Por Sergio Moreno
oy, cuando los datos confirmen
su triunfo a nivel nacional, cuando los números acomoden con frialdad
administrativa quién ganó mejor o peor en cada uno de sus
distritos, el peronismo comenzará a danzar alrededor de ese totem
ante el que no trepida en ofrendar sacrificios: el poder. Para eso debe
elegir su jefe. Y ese jefe saldrá de una confrontación interna
que requiere, ante todo, tiempo, el suficiente que creen los principales
dirigentes justicialistas sólo obtendrán si Fernando
de la Rúa cumple los dos años que le restan hasta culminar
su mandato o, en su defecto, el mayor plazo que la crisis económica
permita mantenerlo en la Casa Rosada. El delicado malabar de endurecer
el discurso y la acción opositora y, a la vez, evitar la caída
libre del Presidente estará atravesado por la batalla que cada
aspirante peronista a la presidencia deberá librar contra la crisis
en sus distritos y la arquitectura de alianzas que tendrán como
menester diseñar para imponerse sobre el (o los) adversario(s)
interno(s). Hoy comenzará la gran carrera del peronismo hacia la
Rosada. Nadie se la perderá, aunque quiera.
Si algo anida en el peronismo, es la ambición. Ambición
por el poder que redunda en la construcción de más poder,
de manera tal que cada dirigente que accede a algún lugar expectante
se considera lícito aspirante a un nivel superior. La natural inclinación
del peronismo por los cargos ejecutivos prohijó, a lo largo de
la historia y en esta ocasión, particularmente un grupo
numeroso de gobernadores que se creen aptos para saltar a Balcarce 50.
Al menos seis dirigentes del PJ han expresado su anhelo presidencial.
Sólo uno llegará a disputarle al oficialismo ese sitial.
Esta noche Eduardo Duhalde será electo senador por su provincia.
Los sondeos lo bautizaron cómodo ganador. Pero el hilado
fino de esa victoria no es la diferencia de votos que obtenga por sobre
Raúl Alfonsín, sino el porcentaje final que alcance. Es
decir, de poco importa ganar por 20 puntos si el segundo saca apenas 10.
Esos datos indicarían que Duhalde obtuvo un 10 por ciento menos
de los votos que el piso histórico del PJ en el distrito, numerología
que pulverizaría su deseo de tentar nuevamente a la suerte en una
presidencial. Pero el ánimo del ex gobernador está lejos
de un hipotético escenario como el descripto. Duhalde confía
en un triunfo de piso alto, más cerca del 40 por ciento que del
30, ayudado por el elevado porcentaje de voto en blanco e impugnado que
se prevé.
De ser así, Carlos Ruckauf tendrá que intentar una riesgosa
jugada, tal es desafiar al pretor del peronismo provincial. Cerca del
gobernador hay quienes sostienen que dicha confrontación no se
producirá, apelando a que Duhalde sabe que sus chances decrecen
cuanto más se aleje de las fronteras bonaerenses. ¿Para
qué arriesgarse? Duhalde va a optar por la gobernación,
coligen, mezclando análisis, información y deseos.
A pesar de la crisis económica y social de su provincia, alguna
vez la más rica de la Argentina, Ruckauf no perdió de vista
el frente electoral. Casi en silencio, tejió acuerdos just in case
con diversos candidatos de las provincias que no están gobernadas
por el PJ. Luis Barrionuevo, Jorge Busti, Arturo Lafalla, Gustavo Beliz
e Irma Roy, entre otros, componen la partida virtual, a la espera de las
definiciones.
Lejos del Obelisco
José Manuel de la Sota, en tanto, elabora un personaje para confrontar.
Tras dos años de dedicarse a su provincia y mostrarse como un apoyo
del Gobierno nacional, ahora, con las encuestas en la mano que dan ganador
a su candidato a senador Juan Carlos Maqueda, el gobernador cordobés
comenzó a mostrar las uñas y su Jekyll apareció esta
semana en un acto en la fábrica Volkswagen de su provincia, frente
a De la Rúa. De la Sota pasó una factura al Presidente,
exigió baja de impuestos y mayor agresividad ante la crisis. De
la Rúa le respondió, a su estilo, pero el desafío
estaba consumado. Desafío que será una constante del Gallego
parameterse en su traje de candidato presidencial. Su voz retumbará,
mucho más que antes, en los medios nacionales y sus hombres se
lanzarán por todo el territorio nacional a captar voluntades para
su empresa. Descuentan que los restos del menemismo no dudará en
su opción.
A 400 kilómetros de Córdoba capital, Carlos Alberto Reutemann
hizo los anuncios pertinentes. Tres semanas atrás le confesó
a Jorge Obeid (ex gobernador y actual diputado nacional) y a Oscar Lamberto
(candidato a senador) su intención de ser presidente. Quiero
jugar en primera, le dijo a Lamberto, quebrando su proverbial parquedad.
Hoy Reutemann revalidará sus jinetas. Lamberto se impondrá
al radical Horacio Usandizaga, pronostican los sondeos, por muchos, muchos
votos y comenzará a construir su carretera que lo mude a la Capital
Federal. Eso lo armamos en seguida, responde a Página/12
uno de sus operadores cuando se le consulta por la ingeniería necesaria
para dar la batalla en el peronismo.
Una característica diferencia al Lole de sus contendientes: ha
formado parte de las ilusiones de dirigentes que poco tenían en
común con su -¿oculto? ¿desconocido? sistema
de ideas. Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Domingo Cavallo y Carlos Chacho
Alvarez alguna vez jugaron con la idea de tenerlo de compañero.
El propio Usandizaga, fiel a su sentido de la oportunidad y su cintura
política, dijo en esta campaña que le gustaría ver
al Lole convertirse en Presidente.
La última tentación le fue ofertada la semana pasada, en
un encuentro social en Rosario. Allí pudo escuchar de la propia
Elisa Carrió, factótum del ARI: Si tantas veces fuiste
segundo en la fórmula uno, ¿por qué no podés
ser mi segundo en el 2003?. Reutemann respondió con su economía
gestual: No estoy para ser segundo, Lilita. Además, tenemos
electorados diferentes: el tuyo es de centroizquierda y yo soy de centroderecha.
Desde el sur del país, el santacruceño Néstor Kirchner
que ya ha expresado su ambición presidencial ha cambiado
su estrategia. Hasta 1999, Kirchner se dio a la construcción de
un peronismo progresista, con un método de acumulación signado
por la empatía ideológica. Ahora, ha mutado a una ingeniería
más aluvional, que no le cierra las puertas a, por ejemplo, el
menemista Miguel Angel Pichetto (candidato a senador por Río Negro).
El santacruceño no duda en sacarse fotos con Aníbal Ibarra,
ni aceptar las simpatías de otros frepasistas como Julio San Román
y Eduardo Sigal. Y no descuida los movimientos de sus pares de las provincias
peronistas llamadas chicas. Hace una semana, en la casa porteña
del gobernador de Salta, Juan Carlos Romero, Kirchner escuchó la
oferta del diputado y mandamás misionero Ramón Puerta: Vos
deberías ser nuestro candidato a presidente, y yo a presidente
del partido, dijo Puerta. Los gobernadores presentes en la cena
todos los norte asintieron. Kirchner se fue esperanzado.
Tras las rejas
Disminuido, depresivo, con más problemas de los que nunca imaginó
iba a tener después de reinar durante diez años en la Argentina,
Carlos Menem sufre su encierro que todo hace prever será prolongado.
Así y todo, manda a sus fieles a decir que él será
candidato a presidente en 2003. El interlocutor de turno se entusiasma
o pone cara de circunstancia, según sea el caso, pero nunca lo
contradice. Su hermano Eduardo jugará hoy su chance final (ver
página 13): si pierde, su último bastión caerá,
el último fulgor se apagará, lo mismo que la esperanza.
En ese caso, Carlos Menem ingresaría definitivamente al pasado
de la política.
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