Por Ciro Krauthausen (*)
A 51 años de su muerte
en el búnker de la cancillería alemana en Berlín,
y con cerca de 120.000 libros y ensayos escritos sobre su vida, cabría
pensar que de Adolf Hitler ya todo se ha dicho. Lothar Machtan, un historiador
alemán que lanzó en la feria del libro en Frankfurt Los
secretos de Hitler, no lo considera así. El libro será publicado
simultáneamente en 17 países y ocho idiomas, una gigantesca
operación de mercadotecnia editorial puesta en marcha gracias a
una única y contundente afirmación: Adolf Hitler era homosexual.
La tesis no es nueva y, por el contrario, ha nutrido todo tipo de rumores
y testimonios desde que Hitler llegara a la edad adulta. Machtan, un hasta
ahora relativamente desconocido catedrático de la Universidad de
Bremen, con unas cuantas publicaciones sobre el siglo XIX y la figura
del canciller del Reich Otto Bismarck en su haber, destaca que ha descubierto
dos nuevas fuentes: las memorias dictadas en 1939 a un miembro de la Resistencia
alemana por Hans Mend, un soldado que combatió junto a Hitler en
la Primera Guerra Mundial, y un dossier secreto del general bávaro
Otto von Lossow, quien a comienzos de los años veinte, a la vez
que intentaba socavar la democracia de la República de Weimar,
se oponía a Hitler, cuyo primer intento de tomar el poder fracasó
precisamente en 1923.
Un don nadie
Con estos dos testimonios y un gran número de otras fuentes ya
conocidas por los historiadores, Machtan traza un perfil sorprendente.
En Los secretos de Hitler se relata desde la primera relación sentimental
del entonces aún don nadie (supuestamente, con un estudiante de
música llamado August Kubizek, con quien Hitler compartió
habitación a los 19 años), pasando por los amoríos
sostenidos con un soldado, Ernst Schmidt, en las trincheras de la Primera
Guerra Mundial, hasta las relaciones afectivas con varios de sus correligionarios
en los años veinte. Machtan incluso califica de homoerótica
la atracción que habría vinculado al dictador con personajes
como su secretario privado, Rudolf Hess, o su arquitecto de cabecera,
Albert Speer.
Si todo ello realmente fue así, ¿por qué nadie lo
había descubierto y escrito antes? Uno de los problemas ha
sido el temor a que se interprete como una exculpación el intento
de comprender la dimensión humana de este monstruo del siglo XX,
sostiene Machtan, quien subraya que no pretende relativizar lo sucedido
ni estigmatizar de manera alguna a los homosexuales. El catedrático
no pone en duda las cualidades de estudios, como la monumental biografía
de Hitler presentada recientemente por Ian Kershaw, pero considera que
el historiador británico se queda corto al afirmar que el dictador,
más allá de sus actividades políticas, sólo
era un casco vacío. Hitler no fue un hombre sin
atributos, sino uno con atributos especiales, sentencia Machtan,
de 52 años.
Otro problema es que el primero en ocultar sus inclinaciones homosexuales
fue el mismo Hitler, según resalta el catedrático, quien
dedicó tres años a esta investigación. A través
de sus relaciones tapaderas con mujeres, por una parte: de entre su hermético
círculo privado, el líder nacionalsocialista dejaba filtrar
noticias de supuestas amantes. La más conocida entre ellas fue
Eva Braun, con quien Hitler estuvo vinculado los últimos diez años
de su vida y con quien incluso contrajo matrimonio horas antes de que
ambos se suicidaran (nupcias que, para el historiador, fueron un intento
de llevarse a la tumba el secreto de su homosexualidad). A través
del soborno o la eliminación de todos los confidentes, por la otra:
el relato de Machtan, repleto de sórdidas intrigas, sugiere una
nueva interpretación de la llamada noche de los cuchillos largos,
en la que Hitler, el 30 de junio de 1934, mandó asesinar al líder
de la SA, Ernst Röhm, también homosexual, y a varios de susseguidores.
En vez de la última gran batalla interna por el poder en el nacionalsocialismo
(que también lo fue), este episodio tendría que ser reescrito
como el exitoso intento de Hitler de deshacerse de todos aquellos que
pudiesen extorsionarlo con detalles de sus amores secretos.
Lothar Machtan tiene ya preparada la argumentación para enfrentar
una evidente objeción: el hecho de que, precisamente, a partir
de la noche de los cuchillos largos, el régimen nacionalsocialista
endureciera la ya previamente existente legislación contra los
homosexuales y, a lo largo de los años, asesinara a miles de ellos
en los campos de concentración.
Personalmente, Hitler nunca se pronunció claramente sobre
la homosexualidad. El responsable de estas políticas fue Heinrich
Himmler. Además, el dictador tenía un interés personal
en tener bajo control estatal estos ambientes. La represión fue
el precio a pagar por la fidelidad de sus seguidores homofóbicos,
enumera Machtan. Tanto es así que el mismo Hitler podría
haber abandonado sus preferencias sexuales desde 1935, fecha a partir
de la cual el catedrático de la Universidad de Bremen ya no cuenta
con fuentes que indiquen lo contrario.
Inclinación afectiva
Machtan admite que no cuenta con pruebas judiciales que demuestren
sus tesis, aunque sí recalca que los múltiples indicios
no permiten otra conclusión que aquella de la homosexualidad. Esta
inclinación afectiva, desde luego, no es la clave universal
para explicar las políticas y los crímenes perpetrados por
Hitler, pero sí un detalle que permite explicar determinadas
cuestiones.
En opinión del historiador quien, a más tardar en
este punto, previsiblemente se topará con un intenso fuego cruzado
de críticas académicas, la homosexualidad del dictador
y su intención de ocultarla explican dos grandes enigmas irresueltos:
el cómo un personaje que durante buena parte de su vida fue la
encarnación de la mediocridad pudo llegar tan lejos en sus mortíferas
aspiraciones y el origen psicológico del visceral antisemitismo
que desembocó en las cámaras de gas.
Sobre lo primero, Machtan cree que Hitler fue un actor existencial,
quien a fuerza de ocultar sus preferencias sexuales y gracias a su ambiguo
erotismo, cual encantador de serpientes, pudo atraer a muchos de los que
se cruzaron por su camino.
En lo que al antisemitismo respecta, el catedrático concede mucha
importancia a un escándalo que en 1907 conmocionó Alemania
y Austria: las acusaciones de que el conde Eulenberg, el más cercano
de los consejeros y amigos del emperador Guillermo II, no sólo
era homosexual, sino que precisamente por ello ponía en peligro
los intereses del país con su excesivo pacifismo. La polémica,
por vez primera, aireó en público el tema de la homosexualidad
y acarreó una fuerte reacción contraria. Sobre todo
en Viena se creó un clima de histeria que debió haber ejercido
una presión traumática sobre el joven Hitler, dice
Machtan como hipótesis. Los impulsores del debate fueron el periodista
Maximilian Harden y, desde un segundo plano, el sexólogo Magnus
Hirschfeld. Tal y como se recalcó una y otra vez en aquella época,
ambos eran judíos.
(*) De El País, especial para Página/12.
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