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OPINION
Por Mario Wainfeld

Los que quieren ser sordos a la voz de los que votan

Las predicciones del oficialismo y el discurso que prepara para el día después. El escenario más previsible. Qué pasará si se cumplen las encuestas. La delarruización y la vuelta al útero del Gobierno.

Expectativa: El oficialismo confía
en ganar las senatoriales en casi todas
las provincias que gobierna. Y derrotar
de visitante al PJ de For-mosa, Jujuy y Misiones.

Se elige todo el Senado, por primera vez mediante voto popular directo y por los menos un tercio de sus bancas será ocupado por mujeres. Solo el más sombrío de los pesimistas puede imaginar que ellas y sus compañeros no habrán de mejorar los –patéticos unos cuantos, vergonzosos los más– desempeños de sus precursores. Se elige la mitad de la Cámara de Diputados, que será más pluralista y crítica que su antecedente. Un cambio institucional de tamaña importancia encuentra al oficialismo en su peor momento, en el decurso de una pésima gestión: si no hay sorpresas descomunales, cosechará algo así como la mitad de los votos que lo catapultaron al gobierno dos años ha. Un escenario tan importante y tan plebiscitario se completa paradojalmente con dos datos que darán que hablar por semanas o años: la apatía ciudadana y la intención del Gobierno de interpretar que el resultado, lisa y llanamente, no le concierne. Es más fácil explicar lo primero que lo segundo por varias razones, antes que nada porque es más fácil explicar los hechos sociales que las fantasías urdidas en el microclima alienante de la Rosada, más propio de un palacio que de una Casa de Gobierno.
El desinterés ciudadano, su alejamiento de la cosa pública, así sea de la esencial pero episódica rutina del voto, no es monopolio de estos meses ni de estos parajes. Ocurre por doquier y viene in crescendo en las pampas. Este preocupante cuadro general se ha agravado con generosas pinceladas nativas. Los fracasos sucesivos de gobiernos representativos de los dos partidos políticos mayoritarios, la depresión económica y el feroz desempleo, las permanentes denuncias de corrupción y decadencia, la sensación de impunidad (más allá del hecho de existir avances judiciales que incluyen dos ex presidentes presos), empujan a la gente del común a bajar los brazos o a dedicar todas sus menguantes energías en pos de la proeza de sobrevivir.
Era cuesta arriba hacer campaña en ese entorno y en verdad casi todos la han hecho mal. Los armados de listas fueron desprolijos y desatentos al clima de descreimiento. Era muy difícil mover el amperímetro de las pasiones o del interés, exigía un esfuerzo muy afinado. Era necesidad, de libro, un cambio de elencos y de métodos, con una mezcla inteligente de caras e ideas nuevas. Sin embargo, los armados de listas, con honrosas y minoritarias excepciones, se hicieron siguiendo lógicas partidarias o rosqueras, salpicadas a veces con un cholulismo o hasta un nepotismo inoportunos, por decir lo menos. Muchas fuerzas alternativas de oposición pululan en distintas listas sin que el votante inexperto (y aun el
avisado) pueda discernir qué los separa en esta etapa, fuera del interés de prevalecer en su silente interna. Hubo carestía de ideas y propuestas. Hasta podría decirse que pasó inadvertido para los candidatos el hecho de que –en medio de los fastos preelectorales– explotó una guerra y seguramente cambió el mundo.
La campaña sucedió en un país donde gestas mediáticas –no siempre insufladas de espíritu democrático– embestían contra la política so pretexto de cuestionar las ostensibles carencias de ciertos políticos. A ella se sumaron –con excitación propia de seguidores acríticos de encuestas antes que de estadistas– muchos dirigentes y hasta gobernantes que hicieron caballito de batalla de bajar sueldos, dietas, .costos. de la política. Un atajo para recuperar el favor de la gente de a pie más suicida que eficaz.
La proclividad al voto nulo es una consecuencia lógica y hasta válida pero jamás deseable de ese estado de cosas. Hay quien propone que hoy .ganará. el voto nulo o ausente exagerando el alcance de esa desdicha... o buscando beneficiarse pescando en el río revuelto de la desazón general. Un conglomerado que incluye a Daniel Hadad, Mario Firmenich, algún partido de izquierda y muchos ciudadanos doloridos, cansados pero tambiénimpotentes para encontrar una salida que no sea individual, no es un colectivo único sino una mera suma algebraica.

La voz de la Rosada

El voto negativo será uno de los argumentos a los que intentará apelar el oficialismo para relativizar un resultado que –todo lo indica– le será muy adverso. En Balcarce 50 piensan echar mano de otros. A continuación algunos de los argumentos oficiales y de los resultados en que piensan fundarlos:
- Nadie ganará con mucha amplitud. .Ganarán perdiendo. adelantó en estos días por radio Juan Pablo Baylac. La idea es contar el voto nulo como una especie de apoyo tácito al gobierno, aunque no se diga. En la Rosada especulan que Eduardo Duhalde no superará el 35 por ciento de los votos computables, un número que piensan ningunear y que no estiman plebiscitario.
- La oposición más crítica, la izquierda y el ARI de Elisa Carrió, juntarán votos acá y allá pero no obtendrán muchas bancas. Quién lo diría, los soldados de De la Rúa le prenden velas a Rodolfo Terragno y se esperanzan en las encuestas que le dan una luz de ventaja sobre Alfredo Bravo. De ese modo festejarán el éxito de quien prometió que –si triunfa- pedirá la renuncia de Cavallo.
* El nuevo parlamento no será muy distinto del actual. El oficialismo confía en ganar las senatoriales en casi todas las provincias que gobierna; Capital, Catamarca, San Juan, Chubut, Mendoza, Río Negro y Chaco (Entre Ríos sería la excepción). Y derrotar de visitante al peronismo de Formosa, Jujuy y Misiones. Con eso y logrando minorías en todo el mapa nacional, tendría más o menos tantos senadores como ahora.
- Dado que hay una suma de elecciones distritales el gobierno porfiará que sumar los votos de todos los argentinos es una arbitrariedad. Y negará valor colectivo a la previsible victoria peronista. .El PJ nos sacará dos millones de votos pero no tiene conducción unificada. se sinceraron ante Página/12 todos los funcionarios que abordaron el tema en estos días.
En la Rosada proponen que el 15 amanecerá con una élite dirigente formada por gobernadores propios y ajenos, necesitados de trabar inminentes acuerdos para zafar de la crisis y la cesación de pagos. Un escenario, se ilusionan, arduo pero razonable, en el que los peronistas tendrán más poder pero también estarán acuciados por resolver urgencias simétricas a las del gobierno nacional. Imaginan formar una de esas quiméricas mesas consensuales que engalanan el imaginario presidencial.
Remedando a esos boxeadores que fingen estar enteros tras recibir un golpe que los deja groggys pero transitoriamente en pie, el gobierno maquina internarse en un territorio que fatiga a diario: el de negar la realidad. Como le suele acontecer a esos boxeadores lo más factible es que no convenzan a nadie y se coman unas buenas piñas más.
Es que, aún si fueran cabales las –relativamente optimistas– profecías que anteceden será bien diferente la evaluación que hará cualquier intérprete ajeno a los imaginativos entornos de la Rosada o Villa Rosa. Por citar algunos: los argentinos comunes, los dirigentes opositores, los sindicalistas, los piqueteros, el establishment económico, los gobernantes extranjeros. A ver:
- El gobierno perderá la mayoría en Diputados y la presidencia de esa Cámara a manos del PJ. Los senadores entrantes no serán parias de la política desahuciados por su falta de representatividad como los salientes sino emergentes del voto popular y no estarán obligados a bajar permanentemente su perfil.
- El peronismo se sentirá ganador y estará en capacidad –revalidado por el voto– de abandonar la aquiescencia (única en la historia nacional) conque acompañó las decisiones de la gestión De la Rúa, incluidas las más impopulares.
- Domingo Cavallo pinta para ser hoy un gran perdedor y cuesta imaginar que pueda, con éxito, exigir mucho más de lo mismo a partir de mañana.
- El drenaje de votos que sufrirá la Alianza será un hito que determinará nuevos rumbos de la protesta social, las actitudes opositoras, las demandas corporativas o empresarias.
- Los gobernadores propios y ajenos no son precisamente socios fundadores del club de admiradores de Cavallo. Ni del Presidente. Sus exigencias van bastante a trasmano del programa único que el gobierno parece dispuesto a ahondar el 15, como si tal cosa.

La vuelta al útero

Las elecciones en Argentina pueden juzgarse con cien varas o criterios pero nunca fueron inocentes de tener sentido ni carecieron de relevancia ulterior. Cuando importantes mayorías eligieron a Alfonsín, a Menem (dos veces) o a De la Rúa era claro qué pedían. Y sobre todo qué recusaban. Otro tanto ocurrió cuando le dieron la espalda en 1987 al ex presidente radical (que hoy va tras un pálido segundo puesto en su distrito) y en 1997 a su colega peronista (que hoy está en cana). Es que bien mirados, los comicios en democracias establecidas los ganan o pierden los oficialismos. Lo que hace imposible una elección a la que el oficialismo sea ajeno o inmune.
La proliferación de coaliciones electorales, la falta de presencia de candidatos oficiales–oficiales hacen que esta elección sea menos legible, a primera vista. Pero solo un necio podrá negar que será un cuestionamiento al gobierno de la Alianza. ¿De la Alianza? Bien puede acontecer que los votos sean una corroboración numérica de su retorno al útero del oficialismo. Según se huele en estas vísperas, serán los números del radicalismo y no los de la Alianza los que podrá ostentar, por así decirlo, el Gobierno. Una coronación lógica de su tendencia centrífuga que añadió en estos días el preanuncio de la partida del último ministro frepasista del Gabinete.

A modo de cierre

No parece posible que el gobierno se sustraiga a los resultados de hoy. En Argentina la legitimidad tiene un peso social importante y la pérdida de representatividad determina pérdida de poder e induce la necesidad de cambios: de elencos, de programas, de coaliciones. No hay especiales motivos para fabular que ahora será de otro modo.
Permítase a este columnista una mínima transgresión de las reglas de este espacio. Quien esto escribe no sólo cree que es inviable la tentación de negar lo real y de doblar la apuesta que se incuba en despachos oficiales. También le parece indeseable. Al fin y al cabo, si se rompió la coalición de gobierno, se eligió un programa tan cruel como antipopular, se fracasó y se pierden las elecciones, algo debería registrar el oficialismo y adecuar sus pasos futuros. ¿Cuántas personas votarán en blanco o impugnarán su voto el 2003 si en los próximos dos años prospera el programa y se ahonda el modelo de país de la coalición que la Alianza batió en 1999 y –parece– saldrá cuarta en la Capital?
El voto popular es una de las mejores tradiciones de los grandes partidos de masas argentinos. Votar es siempre, aún hoy, (como todo derecho) una conquista y para muchos que padecimos añares de dictaduras todavía una gratificación. Bueno sería, en medio esta compulsa desangelada, recordar que –con el DNI en la mano–todos valemos uno. Y que los gobernantes no desoyeran lo que le dicen los ciudadanos que -aunque ellos mismos lo duden– necesitan de la democracia para zafar, para prosperar y para combatir la injusticia.

 

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