Se elige todo el Senado, por
primera vez mediante voto popular directo y por los menos un tercio de
sus bancas será ocupado por mujeres. Solo el más sombrío
de los pesimistas puede imaginar que ellas y sus compañeros no
habrán de mejorar los patéticos unos cuantos, vergonzosos
los más desempeños de sus precursores. Se elige la
mitad de la Cámara de Diputados, que será más pluralista
y crítica que su antecedente. Un cambio institucional de tamaña
importancia encuentra al oficialismo en su peor momento, en el decurso
de una pésima gestión: si no hay sorpresas descomunales,
cosechará algo así como la mitad de los votos que lo catapultaron
al gobierno dos años ha. Un escenario tan importante y tan plebiscitario
se completa paradojalmente con dos datos que darán que hablar por
semanas o años: la apatía ciudadana y la intención
del Gobierno de interpretar que el resultado, lisa y llanamente, no le
concierne. Es más fácil explicar lo primero que lo segundo
por varias razones, antes que nada porque es más fácil explicar
los hechos sociales que las fantasías urdidas en el microclima
alienante de la Rosada, más propio de un palacio que de una Casa
de Gobierno.
El desinterés ciudadano, su alejamiento de la cosa pública,
así sea de la esencial pero episódica rutina del voto, no
es monopolio de estos meses ni de estos parajes. Ocurre por doquier y
viene in crescendo en las pampas. Este preocupante cuadro general se ha
agravado con generosas pinceladas nativas. Los fracasos sucesivos de gobiernos
representativos de los dos partidos políticos mayoritarios, la
depresión económica y el feroz desempleo, las permanentes
denuncias de corrupción y decadencia, la sensación de impunidad
(más allá del hecho de existir avances judiciales que incluyen
dos ex presidentes presos), empujan a la gente del común a bajar
los brazos o a dedicar todas sus menguantes energías en pos de
la proeza de sobrevivir.
Era cuesta arriba hacer campaña en ese entorno y en verdad casi
todos la han hecho mal. Los armados de listas fueron desprolijos y desatentos
al clima de descreimiento. Era muy difícil mover el amperímetro
de las pasiones o del interés, exigía un esfuerzo muy afinado.
Era necesidad, de libro, un cambio de elencos y de métodos, con
una mezcla inteligente de caras e ideas nuevas. Sin embargo, los armados
de listas, con honrosas y minoritarias excepciones, se hicieron siguiendo
lógicas partidarias o rosqueras, salpicadas a veces con un cholulismo
o hasta un nepotismo inoportunos, por decir lo menos. Muchas fuerzas alternativas
de oposición pululan en distintas listas sin que el votante inexperto
(y aun el
avisado) pueda discernir qué los separa en esta etapa, fuera del
interés de prevalecer en su silente interna. Hubo carestía
de ideas y propuestas. Hasta podría decirse que pasó inadvertido
para los candidatos el hecho de que en medio de los fastos preelectorales
explotó una guerra y seguramente cambió el mundo.
La campaña sucedió en un país donde gestas mediáticas
no siempre insufladas de espíritu democrático
embestían contra la política so pretexto de cuestionar las
ostensibles carencias de ciertos políticos. A ella se sumaron con
excitación propia de seguidores acríticos de encuestas antes
que de estadistas muchos dirigentes y hasta gobernantes que hicieron
caballito de batalla de bajar sueldos, dietas, .costos. de la política.
Un atajo para recuperar el favor de la gente de a pie más suicida
que eficaz.
La proclividad al voto nulo es una consecuencia lógica y hasta
válida pero jamás deseable de ese estado de cosas. Hay quien
propone que hoy .ganará. el voto nulo o ausente exagerando el alcance
de esa desdicha... o buscando beneficiarse pescando en el río revuelto
de la desazón general. Un conglomerado que incluye a Daniel Hadad,
Mario Firmenich, algún partido de izquierda y muchos ciudadanos
doloridos, cansados pero tambiénimpotentes para encontrar una salida
que no sea individual, no es un colectivo único sino una mera suma
algebraica.
La voz de la Rosada
El voto negativo
será uno de los argumentos a los que intentará apelar el
oficialismo para relativizar un resultado que todo lo indica
le será muy adverso. En Balcarce 50 piensan echar mano de otros.
A continuación algunos de los argumentos oficiales y de los resultados
en que piensan fundarlos:
- Nadie ganará con mucha amplitud. .Ganarán perdiendo. adelantó
en estos días por radio Juan Pablo Baylac. La idea es contar el
voto nulo como una especie de apoyo tácito al gobierno, aunque
no se diga. En la Rosada especulan que Eduardo Duhalde no superará
el 35 por ciento de los votos computables, un número que piensan
ningunear y que no estiman plebiscitario.
- La oposición más crítica, la izquierda y el ARI
de Elisa Carrió, juntarán votos acá y allá
pero no obtendrán muchas bancas. Quién lo diría,
los soldados de De la Rúa le prenden velas a Rodolfo Terragno y
se esperanzan en las encuestas que le dan una luz de ventaja sobre Alfredo
Bravo. De ese modo festejarán el éxito de quien prometió
que si triunfa- pedirá la renuncia de Cavallo.
* El nuevo parlamento no será muy distinto del actual. El oficialismo
confía en ganar las senatoriales en casi todas las provincias que
gobierna; Capital, Catamarca, San Juan, Chubut, Mendoza, Río Negro
y Chaco (Entre Ríos sería la excepción). Y derrotar
de visitante al peronismo de Formosa, Jujuy y Misiones. Con eso y logrando
minorías en todo el mapa nacional, tendría más o
menos tantos senadores como ahora.
- Dado que hay una suma de elecciones distritales el gobierno porfiará
que sumar los votos de todos los argentinos es una arbitrariedad. Y negará
valor colectivo a la previsible victoria peronista. .El PJ nos sacará
dos millones de votos pero no tiene conducción unificada. se sinceraron
ante Página/12 todos los funcionarios que abordaron el tema en
estos días.
En la Rosada proponen que el 15 amanecerá con una élite
dirigente formada por gobernadores propios y ajenos, necesitados de trabar
inminentes acuerdos para zafar de la crisis y la cesación de pagos.
Un escenario, se ilusionan, arduo pero razonable, en el que los peronistas
tendrán más poder pero también estarán acuciados
por resolver urgencias simétricas a las del gobierno nacional.
Imaginan formar una de esas quiméricas mesas consensuales que engalanan
el imaginario presidencial.
Remedando a esos boxeadores que fingen estar enteros tras recibir un golpe
que los deja groggys pero transitoriamente en pie, el gobierno maquina
internarse en un territorio que fatiga a diario: el de negar la realidad.
Como le suele acontecer a esos boxeadores lo más factible es que
no convenzan a nadie y se coman unas buenas piñas más.
Es que, aún si fueran cabales las relativamente optimistas
profecías que anteceden será bien diferente la evaluación
que hará cualquier intérprete ajeno a los imaginativos entornos
de la Rosada o Villa Rosa. Por citar algunos: los argentinos comunes,
los dirigentes opositores, los sindicalistas, los piqueteros, el establishment
económico, los gobernantes extranjeros. A ver:
- El gobierno perderá la mayoría en Diputados y la presidencia
de esa Cámara a manos del PJ. Los senadores entrantes no serán
parias de la política desahuciados por su falta de representatividad
como los salientes sino emergentes del voto popular y no estarán
obligados a bajar permanentemente su perfil.
- El peronismo se sentirá ganador y estará en capacidad
revalidado por el voto de abandonar la aquiescencia (única
en la historia nacional) conque acompañó las decisiones
de la gestión De la Rúa, incluidas las más impopulares.
- Domingo Cavallo pinta para ser hoy un gran perdedor y cuesta imaginar
que pueda, con éxito, exigir mucho más de lo mismo a partir
de mañana.
- El drenaje de votos que sufrirá la Alianza será un hito
que determinará nuevos rumbos de la protesta social, las actitudes
opositoras, las demandas corporativas o empresarias.
- Los gobernadores propios y ajenos no son precisamente socios fundadores
del club de admiradores de Cavallo. Ni del Presidente. Sus exigencias
van bastante a trasmano del programa único que el gobierno parece
dispuesto a ahondar el 15, como si tal cosa.
La vuelta al útero
Las elecciones en Argentina pueden juzgarse con cien varas o criterios
pero nunca fueron inocentes de tener sentido ni carecieron de relevancia
ulterior. Cuando importantes mayorías eligieron a Alfonsín,
a Menem (dos veces) o a De la Rúa era claro qué pedían.
Y sobre todo qué recusaban. Otro tanto ocurrió cuando le
dieron la espalda en 1987 al ex presidente radical (que hoy va tras un
pálido segundo puesto en su distrito) y en 1997 a su colega peronista
(que hoy está en cana). Es que bien mirados, los comicios en democracias
establecidas los ganan o pierden los oficialismos. Lo que hace imposible
una elección a la que el oficialismo sea ajeno o inmune.
La proliferación de coaliciones electorales, la falta de presencia
de candidatos oficialesoficiales hacen que esta elección
sea menos legible, a primera vista. Pero solo un necio podrá negar
que será un cuestionamiento al gobierno de la Alianza. ¿De
la Alianza? Bien puede acontecer que los votos sean una corroboración
numérica de su retorno al útero del oficialismo. Según
se huele en estas vísperas, serán los números del
radicalismo y no los de la Alianza los que podrá ostentar, por
así decirlo, el Gobierno. Una coronación lógica de
su tendencia centrífuga que añadió en estos días
el preanuncio de la partida del último ministro frepasista del
Gabinete.
A modo de cierre
No parece posible que el gobierno se sustraiga a los resultados de hoy.
En Argentina la legitimidad tiene un peso social importante y la pérdida
de representatividad determina pérdida de poder e induce la necesidad
de cambios: de elencos, de programas, de coaliciones. No hay especiales
motivos para fabular que ahora será de otro modo.
Permítase a este columnista una mínima transgresión
de las reglas de este espacio. Quien esto escribe no sólo cree
que es inviable la tentación de negar lo real y de doblar la apuesta
que se incuba en despachos oficiales. También le parece indeseable.
Al fin y al cabo, si se rompió la coalición de gobierno,
se eligió un programa tan cruel como antipopular, se fracasó
y se pierden las elecciones, algo debería registrar el oficialismo
y adecuar sus pasos futuros. ¿Cuántas personas votarán
en blanco o impugnarán su voto el 2003 si en los próximos
dos años prospera el programa y se ahonda el modelo de país
de la coalición que la Alianza batió en 1999 y parece
saldrá cuarta en la Capital?
El voto popular es una de las mejores tradiciones de los grandes partidos
de masas argentinos. Votar es siempre, aún hoy, (como todo derecho)
una conquista y para muchos que padecimos añares de dictaduras
todavía una gratificación. Bueno sería, en medio
esta compulsa desangelada, recordar que con el DNI en la manotodos
valemos uno. Y que los gobernantes no desoyeran lo que le dicen los ciudadanos
que -aunque ellos mismos lo duden necesitan de la democracia para
zafar, para prosperar y para combatir la injusticia.
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