Por Michael Ellison
*
Desde
Nueva York
De pronto, una modelo decidió
que debía casarse. Aunque la mujer nunca pudo encontrar un novio
adecuado en Manhattan, el matrimonio ahora es una cuestión de urgencia.
Necesita tener a alguien por quien volver a casa. A otros los consume
la culpa cuando sienten que se esboza una sonrisa en sus labios. Los más
sienten que las muertes de las seis mil personas en los ataques suicidas
del World Trade Center hacen que sus problemas se vean más tenues.
Unos pocos de los que se presentan a su sesión semanal con un psicoterapeuta
consideran todo el hecho como una intrusión en sus vidas, ya problemáticas.
Y un paciente experimentó un gran alivio cuando los comerciales
de televisión volvieron a la pantalla, para él la primera
confirmación de que el mundo se había apartado del abismo.
Los neoyorquinos se vanaglorian de su diversidad, y no sólo en
la forma en que un caleidoscopio de identidades raciales se llevan más
o menos bien. Son fuertes, enfrascados en si mismos, despreocupados por
los otros y proclives a buscar ayuda médica si sienten que les
está saliendo un granito. Ahora también se muestran nerviosos,
ansiosos, temerosos, a menudo deprimidos y sin duda más buenos.
Siempre se han saludado entre sí con un apretón de manos,
pero ahora ni siquiera un abrazo es suficiente. Y cuando alguien pregunta
¿Cómo te va?, espera realmente una respuesta.
Esto es serio. Es, también, dicen los profesionales de salud mental,
algo totalmente pasajero, suponiendo que no haya más ataques en
la capital del mundo del diván psicoanalítico.
En las sesiones del Congreso se dijo que decenas de miles de personas
podrían ser razonablemente diagnosticadas como posibles pacientes
a ser tratados por desórdenes de stress postraumáticos.
Una encuesta dio que el 71 por ciento de los norteamericanos había
estado deprimido desde el 11 de setiembre. El mismo número empezó
a rezar más. La mitad tenía problemas de concentración.
Y uno de cada tres tiene problemas para dormir.
Veo más gente, dice el doctor Allan Schwartz, un psicoanalista
que tiene su consultorio en el Upper East Side de Manhattan. La
gente tiene miedo a salir. Están preocupados por sus seres queridos
y lo que puede suceder en el futuro próximo. Hay una sensación
de espanto y temor sobre lo que se dice de la guerra biológica.
Muchos de estos pacientes tienen una historia de traumas, probablemente
en la niñez, pero hasta ahora se manejaban bien. La mayoría
son mujeres, quizás porque son más proclives a abrirse a
lo que sienten. Otros tienen culpa por sobrevivir.
Pero para decirle la verdad, desde que esto sucedió no sentí
ninguna sorpresa, dice Schwartz. Muchos de mis pacientes estaban
traumatizados y perturbados, queriendo respuestas a preguntas como ésta:
¿Por qué estoy llorando si no perdí a nadie?.
Mucha gente dice que esta asombrada porque esta perturbada. Tengo que
explicar que esto es traumático para todos.
Schwartz es uno de los varios psiquiatras que dicen que muchos niegan
los ataques y el impacto en sus psiquis. Hay una persona a la que
simplemente no parecía importarle nada. Eso es parte del síndrome
de esta persona. Habla de su patología. Con otros, hubo mucho enojo.
Gente diciendo: Acabo de pasar por un bar y todos se estaban riendo
y pasando un buen rato. ¿Cómo se atreven?. La televisión
cometió el error de siempre; pasaban una y otra vez las imágenes.
Hubiera deseado que no lo hicieran. Muchos de mis pacientes se deprimían
porque no podían alejarse de la pantalla.
La doctora Martha Friedman trabaja en su departamento, sobre el East River
en Manhattan. Su psicoterapeuta murió en los ataques. Sus vecinos
de piso han decidido vender su departamento y mudarse de la ciudad. Algunos
de sus pacientes están sufriendo de ataques de ansiedad, otros
niegantodo. Algunos no quieren hablar y otros quieren hablar demasiado.
Algunos de ellos, que son más narcisistas, viven este hecho como
una imposición cuando ellos querían hablar de cómo
no habían oído nada de sus amantes en dos días. Hay
algunos que están actuando como si nada hubiera pasado. Friedman
cree que muchos de sus pacientes están ansiosos y agitados, pero
no que estén sufriendo de una depresión seria. Algunos habrán
entrado en hibernación, negándose a salir de sus departamentos.
Uno dijo: Nunca creí que estaría contento de
ver a la gente hacer comerciales por televisión. Parecía
que las cosas volvían a la normalidad.
Estuve trabajando hoy con un montón de gente que expresaba
mucha rabia. Más rabia que la normal. Un hombre, que es músico,
se enojó con su violín. Yo dije: No, no haga eso,
puede buscar una toalla y ahogar a muerte a alguien ¿La
doctora Friedman está bromeando? Sigue: Una de mis pacientes
jóvenes, una mujer muy linda, una modelo, dijo que tenía
que conseguir un novio adecuado, casarse. Desde que sucedió este
incidente todos quieren tener una familia a la que volver cuando van a
sus hogares. Hubo un largo período en este país en que la
gente no quería comprometerse. Vamos a ver muchos casamientos.
Mucha gente ha dicho: Me quiero casar ahora. Esto crearía
un cambio en nuestras relaciones. Uno, que estaba teniendo problemas con
su relación, dijo: Estoy tan contento de que ella esté
ahí para tener alguien al volver a casa....
A la distancia, en la intacta y quizás más progresista tierra
universitaria de Massachusetts, todo parece distinto. Mi teoría
es que ha sido más perturbador para la clase media, dice
Mark Felix, un psicólogo que vive en Holyoke. La gente está
afectada por los ataques, está realmente shoqueada, pero, ¿quién
murió? Mayormente la clase media y la clase media alta. Se pueden
imaginar en ese edificio. Esta gente tiene vidas que normalmente
son increíblemente seguras. En buena parte yo trabajé con
los pobres. Ellos no tienen ese mismo sentido del mundo como un lugar
seguro. Por eso, no creo que los ataques les hayan modificado su opinión
del mundo.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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