Por Hilda Cabrera
Aprendí a leer
con Nelson Rodrigues. El tenía una columna diaria en un periódico:
eran historias de adulterios, escabrosas y muy chocantes para los años
50. Pero también escribía sobre fútbol, y eso me
gustaba mucho, recuerda el escritor y periodista brasileño
Ruy Castro a propósito del autor de Dorotea, pieza calificada de
farsa irresponsable que se estrena hoy a las 21 en El Ombligo de la Luna
(Tomás de Anchorena 364). La obra se presenta dentro del marco
de una programación destinada a revalorizar la producción
de Rodrigues (1912-1980). Participan de este homenaje la Fundaçao
Centro de Estudos Brasileiros y el Centro Cultural Ricardo Rojas de la
UBA. Castro (también autor teatral, entre otros trabajos de Estreia
Solitaria. Um brasilero chamado Garrincha) llegó a Buenos Aires
para presentar su libro Un ángel pornográfico, biografía
sobre Rodrigues en la que Castro deja constancia de su fascinación
por este autor, cuando con apenas 5 años escuchaba maravillado
el relato que le hacía su madre de aquellos escabrosos
artículos periodísticos. El interés por las obras
de teatro fue muy posterior. También porque éstas fueron
escritas tardíamente, luego de una gran debacle familiar, como
puntualiza Castro en una entrevista con Página/12, junto a Susana
Yasan, la directora argentina de Dorotea y artífice de este montaje,
coproducido con el Teatro San Martín. Aquella popular columna se
llamaba La vida como ella es, aporta Yasan, arrebatada por la teatralidad
de las historias de Rodrigues, de quien sólo se vio una obra en
Buenos Aires: Los siete gatitos, dirigida por Ricardo Holcer en el Teatro
Cervantes.
¿Qué opinan de ese mundo femenino que describe este
autor, mezcla de tragedia griega y ritual religioso?
R. C.: No soy un estudioso profundo de su obra. Apenas un biógrafo.
Mi observación es que sus personajes principales son femeninos,
que el varón desempeña un papel secundario en sus historias.
Es a lo sumo un instrumento que ayuda a la acción, que es siempre
de la mujer. La relación con la tragedia aparece cuando uno investiga
qué cosas le pasaron a él y a su familia. El público
puede perfectamente ver una obra suya sin saber nada sobre su vida y entender
todo lo que ocurre, pero comprende mucho más cuando conoce las
crueles experiencias vividas por su padre y sus hermanos mayores.
S. Y.: Rodrigues era periodista, y esa actividad lo ayudó
a mantenerse siempre en contacto con el pueblo. Escribía sobre
hechos sangrientos, hacía reportajes sobre crímenes...
O sea que incursionaba en lo más siniestro...
S. Y.: Y eso lo hacía único, porque no mostraba la
cara pública sino lo más feo de la gente, lo hediondo; y
utilizando un procedimiento melodramático o farsesco. El decía
que toda ficción, para ser purificadora, debía ser
atroz, que había que mostrar aquello que sucedía en
forma descarnada para que se purificara.
R. C.: Pero él nunca profesó ninguna religión.
Su familia era evangelista, pero no él. Tenía en cambio
una fijación con la iglesia católica. Le gustaba decir que
Dios sólo frecuenta las iglesias vacías.
¿Se lo consideraba un autor maldito?
R. C.: Era único, porque su ambiente de trabajo no era el
de los intelectuales sino el periódico que dirigía su padre.
Un diario popular. Lo que se llama prensa sensacionalista, con muchas
historias de crímenes pasionales y pactos de muerte. La primera
historia que escribió contaba un adulterio. Eso era frecuente en
el periódico. Cuando Nelson tenía 18 años se produjo
un hecho terrible. Uno de sus hermanos, que era humorista gráfico,
dibujó la historia del adulterio de una mujer real. Ella había
pedido antes que no la molestaran, pero no le hicieron caso. Cuando se
publicaron los dibujos, apareció un hombre en la redacción
buscando alpadre para matarlo, y como no lo encontró mató
al hijo, el dibujante. Dos meses después, el padre murió
de disgusto.
Parece una tragedia carioca, como calificaron los estudiosos a Los
siete gatitos o La fallecida...
R. C.: Fue una tragedia real que no acabó con esa muerte.
Hubo un cambio de gobierno en 1929 y les quemaron el diario. La familia
quedó sin un centavo.
S. Y.: Nelson tenía muchos hermanos, y todos periodistas.
Nadie quería contratarlos. El nuevo gobierno era opositor de aquél
que había defendido el padre en su diario. Se empobrecieron, y
algunos enfermaron de tuberculosis.
R. C.: Nelson también. Estuvo internado, pero se salvó.
Recién después de toda esa tragedia empezó a escribir
teatro. Sus obras generaban polémica y estuvieron prohibidas durante
mucho tiempo en Brasil. Nelson era un ser apasionado que quería
apasionarse.
S. Y.: Me gusta lo que decía sobre el amor. Decía
que en la humanidad la tragedia se desató cuando el sexo se separó
del amor. En Dorotea hay una historia de amor, la de una bisabuela que,
amando a un hombre, se casó con otro. Eso se convierte en una maldición
para ella y sus descendientes mujeres. Ellas sufren la náusea nupcial
y viven encerradas como viudas en una casa sin cuartos, porque donde hay
habitaciones se sueña, y cuando se sueña se convoca a la
voluptuosidad.
¿Proyecta usted, Castro, otras actividades en Buenos Aires?
R. C.: No. Vengo nada más que a presentar mi libro, donde
muestro mi pasión por Nelson, quien a mi entender resume la cultura
brasileña. He tenido el privilegio de ordenar sus crónicas
de amor y de fútbol, sus memorias y escritos poéticos, y
reunir las frases más diversas en un libro. Son frases usadas por
todos, muy populares. Cuando los brasileños andaban caídos,
como fracasados, él decía que teníamos el mal del
perro callejero, que husmea en las latas de basura, las vuelca y anda
con la cola entre las patas. Tenía frases para todo, para la política,
la economía... Frases que son de dominio popular, como la que dice
que el subdesarrollo no se improvisa, es una obra de siglos.
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