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Sexualidad
Talleres eróticos

Las licenciadas Adriana Arias y Adriana Ricca coordinan talleres de enriquecimiento erótico. Allí van hombres y mujeres que, grupalmente,
 se animan a buscarles la punta a sus deseos. 

 

Por Sandra Russo

El lunes 8 de octubre era feriado, había guerra y llovía. Un día perfecto para el pez banana, diría Salinger o cualquiera de las miles de personas que deben haberse quedado arrinconadas en sus casas, siguiendo los pormenores de los misiles sobre Afganistán o dándose un respiro entre las desolaciones nuestras de cada día. Sin embargo, a las siete de la tarde, las psicólogas Adriana Arias y Adriana Ricca, ese lunes tan poco auspicioso de octubre, vieron llegar al local sanisidrense del restaurante afrodisíaco Te Mataré Ramírez a cuarenta personas, casi todas mujeres �atención con el casi�, muy bien dispuestas para presenciar la charla introductoria a los talleres de enriquecimiento erótico. Esas cuarenta personas �entre ellas, una chica bastante embarazada� ni nadan en la abundancia ni son suecos u holandeses trasladados de apuro a Buenos Aires: son porteños que padecen los mismos males que todos los demás, pero que tienen mucho interés en cuidar su sexualidad y en abonarla. No en pareja, sino en grupo. O sea: por sí mismas. 
¿Qué es un taller de enriquecimiento erótico? ¿Sirve? Es la primera pregunta que se le ocurre a la cronista y a la sazón es la que llevaron consigo todos los participantes. ¿Será que me dirán encendé un sahumerio y tomate tu tiempo? Es decir: ¿El enriquecimiento erótico se trata solamente de sentido común, o hay herramientas que, bien manejadas por profesionales, pueden abrir puertas, habilitar ideas, provocar escozor donde desde hace rato lo único que hay es pereza? 
Adriana Arias y Adriana Ricca se conocen desde hace más de veinte años. Las dos pertenecen a una generación de psicólogos cuyo destino más frecuente o más deseable era el psicoanálisis, pero ambas optaron por internarse, en su momento, en los caminos del psicodrama, de la mano de Tato Pavlovsky y Hernán Kesselman. �Desde un principio el olfato y la vocación nos inclinó hacia lo grupal. Yo creo firmemente en lo grupal, en que el grupo facilita la expansión de ciertas zonas de cada uno�, dice Ricca. �Hace años que trabajo con grupos, y cada vez que se empieza a establecer el contacto entre la gente, me parece mágico. Cada vez que eso pasa, me digo: ¡Funciona!�, dice Arias. 
Quienes se acercan a un grupo, sin embargo, han debido vencer alguna que otra resistencia. Y ni hablar si el grupo en cuestión lo que va a abordar es la erótica. Pero rodeados como estamos de pulsiones de muerte, no faltan quienes vencen lo que haya que vencer y avanzan hacia sus pulsiones de vida. �Es que no me canso de decir que es un mito que el erotismo sea espontáneo: veo parejas que pasaron sus seis meses de pasión y ya está, como si así fuera la vida, como si hubiera que resignarse. La gente que se acerca es la que, a lo mejor sin saber todavía cómo, está dispuesta a hacer algo por ella misma�, subraya Arias, que habla subrayándolo todo. 
�Para quienes se acercan, el grupo funciona como un pasaje del descontacto al contacto, de Tánatos a Eros, es ponerse en red con otros. Y si bien esto siempre fue útil, hoy el aislamiento individual es tan grande, que ese salto es vivido mucho más intensamente�, agrega Ricca.
Ese lunes lluvioso y melancólico esas cuarenta personas coordinadas por las dos Adrianas empezaron haciendo un �homenaje a la erótica�. La mayoría eran mujeres, pero había algunos varones arrastrados por novias o amigas. Empezaron con lo que ellas llaman �técnicas de caldeamiento�: caminando a diferentes velocidades, cambiando de sillas, presentándose, todos fueron intercambiando algo. Nombres, impresiones, motivos por los que estaban allí. Las coordinadoras fueron observando, al mismo tiempo que las participantes las descubrían, afinidades, ondas. �Después, en un segundo momento, los dividimos en subgrupos de siete personas. Y recién ahí aparece la pregunta por la erótica. Nosotras hacemos las consignas, pero ya eso marcha solo. Hablaron de qué significa lo erótico para cada uno, en quién y por qué ven un símbolo sexual, qué partes de su cuerpo los erotizan más, se contaron alguna fantasía...�, sigue Arias. La charla introductoria concentró en tres horas lo que los talleres desarrollarán en ocho, pero así y todo hubo tiempo para que cada subgrupo encontrara una manera de escenificar lo que habían intercambiado hasta entonces. �Fue genial �dice Ricca�, ver cómo, por ejemplo, un grupo representó diferentes situaciones, como una pareja de swingers o un esbozo de acercamiento bisexual entre dos mujeres, y cada situación era interrumpida por uno de ellos, que era el superyó y en el mejor momento gritaba ¡Stop! ¡Stop!.� Otro grupo presentó a sus integrantes totalmente inmovilizados, mientras uno de ellos iba haciéndoles masajes por todo el cuerpo, sin llegar a tocarlos. 
Otro ejercicio consistió en �el contacto de manos con los ojos cerrados�. Palpar al otro y transmitirle algún mensaje. Después, con Arias como anfitriona desinhibida y música africana, algo de baile y el despertar de lo primitivo, para llegar finalmente a los arquetipos: �Esta parte siempre es liberadora. Los arquetipos sirven porque funcionan por identificación positiva o negativa, pero en cualquier caso habilitan, porque se está representando a alguien�. Trabajan mucho con los opuestos. Aparecen la loba, la madre, la monja, la puta, la bobita, unas cuantas. Y llegan los disfraces: el disfraz es la máscara que termina de aflojar las cuerdas tirantes en las diferentes personalidades. Les digo: �Me puedo imaginar tranquilamente a un ama de casa disfrazándose de puta. Pero los hombres, ¿de qué se disfrazan?�. He pensado: ¿de gladiador? ¿de personal trainer? ¿de sodero? Arias y Ricca dicen: �De poderosos, de ganadores�. ¿Y cómo es el disfraz de ganador? No existe. �Es que la erótica masculina hoy está muchísimo más regulada por lo externo que la femenina. Un recurso que vemos y que es una compuerta interesante es que cada vez más mujeres se erotizan con la parte femenina de sus compañeros sexuales. Y eso es bueno en tanto la crisis les ha arrebatado a los varones sus trofeos supuestamente masculinos, pero no su sensibilidad ni su imaginación, y si las mujeres pueden engancharse con eso, hay un puente al deseo que puede ser explorado. Si resulta que tu hombre es vulnerable, apostá a que te caliente su vulnerablidad�, dice Arias. 

sobre gustos...

Por Claudio Zeiger

Lo que resta del día

Me voy a referir a ese preciso (o no tan preciso) momento en el que el día empieza a virar hacia la noche. Algo empieza y, sobre todo, algo se termina. En principio, fin de la jornada laboral, pero de una jornada que suele concluir más allá de las nueve de la noche (de periodismo somos). Me voy a referir a ese momento en el que uno empieza a tomar nota de la electricidad que resulta del frotamiento entre aquello que culmina y lo que no termina de empezar. Pasaría horas así, en el limbo ondulado de esa franja de tiempo que hace pensar que no todas las horas están hechas de la misma cantidad de minutos ni todos los minutos de la misma cantidad de segundos. Posibilidades. Opciones. Variedades. Una cerveza en el bar de la esquina; alguna conversación de último momento. O ir a comer; una sobremesa que se puede prolongar, con charla, proyectos de esos que al otro día (o apenas, cuando bajan un poco los efluvios, ya son insensatos, pero melancólicamente insensatos). O planificar salir, rumbear para otra parte. O ir a correr a algún parque o ir al gimnasio, excelente excusa para después calmar la sed y comer. El fin del día y el comienzo de la noche. El filo. Es un momento que gusta de la variedad, de la heterogeneidad, de lo que es diferente a lo mismo, a lo de siempre. No es la noche más profunda y más compulsiva que sobrevendrá un poco más tarde. Y tampoco es el día a pleno, el despotismo del horario, el reinado de la obligación.
Me encanta la frase que suelen suscribir los taxistas: la gente de la noche es distinta, dicen. Como si diurnos y nocturnos fueran seres de dos especies diferentes. Lo atractivo del asunto es pensar que no, que somos nosotros, los mismos, los hijos de la nada arrojados a la misma incertidumbre. Salvo que vivimos escindidos. Somos el día y somos la noche. Somos hijos de la cronobiología: ciencia que suele detectar personas cuyo reloj biológico es más diurno que nocturno. Pero más allá de los relojes biológicos, somos las dos cosas, y si no lo somos por naturaleza, nos debemos adaptar para sobrevivir. Por eso, frente a esta escisión, que como todo tajo es fuente de sufrimiento, me gusta ese momento de aparente integración en el que empieza el resto del día. Momento liviano, de promesas. El problema con el que choca esta predilección es la anemia de bohemia de nuestra sociedad. No hay más bohemia. No hay vuelo ni delirio. O hay muy poco, y al otro día está mal visto. Hay duros bloques de realidad, sólo eso, uno detrás de otro. El día le gana la batalla a la noche. Por eso, lo mejor, es quedarse en la mitad, como instalados en una eterna promesa.

 

 

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