. Condenamos al general Musharraf por apoyar a los norteamericanos.
Él es el perro de Estados Unidos, dijo ayer Maulana Atta-ur
Rehman, líder de Jamiar Ulema-e-Islam (JUI), uno de los grupos
religiosos más extremistas del país. Y agregó: El
ejército paquistaní está mantenido por la nación,
por lo que deberá volverse contra quienes están apoyando
al terrorismo estadounidense.
Los religiosos de línea dura rápidamente han buscado capitalizar
la seguidilla de protestas que se desarrollaron en todo Pakistán
convocando a una rebelión nacional. A la vez que el régimen
de Pervez Musharraf intenta controlar el aumento de la indignación
por los ataques militares contra Afganistán, fueron detenidos bajo
arresto domiciliario por tres meses tres religiosos islámicos.
Pero a las pocas horas, otros líderes tomaron sus lugares.
Por ahora no se realizaron más arrestos con el fin de frenar las
protestas religiosas. Está claro que las agrupaciones religiosas
tienen mayor libertad para maniobrar debido a que sus alas militantes
desempeñan un rol vital en la política pakistaní
de disputa del territorio de Kashmir. En la década pasada las bases
militantes de los grupos paquistaníes pelearon una guerra de guerrillas
en Kashmir contra el ejército indio y, a la vez, Islamabad los
utilizó como una herramienta diplomática y política
en sus esfuerzos por tener de su lado a la mayoría musulmana separatista.
El JUI es la organización política islámica más
grande de Pakistán y tiene estrechos vínculos con el régimen
talibán de Afganistán, tanto que muchos líderes talibanes
fueron educados en las madrassahs o mezquitasescuelas del
JUI de Pakistán.
Atta-ur Rehman también dijo a cientos de sus fieles en Peshawar
que era deber de los musulmanes enfrentarse al gobierno. Tendremos
una guerra abierta contra judíos y cristianos, contra Israel y
Estados Unidos, contra todos, gritó ante una eufórica
multitud que estaba en la puerta de una mezquita cercana a la parte vieja
de la ciudad.
La policía condenó a arresto domiciliario a su hermano,
Maulana Fazal-ur Rehman, quien usualmente lidera el JUI, en la ciudad
de Dera Ismail Khan, a 120 kilómetros al sur de Peshawar. Otros
dos líderes religiosos vinculados a los talibanes también
fueron sometidos a arresto en sus casas: Maulana Sami-ul Haq, quien dirige
una escuela-mezquita cerca de Peshawar donde fueron educados muchos
altos funcionarios talibanes y Maulama Azam Tariq, que encabeza
el temido grupo sunita Sipah-e Sahaba de Pakistán, acusado de asesinatos
sectarios. Entretanto, Musharraf declaró ayer: En una sociedad
islámica, no hay lugar para el extremismo y la violencia contra
cualquier otra religión o grupo.
Un grupo de mil manifestantes tomó ayer las calles de Peshawar
y apenas se encontró con una moderada presencia policial y militar.
Rehman llamó al ejército a amotinarse pero los soldados
parecían inmutables a sus palabras. Sin embargo, oficiales de inteligencia
vestidos de civil tomaron nota de las amenazas de los religiosos.
El partido de Rehman estuvo detrás de los disturbios del lunes
pasado en la ciudad de Quetta en el desierto occidental de Pakistán,
en los cuales se incendió una oficina de Unicef y un hombre resultó
muerto. Ayer, los activistas organizaron una manifestación en Hangu,
una ciudad al sur de Peshawar, en la que la multitud quemó dos
sucursales bancarias y saqueó otra. Los manifestantes también
incendiaron la oficina de un organismo internacional de ayuda humanitaria
que trabaja con los refugiados afganos. Por lo menos trece personas fueron
heridas y fueron arrestados casi 45 líderes de JUI.
El llamado de Rehman a una rebelión fue imitado por otros religiosos
de línea dura. Maulana Fazal Haq, el líder de Sipa-e Sahaba,
le dijo a losmanifestantes en Peshawar que George W. Bush y el premier
británico Tony Blair se han embarcado en una guerra contra el Islam.
Ellos quieren tener la bomba nuclear de Pakistán y hacer
al país su esclavo. Debemos luchar y resistir, gritó
mientras sus seguidores quemaban un muñeco con la cara de Musharraf.
Más de cien mil personas marcharon en las ciudades de Pakistán
en los días posteriores a los ataques contra el World Trade Center,
cuando Washington advirtió, por primera vez, sobre una guerra contra
el régimen talibán. Ahora, el apoyo se ha restringido a
un núcleo duro.
* Especial de The Guardian, para Página/12.
LOS
MILITARES DE PAKISTAN NO ACEPTAN EL DESAFIO FUNDAMENTALISTA
El miedo al golpe dentro del golpe
Angeles Espinosa
*
Desde
Islamabad
La pancarta roja frente a la
sede del gobierno no es una reivindicación de los islamistas. Disparamos
contra cualquiera que cruce esta línea, reza la leyenda en
urdu. Y los soldados que vigilan, con cascos y armas automáticas,
parecen dispuestos a hacerlo. Por primera vez, en la reciente historia
de Islamabad, el Ejército se ha desplegado en la capital de Pakistán.
A pesar del reforzamiento de la seguridad en todo el país, tres
personas resultaron muertas cerca de Quetta (al sudoeste).
Islamabad amaneció ayer literalmente tomada por los militares.
Búnkers de cemento y sacos terreros protegían la entrada
al distrito diplomático, en especial en las proximidades de la
Embajada de Estados Unidos, el recinto de la televisión nacional,
los ministerios y otros edificios oficiales. Los habitantes de la tranquila
capital, construida a principios de los sesenta, no recuerdan nada similar.
Ni siquiera cuando la quema de la embajada norteamericana en 1979
salió el Ejército a la calle, asegura Fatimah.
Es cierto, al menos de una forma tan visible, reconoce el
general retirado Taleb Masud. Hay una guerra en marcha a muy pocos
kilómetros de aquí, y la frontera ((con Afganistán))
está muy cerca, justifica este ex militar. Es un mensaje
del régimen sobre la seriedad de su compromiso político
y muestra que no va a permitir ningún desafío de los extremistas
religiosos, apunta otro analista político.
Hasta ayer, había sido la policía la que se había
ocupado de la seguridad dentro de la ciudad. Se trata de una medida
preventiva, explica Masud, porque no sabemos el nivel de daños
colaterales que van a producirse y la situación puede agravarse.
Ese es el temor que muchos analistas expresan desde el inicio de la crisis.
La violencia de las protestas que estallaron en la ciudad fronteriza de
Quetta el lunes, tras la primera noche de bombardeos, marcó el
límite de lo que el régimen militar paquistaní está
dispuesto a tolerar. Ayer, las principales ciudades del país estuvieron
en calma a pesar de que se celebraron un puñado de nuevas manifestaciones.
Influyó sin duda la masiva presencia de fuerzas de seguridad. No
obstante, en la localidad de Kuchlagh, a unos veinte kilómetros
al norte de Quetta, tres personas resultaron muertas cuando varios centenares
trataban de asaltar la comisaría. Una de las víctimas fue
un niño de 12 años.
Los observadores tanto locales como extranjeros están convencidos
de que la mayoría de los paquistaníes no apoya a los extremistas
islámicos que están detrás de esas protestas violentas
ni a los talibán. Sin embargo, numerosas conversaciones mantenidas
durante las semanas pasadas también muestran una extendida convicción
de que los ataques contra Afganistán no son justos.
Muchos paquistaníes no creen que haya pruebas suficientes contra
Osama bin Laden y, aun cuando aceptan que existen, no consideran que una
operación militar de esa envergadura sea la forma de solucionar
el problema. Esa mayoría silenciosa, a la que se ha
referido el presidente Pervez Musharraf, puede cambiar de actitud ante
la muerte de civiles afganos.
Por el momento, el Gobierno paquistaní ha decidido acallar a los
principales incitadores de las manifestaciones antinorteamericanas que
han salpicado el país desde el pasado 11 de septiembre. La prensa
local informaba el martes de la detención la noche anterior de
un tercer clérigo pro talibán, el maulana Azem Tarik, líder
del partido extremista Sipah-eShabah Pakistán (SSP). El pasado
sábado, durante una manifestación en Rawalpindi, Tarik pidió
a los ciudadanos británicos que residen en Pakistán que
se fueran del país.
Tarik ha sido puesto bajo arresto domiciliario por un mes en Jhang, su
localidad natal en la provincia de Punjab. La comunidad shií de
Pakistánacusa al SSP de animar la violencia intersectaria contra
sus seguidores (entre un 10 por ciento y un 25 por ciento de la población,
según las fuentes). En los últimos días, este partido
había lanzado amenazas apenas veladas contra el Ejército
por su apoyo a Occidente. Para SSP, los talibán han implantado
un verdadero sistema islámico en Afganistán.
* De El País, de Madrid, especial para Página/12.
Arafat
quiere reprimir con gas israelí
Como consecuencia de la jornada
de violencia del lunes en la Franja de Gaza en la que se enfrentaron manifestantes
islámicos con la policía, que causaron tres muertos y más
de 200 heridos, la Autoridad Nacional Palestina pidió ayer a Israel
que le entregue arsenal antidisturbios para reprimir cualquier manifestación
a favor de Osama bin Laden. A la vez, un alto comisionado de las Fuerzas
Nacionales e Islámicas, la coalición de agrupaciones islámicas
incluida Al Fatah del líder palestino Yasser Arafat
llamó a los palestinos a que sigan unidos frente a
Israel.
Luego de las primeras acciones militares de Estados Unidos contra Afganistán
en su guerra antiterrorista, y tras la manifestación en favor del
multimillonario saudita Bin Laden, el hombre acusado de los ataques del
11 de setiembre, las autoridades palestinas mantuvieron cerradas las escuelas
y universidades, limitaron la entrada de periodistas extranjeros y pidieron
tranquilidad a la población. Pero lo más desconcertante
fue que recurrieran a su rival en Medio Oriente, Israel, y le pidieran
material antidisturbios, como gases lacrimógenos, para reprimir
si se vuelve a presentar un episodio similar.
Los enfrentamientos en Gaza evidenciaron una clara división entre
Yasser Arafat y los dirigentes islámicos, porque el primero prefiere
evitar un antagonismo con Estados Unidos aliado de Israel,
mientras los otros son pro Bin Laden y antioccidentales. Por ese sentido,
Arafat prohibió las protestas contra Estados Unidos y con adhesión
a Bin Laden para prevenirse de un sentimiento antinorteamericano que se
vivió en su país por los atentados contra Estados Unidos.
La Autoridad Palestina condenó los mismos pero se abstuvo de apoyar
la operación militar de Bush (Arafat apoyó a Irak en contra
de Estados Unidos en la Guerra del Golfo en 1991). El ministro de Defensa
de Israel, Benjamin Ben Eliezer, dijo que las protestas pondrán
a prueba la capacidad de Arafat de controlar a los militantes islámicos
cuestión que se puso siempre en duda y está
siendo estudiado el pedido del material antidisturbios. Israel y Estados
Unidos vienen ejerciendo presión para que el líder palestino
arreste a los militantes extremistas islámicos que atacan blancos
israelíes.
Tras un año de Intifada, el enemigo común en los territorios
palestinos sigue siendo Israel. Sin embargo, hay divergencias entre Arafat
y la corriente islamista. Precisamente para echar un manto de piedad,
los líderes de las principales agrupaciones palestinas, la Organización
Al Fatah de Arafat y su principal opositora, el Hamas, acordaron en la
madrugada de ayer buscar por la unidad palestina para que Israel no saque
ventaja de los efectos de la revuelta interna. La Autoridad Palestina
dijo que Bin Laden no tiene derecho de utilizar la lucha de los palestinos
como justificativo de su violencia. La situación es delicada para
Arafat porque el Hamas y la Jihad Islámica, que llaman a una lucha
sin piedad contra Israel, cuentan con muchos seguidores que sintonizan
con los sentimientos antiestadounidenses de la población.
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