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ENTREVISTA CON EL COMANDANTE TALIBAN SHAMIN, MUY CONFIADO EN LA VICTORIA
“Verá la película de la derrota del imperio”

El comandante Shamin
afirma que los bombardeos norteamericanos no lograron nada y que el número y la moral de la tropa talibana están más altos que nunca. Lo único que reconoce es el avance de la Alianza del Norte, �pero para que tomen Kabul les falta mucho�.

Por Eduardo Febbro
Desde Peshawar

Es tan amable y tan dulce que no corresponde con la imagen radical que el mundo tiene de los talibanes. Sin embargo, el comandante Shamin es uno de ellos y su suavidad es un atributo personal que se detiene en la frontera de su convicción religiosa y militar. El comandante entró a Pakistán por la vía oculta para visitar a los miembros de su familia que vinieron a protegerse de la ofensiva militar norteamericana. La cita, pospuesta varias veces, fue pactada en un entreverado remolino de calles de un suburbio de Peshawar. Pequeño, modesto, de manos vigorosas y mirada de niño, el comandante Shamin niega todas las “barbaridades” que se dicen del régimen que defiende y afirma sin pestañear que “la victoria final será nuestra”. Es difícil imaginar que detrás de esos ojos asombrados y románticos se esconda una abnegación religiosa tan “fundamental”. Pero Shamin no bromea, ni juega a hacerse el bueno ante el representante de lo que el considera como “un aliado más del Gran Satán”, es decir, la “prensa occidental”. Según afirma, los bombardeos norteamericanos “no tuvieron ningún efecto, ni sobre nuestras capacidades militares, ni sobre nuestra resistencia moral. Ahora estamos más fuertes que nunca. Nuestra fe nos da el coraje para combatir a los Estados Unidos”.
Shamin niega rotundamente que los misiles anglonorteamericanos hayan destruido los puestos de comando y los ejes vitales del aparato militar: “lo que tenemos en la mano no está destruido, es pura propaganda de los occidentales. Lo único que hicieron las bombas fue destruir los aeropuertos y los edificios, que de hecho ya estaban vacíos”. El comandante se opone al argumento según el cual Kabul es una ciudad fantasma, abandonada por sus habitantes y vaciada de toda presencia militar talibana: “es absurdo. Si alguien piensa que vamos a dejar sin protección un símbolo como la capital del país está loco. Para que sepa, hemos desplazado importantes medios militares para defender la capital. Hoy, hay muchísimos hombres dispuestos a dejar sus entrañas para que Kabul no caiga”.
Lo único que está dispuesto a admitir es el avance de la Alianza del Norte y la eficacia de las últimas ofensivas lanzadas por los hombres del difunto comandante Massud: “Ellos nos han provocado daños militares importantes. Reconozco que han avanzado y que hoy se encuentran a unos 40 kilómetros de Kabul. Pero de ahí hasta que entren y tomen el control de la ciudad hay mucho camino por recorrer”.
El comandante talibán pierde la lucidez y la calma de su expresión cuando la realidad se le viene encima. No admite que la superioridad militar de los Estados Unidos pone al régimen talibán ante un camino sin salida. Para él, Dios es el arma invencible de su régimen: “sabemos que gracias a Dios ponemos defendernos en todos los frentes y ganar la guerra. Estamos seguros de poder resistir hasta el final”. En su voz, las armas son una sombra sin consecuencias al lado de la fe: “tenemos el poder absoluto de defendernos. No podemos hacer gran cosa contra los bombardeos, pero sí estamos en condiciones de pelear de igual a igual en el terreno. Van a tener que venir a buscarnos en el fondo de las montañas, en las profundidades de los valles y en todos los rincones del país. Podrán arrojar sobre nosotros todas las bombas que quieran, pero cuando se trate de combatir en el suelo afgano nuestra tierra será el cementerio de todos los invasores”.
Asegurarle que la guerra no es una cuestión de moral o de fe, de Dios o de religión, de convicción o de montañas resulta inútil. Para Shamin, el Corán y las Kalashnikovs son sus mejores y únicos aliados: “nosotros sabemos que los norteamericanos tienen mucho poder y muchas armas. Pero nosotros tenemos la fe. Vamos a pelear hasta la muerte. Tenemos la fe y la religión, que son mucho más que todas las armas del imperio norteamericano. Contamos con decenas de miles de voluntarios que se unen a nosotros cada día. Esos ejércitos carecen de uniformes y de armas ultrasofisticadas. Pero no les falta convicción y están llenos de fe, dispuestos a dejar cada gota de sangre para defender Afganistán. La fe y las montañas no son una metáfora como usted parece decirlo. La fe es la capacidad de resistir, las montañas son un escondite inextricable. La mejor defensa con la que contamos es la geografía de nuestro país. Ahí esperamos a los nuevos invasores. Que vengan y entonces van a probar el arma de la fe. Los soviéticos pensaron que su potencia militar era más infinita que nuestra garra. Pero se fueron arrodillados. Los norteamericanos ni siquiera van a poder salir. Afganistán será para ellos el cementerio que ni siquiera vislumbraron sus peores pesadillas”.
El comandante Shamin pide un cigarrillo y lo fuma en silencio, buscando en el fondo de los ojos de su interlocutor un destello de duda, de admiración o de respeto. Está seguro de que lo que dice es la verdad. Sonríe cuando se le dice que la gente piensa que los talibanes no fuman. Apaga el cigarrillo en el borde del plato y, al levantarse, anuncia: “si esto fuera una película le regalaría una entrada para que se sentara en el mejor lugar y viera en persona la derrota de un imperio”.

 

Jalalabad para periodistas
Por E. F.

Los talibanes decidieron hacer las paces con los periodistas extranjeros, pero por otros propósitos que los que se podría suponer. Un grupo de periodistas occidentales visitó la ciudad de Jalalabad para comprobar que los ataques arrasaron un pueblo completo, matando a 160 personas, en lugar de apuntar a blancos militares. Por otro lado, la situación del periodista francés detenido en Afganistán por haber ingresado ilegalmente al territorio alcanzó ayer visos dramáticos. Acusado de espionaje, Michel Peyrard sufrió las peores vejaciones. La Agencia Islámica de Prensa confirmó a Página/12 que Michel Peyrard fue exhibido ante la población de esa misma ciudad, Jalalabad, vestido con la ropa tradicional femenina con la que entró disfrazado al país. Al mejor estilo del destino que el régimen afgano les reserva a quienes considera como criminales, Peyrard fue expuesto públicamente ante la población junto a los dos paquistaníes que lo acompañaban en su reportaje y luego lapidado por los habitantes de esta ciudad controlada en parte por las redes de Bin Laden. El jefe de los servicios secretos talibanes, mullah Tadj Mir, recordó que los talibanes habían “advertido a los periodistas que cualquiera que penetrase ilegalmente en el territorio afgano sería considerado como un soldado norteamericano”. El mullah afirmó que el equipo que llevaba Peyrard, concretamente dos teléfonos satélites, estaba calificado como “material de espionaje”. Se trata de una acusación absurda ya que un teléfono satélite es el material básico de los enviados especiales que cubren los conflictos armados. El gobierno talibán previno además que si se probaba que la misión de Peyrard consistía en llevar a cabo tareas de espionaje no tendría “ninguna clemencia” con el gran reportero. En todo caso, antes de ser detenido, Peyrard logró pasar la nota para cuya realización había corrido tantos riesgos.

 

CADA DIA PAKISTAN ESTA MAS CERCA DE ENTRAR DE LLENO EN LA GUERRA
La línea de sombra de la frontera caliente

Por E. F.

Antes de que despunte el día, el ronroneo de los aviones F-16 rompe el silencio del amanecer que se aproxima. Con las primeras luces, el rugido de los helicópteros se mezcla con las turbinas de los F-16 que van y vienen en el cielo paquistaní. Por primera vez desde el inicio de las represalias norteamericanas, el aeropuerto militar de Peshawar vive en plena actividad. Los aviones y los helicópteros despegan y aterrizan en lapsos de 15 minutos. La guerra en Afganistán pareció acercarse de pronto a las fronteras paquistaníes. El gobierno del general Pervez Musharraf admitió oficialmente que soldados paquistaníes se habían enfrentado con fuerzas del régimen talibán en la frontera. Según la versión oficial, el grupo talibán buscaba penetrar en el territorio para protegerse de las represalias norteamericanas. Página/12 confirmó ayer ante la Agencia Islámica de prensa que Estados Unidos había bombardeado una base militar talibana situada a seis kilómetros de la frontera con Pakistán.
La agencia paquistaní cercana al régimen de Kabul evocó dos ataques sucesivos sin precisar el punto geográfico donde se encontraba la base. Paralelamente, en Quetta, la ciudad más pro talibán situada al sudoeste del país, una misteriosa explosión dañó la base militar. Versiones contradictorias explicaron la explosión con el argumento de un “terremoto localizado”, mientras que un periodista del canal árabe de televisión Al Jazeera aseguró que se había tratado de un misil norteamericano que cayó por accidente en la base paquistaní.
Los rumores sobre los incidentes militares que implican a Pakistán corren por el país como los aviones por el cielo. A pesar de sus declaraciones del lunes cuando minimizó el alcance de la “colaboración” con Estados Unidos, el gobierno del general Pervez Musharraf anunció que iba a poner a disposición de la alianza occidental entre dos y tres bases aéreas. En principio, se trata simplemente de facilitar “el apoyo logístico” y preparar el dispositivo ante eventuales operaciones de rescate en Afganistán y no de prestar el territorio nacional para que se lancen desde aquí las represalias contra el régimen talibán. Los signos de tensión son visibles en varias ciudades de Pakistán. El gobierno sigue insistiendo en que tiene la situación “bajo control” pero cada día que pasa se incrementan un poco más la movilización del Ejército y las medidas de seguridad. Por lo menos dos de los tres líderes políticos que controlan los partidos islámicos radicales se encuentran bajo arresto domiciliario.
El gobierno se esfuerza en mostrar que no corre detrás los problemas sino que se adelanta a ellos. Más de 200.000 mil soldados, policías y guardias fronterizos fueron movilizados en las últimas horas. En respuesta a los crecientes disturbios y a los rumores sobre un posible golpe de Estado en el país, el portavoz de la Presidencia atribuyó esos rumores a los agitadores vinculados con la India, país con el que Pakistán mantiene conflictivas relaciones a raíz del antagonismo sobre la región de Kashmir. “Nunca había visto nada similar, ni siquiera en los peores momentos de la crisis política”, aseguraba ayer un periodista local a Página/12. Por primera vez en la joven historia de Islamabad, el ejército se desplegó en la capital de Pakistán. Islamabad amaneció literalmente tomada por los militares. Bunkeres de cemento y bolsas de arena protegían la entrada al distrito diplomático, en especial en las proximidades de la embajada de Estados Unidos, la sede de la televisión nacional, los ministerios y otros edificios oficiales. Nada define mejor el clima de urgencia nacional que reina en Pakistán como la pancarta roja colocada ante la sede del Gobierno: “Disparamos contra cualquiera que cruce esta línea”, reza la leyenda en urdu.

 

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