Por Martín
Pérez
¿Hacemos un krámpack?
Esa es la pregunta de rigor entre Nico y Dani antes de dejarse llevar
por el sueño en la primera noche de sus vacaciones. Nico y Dani
son amigos desde la primaria, y decidieron pasar unos días juntos
en la casa del segundo, ya que ésta quedó toda para él
luego de que sus padres se fueran a su vez de vacaciones. Dani vive en
una casa en un balneario cercano a Barcelona, al cuidado de una francesa
que le hace la comida y una profesora amiga de la familia que le enseña
inglés. Dani quiere ser escritor, Nico quiere ser mecánico
de motos. Ambos tienen 16 años, pero Nico lo dice claramente: no
tiene intención de llegar virgen a los 17. Su obsesión,
y el territorio aún por descubrir dentro de esa niñez en
retirada, es el sexo. El sexo opuesto, para más datos. Pero, mientras
tanto, no parece haber nada de malo en hacerse un krámpack, que
es como Nico y Dani denominan a la masturbación al unísono.
Dirigida por el catalán Cesc Gay, que debutó en el largometraje
codirigiendo el film Hotel Room (1998) con el argentino Daniel Gimelberg,
Krámpack es un particular film de iniciación, que narra
el verano en el que sus protagonistas dejan de ser niños y se asoman
con la mayor de las naturalidades a las tentaciones de la vida adulta.
Nico viene de visita, Dani lo va a buscar a la estación, y en su
primera excursión veraniega ambos se encontrarán con sendas
niñas de madurez precoz, que se impondrán en su verano.
Nico ve en ellas la posibilidad de cumplir su sueño de iniciación
sexual, pero Dani descubrirá que prefiere la compañía
de su amigo antes que la de las chicas.
Podrá decirse que pocas veces el cine mostró con menos prejuicio
y con tanta soltura la iniciación adolescente a una vida gay, pero
lo que en realidad sorprende de un film como Krámpack saludablemente
habitado por la simpatía que desprenden sus personajes es
que, sin evitar las crisis y los problemas a los que también están
despertando sus protagonistas, los despliega de la manera más natural
del mundo. Todos los avatares de la vida cotidiana contemporánea
hacen su aparición en Krámpack, pero a partir de la mirada
ávida de sus protagonistas y de las oportunas preguntas de
los adultos el mundo que terminan construyendo es a medida de lo
humano. Hasta las drogas aparecen como lo que son: una tentación
que acompaña la vida adulta en las ciudades, y no más que
eso. Tanto la aparición de marihuana como incluso de cocaína
no implican la demonización de quienes las usan, con lo que el
film se aleja de la moralina más común del cine contemporáneo.
Y aclara, con esa decisión, que lo que se discute aquí es
otra cosa.
Adaptación de una obra de teatro exitosa, Krámpack (que
en su versión original se desarrollaba en un departamento barcelonés,
y que ha ganado al trasladarse al aire libre) es un film generoso, lleno
de diálogos que se disfrutan por una gracia que está alejada
del chiste. Lejos de la tontera implícita en la ansiedad sexual
de los protagonistas de los más recientes films juveniles estadounidenses,
Dani y Nico tan vez cometan las mismas tonterías y sean víctimas
de similar ansiedad. Pero todo lo hacen de la manera más seria
posible. No hay remates graciosos en cada uno de sus diálogos,
sino que sus charlas divierten desde afuera. Un afuera expectante, similar
a la simpatía que exudan sus personajes, tan queribles como sus
antagonistas femeninas, así como cada uno de los representantes
del mundo de los mayores. Interpretado por el esmirriado debutante Jordi
Vilches, un malabarista a lo Buster Keaton, el desparpajo de su Nico se
roba la película. Pero Nico sería nada sin la compañía
del sencillo Dani que compone Fernando Ramallo, que descubre su camino
sorprendido pero y he aquí la clave de su personaje
al mismo tiempo sin dudar de él.
A medio camino entre el cine más despojado y juvenil de Rohmer
y las más felices películas de iniciación norteamericanas,
en Krámpack hay un devenir moral pero no una máxima moral
que excede la anécdota. Y hay una mirada inquieta sobre el mundo
adulto, pero la respuesta de ese mundo no es ni más ingenua ni
más perversa. En ese sentido, Krámpack es ejemplar, una
comedia de enredos que ansía a un mundo perfecto, más no
ingenuo. Una desprejuiciada película de iniciación. Que
no le tiene ningún miedo a todos los mundos que ese inicio pueda
convocar.
PUNTOS
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