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elecciones 2001

PANORAMA pOLÍTICO
PAISES
Por J. M. Pasquini Durán

Por las autopistas de Internet viajan billones de mensajes por día alrededor del planeta y las guerras más lejanas se televisan en tiempo real, pero en Argentina no alcanzó una jornada de ocho horas para completar los datos del escrutinio, con totales nacionales o aunque sea de las seis provincias donde vive el 70 por ciento de la población. Ocho horas después de cerrado el cuarto oscuro ni siquiera había precisión sobre el número total de votantes y los porcentajes globales de votos anulados y en blanco. No es la misma contundencia para Eduardo Duhalde ser la mitad de seis millones que de tres, o para Liendo-Scioli captar alrededor del diez por ciento de los votos nominales porteños, una cifra que puede ser considerada de dos maneras: mínima porque nueve de cada diez rehusaron esa oferta o representativa del cincuenta por ciento del porcentaje ganador. A pesar de esa precariedad estadística, la primera lectura de la votación de ayer deja entrever algunas señales significativas, ad referendum del recuento final.
Argentina es un puzzle desarmado, por lo que resulta inútil simplificar o generalizar las conductas. El justicialismo exhibe una actitud de victoria renacentista, aunque nadie podría asegurar que se refiere al mismo partido si compara el discurso de Duhalde, que intenta recuperar las fuentes originales, con la coalición que armó en Córdoba José Manuel de la Sota con la UceDé o en la Capital y otras provincias con la fracción de Cavallo, socio a su vez del presidente Fernando de la Rúa, al que supuestamente vencieron en las urnas. No hay un solo peronismo, porque tampoco hay un solo país.
El voto de bronca o escepticismo es un fenómeno de la ilustración urbana, porque los índices más altos parecían darse en las ciudades portuarias (Capital, Gran Buenos Aires, Santa Fé, entre otras) más que en las zonas rurales. Aún así, descontadas las cifras tradicionales de ausentismo y votos en blanco, la proporción fue destacable -.en algunos distritos sumaba más que la primera minoría� aunque todavía es pronto para distinguirla como una tendencia perdurable o pasajera. El cincuenta por ciento del padrón aún acepta elegir entre lo que hay.
Algunos tal vez prefieran adscribir a los mismos sentimientos de descontento los notables resultados obtenidos por Luis Zamora y Patricia Walsh en la Capital, pero cabe recordar que la Legislatura metropolitana ya cuenta entre sus miembros con representantes de la izquierda neta. Si se suman los votos de los diversos partidos de ese micromundo el espacio ganado aún es más amplio. Y aún si la cuenta incorpora a otras fracciones de centroizquierda o progresistas, resulta que en los mayores distritos del país (ciudad y provincia de Buenos Aires) el impulso hacia el cambio de rumbo, en oposición a la realidad conservadora, no necesita más, tampoco menos, que un punto de convergencia para ser una fuerza determinante. El corrimiento hacia la derecha de la opinión política no es fatal ni irreversible. Hay una reiterada voluntad cívica de encontrar nuevas representaciones, lo que hizo posible, por ejemplo, que a pesar de la desilusión con el FREPASO, prácticamente invisible en estos comicios, el ARI cosechara casi un millón y medio de votos en el país, según la contabilidad de su conductora, Elisa Carrió.
Claro que los múltiples países contenidos por la denominación de Argentina, ofrecen, a la vez, situaciones paradojales. Hay consenso, en los análisis políticos y sociológicos, que la mayoría popular detesta a la dirigencia por hacer de la política una vía rápida hacia el fácil enriquecimiento personal. Sin embargo, dos presos acusados por diversos ilícitos del Código Penal, Carlos Menem y Tato Romero Feris, captaron una considerable cantidad de adhesiones. La corrupción, entonces, liquida a los más débiles, pero no es suficiente para terminar con la vida pública de los más poderosos o los más ricos. Es cierto, ambos se sostuvieron enLa Rioja y en Corrientes, dos provincias que todavía conservan el paternalismo semifeudal en sus estructuras de poder, y ésta quizá sea también una razón determinante para las mayorías conseguidas por buena parte de los gobernadores que plebiscitaron sus gestiones, a pesar de la pobreza, el atraso y las injusticias que predominan en sus respectivas sociedades. Los datos preliminares podrían señalar como referentes de estas paradojas a Rozas (UCR, Chaco) o a Romero (PJ, Salta) para dar sólo dos entre varios.
En una visión tan provisional como genérica, tanto en el Senado, renovado en totalidad por el voto popular directo, como en Diputados hay una cierta envergadura de representación, por las figuras que integrarán esas cámaras nacionales que mejora las composiciones con mandato vencido, en cuya patética memoria figuran quórum logrados con diputados truchos o tarifas para aprobar leyes como la reforma laboral en vigencia.
Ninguna de todas estas razones conmovieron el discurso presidencial pronunciado a última hora de la jornada electoral. De la Rúa sigue repitiendo el mensaje de asunción, con las mismas renovadas promesas que, cumplida la mitad de su mandato, son desmentidas sin falta por la gestión concreta. Aunque asegura que conoce las penurias y desilusiones de buena parte de la población, siempre coloca por delante el principio de autoridad de su investidura, como si fuera posible construirlo con frases cortas y ceñudas, sin darse cuenta que su espejito le miente sin pudor cada vez que le contesta que es el mejor y el más bueno. No es el único que sufre de espejismos, tal vez el más visible o el más doloroso por el lugar que ocupa, así sea transitoriamente. De todos modos, hoy, al día siguiente de esa formidable fuente de ilusiones que es el ritual democrático, todo estará donde estaba el viernes, pero con algunas expectativas abiertas hacia la mayor de las ilusiones: que alguna vez se encuentren las palabras y los hechos de la política.

 

 

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