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Las diez nuevas canciones de un
viejo lobo llamado Leonard Cohen

En �Ten New Songs�, el canadiense hace jugar sus mejores armas como letrista, apoyándose en instrumentaciones deliberadamente leves.

Cohen, un veterano que viene
de un período de reclusión zen.
“Luché contra la botella, pero debí
hacerlo borracho”, canta.

Por Roque Casciero

Lo primero que hay que decir sobre el nuevo disco de Leonard Cohen es que... no es un disco de Leonard Cohen. O, para más precisión, que se trata de un trabajo en colaboración con Sharon Robinson, que firmó y cantó con el viejo maestro todas las canciones del álbum. La dama en cuestión fue su corista durante años, pero ahora participó en la producción y se hizo cargo de los instrumentos y las programaciones, salvo por alguna que otra guitarra y los arreglos de cuerdas. Sin embargo, bajo el espartano título Ten New Songs (Diez nuevas canciones) no se encuentra sino la lógica continuación del escaso trabajo que Cohen hizo durante la década pasada. The Future, su anterior álbum de estudio, abordaba la madurez como ningún otro compositor surgido de las filas del rock –aunque cueste caracterizarlo como un rockero– lo había hecho antes. Nueve años más tarde, después de una semi reclusión en un monasterio zen de Los Angeles, el canadiense vuelve a meter el dedo en esa llaga que le es tan propia. Al fin y al cabo, ya tiene 67 años.
Puede que la instrumentación de esta decena de canciones aleje a algunos oyentes potenciales. Es que Cohen y Robinson optaron por una producción que retoma la línea que el cantante comenzó en Various Positions: teclados y programaciones simplotas. Esto puede tornarse aburrido pero, al cabo, resalta la voz cavernosa e inconfundible del canadiense, producto de miles de cigarrillos y noches en vela. Quizá también hayan aportado a esos graves los vientos del Mediterráneo, en la época de su retiro en una isla griega.
Como en sus últimos trabajos, Cohen se pone a cubierto y deja que alguna garganta femenina ocupe el primer plano en buena parte de las canciones. Agazapado, el canadiense se guarda para sí los “punto y aparte” de los textos, aunque ofrezca más dudas que declaraciones de principios. En “The Land of Plenty” (ver aparte), por ejemplo, admite no tener idea del porqué de su propia existencia y, aun así, eleva una plegaria por la verdad. En “Boogie Street”, Cohen acepta sus propias debilidades y temores, con un tono resignado que no elude la sabiduría: “Vamos, amigos, no tengan miedo/ Estamos aquí tan levemente/ Es en el amor que somos hechos/ En el amor desaparecemos”.
La bebida es el tema en la superficie de “That don’t Make it Junk” y “Here it is”. Aunque se reconoce un bebedor moderado, Cohen dispara líneas etílicas de un humor ácido: “Luché contra la botella/ pero tenía que estar borracho para hacerlo”. De todos modos, cuando se penetra en las canciones, el oyente descubre que todas hablan de amor. En este caso, de un amor estable, aunque finito; del calor agradable de un sol de atardecer antes que de fuegos pasionales. “Susurrás: ‘Ya has amado lo suficiente/ ahora dejá que yo sea la amante’”, dice en “You have Loved Enough”. Y admite haber consentido que lo convirtieran en una ruina en “A Thousand Kisses Deep”. Aunque la canción sea como una herida que todavía no cicatrizó del todo, parece haber salido bastante entero.
Con el aplomo que otorga la experiencia y las nuevas dudas que genera la propia decadencia física, el canadiense entrega un álbum en el que letras trascendentes opacan a la intencional pobreza de ideas musicales. Si se lo piensa bien, algo parecido podría decirse de sus trece álbumes anteriores. Aunque ahora sea todo un monje zen y lleve el nombre de Jikan, la fortaleza de Cohen siempre residió en los textos reflexivos y en su voz de viejo lobo.

 

La tierra de la plenitud

En verdad no sé quién me mandó/ A levantar mi voz y decir:/ Puede que las luces de la Tierra de la Plenitud/ brillen sobre la verdad algún día.

***

No sé por qué vengo aquí/ Sabiendo como sé/ Lo que realmente pensás de mí/ Lo que realmente pienso de vos.

***

Para los millones en prisión./ Esa opulencia se ha reservado/ Para el Cristo que no ha ascendido/ De las cavernas del corazón.

***

Para la decisión más íntima/ Que sólo podemos obedecer/ Para lo que queda de nuestra religión/ Alzo mi voz y rezo:/ Que las luces de la Tierra de la Plenitud/ Brillen algún día en la verdad.

***

Sé que dije que te encontraría/ Te encontraría en el negocio/ Pero no puedo comprarlo, nena/ No puedo comprarlo más.

***

Y en verdad no sé quién me mandó/ A levantar mi voz y decir:/ Puede que las luces de la Tierra de la Plenitud/ brillen sobre la verdad algún día.

***

No sé por qué vengo aquí/ Sabiendo como sé/ Lo que realmente pensás de mí/ Lo que realmente pienso de vos. Para la decisión más íntima/ Que sólo podemos obedecer/

***

Para lo que queda de nuestra religión/ Alzo mi voz y rezo:/ Que las luces de la Tierra de la Plenitud/ Brillen algún día en la verdad.

(Leonard Cohen, 2001)

 

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