elecciones
2001
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Por Mario Wainfeld Pasó lo que todos esperaban, pero un poco más. El Gobierno recibió la más formidable paliza electoral que haya padecido cualquier oficialismo desde 1983. El peronismo emergió como gran ganador, con un pico sobresaliente en la provincia de Buenos Aires pero con un apabullante resultado en todo el país y en casi todos los distritos. Tendrá mayoría en Diputados y en senadores. El bautizado �voto bronca� fue gran protagonista de la jornada. El megaministro Domingo Cavallo (que se alzó con más del 10 por ciento de los votos del padrón nacional en 1999 y con más del 30 de la Capital en 2000), ahora debió conformarse con un pálido desempeño de sus cruzados porteños. Para colmo, los dos candidatos aliancistas que lograron prevalecer �el porteño Rodolfo Terragno y el chaqueño Angel Rozas� son hipercríticos de la política oficial. Casi desnudo, como los hijos de la mar, el gobierno nacional deberá intentar salir de una depresión económica que solo ahondó y de una incompetencia política que lo hizo transitar del autismo a la soledad. La Rosada, rozada: Los cálculos del gobierno eran pesimistas, a fuer de realistas, pero se quedaron cortos. Veamos. Una diferencia sideral en votos en el total nacional, respecto del PJ. Pérdida de votos efectivos propios estimable en uno de cada dos de los conseguidos en 1999. Derrotas en provincias gobernadas por aliancistas (Entre Ríos, San Juan, Mendoza) mal compensadas por la sola posibilidad (no confirmada al cierre de esta edición) de recuperar Jujuy de manos del PJ. El saldo es un regreso a los números que solía cosechar el radicalismo histórico pre Alianza. Con la peculiaridad que el radicalismo actual es bastante hostil al Presidente. El Gobierno no tendrá mucho tiempo para elaborar su duelo. Lo esperan misiones urgentes. Debe elevar antes del 30 de noviembre una nueva ley de coparticipación federal, según se comprometió con el FMI. Debe resolver por qué reparticiones públicas pasa la guadaña para garantizar el déficit cero en los próximos meses. Debe asumir el vendaval que desatarán las propuestas de Cavallo en ese sentido (desbaratar casi todos los planes sociales vigentes, no pagar el remanente 2001 del Fondo de Incentivo docente por decir lo más obvio y brutal). Debe elevar al Congreso el Presupuesto 2002. Debe asumir que la recaudación fiscal de octubre será peor que la irrisoria de septiembre. Debe dar a conocer el índice de desempleo. No son tareas envidiables para quien ha sufrido un desagio electoral del 50 por ciento. Tal vez ni siquiera sean tareas posibles. �El lunes (por hoy) Colombo llamará a los gobernadores peronistas y empezaremos a acordar el reparto de los recursos y cómo reactivar la economía� explicaban hace apenas 72 horas prominentes integrantes del Ejecutivo. Y a fe que el Jefe de Gabinete lo hará pero le costará obtener acuerdos con los agrandados gobernadores peronistas que exigirán, sentados en una montaña de votos, que sea el oficialismo el que cargue con los costos del ajuste. �Que cierren los Ministerios de Desarrollo Social, Salud y Educación� postularon ayer mismo en voz baja, algunos de los triunfadores justicialistas. �Que recorten en la UBA� se excitó otro ante Página/12. Tal vez puestos a dialogar terminen siendo más razonables pero está claro que la ecuación de poder ha cambiado en la Argentina. El Presidente prometió �no taparse los oídos� ante el mensaje de las urnas, que es bien estentóreo. Pero, tras cartón, prometió �un gabinete homogéneo�, eufemismo que podría aludir a la sonada delarruización del gobierno, esto es la acentuación de su tendencia al solipsismo cuyos resultados están a la vista. El cambio de Gabinete está en carpeta. Juan Pablo Cafiero está en preembarque y también Ramón Mestre. Pero esas movidas corren el riesgo de ser apenas placebos si pervive Cavallo. Puesto a mencionar sus pasos próximos el Presidente insistió en su caballito de batalla: el equilibrio fiscal, cuya persecución obsesiva y frustrante derivó en la política de déficit cero que agravó la depresión económica a límites inenarrables sin lograr su conservadora utopía. �El déficit cero es solo un dato contable. A partir del 15 hay que hacerpolítica para que haya crecimiento� se esperanzaba la semana pasada ante este diario una alta fuente del oficialismo. Esa política faltó hasta ahora y costará plasmarla en medio del bajón. Todos unidos volveremos. Algunos peronismos provinciales ganaron por demolición (Buenos Aires, Santa Cruz, La Rioja, La Pampa, Santa Fe) otros ahí nomás pero, en definitiva, el PJ dominó casi todo el mapa nacional. Carlos Ruckauf, José Manuel De la Sota y Carlos Reutemann (ayer quedaron en ese orden) conservan sus aspiraciones presidenciales y Eduardo Duhalde engrosó el pelotón. Cuatro presidenciables tiene el PJ, la Alianza ninguno, todo un dato. El justicialismo, como viene adelantando este diario, exigirá la presidencia de la Cámara de Diputados (presumiblemente para el bonaerense Eduardo Camaño) y �según lo prometió un Duhalde, que no cabía en sí de gozo� no lo hará en Senadores para no enturbiar la sucesión presidencial. El Gobierno piensa que la irresuelta interna peronista le da tiempo y algo de razón tiene. Los estrategas de la Rosada imaginan que en el corto plazo, les será más sencillo acordar con Ruckauf que con sus colegas cordobés y santafesino. La situación de la provincia de Buenos Aires, aseguran, es desesperante lo que forzará a su gobernador a no presionar en exceso. También maquinan que será �el gallego� De la Sota el mandatario que ocupe el espacio más duro de la oposición. Como fuera, vale recordar que �desde que se restauró la democracia en 1983� el justicialismo siempre supo, a su manera, procesar sus internas: habrán sido feroces pero no pusieron ripios para su regreso a posiciones de poder. Sobrevivieron a su fracaso del �73 y a su derrota a manos de Alfonsín en el �83. Se recompusieron a ritmo de vértigo de la caída libre del menemismo. No parece que ahora, cuando la victoria en el 2003 parece una breva madura, se hagan trizas entre ellos. Minga de Mingo: Otro gran derrotado fue Cavallo. Lo estaba antes de empezar. Su cotización electoral era alta allá por marzo cuando entró al gobierno: entonces histeriqueaba entre la Alianza y el PJ cual una novia apetecible y esquiva. Pero terminó presentándose en pocos distritos e hizo sapo en todos, incluso en la Capital. Sus votantes lo dejan y no solo ellos: al menos dos de sus boys favoritos �Guillermo Mondino y Federico Sturzenegger� están pensando en ahuecar el ala de Economía. Le han perdido la fe, lo ven desorbitado y sin rumbo. Es un salvavidas de plomo pero en el Gobierno todos aseguran que seguirá. El problema es ver cómo impone sus recetas, cada vez más ortodoxas, con su prestigio tan erosionado. Blanco cumple, impugna dignifica. El aluvión de votos negativos, que el periodismo motejó �voto bronca� es un dato ineludible de la elección, quizás el que más rompe la inercia. Corresponderá a encuestadores, estudiosos y analistas ahondar en el cabal fenómeno que se expresó ayer pero es innegable que su montante es un reproche al conjunto de la dirigencia política. Y también un desafío. Los disidentes de la Alianza. Dos desgajamientos de la coalición de gobierno tuvieron ayer un test: la Alianza porteña y el ARI. A aquélla le fue mejor pues ganó su territorio. Sus dos referentes �Terragno y Aníbal Ibarra� tienen ante sí tamaños desafíos: conservar un perfil propio y rehabilitar la marca �Alianza� que no es muy vendedora. El radical Terragno picó en punta en la interna del ala �progre� de su partido, habilitado por el opaco desempeño de Alfonsín en Provincia. El frepasista Ibarra es el único sobreviviente de su fuerza con ciertas posibilidades cercanas de proyección nacional. No fue brillante su elección en un distrito donde, según los casos, la Alianza la UCR o el Frepaso, vienen arrasando desde 1994 pero ganaron, lo que no es poco. El ARI, al cierre de esta edición, cortaba clavos sin saber si Alfredo Bravo tenía seguro el segundo lugar en la Capital. Lo lograra o no, su performance fue menor a la que imaginó su referente Elisa Carrió hace un par de meses. Carrió intuía un voto aluvional a su fuerza lo que la llevóa diluir su esfuerzo presentándola en demasiadas provincias... y no hubo tal. El ARI no canalizó la protesta que prorrateó con partidos de izquierda y, cabe intuir, con parte del voto bronca. Carrió eligió no ser candidata, una decisión que tenía sus pros y sus contras. Parece menos discutible que no acertó al seleccionar el elenco de los candidatos a quienes intentó transferir su carisma. Con una imagen pública alta, conservando su banca y al frente del tercer bloque de diputados de la Cámara seguirá siendo una potente figura de la oposición. Pero no quedó hegemonizando ese sector y tendrá que trabajar duro, y mejorar su armado político, si quiere representarlo como candidata presidencial en el 2003. La izquierda. En la Capital hubo una sobreoferta de partidos de izquierda que según los datos aún incompletos estarían cerca de juntar el 30 por ciento de los votos positivos. Habrá dos o tres diputados nacionales de esa procedencia, un resultado inédito que habla de la proclividad pluralista del electorado porteño. También sugiere que �si hubieran tenido la grandeza y la astucia de haber formulado algún frente más inclusivo� podrían haber colectado más. Igualmente sus votos, muy especialmente los logrados por Luis Zamora que hizo campaña �con lo puesto�, a puro pulmón, inducen a una conclusión optimista en una jornada demasiado signada por el rechazo: que con voluntad, prestigio y sudor pueden lograrse algunos resultados. Viaje y final. Hoy Fernando de la Rúa se va de viaje a España. Se trata seguramente de un gesto para mostrarse distraído de los resultados de la compulsa. Francamente, es una sobreactuación desaconsejable dejar el país que amaneció hoy (una brasa ardiente) en las manos de Mario Losada, el misionero que preside el Senado y que �como casi todos sus correligionarios� iba perdiendo en su provincia.
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