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DINAR LINEAS AEREAS

LA PSICOSIS DEL ANTRAX CRECE: UNOS 200 ENVIOS “SOSPECHOSOS”
Los fantasmas que llegan en sobre

Después de que el Gobierno diera a conocer los pasos a seguir ante un paquete sospechoso de contener ántrax, la histeria hizo pie en el
país: casi 200 sobres fueron a
parar al Malbrán o al Muñiz para
ser estudiados. El ministro explica que habló: �para que no panda el cúnico�.

Miembros del grupo GEOF mostraron en un simulacro cómo actuarían ante un ataque real.

Por Cristian Alarcón

El fantasma del ántrax estalló ayer en el país como si se tratara de una perdigonada esparcida por correo. Bastó que el ministro de Salud, Héctor Lombardo, desde la mismísima Casa Rosada explicara ayer a los argentinos cómo actuar ante un sobre de remitente desconocido, envolviéndolo en bolsas y metiéndolo en un frasco de tapa a rosca, para que esos supuestos atentados postales aparecieran. Después del episodio cordobés en el que la policía actuó con hombres protegidos por estrambóticas escafandras para secuestrar una carta sospechosa, Lombardo le dijo ayer a Página/12 que meditó junto a sus asesores en “salir o no salir a hablar del tema”. “Y preferimos salir con una recomendación antes que callarnos la boca para que no... panda el cúnico, como decía el Chapulín Colorado”, explicó con humor el ministro. Mientras tanto, casi 200 misivas dudosas con remitente en Estados Unidos y Pakistán hicieron sus recorridos en manos de angustiados destinatarios en varios puntos del país. Por la tarde, el Instituto Malbrán y el Hospital Muñiz ya no daban abasto. Tampoco la Superintendencia de Bomberos de la Policía Federal que pidió ayuda a las comisarías, donde los agentes meten las cartas en sobres de plástico de seguridad, lejos de las instrucciones del ministerio, según fuentes judiciales. Ayer a la noche seguían llegando personas con sus muestras al Malbrán. Mas de cien peregrinaron con una supuesta bacteria mortal en las manos ante la estatua de su fundador disfrazada por algún ocurrente con la barba y el turbante de Osama bin Laden.
Eran las siete de la tarde en el hall del Instituto Nacional de Microbiología Malbrán cuando don José Bertetti, de 76 años, intentaba que le aceptaran su peligroso paquete: un sobre proveniente del estado de Florida al que ayer, tras escuchar a Lombardo, envolvió en varias bolsas de supermercado y llevó, no sin miedo, a la comisaría 34 de Parque Patricios. “Pero ésos no me lo quieren recibir”, protestaba Bertetti que vive en la calle Raulé 58 de Parque Patricios con su mujer y una hija. De vida tranquila, prefirió no abrir, por si acaso, el sobre que hace una semana recibió con su nombre y apellido. Ayer a la tarde lo empaquetó como pudo y lo llevó a la seccional 34. “Me dijeron que ellos nada que ver, y entonces mi señora llamó acá y le dijeron que lo trajera, pero ahora me dicen que no, así que yo no sé”, protestó con la voz cascada ante un policía. El uniformado le recomendó que llamara al 101, porque él mismo había acudido en un patrullero a asistir a una señora que al ver un remitente desconocido había devuelto el sobre al buzón.
“Es lógico, la gente imagina que ante algo como el ántrax tiene que venir acá –le dijo a Página/12 ayer en su ajetreada oficina el director del Instituto Malbrán, Andrés Ruiz–. Pero en el día de hoy se creó una psicosis”. El jueves recibieron el llamado de un comisario de Balcarce.
Tenía ante sí un sobre con remitente de Pakistán. Luego empezaron a consultar personas que querían acercar su correspondencia. “Imagínese que esto hoy explotó y llegamos a tener más de cien consultas”, contó Ruiz.
Los sobres que ayer estaban por ser estudiados en el Instituto eran apenas los primeros nueve. Para ello un equipo de científicos especialistas en bacteriología y en toxinas trabaja en un laboratorio con trajes diseñados de acuerdo al sistema de seguridad biológica de tipo 3 (P3) no tanto por la posibilidad de contagiarse con ántrax sino para prevenir el contacto con algún otro agente. La tarea consiste en tomar una muestra del papel o de polvo y colocarlo en un medio de cultivo. En ese cultivo “si existen las bacterias comienzan a crecer y en 48 horas se analiza su presencia”, explicó Ruiz. Pero fuentes judiciales le confiaron anoche a Página/12 que las autoridades del Malbrán les advirtieron que “no disponen de los reactivos suficientes, mientras que en el hospital Muñiz tardarían 96 horas en aislar el laboratorio”.
El jefe del Departamento de Terapia Crítica del Muñiz, Jorge San Juan, le dijo a este diario que consideraba que se había desatado “una psicosispor el tema”. El juez federal Rodolfo Canicoba Corral confirmó anoche que ya eran “cerca de 200” los sobres que habían llegado a diferentes comisarías. “Dentro de esta paranoia de la gente, se ordenó que los llevaran a la policía para que de ahí los remitan a los institutos”, dijo. Una fuente judicial contó a este diario que la psicosis comenzó en una comisaría de la calle Lavalle cuando una mujer de la comunidad judía acercó una caja procedente de Estados Unidos. Luego aparecieron los sobres. Varias personas los han abierto y se han encontrado con publicidad de turismo proveniente de La Florida. “En algunos casos llamaron a los teléfonos que figuraban y les dicen que se ganaron viajes o promociones por el estilo”, explicaron fuentes que hicieron el seguimiento de la correspondencia.
–¿Por qué salió a dar las recomendaciones? –le preguntó Página/12 a Lombardo.
–Este no es un ministerio de la enfermedad sino de la prevención y por eso damos recomendaciones ante hechos no habituales como recibir un sobre de un desconocido. Si no, el pánico va a cundir como en Córdoba.
–¿Pero esto no genera una paranoia imparable?
–Cuando usted hace prevención en salud, es como cuando se entra al auto: entonces ajústese el cinturón de seguridad, no conduzca borracho, si no durmió, duerma. Esto es lo mismo. Estamos ante algo que no sabemos que es y no queremos asustar a la población, claro.

 

Qué es y cómo se trata

“El ántrax en una enfermedad infecciosa aguda que normalmente afecta a vertebrados (ganado, ovejas, cabras, camellos) pero también afecta a humanos si se exponen a animales infectados”, explica un texto redactado por Daniel Albano, jefe del servicio de Toxinas del Instituto Malbrán. Existen tres formas de contagio; la cutánea, la gastrointestinal y la inhalación. Esta última puede ser mortal si la persona no recibe los antibióticos necesarios antes de que la bacteria del ántrax produzca hemorragias en el sistema respiratorio.
Los procedimientos recomendados ayer por el ministro de Salud fueron indicados por especialistas pero “para que sean aplicados por alguien preparado, que debería ser la policía, y no por la gente”, según el director del Malbrán, Andrés Ruiz, explicó a este diario. “La gente llama, pregunta y busca frascos que les sirvan, pero eso debería hacerlo alguien preparado”. Sin embargo fuentes judiciales le dijeron a Página/12 que los paquetes están siendo secuestrados por policías en sobres plásticos porque no existe aún material para cumplir con el procedimiento que debería incluir la utilización de guantes.

 

EL TEMOR DE LOS QUE RECIBIERON CARTAS O PAQUETES
“Del susto ni miré el sello”

Por Alejandra Dandan

De pronto todo el país pareció hundirse en la nueva guerra. No se necesitaron pantallas de televisión: el feroz veneno del ántrax parecía invadir por correspondencia cada extremo del país. Ricardo Madoery, profesor de la Facultad de Agronomía de Córdoba, fue uno de los primeros en pensarlo. Por la mañana recibió un sobre a su nombre con el remitente explosivo: Pakistaní. “Mire –le dijo a Página/12– del susto que me pegué ni siquiera miré bien qué sello tenía”. Los casos se multiplicaron como epidemia eruptiva a lo largo del día. Las denuncias por sobres extraños se repitieron en Balcarce, Córdoba, en el área metropolitana. Hubo sobres en el diario Ambito Financiero y otro dirigido a un comisario de la Federal.
Cuando el día terminaba, uno de los fiscales de Mar del Plata a cargo de la investigación de un caso, se comunicaba con este diario para dar el resultado de uno de los sobres analizados. Ese fue el que había disparado un día antes el estado de alerta en el Malbrán. Había sido enviado a una casa ortopédica de Balcarce con un detalle que pareció diabólico: un sello pakistaní como remitente. Eso asustó a Jorge Romero y Rolando Tappia, los dueños atormentados del pequeño comercio. El caso se mantuvo en estricta reserva durante cuatro días. Fue denunciado a la comisaría del pueblo y sólo ayer cobró estado público. El fiscal Marcelo Blanco se encargó personalmente del investigar el asunto. Pidió recomendaciones al Malbrán y, a continuación, un camión a la División Explosivos de la Departamental de Mar del Plata: ahí dentro viajó el sobre, aislado y protegido por una gaveta especial.
Anoche se reveló ese misterio. Y para explicarlo el fiscal prefirió un remate con tono de suspenso: “El director del Malbrán –dijo– me aseguró que el sobre fue fechado y enviado efectivamente desde Pakistán”. Poco después la larga historia de sospechas terminaba: según el fiscal, el contenido, que era efectivamente pakistaní, no tenía bacterias sino una publicidad escrita en inglés sobre aparatos de ortopedia y kinesiología.
Ese resultado no bastó para frenar el terremoto desparramado en todo el país a esa altura del día. Desde el día anterior, los teléfonos de varias comisarías se recalentaban con denuncias desde varios frentes.
Fue en Córdoba donde a las 10.30 aparecía el segundo sobre del día con remitente pakistaní. Llegó al laboratorio de Agronomía de la facultad de Córdoba a nombre de uno de los profesores de la cátedra de Química Orgánica. “Imagínese: nunca en mis 23 años acá dentro me mandaron un sobre de Pakistán ¿cómo no me iba a poner nervoso?”, alcanzó a contarle Ricardo Madoery a este diario antes de autoacuartelarse en su casa. El hombre estaba desbordado: había esperado durante dos horas al equipo especial del Ministerio de Salud que debía retirarle sobre, y el miedo. Ni siquiera pudo relajarse: le advirtieron que el paquete debía quedar aislado, y vigilado. Madoery no necesitó instrucciones para los cuidados. Los había aprendido por la tele el día anterior cuando seguía los avatares de su vecino del Alta Córdoba. Aunque no encapsuló el sobre, apenas leyó el origen del envió escrito en un sticker cuadrado de tres centímetros, procuró aislarlo. Mejor dicho, embolsarlo.
–La verdad –confiesa–, usé lo que tenía: una bolsa de supermercado más bien trasparente aunque después conseguí otra y se le puse encima.
Al final el sobre terminó tapado y encerrado por tres bolsas. Madoery nunca tuvo el coraje de mirarlo, pero uno de sus ayudantes lo hizo por él: –A contraluz se veía una revista de internacional, que decía Free pero esa es estrategia que usan.
–¿Cómo lo sabe?
–Por Internet: parece que así engancharon los otros casos.
Nadie sabe qué hacer con estos envíos. A última hora, el Correo Argentino consultaba con el Correo de los Estados Unidos y la Unión Postal Universal los pasos que dará en los próximos días. “Desde Estados Unidos nos han trasmitido que consideran el tema como importante pero no alarmante”, precisó un vocero de la empresa.

 

Una tarjeta muy especial

Juan Carlos Aznar pasó de la cuarentena por ántrax a personaje involuntario de un comic. Después del espectacular operativo de seguridad desplegado el jueves frente a su casa, ayer obtuvo los resultados del sobre que había entrado debajo de su puerta procedente de Miami. Ese sobre, tirando a azulado –como lo describió este casi abogado cordobés–, no tenía la terrible bacteria sino una tierna tarjeta de cumpleaños.
Aznar fue el mismo que discó 101 cuando miró cómo entraba por debajo de su puerta el sobre azulado dirigido desde La Florida a un domicilio que no era el suyo y con un nombre que no le correspondía. También fue el hombre que quedó “encapsulado” en su casa por un cuerpo especial de la policía cordobesa que, de paso, encapsuló el sobre, un jardín de infantes cercano y a todo el barrio. Ayer se conoció al verdadero destinatario del mensaje que no era Aznar sino un vecino de su barrio. Vivía a dos cuadras de Sucre al 2200 y además tenía datos precisos sobre el contenido de la correspondencia. Como había sido su cumpleaños, unos amigos de Miami habían decidido saltar todo tipo de cercos áereos para saludarlo.

 

Cómo se vive, teme y sufre en la
nueva república de Antraxlandia

El tercer piso del diario �New York Times�, evacuado. Una empleada de la cadena NBC infectada en el piso 30 de uno de los rascacielos
del Rockefeller Center. Osama bin Laden parece estar apuntando a la prensa para diseminar el pánico.

El Equipo de Respuesta Rápida de Componentes Peligrosos opera ayer en Denver, Colorado.

Por Gabriel A. Uriarte
Desde Washington D.C.

“Antraxlandia”: el nuevo nombre de Estados Unidos, al menos según los ciudadanos de su capital todavía con ánimo de hacer chistes. No hay dudas de que la bacteria está paralizando al país, o al menos sus principales centros urbanos, de una forma mucho más efectiva que coches bomba. “Con una bomba al menos sabés cuándo comienza y cuándo termina, sabés quién se muere y quién no, pero con esto nadie sabe si tiene ántrax o gripe”, afirmó muy agitado un oficinista que almorzaba en la barra del muy popular Daily Grill cuando la CNN comenzó a difundir las primeras noticias sobre la empleada de la cadena NBC infectada en el piso 30 de un edificio de Rockefeller Center en Nueva York, y la evacuación de parte del edificio del New York Times. El impacto no pudo ser mayor. La concentración de personas en torno de los televisores se complementaba con el tono mucho más implacable de los medios hacia las argumentos del gobierno, fenómeno explicable por la sensación de vulnerabilidad personal de sus comentaristas basados en Nueva York, tales como Aaron Brown de la CNN. Sin embargo, la situación sólo empeoraría con el paso de las horas. En Washington, el Departamento de Estado fue evacuado cuando se descubrió una carta sospechosa, que funcionarios dijeron después no contiene ántrax. Y las autoridades municipales estudian desplegar personal militar para proteger las oficinas del gobierno. Pero muy pocos mantienen fe en las medidas oficiales.
El biólogo, llegado hace una semana de un viaje de estudios en los bosques de Maine, apuntó a un guarda muy obeso sentado frente a una oficina de correo fumando un cigarrillo: “Mirá, ésa es la persona que nos protege del ántrax”. Era uno de los muchos capitalinos que expresaban una desilusión casi total con el manejo oficial de lo que ya nadie puede negar es un ataque bioterrorista. El gobierno operaba contra sí mismo en ese sentido, advirtiendo sobre la posibilidad de casos de ántrax (“no abra ni agite cartas sospechosas”, recomendó el fiscal general John Ashcroft), pero enfatizando que debían volver a su vida habitual (“debemos ejercer un nivel mayor de vigilancia”, según el fiscal). Sería injusto hacer demasiado hincapié sobre Ashcroft, quien al menos se dedicó íntegramente al peligro del ántrax. Quienes seguían las pantallas de televisión para informarse sobre el peligro de una epidemia de ántrax en Washington D.C. se mostraron mucho más confundidos, primero, y enojados, segundo, ante las declaraciones de otros funcionarios. El secretario de Salud, Tommy Thompson, sin ir más lejos, criticado por sus intentos constantes de minimizar la crisis. “Seguro, el ataque no era un ataque, después estaba limitado a un caso en Florida, después tres casos en Florida, hoy dos casos en Nueva York, mañana van a ser cinco casos acá”, se mofó un empleado de Morgan Stanley. Bush todavía escapa a las críticas, como también su vice Dick Cheney, quien tuvo la astucia de admitir ante Jim Lehrer de la PBS que “quizá todo esto es una coincidencia, pero soy escéptico”. “Al menos alguno lo es”, comentó alguien.
Nadie que no esté en un lugar como Washington o Nueva York puede apreciar el aspecto más siniestro del ántrax, su indefinición hasta que es demasiado tarde, las constantes preguntas y repreguntas sobre si una tos, 38 grados de fiebre o una ligera picazón son motivos para ir al médico, conseguir máscaras de gas, o saltar por la ventana. Es probable que el único motivo por el cual el antibiótico Cipro no está totalmente agotado es que se requiere una receta y los médicos están bajo mucha presión del gobierno de no escribirlas. Una empleada de las farmacias CVS en Washington explicó que “las ventas subieron, sí, pero viene mucha másgente que quiere saber si no lo puede conseguir sin receta”. Al mismo tiempo, el gobierno y los medios adoptaron la estrategia bastante obtusa de enfatizar que es muy difícil que terroristas desarrollen las variantes más letales del ántrax, es decir, las que matan a miles de personas en lugar de “tan sólo” individuos. Obviamente, esto no es consuelo en ciudades donde todos pueden terminar en la lista de los desafortunados. “Sólo hay cuatro infectados con ántrax... ¿estamos ganando o estamos ganando?”, se rió un hombre que sólo quiso decir que trabajaba en una oficina federal “cerca de la avenida Pennsylvania”, lo que quizá quería decir el Departamento de Estado, que ya había sido evacuado para esa hora. Era representativo de uno de los dos grupos en los que se dividían ayer los ciudadanos de Washington D.C. El suyo era de los que hacían chistes a los ataques, con comentarios tales como “voy a asegurarme que mi secretaria abra el correo” o “a lo mejor el polvo blanco de ántrax reduce el consumo de cocaína”. Los otros se mostraban agitados, repitiéndose nerviosamente en las conversaciones, siguiendo con rechazo las noticias de nuevas infecciones. Sus palabras son las que más se difundieron en la prensa extranjera, los “no sé qué hacer”, “nunca pensé que me sentiría tan vulnerable”, y demás. Pero como grupo se reducen en número con cada día que pasa. Sin duda, parte de la explicación es que las personas realmente preocupadas no saldrían a las calles o los bares sino que seguirían las noticias desde sus casas. Pero parece que bastantes más pasaron a compartir la actitud de la mujer que explicó: “No veo para qué sirve preocuparme: con esta mierda del ántrax nunca sabés si te morís hasta que te morís, así que... bueno, ¿qué sugerís que haga?”.
Hacer chistes parece ser la respuesta, chistes que seguramente serán definidas como “de humor negro” en el exterior. Pero no es humor, ni nada parecido, sino una especie de protesta contra una tragedia tan improvisada y sórdida, que quita a sus víctimas el mínimo consuelo del sacrificio glorioso en una causa justa. Y, hay que decirlo, contra la gente que todavía se preocupa, que aún no entiende que no hay nada que pueda hacerse. Antes de levantarse de la mesa y dar fin a la conversación, el biólogo de Nueva Inglaterra miró el brazo derecho de este cronista, con varias picaduras de mosquito –que, según explicó el experto médico de la CNN, podrían, o no, ser síntomas de ántrax–, y dijo con una sonrisa “bueno, lo lamento, pero vos también estás cagado”.

 

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