Por Eduardo Febbro
Desde
Peshawar
Si uno le sacara el cargo militar
que lleva encima, la sola mención de su nombre a secas sonaría
como un mito, igual a uno de esos nombres que encierran una misteriosa
atracción: Ismaiel Khan. Breve, seco, embriagador. El general Ismaiel
Khan necesita pocas tarjetas de presentación. Es un mujaidín,
cuyas tropas forman parte de la Alianza del Norte, que opera en las regiones
del centro y del oeste de Afganistán.
Su enemigo habían sido los rusos y ahora son los talibanes. Después
del difunto comandante Massud, el general Khan es el hombre más
querido por los afganos que están dentro y fuera del país.
Aislado en sus regiones de combate, sin ayuda norteamericana, amenazado
por el invierno y con poblaciones acechadas por la sequía, el hambre
y el frío, el general no depone las armas. En los últimos
días tomó el control de dos ciudades y está a punto
de cortarles a los talibanes las vías de comunicación entre
el norte y el oeste de Afganistán.
Las operaciones militares que usted protagoniza comenzaron hace
varios meses. Hoy el contexto ha cambiado con la intervención de
EE.UU. Ahora que se iniciaron las operaciones militares norteamericanas
contra los talibanes, ¿ustedes recibieron alguna ayuda de Washington?
Lamentablemente, hasta ahora no recibimos ninguna ayuda en nuestro
sector. Una de las razones de la lentitud de nuestro progreso reside en
que nos falta de todo.
¿Con qué consecuencias?
Si hubiésemos tenido ayuda, varias provincias ya habrían
sido liberadas. No contamos con nada. Por ejemplo, para las cuestiones
logísticas nos arreglamos con la gente de los territorios que liberamos.
Ellos nos ayudan.
¿Y las armas?
En lo que concierne a las armas y las municiones, seguimos utilizando
lo que tenemos de la época de los soviéticos. No hemos recibido
ninguna ayuda. Nos arreglamos con lo que tenemos y con lo que encontramos
por el camino.
¿La colaboración externa es cero?
Ningún país se ha comprometido.
¿Y la interna?
Ni el gobierno del Estado islámico de Afganistán,
es decir la Alianza del Norte, nos dio una mano. Ni siquiera pudo pagar
el salario a mis mujaidines.
¿Usted cree que con un gobierno de coalición nacional
como el que se menciona en estos días, la paz es posible en Afganistán?
¿La coalición pactada en Roma tiene futuro?
Las negociaciones de Roma nos parecen un buen signo. Es una cosa
que augura un futuro más limpio.
¿Cuál es el objetivo militar inmediato?
En las circunstancias actuales, espero que las represalias norteamericanas
contra las bases de los terroristas y de quienes los protegen le den una
ocasión a la Alianza del Norte de atacar las posiciones de los
talibanes en otras provincias y regiones para liberarlas definitivamente.
El pueblo ahora puede manifestar su odio con un poco más de libertad.
Puedo afirmar con certeza que, para Afganistán, la caída
de los talibanes significará el fin de la guerra...
¿Por qué está tan seguro?
Porque los afganos están cansados de la guerra. Espero que
el gobierno que reemplace al régimen talibán instaure la
seguridad y la paz y que así comience de una buena vez por todas
la reconstrucción del país.
Algunos sectores critican la coalición creada en Roma porque
se trata de un montaje realizado bajo la presión de los occidentales.
¿Está de acuerdo con la idea lanzada en Roma de crear un
consejo de jefes presidido por el ex rey de Afganistán?
Es obvio que con este Consejo o con la realización de elecciones
el régimen que surja en Afganistán estará apoyado
por el pueblo. La única solución consiste en formar un gobierno
surgido de ese consejo. Eso es lo único que puede tranquilizar
a los afganos sobre la estabilidad del futuro gobierno. La alianza del
norte o el frente unido aceptaron el principio de la constitución
de ese consejo donde están presentes los representantes de todas
las etnias, de las regiones y del pueblo. Estamos de acuerdo y esperamos
que el consejo traiga la paz en el país.
Hay conflictos cuyo fin puede aparecer más dramático
que la misma guerra. Afganistán parece estar en un caso así.
¿Usted qué opina?
Hace cuatro años que sufrimos la sequía. La situación
es catastrófica. La vida es deplorable en las provincias del centro.
Estamos esperando que el mundo actúe. La gente se nos está
muriendo de hambre. No tienen remedios. La situación es muy grave.
El mundo debe actuar para ayudarnos y espero que esa ayuda nos llegue
antes de que venga el invierno. Todas estas regiones son montañosas
y el invierno es muy riguroso. Si la ayuda no llega habrá una hecatombe.
La gente se morirá por decenas de miles.
ISRAEL-EE.UU..
Próximo round
En uno de los tramos de la conferencia de prensa que ofreció
ayer, el presidente norteamericano George Bush hizo su declaración
más fuerte respecto de Medio Oriente. Yo creo que debe
haber un Estado palestino, cuyas fronteras deben ser negociadas
por las partes, declaró Bush. Estas declaraciones forman
parte de lo que Estados Unidos debió negociar con los países
árabes para lograr su apoyo a los ataques en Afganistán
o sea, poner en primer lugar de la agenda la cuestión
palestina y el premier israelí Ariel Sharon no tardó
en reaccionar, cuando la semana pasada comparó la situación
actual de Israel con la de Checoslovaquia en 1938, cuando fue anexada
por Hitler con la anuencia de Europa y Estados Unidos. Esto ya provocó
una respuesta airada de Estados Unidos, y parece que habrá
muchas más. Ayer se filtraron a la prensa los planes del
secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, sobre la cuestión;
planes que habían sido postergados después del 11
de setiembre. El plan de Powell incluye un Estado palestino con
Jerusalén Oriental como capital, en la senda del Plan Clinton
que fracasó en Camp David en julio del año pasado.
Sharon rechaza de plano la división de Jerusalén,
y aún más el hecho de que, a diferencia de Camp David,
este plan no fue consultado previamente con Israel. Así las
cosas, parece que Estados Unidos e Israel volverán a enfrentarse.
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EL
RELATO DE LOS DESPLAZADOS QUE HUYEN DE LAS BOMBAS
La guerra siempre lastima
Por E. F.
Desde
Peshawar
Los relatos se suman a los relatos
para contar una historia similar. Kabul, Djalalabad, Kandahar, las tres
ciudades más bombardeadas por los aviones norteamericanos, no sufrieron
únicamente daños quirúrgicos. La guerra sin
lastimar no existe y esta gente está lastimada, dijo el traductor
de Página/12 cuando empezó a resumir el primer testimonio.
En las afueras de Peshawar, al límite con la zona tribal, hay un
punto negro por donde ingresan los desplazados que salieron de Kabul después
de haber presenciado lo que empezaron a contar: Yo vi caer las bombas
en las zonas residenciales de Kabul. Ahí no hay armas, ni centros
de comando, ni jefes talibanes. Ahí vivía gente que yo conocía.
Cuando fui a ver cómo había quedado una casa, estaba derrumbada.
Los cinco habían muerto.
De un barrio o de otro, los refugiados afganos que llegaron ayer narraban
la misma historia. Sus testimonios confirman una vez más que para
matar a los malos hay que matar a muchos buenos. En la campana
de Kosovo, la OTAN había calificado a ese accidente
de la guerra como daños colaterales. Las cifras empiezan
a salir, agrandadas o disimuladas, pero son una realidad. La última
estimación daba cuenta de 300 muertos civiles en cinco días
de bombardeos.
Los islamistas se preparan hoy para responder. En medio de rumores de
golpe de Estado, los partidos islamistas convocaron a una huelga general
y a manifestar contra la alianza de Islamabad con Washington. El presidente
Musharraf reiteró ayer que todo estaba bajo control
y acusó a los afganos que residen en Pakistán de ser los
instigadores de la violencia y las manifestaciones. Al mismo tiempo, Islamabad
reveló que ponía dos bases militares a disposición
de los aviones norteamericanos. Moinuddin Haider, ministro pakistaní
del Interior, precisó que Estados Unidos continuaba utilizando
el espacio aéreo pakistaní: Por el momento no hay
ni un solo soldado norteamericano en nuestro suelo, recalcó
el responsable. Las bases forman parte del apoyo logístico que
Pakistán aceptó otorgar a los Estados Unidos.
�Nos
van a romper la cabeza�
Por E. F.
Desde
Peshawar
¡Qué mundo!,
exclamó la periodista francesa cuando pudo sentarse en el hall
del hotel, respirar un momento y mirar el noticiero de la CNN. Estaba
perturbada, enmudecida por el susto y la emoción. La fricción
de los contrastes le dejó una herida. Las imágenes de CNN
eran limpias, centradas, llenas de malos barbudos, de comentaristas con
corbatas pulcras, de tomas de portaaviones, de aviones sofisticados, de
tropas vestidas como para una fiesta. Sobre el letrero Strike against
terror los planos de la CNN mostraban explosiones puntuales en una ciudad
invisible, refugiados hambrientos, imágenes borrosas de gente huyendo
de Kandahar, índices de Wall Street. Aquellos planos estaban dirigidos
a un público que nada tenía que ver con la muchedumbre pobre
y harapienta que pocos minutos antes casi había lapidado a la periodista
francesa y al enviado de Página/12 en la puerta de una mezquita
de Peshawar.
Para saber qué sentían los musulmanes había que acercarse
a ellos, ponerles la mano en el pecho y medir el pulso de su corazón.
Hacía unas horas que la misma CNN había evocado por primera
vez la realidad de la guerra, es decir la muerte de los civiles. El embajador
talibán en Pakistán había asegurado que los aviones
tiraron un misil contra una mezquita, que había 100 muertos y otros
tantos en Kabul y Kandahar.
A las seis de la tarde, después de la plegaria más densa,
era una obligación profesional ir a la mezquita y sentir para luego
contar aquí lo que ellos sentían. No hubo tiempo. Empezaron
a proferir insultos y amenazas, a tratar a los periodistas de infieles,
a acusarlos de cómplices en la supuesta muerte de los hijos del
líder religioso de los talibán, el Mollah Omar. Hubo que
salir corriendo, subir de un salto a la camioneta por la parte de atrás.
El tráfico era denso, lento. Imposible arrancar. Los minutos pasaron
inmóviles y la muchedumbre empezó a acercarse a la camioneta
por atrás, a formar un semicírculo, a gritar su odio.
Cuando llovieron las primeras piedras la periodista francesa dijo: Nos
van a romper la cabeza pero tienen razón. ¿Qué tienen
que ver ellos con los muertos del World Trade Center, con las torres que
se derrumbaron, qué tienen que ver los afganos que ven cómo
un diluvio de bombas abisma su país?. Ella también
estaba en lo cierto. Todos víctimas de la misma arrogancia, del
mismo error. La sequía, el hambre, la pobreza, la dictadura religiosa,
el exilio y ahora las bombas del imperio que, antes, fomentó el
desastre. Las imágenes de la CNN no hablaban de esa verdad que
se respira en el calor asfixiante de Peshawar. Es tan enorme que no se
puede decir.
En el camino hacia el hotel el tráfico estaba detenido. Había
habido un accidente en la ruta y se avanzaba despacio en medio de una
irrespirable nube de humo. En el medio de la calle había un hombre
tirado. De la boca le salía un largo hilo de sangre y su cuerpo
se sacudía con convulsiones regulares. No se escuchaba el estruendo
de ninguna sirena. La periodista francesa se secó las lágrimas
frente al televisor. Lloraba de asco. ¡Qué mundo!,
repitió. Miró la pantalla y agregó: Casi nos
comen, pero ellos tienen razón.
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