Por Rob Evans *
Desde
Londres
Era la hora del mediodía
en la línea norte del subterráneo londinense. Los pasajeros
entraban y salían normalmente de los vagones. Dos hombres abordaron
el subte en la estación Colliers Wood, en el sur de la ciudad.
Mientras el tren tomaba velocidad hacia la próxima estación,
Tooting Broadway, uno de ellos se paró y lanzó una pequeña
caja de polvo facial por la ventana. Podría haber sido apenas basura.
El tren siguió su camino y la caja explotó. Lanzó
al aire millones de pequeñas esporas o colonias de bacilos, que
se expandieron por los túneles oscuros. Muestras de polvo tomados
después de tres días, primero, y dos semanas, después,
mostraron que las esporas llegaron hasta un lugar tan lejano como Camden
Town, en el norte de Londres, a 16 kilómetros de Colliers Wood.
Esto ocurrió realmente. Pero los hombres no eran terroristas, sino
científicos del gobierno. Y las esporas no eran de ántrax,
sino un microorganismo creado para imitar un sabotaje clandestino con
ántrax. Se trató de un experimento oficial en 1963 que evidenció
qué fácil es para los saboteadores el lanzamiento un ataque
devastador en la capital de Gran Bretaña.
Si en la caja hubiera habido ántrax realmente, miles de pasajeros
habrían inhalado las esporas, que por un tiempo no serían
descubiertos. Los esporas más resistentes pueden sobrevivir meses.
Una vez inhaladas, las esporas germinan y producen bacterias vivas de
ántrax que se multiplican rápidamente. Los síntomas
pueden tardar hasta dos meses en aparecer. Estos síntomas son fiebre,
dolores de cabeza, escalofríos, dolores de pecho y otros. Algunos
enfermos parecerán recuperarse, pero después casi todos
habrán muerto abruptamente por daños cerebrales y pulmonares
y hemorragias internas. Londres habría entrado en el pánico
y en el caos mientras el gobierno se preguntaría qué está
pasando.
Documentos obtenidos por este diario muestran cómo los científicos
realizaron en forma secreta otros estudios en los 50 y los 60
con el mismo objetivo: demostrar la facilidad con la que se pueden cometer
ataques químicos y bacteriológicos contra los británicos.
Para mucha gente, la advertencia ahora tiene más peso que nunca;
el miedo al bioterrorismo creció marcadamente desde el 11 de septiembre.
Gran Bretaña tiene planes secretos de contingencia para cope con
una liberación deliberada de armas químicas o biológicas
en áreas pobladas. A pesar de esto, parece que es poco lo que el
gobierno puede hacer para prevenir que los ciudadanos sean infectados
en caso de que los terroristas puedan atacar con gérmenes mortales.
Un documento filtrado esta semana al Canal 4 británico dice que
aunque la amenaza de una acción de este tipo es bajo, las
consecuencias son potencialmente enormes. Es probable que el número
de víctimas sea mucho mayor a la de cualquier incidente en la historia
del país.
Una de las pruebas mostró cómo el ántrax puede alcanzar
al corazón del gobierno británico. Hay una amplia red de
túneles, 30 metros debajo de la zona central de Londres. Está
conectada a cabinas de guerra y ciudadelas donde, en caso
de crisis, los funcionarios del gobierno pueden refugiarse y dirigir desde
allí el país. En simulacros de ataques en estos túneles
en 1955, los científicos liberaron organismos inofensivos que simulaban
el comportamiento del ántrax. La primera prueba mostró que
las esporas penetraron claramente las pesadas puertas y que
incluso fueron hacia la superficie. La segunda terminó con una
contaminación grave de tres edificios gubernamentales, incluido
el edificio que hoy es el Tesoro.
En la prueba siguiente, la copia de ántrax fue esparcida
en la sección de túneles conocido como Q Whitehall,
que pasa por los edificios gubernamentales más importantes, desde
el Parlamento hasta Trafalgar Square. El experimento reveló una
extensa contaminación de varios edificios de Whitehall, la
zona de los edificios gubernamentales, Aunque el balance de la prueba
es modesto, es probable que las esporas se hayan infiltrado en la residencia
del primer ministro, en 10 Downing Street. Unataque de este tipo podría
cortar los escalones más altos del gobierno, causando pánico
y confusión. Algunos de los túneles son de fácil
acceso, pero un saboteador necesitaría la ayuda de un cómplice
civil en el gobierno para entrar a los pasillos debajo de Whitehall.
La amenaza de un ataque bacteriológico fue tomada en serio por
el gobierno británico a partir de los 30. Durante varios
años, los estrategas militares vieron la guerra química
como parte de la guerra convencional: bichos cargados en bombas
para ser lanzados sobre el enemigo en otro país. En la Segunda
Guerra Mundial, Gran Bretaña produjo cinco millones de porciones
de comida para ganado vacuno llenas de ántrax para lanzarlas sobre
Alemania como respuesta a un posible ataque químico nazi. La idea
era que el ganado comiera las porciones y morirían, destruyendo
el campo alemán. También existían planes para lanzar
ántrax en seis ciudades alemanas.
Los prototipos de estas armas habían sido testeados en la hoy tristemente
célebre isla de la muerte de Gruinard, en la costa
noroeste de Escocia, en 1942 y 1943. En esta isla aislada e inhabitada,
los científicos hicieron explotar bombas que contenían ántrax,
infectando a una gran cantidad de ovejas a la redonda. Un informe desclasificado
sobre estas pruebas registró que aquellos experimentos demostró
a Gran Bretaña y sus aliados que una guerra biológica no
sólo era factible, sino practicable y eficaz. La contaminación
de Gruinard era tan poderosa que no se le permitió a ningún
hombre ni animal volver a pisar la isla por más de cuarenta años.
Aunque la guerra bacteriológica no se utilizó en la Segunda
Guerra Mundial, su amenaza estuvo presente durante toda la Guerra Fría.
A comienzos de los 50, los oficiales británicos empezaron
a preocuparse porque la Unión Soviética pudiera promover
la realización de sabotajes biológicos como parte de un
ataque integral al país. A raíz de estos miedos, los laboratorios
químicos de Porton Down, Wiltshire, empezaron los ensayos, usando
organismos simulados para hacer los experimentos lo más reales
posibles. Durante dieciocho meses, los científicos esparcían
sistemáticamente estas bacterias en el depósito
subterráneo del Museo Británico en Westwood Quarry, cerca
de Trowbridge, Wiltshire. Trataban de descubrir cómo una nube bacteriana
podía circular en el interior de un edificio gubernamental en el
caso de un ataque terrorista. Los resultados fueron que no era difícil
predecir qué pasaría si se esparcía un spray con
bacterias dentro de un gran edificio: la propagación sería
rápida y alcanzaría a todo el edificio.
Los científicos también se interesaron en los trenes desde
que todos los tipos de transporte son generalmente reconocidos como
los principales blancos en las operaciones especiales de las guerras del
futuro.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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