Por Julián
Gorodischer
Ponga en su guión un
poco de Ally McBeal, agréguele una pizca de Sex
and the City, revuelva bien, condimente con actuaciones talentosas
y tendrá lo que busca: una fórmula televisiva probada. Cuatro
amigas, el ciclo que se estrenó el lunes a las 23 por Telefé,
fue armado como una receta de cocina. Inés Estévez tiene
el tipo físico de Calista Flockhart (la protagonista de Ally
McBeal), reproduce sus mohínes, sus monólogos internos
y la preocupación por el monotema: Ellas sólo piensan
en eso. También imagina fantasías que, de pronto,
se materializan, como compañeros de trabajo que deambulan en calzoncillos
y un ex novio que se pega un tiro clamando por su atención. Poco
después la realidad la sorprende, siempre más desfavorable,
porque está sola. Ally ya lo había hecho antes, pero a los
guionistas (Gustavo Bellati y Mario Segade, ex Pol-Ka) no les preocupa
disimularlo.
Es más, aquí el préstamo es tan explícito
(una marca demasiado evidente para cualquiera que haya ojeado de pasada
los canales Fox y Sony, en el cable) que cada situación no original
podría leerse como un homenaje, como una cita y no un robo. Como
en Sex and the City, las chicas (Paola Krum, Inés Estévez,
Mirtha Busnelli y Valeria Bertuccelli) se reúnen a hablar de ellos,
concebidos como objetos que se les resisten, escapan, engañan o
molestan. El tópico suena conocido: es el discurso de solitarias
mujeres de 30, o un poco más, que dicen ya no quedan hombres.
Lo importante es que no haya otra cosa de que hablar.
Sin embargo, a diferencia del trabajo antropológico
que ejercen Sarah Jessica Parker y compañía en la serie
estadounidense, aquí la propuesta queda limitada al medio tono.
Ese mocasín no te conviene, aconsejan a Elena las demás
en referencia a su ex. Ella no puede resistírsele, e igualmente
lo llama. Cuando hablan con todas las letras, la parodia sobre el ñoqui
o el chizito de un galán es tosca y desmerece la buena realización
de otros momentos costumbristas.
Las chicas de Cuatro amigas, a diferencia de sus alter egos
de Sex and the City, no firmaron un manifiesto, y por eso
quedan sumidas en la banalidad de casi no poder pensar en otra cosa.
Sarah y amigas tomaron una decisión que antecede y justifica sus
actos: ponerse a prueba y demostrar que podían tener sexo sin amor
y estar, por una vez, en el lugar de sus verdugos. La idea era darles
una lección. Lo suyo recorre el camino de una técnica, y
he allí su revolucionaria calidad de los contenidos: despojar el
romance de sentimiento, subir el placer sexual a la categoría de
fin último.
Las Cuatro amigas, en pantalla local y familiera, no llegan
a tanto. Apenas, se comportan como alienadas que no pueden sacarse la
obsesión de sus cabecitas de novia. Son cuatro que lo subordinan
todo a cambio de un romance, que tiran abajo cualquier resabio de dignidad
cuando un ex que fue infiel les pasa por al lado en el parque. Ellas están
en el mundo para hacer y decir cosas de mujeres (inmejorable
estrategia de marketing televisivo en tiempos de Monólogos de la
vagina) como conversar de un baño a otro, llamarse por teléfono
a las cinco de la mañana e insistirse para salir a bailar en plena
depresión. Que nunca decaiga.
Las Cuatro amigas nunca tocan tabúes, se nutren de
lugares comunes de una mitología sobre la relación entre
hombres y mujeres. A Sofía (Krum) le repugna el pito enano
del tipo que se levantó, un argentino con décadas en Francia
(Pablo Cedrón) pero Rita (Bertuccelli) lo reivindica: Qué
bien lo usa. Cuando hablan de los hombres, recorren situaciones
frecuentes: engaña con otra, no responde llamadas, no aparece.
En cambio, cuando las situaciones abandonan el discurso de género
y se asemejan a escenas de la vida posmoderna el tono se modifica.
Deja de ser un chiste sobre mujeres huecas y se transforma en un retrato
de la soledad contemporánea. Verónica (Busnelli) se escapa
de la disco porque está fuera de sitio, e Inés sedespierta
sin compañía en una cama doble. En esos momentos, la trama
se aleja de la consigna unívoca hecha para identificar a otras
mujeres. Alguien está sintiendo algo: apenas unos segundos antes
de que regrese el maratón de referencias al sexo opuesto. No la
cruzada experimental de las chicas de Sex ni el extraviado
rapto sentimental de Ally sino un cruce marcado por una negativa:
no poder parar de hablar de eso.
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