Por Horacio Bernades
Llamarse Coppola y dirigir
películas no debe ser fácil. Es el caso de Sofia Coppola,
30 años a la fecha e hija de Francis Ford. No conforme con ser
la hija de un genio, Sofia es la esposa de un genio en potencia, Spike
Jonze, talentoso realizador de videoclips (los de Fatboy Slim y Beastie
Boys, por ejemplo) y de ¿Quieres ser John Malkovich? Sin embargo,
a la chica no parece haberle ido nada mal con su debut en el largometraje.
Con antecedentes como fotógrafa y diseñadora de ropa, Sofia
hizo sus primeras armas en cine junto a papá, primero como hermanita
metida de Diane Lane en La ley de la calle, después como coguionista
de La vida sin Zoe (episodioCoppola de Historias de Nueva York) y finalmente
como coprotagonista de El Padrino III. Convencida de que lo suyo no era
la actuación, Sofia eligió, para su debut como directora,
una novela-fenómeno de culto. Se trata de The Virgin Suicides,
escrita por Jeffrey Eugenides y a la que The New York Times calificó
de lírica y portentosa.
Producida por la American Zoetrope (la productora de Coppola), la película
se presentó primero en una muestra paralela del Festival de Cannes,
estrenándose más tarde en Estados Unidos y Europa, y aprobando
el examen en todas partes. Salvo en la Argentina, donde algún ejecutivo
del negocio del cine le bajó el pulgar, impidiendo que The Virgin
Suicides pudiera conocerse en cines, aunque ahora es editada en video
por AVH. Desde el título ya se sabe cómo va a terminar la
película. Por si alguien no se dio cuenta, la voz del narrador
en off recuerda de entrada el destino de las hermanas Lisboa. Estas son
cinco, todas rubias y con edades que van de los trece a los diecisiete.
Las Lisboa son las más lindas, allí en Grosse Pointe, Michigan,
a mediados de los 70, cuando transcurre la historia.
Todo empieza con el intento de suicidio de Cecilia, la menor, que anda
de allí en más con las muñecas vendadas. ¿Cómo
puede ser que una chica que todavía ni empezó a vivir se
quiera matar?, le pregunta, sin mucha psicología, el psicólogo
que incorpora Danny DeVito. Cómo se nota que usted nunca
fue una chica de 13, contesta Cecilia, antes de interpretar del
modo más desconcertante las tarjetas del Rorschach. Si desde siempre
se sabe cómo van a terminar las lindas hermanas Lisboa, lo que
nunca nadie llega a sospechar es el porqué de esa decisión.
Aunque algunos indicios hay. Papá Lisboa (James Woods, totalmente
en contra de su registro habitual) es un profesor de matemáticas
que les habla a las plantas y en cuanto encuentra algún interlocutor,
intenta explicar, sin éxito, por qué eran tan buenos los
aviones durante la Primera Guerra. Si no, se queda dormido en el sillón
del living.
La que manda en casa es mamá, una católica practicante que
sólo permite que las nenas vayan a un baile si es con unos vestidos
tipo bolsa, cuyo uso hasta un talibán aprobaría. Una de
sus hijas volverá a casa a la mañana siguiente, tras haber
tenido su debut sexual en el campo de rugby, y la respuesta de mamá
será digna del más extremista de los mulá. Quemá
todos tus discos de rock, le ordena, entendiendo por rock cosas
como Styx o The Electric Light Orchestra. No conforme con ello, les prohibirá
volver al cole a ella y sus hermanas y las secuestrará en casa,
con las consecuencias que el título de la película anticipa.
Gorda, despeinada y sin maquillaje, no es ésta la misma Kathleen
Turner rubiecita y deseada de Peggy Sue, su pasado la espera, que filmó,
hace varios lustros, a las órdenes de papá Francis Ford.
El debut de Sofia Coppola representa un nuevo aporte del cine independiente
norteamericano a uno de sus ítem más proverbiales, el de
familia disfuncional. Lo hace con el tono satírico
que el subgénero suele tener, desde Los Simpson hasta Mi vida es
mi vida (Wellcome to the Dollhouse), pasando por Suburbios de Beverly
Hills o King of the Hill. Pero Sofia no abusa de ese tono, ni se encarniza.
Si algo le da sucualidad a Las vírgenes suicidas es un aura de
encantamiento, de misterio no resuelto. No es raro que así sea,
en tanto las hermanitas Lisboa son vistas, siempre a lo lejos y desde
la vereda de enfrente por sus timidísimos vecinos. Ellos son los
narradores de la película, desde allí las ve el espectador.
Como objetos soñados, que parecen flotar en una bruma perfumada.
Su final será, sin embargo, bien físico y real, como quien
corta la inocencia de un solo tajo brutal.
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