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El radicalismo apostará a sus
(pocos) dirigentes que ganen hoy

Desmotivados, divididos por la acción de Gobierno, los radicales marchan a una derrota segura, según dicen los sondeos. No obstante, algunas figuras surgirán de estos comicios: tal el caso de Terragno, si gana, y Rozas.

Raúl Alfonsín y Rodolfo Terragno: ambos serán senadores. El ex
ministro podría ganar en Capital.

Por José Natanson

eopoldo Moreau volvió a tragar saliva, se humedeció los labios y caminó dos pasos hacia adelante. “Alfonsín, Alfonsín”, atronó la barra, tan fuerte que el senador no pudo empezar su discurso. Era la tercera vez que lo intentaba, y la tercera vez que los militantes que el jueves pasado se acercaron a Chascomús para el cierre de campaña le impedían hablar. Moreau apeló a todo su temple y, después de media hora, pudo empezar su discurso. Un par de años atrás hubiera sido impensable que en un acto de la UCR bonaerense las barras acallaran a Moreau gritando “Alfonsín”. Por eso, la anécdota revela la delicada situación que vive el radicalismo: aplastado por la gestión nacional, dividido y desmotivado, todo indica que hoy sufrirá una derrota aplastante en las elecciones.

Líneas

Dos grandes líneas dividen el partido. La primera se terminó de consolidar este año: en sendas elecciones internas, el sector de Moreau, Federico Storani y Juan Manuel Casella retuvo el liderazgo bonaerense, y la alianza Jesús Rodríguez-Rodolfo Terragno le arrebató al delarruismo y el nosiglismo la hegemonía en la Capital.
El flamante polo controla la estructura partidaria en los dos distritos más importantes y sueña con liderar una renovación de perfil progresista, en alianza con lo que quede del Frepaso. Apuesta al predicamento interno de Storani, que ya tiene 50 años pero que sigue posicionado como la joven esperanza radical. Y, desde el sorpresivo triunfo porteño, cuenta con Terragno como posible candidato a presidente para el 2003. Desde luego, los dirigentes de este sector creen –y cuentan con que– la debacle del Gobierno sobrevendrá más temprano que tarde.
El otro polo es más heterogéneo. Lo conforman, en la Capital, el delarruismo y el nosiglismo; en la provincia, la alianza entre Melchor Posse, Enrique “El Japonés” García y Ricardo Alfonsín; además de algunos aliados en el interior, como el radicalismo cordobés. Aunque su peso interno está bastante debilitado, la hipótesis de máxima es lograr la reelección de De la Rúa, algo que a esta altura parece imposible. Por eso cuentan con un candidato de repuesto: el chaqueño Angel Rozas.
Los dos bandos se medirán en breve. Antes de fin de año el radicalismo deberá definir el sucesor de Alfonsín en la jefatura partidaria. El eje Capital-Buenos Aires analiza si juega un nombre propio: Jesús Rodríguez o Casella. En la vereda de enfrente, el delarruismo y sus aliados apuestan a Rozas. Pero, además, a fin de año también se renovará la jefatura del bloque radical de diputados. Además de su actual titular, el filodelarruista Horacio Pernasetti, hay un puñado de nombres anotados: Jesús Rodríguez, Leopoldo Moreau, Melchor Posse y Víctor Fayad.
Dos peleas que funcionarán como preámbulo a la gran disputa por la candidatura de 2003, que en buena medida dependerá del resultado de las elecciones de hoy.

Escenarios

- Si las encuestas no se equivocan, la Alianza quedará en un segundo lugar a nivel nacional, a pesar de lo cual conseguiría que Alfonsín ingrese a duras penas al Senado nacional. El resultado bonaerense producirá una lluvia de facturas sobre la alianza Storani-Casella-Moreau (éste último cabeza de la lista de diputados perdedora), a quienes muchos acusan de haber empujado a Alfonsín a la inmolación pública. Si Alfonsín queda relegado a un tercer lugar, los cuestionamientos serán aún mayores. En cualquier caso, los voceros de la Rosada aprovecharán la derrota para instalar un discurso sencillo: no fue el Gobierno el que perdió la elección sino quienes lo critican.
- El triunfo en la Capital ubicaría a Terragno como el único aliancista victorioso en un distrito importante. Afianzaría sus largamentepostergadas ambiciones presidenciales y se convertiría en la cabeza visible (y el único candidato potable) del eje Capital-Buenos Aires. Podría competir con Rozas por la candidatura presidencial en 2003, aunque también tiene una segunda opción: la jefatura de Gobierno porteño.
- La derrota de Terragno en manos de Alfredo Bravo implicaría un espaldarazo a Elisa Carrió. La chaqueña construyó su fuerza –el ARI– por afuera de su partido y ya no habla con Alfonsín, el único radical de peso con el que conservaba cierto diálogo. Sin embargo, Carrió nunca se desafilió a la UCR y –aunque parece improbable– muchos creen que volverá. “Un triunfo del ARI en la Capital fortalecerá su liderazgo. Va a buscar los restos del partidarios y sobre ellos construir su candidatura”, explica un radical.

El equilibrio imposible

Mirando los últimos dos años parece increíble que el radicalismo –un partido de origen popular, orgánico y con un sector importante que se autodefine como progresista– haya soportado como lo hizo la gestión de De la Rúa: la explicación pasa básicamente por la postura de Alfonsín. El ex presidente actúa de nexo entre un radicalismo cada vez más díscolo y un gobierno cada vez más encerrado sobre si mismo. Frente a cada ajuste, frente a cada giro a la derecha de la Rosada, Alfonsín hace lo mismo: masculla bronca y amaga con la ruptura, pero al final apela a la ética de la responsabilidad y sale a respaldar al Gobierno, dejando en el camino retazos de prestigio.
Hasta ahora, ningún radical se ha animado a desafiarlo frontalmente. Storani probó en el ‘94, perdió por goleada contra Horacio Massaccesi y nunca más volvió intentarlo. El liderazgo alfonsinista sigue intacto, condenando a los dirigentes de la generación posterior –Storani, Moreau, Nosiglia, Rozas y Jesús Rodríguez– a un eterno segundo plano.
Aunque nunca se sabe, parece improbable que la situación cambie mientras el ex presidente siga vivo. Ni siquiera ahora, con un gobierno a la defensiva y un Alfonsín derrotado por goleada en su provincia, los más jóvenes se animan a declarar la pelea de fondo: desafiarlo, disputar una interna y, si la ganan, romper definitivamente con el Gobierno.
El radicalismo tiene una lógica especial y, para entenderla, siempre conviene remitirse a la historia. Desde 1972 Alfonsín intentó arrebatarle el control partidario a Ricardo Balbín, jefe indiscutido de la UCR durante años. Recién lo consiguió diez años después, en el retorno a la democracia, cuando Balbín ya había muerto.

 

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