Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


LA FILARMONICA ESTRENO UNA OBRA DE MCMILLAN
Un triunfo, golpe a golpe

�Veni, veni Emmanuel� es un concierto para percusión y orquesta. Angel Frette mostró una mirada profunda, dirigido por Diemecke.

James McMillan compuso
“Veni, veni Emmanuel” en 1992.
La obra es una muestra inmejorable
del espíritu de la época.

Por Diego Fischerman

En relación con la programación, la presente temporada de la Filarmónica de Buenos Aires será recordada como una de las más interesantes y variadas. El criterio que prima en cada uno de los conciertos es el de permitir la coexistencia (pacífica o no) de obras clásicas del repertorio con novedades o composiciones poco transitadas. En varios de los conciertos del año, la tensión entre obras de características bien disímiles (incluso desde el punto de vista simbólico) aportó, precisamente, un plus sumamente atractivo. El segundo de los conciertos en los que el mexicano Enrique Arturo Diemecke condujo a la Filarmónica, no fue una excepción. Una versión particularmente clara e intensa de la Sinfonía Nº 3 de Robert Schumann compartió cartel con el estreno de un concierto para percusión de James McMillan en el que brilló como solista Angel Frette.
Hace una semana otro argentino, el pianista Luis Ascot, había sido protagonista, junto a la orquesta, de una interpretación llena de fuerza del complicadísimo Concierto Nº 1 de Alberto Ginastera, en juego de inestable equilibrio con la hiperromántica Sinfonía Nº 6 de Piotr Tchaikovsky. Esta vez, Frette –miembro habitual de la orquesta además de uno de los intérpretes más destacados de la escena local– logró una versión impactante de una obra que, como casi todas las escritas para percusión, oscila peligrosamente hacia el costado del show. Frette otorgó a la obra un nivel de homogeneidad y coherencia único. Su preocupación fue omitir cualquier clase de frivolidad, a pesar de la exhibición inevitable que implica desplazarse de un costado al otro del escenario, ir desde un vibráfono a un set de tambores, de ahí a la marimba, y terminar yéndose del escenario después de haber tocado campanas tubulares mientras toda la orquesta toca triángulos y cascabeles.
Escrito en 1992, este concierto subtitulado “Veni, veni Emmanuel” (los motivos melódicos iniciales provienen del himno gregoriano con ese texto) y estrenado por la percusionista Evelyn Glennie –que lo grabó en disco– es una buena muestra de las corrientes surgidas en Gran Bretaña y Estados Unidos en contra de la complejidad del post-serialismo, pero rehuyendo a las fórmulas del minimalismo y el repetitivismo. La yuxtaposición de escalas modales, algún que otro cluster, pies rítmicos irregulares pero claramente identificables y momentos de homofonía à la gregoriana, acompañados por una orquestación brillante y una escritura de gran precisión en relación con los planos, podría considerarse, en todo caso, más que un síntoma de conservadurismo estético, un auténtico signo de los ‘90.
Diemecke dirigió con convicción y evidenció un trabajo profundo con la orquesta. Con excelentes primeros y segundos violines y maderas, la Filarmónica sonó homogénea, a pesar de algunos problemas endémicos en la fila de cellos y en los bronces (particularmente los cornos y la trompeta solista) que, a pesar de todo, lograron un hermoso coral en el cuarto movimiento de la Sinfonía de Schumann. El programa se completó con la Obertura Egmont de Beethoven y con una composición del propio director, escrito para acompañar las imágenes de un partido de fútbol entre Francia y Brasil. La obra, armada sobre la base de citas (a Villa-Lobos, al Can-Can y otras músicas claramente connotadas, supuestamente sigue los contrastes entre los estilos de juego de uno y otro equipo. Al igual que el Danzón de Márquez tocado en el concierto anterior, apenas un divertimento.

 

PRINCIPAL