Por Esteban Pintos
El musulmán más
famoso del mundo occidental antes de Osama Bin Laden, la primera y más
grande estrella de hip hop de la historia más que 2Pac, más
que Notorius B.I.G. y toda la saga era boxeador profesional, campeón
del mundo de los pesos pesados para más datos. También dueño
de la verba más florida e ingeniosa de los años sesenta,
y del poder perceptivo suficiente para crear un nuevo modelo de hombre
negro, en la década de Martin Luther King y Malcom X. Primero Cassius
Clay, después Muhammad Alí, el boxeador superstar determinó
un antes y un después en su profesión, pero más que
eso, estableció nuevos patrones de actitud pública para
un deportista de su raza, en un país construido sobre la diferenciación
racial. Alí resignificó los años sesenta para sus
hermanos, fue una leyenda que se construyó a sí misma, reinó
indiscutiblemente en la categoría símbolo del poder de un
hombre por sobre todos los demás (al menos, esa era la significación
real, tangible, del título Campeón del mundo de los
pesos pesados por entonces) y sentó las bases de un nuevo
orgullo racial, a la vez que formó parte del período más
caliente y revulsivo de todos los que hayan vivido los Estados Unidos
en el siglo XX. Esa es la teoría central del magnífico libro
Rey del Mundo (que en su edición en inglés incluye el elocuente
subtítulo Muhammad Ali y el ascenso de un héroe americano),
escrito por el actual editor de The New Yorker, David Remmick, editado
en Argentina por Editorial Debate.
La alusión del hip hop, con todo lo que este movimiento social
(postura política, estética, contenido) motorizado por la
música, significa hoy en Estados Unidos y desde allí al
resto del mundo no es casual. Alí, todavía Clay, solía
entretener a los medios y de ahí proyectarse a la aprobación/desaprobación
pública no había términos medios para reaccionar
frente a él, con graciosas coplas, rimas pronunciadas con
el inconfundible acento de un negro sureño y con la contundencia
oral de lo que luego sería cultura hip hop. En un tramo de su apasionante
estudio sobre un boxeador y su tiempo, Rennick relata cómo fue
que el chiquilín bocón de Lousville, ganador de una medalla
de oro en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, promocionó
su primer combate por un título del mundo, frente a Sonny Liston,
en Miami, febrero 25 de 1964. Clay la bautizó Song to myself
(Canto a mí mismo). En uno de los fragmentos de esta inusual declaración
pública, el aspirante a campeón por el que poco daban la
prensa especializada y las apuestas, entonaba (con las rimas en inglés,
claro está): Vean al joven Cassius Clay, peleando contra
el Oso, Liston recula y recula y va a acabar al foso, porque en el ring
ya no hay sitio -y eso que es muy espacioso. Clay le pega con un
puño, luego le da con el otro. El único que pelea es Cassius
Clay el Hermoso. Aquello no podía provocar, además
de cierta incomodidad para un mundo acostumbrado a boxeadores que respondían
a un único patrón de comportamiento (ex delincuentes o en
vías de serlo, duros, incultos, peligrosos), más que extrañeza.
Casi todos los especialistas veían en el autobombo de Clay
-en prosa o en verso los devaríos de un demente, escribe
Rennick.
El autor, que retrató los últimos días de la Unión
Soviética en su libro La Tumba de Lenín mereciendo luego
el premio Pulitzer, recupera y grafica un momento particular en la historia
de su país. Lo novedoso es que lo concreta a partir de la sucesión
de campeones del mundo de raza negra que dominaron la categoría
más atractiva de todas las que conforman el boxeo profesional,
y de lo que significó en este contexto la aparición de un
personaje semejante. Esta no es una biografía del boxeador, simplemente
porque lo que cuenta no es exactamente la vida de Alí: Remnick
subvierte cualquier atisbo de cronología novelada o levemente idealizada,
ni tampoco fija su mirada en los (actuales) años de decadencia
física del personaje. El relato apenas incluye menciones a sus
encuentros con Alí en los años posteriores a los hechos,
y recién sobre el final se permite una austeradescripción
de la intimidad del hombre, ya sumido en el Mal de Parkinson. Tampoco
es éste un libro sobre boxeo o boxeadores, a pesar de que todo
gire en torno a uno de ellos, seguramente el más brillante y carismático
de la historia. Desde Alí, el autor proyecta la concreción
de un cambio decisivo en las relaciones raciales en su país, en
una década signada por la agitación política con
los derechos civiles como bandera y el asesinato de los líderes
Malcom X y Martin Luther King. Esta es la historia de un hombre y su época,
aunque todo gire en torno a una práctica brutal, comercializada
y dañina para el físico.
Para descolocar aún más, el texto arranca desde los campeones
anteriores a Alí, luego sus rivales derrotados, Floyd Patterson
y Sonny Liston. Cada uno merece una buena parte de los primeros capítulos,
en tanto descriptos como dos símbolos de la imagen que tenía
el hombre negro pre-Alí para la dominante sociedad blanca de EE.UU.:
Patterson, el negro bueno; Liston, todo lo contrario. Mientras
describe los efímeros combates que ambos libraron, siempre con
victoria de Liston, va presentando al jovencito de Lousville, criado en
el seno de una familia negra de clase media (lo que era mucho decir para
la época), ciertamente confiado en sus fuerzas y talento, cualidad
que con los años se convertiría en su principal arma de
promoción y amedrentamiento en los rivales. El joven Clay que volvió
de Roma con su medalla dorada al cuello, realmente se creía el
mejor: su coronación como campeón del mundo del peso completo,
entonces, era inminente. Así sucedió, aunque en el medio
se entrecruzaron intereses económicos (el boxeo estaba dominado
por la mafia, hasta la aparición de un grupo de financistas legales
de su ciudad natal), políticos y religiosos. Desde Patterson, Liston,
pero también partiendo desde M.L. King y Malcom X, puede intuirse
el verdadero significado del personaje Muhammad Alí, y la influencia
pública que cobró su figura para un país acostumbrado
a que todos sus héroes tuvieron piel y ojos claros. El primer encuentro
Clay-Liston en un casino de Las Vegas (el joven aspirante ya acosaba
a través de los medios al campeón, pero nunca se lo había
cruzado), la negociación para concretar el enfrentamiento, la aparición
de la Nación del Islam en la vida de Clay, la influencia de Malcom
X (ver aparte). Todo conduce al mejor momento en esta obra llena de grandes
momentos. La Tercera Parte del libro, con el antes, durante y después
del famoso combate de Miami, atrapa con su rigurosa descripción
de personajes, tiempo y lugar, a la vez que entrega una visión
única de lo que sienten aquellos hombres que suben a un ring. Si
se trata de dos que combaten por el título mayor del boxeo profesional,
retratado el encuentro con la matemática precisión de escritura
de Remmick, todo adquiere mayor interés. Sonó la campana
del primer asalto. Clay se lanzó en seguida a ganar puntos, pero
sobre todo uno en especial: demostrarle a Liston que no podía alcanzarlo,
o no fácilmente, al menos. Quería que Liston supiera que
se le avecinaba una noche muy larga. Quería obligarlo a sentir
por anticipado el cansancio que se adueñaría de él,
describe el autor en el capítulo dedicado a la pelea propiamente
dicha, un prodigio de precisión periodística, adrenalina
virtual y vuelo literario.
Más allá de la sucesión de campeones pesados, la
irrupción del joven Clay y su triunfo sobre el que todos creían
invencible campeón Liston (el Negro Malo pero temido y de alguna
manera respetado desde ese temor), Rennick centra su atención en
la conversión religiosa del campeón y cada una de las implicancias
políticas que aquello trajo. Muhammad Alí, tal como se dio
a conocer la mañana siguiente de su primer triunfo sobre Liston
(otro gran momento del libro), fue el primer campeón del mundo
pesado negro no cristiano de la historia. Aquello, para la América
blanca de principios de los sesenta, era inaceptable. Mucho más
que lo que había sido, en otro contexto social y político,
el también controversial Jack Johnson en los años diez y
veinte. Desde ahí y hasta la negativa de Ali para alistarse enel
ejército de los Estados Unidos que intervenía en Vietnam,
Remmick construye una trama tan inquietante como atractiva. Al fin y al
cabo, de todo aquello se nutre la leyenda de Alí. Aunque, bien
remarca el autor, en aquellos años su frase No tengo ningún
pleito con el Vietcong ese significó una declaración
más subversiva que cualquier otra en una época de declaraciones
subversivas. Alí era negro y hermoso, orgulloso de su raza, desafiante
del poder y ganador. Demasiadas cualidades subversivas.
El mito, según la
mirada de Hollywood
El próximo 7 de diciembre será estrenada en Estados
Unidos Alí, la película. Dirigida por Michael Mann
(Fuego contra fuego, El informante) y protagonizada por Will Smith,
será -.aseguran sus responsables-. un acercamiento al mundo
interior del campeón, en los diez años que fueron
desde su explosiva primera coronación frente a Sonny Liston
hasta su regreso al título, en Zaire, frente a George Foreman
(esta última retratada en su entorno y desarrollo en el exquisito
documental Cuando éramos reyes, ganador de un Oscar). En
ese período cabe buena parte de la edificación de
la leyenda Alí, según el razonamiento de Mann, que
ingresó a un proyecto sin mucho rumbo en Hollywood desde
principios de los noventa (el elegido para dirigirlo era, en principio,
Barry Sonnenfeld). Mann inició el rodaje en base a un guión
suyo, coescrito con Eric Roth (igual que en El informante), pero
tuvo que acceder a ciertas exigencias de Columbia Pictures (rebajas
en el presupuesto, sobre todo) para poder concluirla. Smith modeló
su cuerpo para parecer el joven Clay y luego el maduro Alí,
leyó y vio todo el material documental de la época,
conversó por horas con el mismo Muhammad, hizo curso de estudios
del Islam en la Universidad de Los Angeles y aprendió cada
uno de los tics y puestas en escena del boxeador. Es el papel de
su vida, afirma. Quiero que Muhammad ame esta película.
Si no, el trabajo de dos años habrá sido en vano,
declara donde lo dejen. Más allá de los recortes,
la película es una superproducción y por tanto acumula
buenas expectativas de recaudación y premiaciones: ya se
la menciona como posible candidata en varios rubros para la edición
2002 de entrega de los premios Oscar.
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MALCOM
X, EL GRAN INFLUYENTE PARA LA CONVERSION
Es una batalla religiosa
Cuando Clay y Malcom regresaron
a Miami, la noticia empezó verdaderamente a trascender. El 3 de
febrero, el Courier-Journal de Louisville, periódico de la ciudad
natal de Clay, publicó una entrevista en la que éste renunciaba
a todo intento de distanciarse de los Musulmanes Negros. Por supuesto
que he hablado con los Musulmanes Negros, decía Clay. Y
seguiré hablando. Me caen bien. No voy a hacer que maten tratando
de imponerme a gente que no quiere saber nada de mí. Me gusta mi
vida. La integración es un error. Los blancos no quieren la integración.
Yo no creo que sea adecuado imponerla, y tampoco lo creen los Musulmanes
Negros. Y lo que yo pregunto es: ¿qué tienen de malo los
Musulmanes Negros?
La fe que Malcom tenía en Elijah Muhammad se estaba viniendo abajo,
pero él seguía persuadido de la necesidad de un fuerte movimiento
nacionalista negro. Durante el desayuno, le mostraba a Clay las fotos
de los sacerdotes blancos que habían estado cerca de Floyd Patterson
y también de Sonny Liston. Trataba de meterle a Clay en la cabeza
la idea de que el combate era una batalla religiosa, no sólo un
acontecimiento deportivo. Esta pelea es la verdad, le decía.
Es la Cruz y la Media Luna enfrentadas por primera vez en un cuadrilátero.
Es una moderna Cruzada, un enfrentamiento entre cristianos y musulmanes,
delante de la televisión, para que ésta lo envíe
al Telstar y el mundo entero pueda ver lo que ocurre. ¿Creés
tu que Alá puede haber permitido que todo esto suceda para que
luego tú salgas del ring sin haber conseguido el campeonato?
(Párrafos del libro en su capítulo IX, La Cruz y la
Media Luna, sobre el proceso de conversión religiosa de Clay,
recién aceptado después del primer combate con Liston. En
capítulos posteriores, Remmick da cuenta del anuncio oficial en
la conferencia de prensa posterior a la pelea, las reacciones de los medios
en Estados Unidos, la ruptura entre Malcom X y Elijah Muhammad, y la distancia
que luego Alí tomó de Malcom).
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