Por Horacio Cecchi
Asalto a la CNEA. Thriller
del género simulacro policial, ambientado en el Núñez
porteño. Un grupo de terroristas asalta el edificio de la Comisión
Nacional de Energía Atómica. Objetivo: robo de sustancias
químicas capaces de sembrar el caos en el mundo occidental. Un
llamado anónimo pone sobre aviso a las fuerzas del GEOF que rodean
el edificio. Los terroristas se resguardan capturando seis rehenes. Intervienen
unos cien bomberos, expertos en explosivos, en sustancias radiactivas,
emergencias ambientales, ambulancias, una ducha de campaña, una
pelopincho inflable, Cona, Troy, Marquitos y un helicóptero. Después
de idas y vueltas, la negociación se pudre. El GEOF entra en acción
y rescata a tres rehenes. Los terroristas resisten y hacen estallar un
explosivo radiactivo. Todo ocurre en interiores de la CNEA, mientras los
vecinos del barrio bajan sus persianas. Finalmente, los expertos cubiertos
en trajes antirradiactivos, neutralizan los efectos, y ganan los buenos.
Descollante actuación de Cona, Troy dos perritos rastreadores,
Marquitos un robot y los vecinos.
El simulacro estaba anunciado por los federales. La intención,
realizar una práctica de situación de crisis con toma de
rehenes y exposición a sustancias químicas y radioactivas.
Tratándose de un simulacro, todo estaba previsto: comenzaría
a las 10 y media, en el edificio de la CNEA, Libertador entre Correa y
Ramallo, con la llegada de una banda imaginaria.
Un rato antes, el vecindario ya vivía un estado de excitación
especial: patrulleros cruzados a espaldas de la CNEA, clausuraron Ramallo,
Correa y 11 de Septiembre y un inusual despliegue de comandos, provocaban
preguntas: ¿Qué pasó?, quiso saber una
vecina, con la bolsita de las compras y un pichicho de ojos saltones,
en el almacén de Luis, justo frente a la retaguardia de la CNEA.
Dicen que allanamientos por lo de las armas, respondió
un portero mientras don Luis cortaba fetas de paleta.
Pasadas las 10 y media, Claudio Pereyra, jefe de los GEOF, describió
el guión, aclaración mediante al periodismo: No van
a ver movimientos tácticos porque no los vamos a hacer. No vamos
a desocupar el edificio porque hay gente trabajando, ni vamos a andar
rompiendo todo porque vamos todos presos. Vicente Herrán,
jefe de Seguridad contra Incendios y Riesgos Especiales, detalló
que los terroristas contarían con el muy peligroso BX, que
entre los gases nerviosos es el peor de todos, y otros más como
el sarín. A pocos metros, los futuros seis rehenes conversaban
y reían animadamente. Después, se inició el simulacro
que se puede resumir en cinco escenas:
Escena 1: Ya fue tomado el edificio y alertado el GEOF. Sus comandos entran
con sus trajes y máscaras, armados hasta los dientes, de uno en
fondo para enfrentar al enemigo imaginario. El cabo Adrenalina no fue
de la partida. Salen al rato con tres de los rehenes, a paso lento y apuntando
hacia las cámaras para la foto, murmuró
un oficial.
Escena 2: Un grupo de bomberos de Protección Ambiental, con trajes
amarillos riesgo C, según definió un experto,
cabeza recubierta por una capucha, respirador con filtro, guantes verdes
y botas negras, despliegan una pelopincho inflable redonda en la esquina
de Correa y 11 de Septiembre. Colocan una ducha de campaña conectada
a un autobomba, y un banquito rojo en el medio. Desde la ventana del primer
piso, justo sobre la esquina, una anciana se anima a correr apenas la
cortina. El resto de las persianas de toda la cuadra están bajas.
Temor en el vecindario.
Escena 3: Los terroristas imaginarios amenazan con una bomba. Cona y Troy,
labradores ella y él, de la División Canes, huelen, huelen,
huelen, hasta que detectan una caja sospechosa debajo de un Corsa azul.
Entra en acción un hombre de Explosivos, completamente blindado.
Retira la caja. La zona queda liberada.
Escena 4: Pero el mal sigue de pie. Se escucha un pavoroso estallido dentro
de la CNEA. La anciana de la esquina abre más la cortina. Se informa
que estalló un explosivo con gases químicos de alto riesgo.
La tensión agobia al vecindario. ¿Qué fue eso?,
se sobresalta una clienta de don Luis. Pero entra en acción Marquitos,
el robot Marks Andros, una especie de Arturito de la Guerra de las Galaxias
teledirigido por el inspector Mauricio Barrera a 50 metros del lugar.
La misión de Marquitos es observar cómo está la cosa
allí dentro. La cumple con éxito: detecta a un vigilador
de la CNEA, cruzado de brazos al fondo del playón, y a un par de
empleadas que miran curiosas al aparato.
Escena 5: Entran los eternautas de Seguridad Radiológica, con trajes
riesgo A, a prueba de gases, y un detector, y rescatan a los tres últimos
rehenes. Uno de ellos parece herido. Horror en la ventana de la anciana.
Por turno, pasan al sector de limpieza radiactiva: la pelopincho de la
esquina. Los sientan en el banquito y los desnudan. Sólo respetan
el slip. Disgusto y curiosidad en lo de la anciana de la esquina. Acotación
de un médico policial: En circunstancias reales se los desnuda
por completo, pero por cuestiones de privacidad acá no se hizo.
Los bañan, les lavan el pelo, los llevan envueltos en una toallita
a la ambulancia. Un melenudo con camperita de River, que nada tiene que
ver en el asunto, se acerca y pide un poco de agua. Después les
toca el turno a los eternautas, que se bañan trajeados con cepillo
bajo la ducha.
El simulacro ha concluido. Está todo neutralizado,
dice un oficial ya tranquilo. Ante una pregunta, Rubén Santos,
jefe de los federales, explica a la población: No hay que
estar preocupados. Pero sí atentos.
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