Por Matthew Engel
*
Desde
Washington
El presidente George Bush tuvo
su primera gran confrontación con el Capitolio desde los ataques
del 11 de setiembre. Había atacado furiosamente a los miembros
del Congreso por supuestas filtraciones a los medios sobre las operaciones
antiterroristas y amenazó con no dar más la información
reservada que reciben de la Casa Blanca. Se retractó, pero sólo
después que le dijeron que sus planes eran ilegales y que el presidente
estaba obligado a mantener a los comités del Senado y de la Cámara
de Representantes total y actualmente informados. Ayer a la
mañana, durante la reunión regular de desayuno con los cuatro
principales legisladores, los líderes de los dos partidos tanto
en el Senado como en la Cámara de Representantes, se llegó
a un acuerdo con una fórmula para salvar las apariencias. Entretanto,
se demoraba la votación de una ley antiterrorista que daría
amplias facultades al Estado, tan amplias que muchos temen que peligren
los derechos civiles de los ciudadanos norteamericanos. Los mismos cuya
representación se ve viciada si se le niega información
a sus representantes.
La información reservada continuará, pero todos estarán
en guardia. Todos los senadores y congresistas fueron notificados
que deben tener cuidado, dijo Trent Lott, el líder republicano
en el Senado. Uno puede o no estar de acuerdo, pero se tiene la
obligación de ser cuidadoso. Bush estaba furioso con varios
informes de los medios de la semana pasada, que él estaba convencido
de que sólo podían haber provenido de miembros del Congreso.
El informe del New York Times de que el presidente estaba especialmente
furioso por un informe del periódico rival, el Washington Post,
que decía que los funcionarios de inteligencia habían dicho
que había una gran probabilidad que Al-Qaeda lanzara pronto otro
ataque sobre blancos de Estados Unidos. Lamentablemente para el presidente,
los congresistas afrentados pueden ser poderosamente irritantes. Un senador,
Ted Stevens, el decano de los republicanos del poderoso comité
de compras, dijo que no apoyaría ningún presupuesto si no
se le decía cómo se iba a utilizar el dinero.
La disputa es sólo una señal de la creciente frustración
que se siente en el Congreso, supuestamente una rama igual del gobierno,
en un momento en que el presidente tradicionalmente asume enorme cantidad
de poder y, en esta ocasión, está apoyado abrumadoramente
por el público. El clima representa un enorme cambio con respecto
a la situación del 1O de septiembre, cuando la administración
enfrentaba problemas políticos en varios frentes. Los miembros
de ambas cámaras se han estado moviendo para reafirmar su propia
autoridad, especialmente sobre detalles legislativos. Los demócratas
han estado empujando con éxito para tener mayor control sobre la
seguridad de los aeropuertos, contra los instintos del sector privado
de la administración.
Mientras, el proyecto de ley antiterrorismo presentado por el fiscal general,
John Ashcroft, se topó con problemas inesperados, especialmente
en el Senado. Un solo senador liberal, Russ Feingold de Wisconsin, demoró
el proyecto exigiendo cuatro enmiendas claves. Sus cambios evitarían
que el FBI tuviera acceso a los informes personales y prohibiría
las búsquedas secretas de los hogares de los sospechosos. Es
esencial que se preserven las libertades civiles, dijo Feingold,
de otra manera los terroristas ganarán sin disparar otro
tiro.
* De The Guardian de Gran Bretaña Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
LOS
ATAQUES, SUFRIDOS POR LOS AFGANOS DESDE LA CAPITAL DE EE.UU.
En el frente del Kabul de Washington
Por Gabriel A.
Uriarte
Desde
Washington D.C.
En las cinco cuadras que se
deben caminar por la avenida Pennsylvania antes de llegar al restaurant
Afghan Kabob en el suburbio de Georgetown, uno pasa por cuatro restaurantes
vietnamitas. Este detalle es la primera pista acerca de la aparentemente
inexplicable calma que evidenciaba la comunidad afgana en Washington D.C.
ante el inicio de los bombardeos sobre Afganistán, especialmente
si se lo compara con la mentalidad de asedio de sus compatriotas en Nueva
York. Washington está acostumbrada al exilio y los exilados. Capital
de la república imperial, recibió sucesivas oleadas de refugiados
huyendo de sus menos afortunadas intervenciones imperiales. Así,
los residentes locales saben que, en general, se puede contar con que
los dueños de los diferentes tiendas étnicas estarán
invariablemente en contra del actual gobierno de su madre patria. Los
afganos no son la excepción. Al contrario, hacen todo por confirmar
la regla. Su Imam, Makdhoon Zia resumió que esta comunidad de unas
30.000 personas considera que los ataques son un mal que puede producir
un gran bien.
La muy relativa ambivalencia de sus palabras era producto de una actitud
más bien relajada hacia sus conciudadanos norteamericanos en Washington.
Ningún afgano en Nueva York, por lo menos, se habría atrevido
a calificar los ataques como algo malo, aun si después decía
que podía traer algo bueno. Hay varias otras cosas que, en otra
parte del país, podrían ser interpretadas casi como provocaciones.
Las señales de afghan cuisine que se ven en la calle frente a sus
restaurantes, sin las piruetas de sus equivalentes en Nueva York, que
disfrazan sus menúes con descripciones tales como comida
persa y afgana o incluso del subcontinente indio. Y
esta honestidad no se limita a los lugares situados en el sofisticado
Georgetown: en la carretera que conecta la ciudad de Alexandria, Virginia,
y Washington D.C. se puede ver, entre propagandas de McDonalds y
Chevron, un orgulloso y bastante extenso cartel con Restaurant Afgano,
gire a la izquierda en la próxima salida. Otra señal
muy importante es que en estos lugares se pueden encontrar afganos sirviendo
las mesas o atendiendo la caja, a diferencia de sus equivalentes neoyorquinos
donde hay que atravesar un perímetro de mozos de todas las etnias
excepto la afgana para llegar a los dueños del establecimiento.
Por último, usar anotadores y manifestar curiosidad por la historia
detrás de estos restaurantes no despierta la sospecha entre sus
interlocutores de que uno es un incendiario en misión de reconocimiento
antes de ejecutar una represalia por cuenta propia por el 11 de septiembre.
¿Pero quién podría sospechar de incendiario a cualquiera
los comensales del Afghan Kabob a las siete de la tarde? Gordos y barbabos
bohemios burgueses, bobos, saliendo con sus esposas en búsqueda
de alternativas a la comida tailandesa, estudiantes universitarios con
el mismo propósito, extranjeros intrigados por un lugar afgano
en el medio de la capital del imperio, es la composición, demostrable
empíricamente, de su clientela. Es imposible sospechar de agente
de futuras turbas fuerzas racistas a un apacible señor de unos
50 años, de calvicie casi total, lentes gruesos y elegante pipa,
cuya conversación incluye cosas tales como creo que los extremos
de dulce y picante en la comida afgana pueden explicar mucho de lo que
pasa en ese país. Es lo que piensan todos. Es justamente
por eso que muchos vinieron al restaurant recién después
de la destrucción de las Torres Gemelas el 11 de septiembre. Hacerlo
logra dos propósitos igualmente deseables para los bobos
locales: primero, la expedición antropológica-culinaria
a lo más profundo del alma afgana; segundo, registrar el desafío
a las tendencias paranoides y xenofóbicas que se venen otras partes
del país. Un estudiante explicó inocentemente que nunca
estuve antes en un lugar afgano... Es muy interesante y muy cool.
Para los propios afganos, la situación es más matizada y
menos agradable. Son ferozmente anti-talibanes, y esto es claro aun si
se ignoran los carteles colocados en la puerta, que piden la liberación
del pueblo afgano del yugo talibán. No, adentro hay más
de una docena de posters con imágenes tales como mujeres cubiertas
de velos, y debajo consignas (en verde, lo que por algún motivo
parecer ser el color de las fuerzas nacionales anti-talibanas) de liberen
a nuestra gente. Sin embargo, al hablar de nuestra gente,
los afganos-norteamericanos de Washington están siendo sinceros
de la forma más literal posible. .Tengo dos primos y un tío
en Kabul... Usted debe entender que ahora mismo hay mucha gente inocente
que está muriendo en Afganistán., explica Shardal, cuyos
padres emigraron en los ochenta cuando era aún un niño.
En el centro comunitario Mustafa, se instalaron teléfonos
especiales para llamar a familiares en Pakistán, que quizá
tengan noticias de otros en Afganistán. Es por este motivo que
los afganos de la capital no pueden alegrarse por la probable caída
de los talibanes y la solidaridad de los otros norteamericanos. Lo segundo
es muy agradecido, pero sin el alivio de los afganos en otras ciudades
potencialmente mucho más hostiles, como Nueva York. Lo primero
es motivo de alegría, pero una alegría que se espera traerá
antes muchas más ocasiones para la tristeza. Con la mirada fija
y eligiendo con suma deliberación sus palabras, Shardal resumió
pausadamente que si me pregunta lo que pienso, creo que al pueblo
afgano sufrirá una nueva masacre, después de las de los
soviéticos, los talibanes, los paquistaníes.... Mi única
esperanza es que sea la última.
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