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V.S. NAIPAUL, . PREMIO NOBEL.
Apocalíptico e integrado

Por Rodrigo Fresán

Los números redondos no suelen deparar grandes sorpresas y el Nobel de Literatura Número 100 cayó sobre uno de sus más eternos candidatos. Así ya iban varios años que Vidiadhar Surajprasad Naipaul estaba en las listas de los primeros posibles y su perfil de perfecto galardonable –una carrera donde se aúnan la prosa perfecta, el toque étnico y la mirada politizada y global– sumado a la reciente edición de una nueva novela han acabado por hacer que todo encaje y que la espera haya llegado a su fin. Por el camino quedaron otros números más o menos puestos como Vargas Llosa y Salman Rushdie, así como el rumor freak que apuntaba al japonés Haruki Murakami o a Bob Dylan. La espera que llega a su fin es tanto la de los fans de Naipaul como de la de Naipaul mismo. Uno de esos escritores –tal vez el único que supera a Ernesto Sabato a la hora del disfrute supuestamente modesto del homenaje– a los que se les adivina en los ojitos húmedos las ganas de comerse crudo el Nobel. Así, la solapa de la edición inglesa de Half a Life nos informa que “V.S. Naipaul ha ganado todos los premios literarios más importantes con la única excepción del Nobel de Literatura”. Enseguida, claro, los editores tendrán que cambiar el texto a la hora de la inmediata segunda o tercera o décima edición. No creo que les moleste demasiado.
Tampoco le va a molestar a Naipaul porque nada molesta menos a un pesimista apocalíptico e integrado que la posteridad garantizada de su figura. Naipaul (1932, Trinidad) desciende de brahmines indios, nació en la población de Chaguanas y vivió en Inglaterra desde los dieciséis años y fue ahí donde se convirtió en una suerte de homo-mixto: un caballero del Imperio dedicado a la prolija e impiadosa disección del Tercer Mundo (lo que no ha dejado de valerle numerosas críticas de aquellos compatriotas caribeños que sí se consideran tercermundistas y a mucha honra), al principio con un tono que bordea la sátira y la comedia –los cuentos de Miguel Street (1959) y su obra maestra A House for Mr. Biswas (1961)– para no demorar en caer en un elegante pesimismo que lo ha llevado a los rincones más distantes del mundo (incluyendo a la Argentina en el celebrado ensayo The Return of Eva Perón). Desde entonces y hasta ahora, lo suyo es la exquisita prédica de un apocalipsis inminente que, por supuesto, no lo incluye a lo largo y ancho de numeros libros de viajes y reflexiones donde siempre se muestra como si fuera un lector desencantado de un planeta mal escrito. “No puedes escribir libros con un tambor”, fue su ya célebre frase pronunciada hace tres años en el festival literario de Hay-On-Wye a la hora de explicar el corto alcance de ciertas culturas aborígenes.
Este Naipaul como “personaje de sí mismo” fue cruelmente presentado en la memoir que su alumno, amigo y finalmente rival Paul Theroux le dedicara en 1998 con el título de Sir Vidia’s Shadow: A Friendship Across Five Continents. Un libro apasionante y obligatoriamente subjetivo que se lee como una novela de Patricia Highsmith donde dos psicópatas bailan sobre el cadáver de una amistad supuestamente irrompible cuyos pedazos ya jamás podrán ser unidos. Allí, Theroux, por motivos personales, se autoproclamaba en presidente emérito del Club de Odiadores de Naipaul –en el que ya militaban escritores del calibre de Derek Walcott, Nadine Gordimer, Edward Said y Chinua Achebe entre muchos otros– y, de paso, aprovechaba para derrumbar la estructura de una obra hasta entonces considerada a prueba de sismos. A Naipaul –según Theroux idiotizado por una nueva esposa y por un título nobiliario– la cosa no le importó mucho y aseguró que se encontraba “muy desilusionado por hasta ahora sólo haber escrito acerca de la superficie de las cosas”.
Inesperadamente o no tanto, la flamante Half a Life –su primera novela en seis años– se lee como una suerte de volver a empezar: la desordenada picaresca del joven indio William Somerset Chadran, bautizado así por padres incultos y quien sólo sueña con viajar a Londres para cultivar su cuerpo, su alma y su cerebro. Allí se entremezcla con bohemios, conoce a Ana, se va a vivir a Mozambique y descubre que jamás se puede escapar de los orígenes, de las castas, de los susurros vociferantes de los antepasados y del destino de outsider perpetuo. En resumen: Naipaul vuelve a ser personaje de Naipaul y este es un nuevo capítulo de su “autobiografía ficticia” luego de haber asegurado en más de una oportunidad que se pensaba retirado de la ficción por más que lo “estuvieran presionando” para que escribiera rapidito una novela.
Half a Life –libro que ha sido lanzado como uno de sus obras “más personales y reveladoras” y recibido con la pompa y circunstancia que cabía esperar– no defrauda a los seguidores de Naipaul, ni a su propia leyenda y, mucho menos, a sus enemigos. Semanas atrás en el periódico inglés The Guardian otra vez Paul Theroux –cada vez más parecido a ese personaje de Les Miserables empeñado en la eterna persecución de su presa– dedicó tiempo y espacio a destruir a la novela calificándola como “la más extraña de su obra” en el peor sentido de la palabra; recordó que Naipaul no hacía mucho había descalificado a Forster, Joyce, Dickens y Stendhal (maniobra de atención que según Theroux precede a todo nuevo libro de Naipaul); para acabar definiendo a su autor favorito como alguien “enfermo”. Curiosamente –en esto tiene razón Theroux–, Half a Life desborda de detalles forsterianos (la extrañeza ante un nuevo mundo), joyceanos (sexo y más sexo), dickensianos (el marco social rodeando al cuadro privado) y stendhalianos (la odisea del joven de provincias manipulado por mujeres poderosas, irresistibles). Todo esto, sí, escrito y descrito con momentos de irreprochable maestría entremezclándose con torpes clichés que tal vez, quién sabe, no sean otra cosa que la maldad del maestro riéndose de sus discípulos. Discípulos como Theroux, que concluye: “Si el manuscrito de este libro no hubiera llevado el nombre de Naipaul en su cubierta, nadie lo hubiera publicado. Ahora, con su nombre ahí, su trayectoria es segura: muy buenas críticas, ventas pobres, y un premio literario”.
Hasta ahora, Theroux tiene razón en lo primero y en lo tercero. Todo hace pensar que se ha equivocado en lo segundo.

 

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