Por Irina Hauser
Presiento que con el
caso AMIA va a pasar lo mismo que con el caso Cabezas y el de María
Soledad. Una partecita llegó a juicio oral, el resto no se investigó.
Esa es la sensación que tiene Adriana Reisfeld, titular de Memoria
Activa. La que ya tenía antes del juicio y la que ve reforzarse
a medida que pasan los días, aunque no pierde las esperanzas de
que algún testigo o acusado cuente más de lo que hasta ahora
se sabe. Su hermana Noemí trabajaba como asistente social en la
mutual judía. Desde el día del atentado, Adriana intenta
transmitirle a sus dos sobrinas los gustos, actitudes y motivos de lucha
que tenía su mamá. Mi lucha por justicia se debe a
que ella era una luchadora, cuenta. En los primeros días
del juicio le pareció revivir la semana del ataque terrorista.
Después le empezó a crecer la rabia porque no existió
una investigación seria. Siento mucho bronca
porque a Noemí no le permitieron continuar con su camino cuando
parecía, justo en el 94, su mejor año. Había
ascendido en el trabajo, estaba flaca y con proyectos, se lamenta.
¿Qué es lo primero que se le viene a la mente de lo
que vio en el juicio estos días?
No hay nada que me haya asombrado. Sabíamos que lo de (Juan
José) Ribelli iba a ser muy armado. (Anastacio) Leal sorprendió
al comienzo de su declaración por su seguridad, pero después
incurrió en confusiones. Es decir, estamos ante los mismos personajes
que pensábamos. Quizá nos sorprenden las cosas que pasan
fuera del juicio, como el desplazamiento de Nilda Garré de la Unidad
de Investigación del atentado. Que a los fiscales les haya llamado
la atención que ella hable del testigo C, cuando hace
mucho se sabía quién era y lo que había dicho, eso
es llamativo. Garré estaba trabajando más allá del
testigo C, apuntaba a muchas otras cosas en la investigación.
¿Hubo algún momento del juicio que, en lo personal,
la haya movilizado?
Cuando se leyeron los nombres de las 85 víctimas y cómo
falleció cada una. En tres líneas se sintetizaba cada una
de esas vidas: quién fue, cómo murió, quién
lo reconoció. Fue muy fuerte escuchar eso ahí, todos juntos.
La primera semana del juicio nos hizo revivir la semana del atentado.
Ahora, después de varios días, nos entra a crecer la bronca
otra vez y la necesidad de saber, la certeza de que hay que investigar
mucho más seriamente, hoy más que nunca. Si hubiera habido
una investigación seria, que rastreara debidamente la conexión
internacional, se podría no sé si evitar algo como lo que
ocurrió en Estados Unidos, pero sí habría mucha más
alerta sobre ciertas células terroristas dormidas hoy desconocidas.
¿Cómo fue ver a Ribelli, Carlos Telleldín y
los demás acusados ahí cerca, durante tantas horas?
Los vi avejentados para estos cinco años que llevan presos.
Estar tan cerca de ellos impresiona. Lo que nos pasa es que nos sentimos
nosotros los encerrados, detrás del vidrio que nos separa de la
parte principal de la sala de audiencias. Me llamó la atención,
además, que cuando se leyeron los nombres de los acusados con sus
cargos, los mencionaban como si estuvieran en actividad: comisario, en
vez de ex comisario, por ejemplo. Dejaron de ser policías desde
el momento en que están presos.
¿Qué significa para usted este proceso?
Si estamos acá, si vamos al juicio permanentemente, es porque
pensamos que allí algo nuevo puede surgir. De hecho hay 1400 testigos.
Y nuestros abogados volvieron a pedir que declaren Carlos Menem y Alberto
Kohan, porque a ellos los involucró Ribelli. Igual, mis expectativas
son equivalentes a lo que representa el juicio oral: un diez por ciento
de la causa. Lo que más me preocupa es si la pesquisa va a continuar.
La causa AMIA residual es el tema. Ese es casi el total de la historia.
Sólo sabemos qué pasó hasta el 10 de julio. Ojalá
pudiéramos tener la tranquilidad de que se hizo justicia, sería
sacarnos un peso de encima.
¿Por qué no se pudo llegar a la verdad?
Tuvimos un juez con voluntad de no investigar. Algún día
ojalá haya justicia para ver si estuvo amparado por alguien. Por
ahora lo que se vio es un juez que estaba con los fiscales y una parte
de la querella (la de AMIA-DAIA) en un mismo equipo. Tenían que
haber sido independientes. La actitud de Galeano siempre fue llamativa
y ahora, encima, acepta que mandó a destruir pruebas.
¿Teme que se cierre la causa?
Esta mala investigación es cerrar la causa. Presiento que
con el caso AMIA va a pasar lo mismo que con el caso Cabezas y el de María
Soledad. Una partecita llegó a juicio oral, el resto no se investigó.
El juez Galeano hizo más desde que elevó la causa a juicio
oral que antes.
¿Tiene costumbres o rituales para recordar a su hermana?
Noemí está presente siempre. Somos una familia especial.
Lamentablemente uno siempre se topa con la muerte de seres queridos, a
quienes tiene presente. Pero con el caso de Noemí es mucho más
fuerte. Porque era muy joven y tenía hijas chiquitas. A ellas tratamos
siempre de decirles tu mamá hubiera hecho tal cosa, de tal
manera. Tratamos de invocar a Noemí, sin usar esa invocación
de más, claro. Consideramos cuáles eran sus gustos y las
cosas por las que ella luchaba. Mi lucha por justicia se debe a que ella
era una luchadora. Se exilió en el 76 y volvió en el 83,
con una nena. Volvió a la democracia para morir.
¿Cómo cambió su vida desde el día del
atentado?
Una cosa así cambia todo. Uno tiene la vida armada y previsible
y de pronto ya no es así. Nuestra vida familiar cambió totalmente.
No sólo por el atentado en sí. Mi hermana estaba separada,
las nenas (que hoy tienen 16 y 20 años) pasaron a vivir con su
papá y hubo que ayudar. Siento mucha bronca porque a Noemí
no le permitieron continuar con su camino cuando parecía, justo
en el 94, su mejor año. Había ascendido en el trabajo,
estaba flaca y con proyectos...
OPINION
Por Raúl Kollmann
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Tres semanas
Al final de la tercera semana del juicio AMIA algunas cosas quedaron
claras. Quedó malherido, casi agonizando, el testimonio del
armador de autos truchos Carlos Telleldín contra los policías
bonaerenses. El Enano, como le dicen a Telleldín, afirmó
ante el juez Juan José Galeano que los uniformados lo extorsionaban,
le sacaban dinero a cambio de permitir que siguiera con sus actividades
ilegales. En ese marco, como no tenía plata, Telleldín
dice que les entregó como pago la Trafic que ocho días
más tarde explotó en la AMIA. Después, de acuerdo
con el juez y los fiscales, los policías les entregaron la
camioneta a los terroristas. La declaración de Telleldín
quedó hecha pedazos porque el otrora poderoso comisario Juan
José Ribelli probó con bastante nitidez que Galeano
le pagó a Telleldín para que dijera lo que dijo.
* Se vio el video en el que el juez negocia con Telleldín
el dinero, 400.000 pesos.
* Se conocieron las escuchas telefónicas adelantadas
en exclusiva por Página/12 hace un mes en las que El
Enano habla con su esposa dándole instrucciones sobre qué
hacer con el dinero.
* Se exhibió el recibo de la caja de seguridad abierta por
la esposa de Telleldín justito el día en que declaró
su marido, en un banco que está al lado de donde según
todo lo indica le entregaron la plata.
A partir de aquí existen dos alternativas:
La primera: Galeano le pagó a Telleldín para que éste
mienta e impute a los policías, ya que había que inventar
algún culpable de los atentados.
La segunda: lo que contó Telleldín es verdad y Galeano
le pagó los 400.000 dólares para que lo declare judicialmente.
El dinero se usaría para proteger a su familia.
En cualquiera de los dos casos, la declaración de Telleldín
queda casi moribunda como prueba se hizo a cambio de un pago
y también sospechados quedan los testimonios de otros integrantes
de la banda del Enano: su esposa y el mecánico Claudio Cotoras
que supuestamente estuvieron presentes cuando los policías
se llevaron la Trafic. Sin embargo, de ninguna manera se puede decir
que Ribelli o Anastasio Leal, los dos policías que hablaron
esta semana, voltearon la versión que dio Telleldín
de los hechos. Hay que ver las demás pruebas y testimonios
que aportan el juez, los fiscales y la querella de la DAIA, representada
por la abogada Marta Nercellas, que invariablemente en los últimos
años sostuvieron que cuando Telleldín declaró,
ya estaban todas las pruebas para incriminar a los policías
y lo que dijo el armador de autos truchos sólo sirvió
de confirmación. La declaración de Telleldín
no es imprescindible, insistieron. En este terreno, el juicio
recién empieza.
Lo que resultó particularmente indignante fue el intento
de los policías de presentarse como corderitos y víctimas.
Tanto Leal como Ribelli naufragaron cuando intentaron defenderse
de todo lo relacionado con la forma en la que extorsionaban a Telleldín
y otros delincuentes:
* Ante preguntas, primero del abogado de Memoria Activa, Alberto
Zuppi, y después del juez Gerardo Larrambebere, Leal quedó
sin respuesta y empantanado. Tenía que explicar por qué
persiguió a Telleldín el 14 de julio de 1994, cuatro
días después que teóricamente se habían
quedado con la camioneta y cuatro días antes del atentado.
Dijo que lo fueron a detener, pero que Telleldín se les escapó.
Sin embargo, no le dieron cuenta al comando de que atraparan al
Enano, no pidieron ayuda a otros efectivos, justamente porque era
una persecución tan ilegal para extorsionar o para
matar a Telleldín que ni siquiera la podían
blanquear oficialmente ante sus compañeros de la Bonaerense.
* Leal miente descaradamente tratando de pasar por encima del hecho
de que dos de sus subordinados, Diego Barreda y Mario Barreiro,
confesaron que habían dejado todo listo para extorsionar
a Telleldín y que la última parte del delito la concretaría
Leal en esos días.* Ribelli sostuvo que sus hombres detuvieron
en forma normal a Telleldín. Miente. Dos de sus hombres confesaron
cómo le armaron una causa falsa al armador de autos truchos
con el objetivo de detenerlo y extorsionarlo; un abogado que actuó
como intermediario reconoció cómo les pagaron a los
policías con dinero, un auto y una moto para que el Enano
recuperara la libertad; el chófer de Ribelli relató
la forma en la que extorsionaba y en Lomas de Zamora hay una causa
judicial, sobre la base de escuchas telefónicas categóricas,
en las que Ribelli está procesado por seis extorsiones les
cobraban a delincuentes e incluso a inocentes para dejarlos en libertad
y una tentativa de extorsión.
* En el expediente AMIA aparecen testimonios de policías
que cuentan cómo la banda de Ribelli recaudaba dinero destinado
a ayudar a los policías imputados en la masacre de Wilde
y hay una escucha telefónica en la que Ribelli habla con
un policía prófugo por otra matanza perpetrada por
su gente en Monte Chingolo.
* El 11 de julio de 1994 Ribelli blanqueó dos millones y
medio de pesos en una escribanía con el argumento de que
su padre, un obrero ferroviario, le dejó 500.000 pesos a
cada uno de los cinco hermanos. Tiene razón Ribelli cuando
dice que tienen que probarle que ese dinero proviene de su supuesta
relación con terroristas. Pero a la vez, es evidente que
no puede justificar esa plata que tal vez venga de sus extorsiones,
arreglos y otros delitos o tal vez venga del atentado, porque
de lo contrario hubiera hecho una apabullante explicación,
como la que hizo el jueves sobre otros temas.
Párrafo aparte merece su larga enumeración de las
más de cien condecoraciones que recibió por su actuación
como policía en la Bonaerense. ¿Qué es lo que
prueba? ¿Se trata de la misma fuerza que un poco después
protagonizó el asesinato de José Luis Cabezas? ¿Son
medallas que provienen de los que después quedaron evidenciados
en una célebre cámara oculta como los narco-policías?
¿Las recibió en actos en los que estuvo rodeado por
el jefe Pedro Klodczyk y otros comisarios millonarios, tan millonarios
como el propio Ribelli? Partiendo de la deplorable investigación
del caso AMIA, en el juicio habrá que probar si Ribelli tuvo
que ver o no con el atentado. Pero hay una cosa segura: las condecoraciones
no prueban nada. O en todo caso, prueban que era un hijo dilecto
de uno de los momentos más negros de la Bonaerense.
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�Es
el tramo final de una lucha, la de la verdad�
Luis Czysewski perdió a su hija Paola
en el atentado a la AMIA. Miembro de Familiares y Amigos de las
Víctimas, cuentas sus emociones, sus broncas y desconciertos en
un juicio donde ve por primera vez a los acusados.
Expectativa: �El juicio oral es el tramo
final de toda una lucha, la de querer saber la verdad. Esperamos
poder decir: �Se llegó a esto, esto es la verdad��.
Telleldín: �Me pareció un insulto a los
familiares que su abogado diga que el derecho de las víctimas
termina donde empiezan los derechos de Ribelli�.
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Por Irina Hauser
La habitación de Paola
está intacta, con la grilla de horarios de clases de la facultad
de Derecho y un atado de cigarrillos sin terminar en el cajón de
su escritorio. Su mamá, Ana María, trabajaba en el segundo
piso del edificio de la AMIA y ella, por casualidad estaba allí,
porque tenía tiempo libre. Paola había decidido acompañarla
ese 18 de julio de 1994. Ana María sobrevivió el atentado.
Paola no. Su papá, Luis Czysewski, integra la agrupación
Familiares y Amigos de las víctimas y va al juicio
oral cuantas veces puede. Es el tramo final de toda una lucha, la
de querer saber la verdad, dice. De las tres primeras semanas de
audiencias se llevó varias sensaciones importantes para él:
un golpe muy duro e inesperado al oír los detalles
de la autopsia de su hija, que nunca había querido conocer; el
descubrimiento de lo que es un proceso oral, algo que desconocía;
y escuchar los estudiados discursos de inocencia de los principales acusados
de entregar la camioneta con que se cometió el atentado terrorista.
¿Cómo se sintió en el momento en que empezó
el juicio?
Tuvimos dos sensaciones. Por un lado, saber que se podrá
conocer un pedacito de la verdad, por chiquito que sea. Por otro, fue
un golpe muy duro escuchar el requerimiento de los fiscales, porque cuando
se leyó la lista de desaparecidos, no sólo se dieron los
datos personales sino los de la autopsia. Yo no sabía de qué
había fallecido mi hija, nunca quise ver esa parte del expediente.
Pero me enteré en ese primer día del juicio. Fue un momento
muy duro y sorpresivo. Justo el nombre de mi hija era el segundo, así
que no tuve la oportunidad de tomar aire y crear los anticuerpos que necesitaba
para soportar lo que iba a oír. Creo que no me resultó bueno
saberlo, decidí no contar nada a mi familia.
¿Qué le pasó cuando vio, cara a cara, a los
acusados? Al desarmador de autos Carlos Telleldín, al ex comisario
Juan José Ribelli y los demás.
Era la primera vez que los veía. Pero había tenido
una experiencia anterior que me marcó. Yo fui el único de
los familiares que presenció el interrogatorio de Wilson Dos Santos
en Brasilia, que duró dos días. El primer día cuando
lo vi, apenas a un metro mío, no sentí nada, estaba como
muy concentrado en lo que le preguntaba la jueza. El segundo día
tuve un ataque de nervios muy fuerte, me descontrolé, me puse a
llorar. Me di cuenta que era la primera vez que veía con forma
de humano a alguien que pudo tener que ver con la muerte de mi hija. Al
juicio oral iba preparado para que me pasara lo mismo, pero no tuve ninguna
reacción. Además, desde donde estamos sentados nosotros
al único que le vemos la cara es a Telleldín, que generalmente
se sienta de costado, apoyado en el vidrio que nos separa de la parte
principal de la sala de audiencias. Se mueve mucho, es inquieto. Entre
paréntesis, los primeros días fueron aburridísimos.
Las imputaciones y los hechos se conocen tanto ya.
¿Qué expectativas tiene ahora?
El juicio oral es el tramo final de toda una lucha, la de querer
saber la verdad. Esperamos poder decir: se llegó a esto,
esto es la verdad. Esperamos que por la mecánica del juicio
se rompa el pacto de impunidad, que surja alguna confesión o prueba
para que se esclarezca lo que aún no sabemos: quién planificó,
financió y ejecutó el atentado. Qué pasó entre
el 10 y el 18 de julio, el día del ataque. Hay tantas preguntas.
Recién ahora, con los atentados en Estados Unidos, los que antes
miraban para otro lado cuando les hablábamos, seguramente podrán
entender que no era un problema ni de los familiares, ni de los judíos,
ni de la Argentina y que les podría pasar a ellos.
En realidad, dice usted, están todavía bastante lejos
de conocer la verdad, al menos con los elementos que el juez Juan José
Galeano elevó a juicio. ¿Qué implica para usted no
poder saber la verdad?
Después del atentado empezamos a luchar por una especie de
mandato. Es algo que a uno le surge, que siente que lo tiene que hacer.
Como decimosen los actos, luchamos para que nuestros muertos no mueran
dos veces. No sé bien qué me produce no saber la verdad,
no sé si es frustración, o que uno aprende a convivir con
la desgracia. En el juicio se va a demostrar si la prueba es buena o mala,
si hay que condenar a los acusados. Lo que no queremos es que el juicio
tenga un tinte político.
¿Debió haber sido distinta la investigación?
Debió haber sido mejor, más eficiente. Si después
de siete años lo que se juzga es sólo la conexión
local, las deudas son más de lo resuelto.
¿Qué es lo que más rescata de estas dos semanas
de audiencias?
Especialmente desde la segunda semana, para mí fue todo un
descubrimiento acerca de cómo es un juicio oral. No conocía
la mecánica, soy contador, no soy abogado. Hasta me cuesta entender
algunas de las cosas que se dicen o se leen. Con la declaración
de Ribelli tuvimos un espectáculo mediático. Me impactó
su preparación y su conocimiento de la causa. Lo mismo me pasó
al escuchar a (Anastacio) Leal quien, aunque él (como se prestó
a contestar preguntas) empezó vanagloriándose y terminó
pidiendo la hora. El libreto de Ribelli fue mucho más aprendido
y parecía un maestro de ceremonias. Eso sí, me pareció
un insulto a los familiares de las víctimas que su abogado diga
que el derecho de las víctimas termina donde empiezan los derechos
de Ribelli. Me pareció una grosería. De su cliente me sorprendió,
también, la defensa corporativa de los policías que hizo,
algo que también puede leerse como una presión para que
ellos imiten su discurso. Me sorprendió también que no atacara
a Telleldín, quizá sea por estrategia.
¿Tiene alguna forma especial de recordar a su hija?
Su habitación quedó igual. Está su horario
de clase, los cigarrillos en su cajón. Ella estaba en tercer año
de derecho en la UBA. Además, Ana y yo una vez por semana vamos
al cementerio. Y muchas veces a uno se le pasan cierto tipo de recuerdos.
Se cierran los ojos y aparecen. Tenemos algunas cintas grabadas, pero
sentimos una resistencia muy fuerte para volver a escucharlas.
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