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LAS DENUNCIAS CONTRA LAS PREPAGAS SE CUADRUPLICARON EN LA CAPITAL
El libro de quejas siempre abierto

El 33 por ciento de las presentaciones en Defensa del Consumidor este año fue contra prepagas. La mayor parte, por no cumplir con el PMO. Las empresas quieren dejar de cubrir esa prestación.

Por Alejandra Dandan

Juliana es una de las 540 historias que cuadruplicaron este año las denuncias contra las prepagas en la oficina de Defensa del Consumidor porteña. La nena tiene 9 años y por un problema genético necesita una droga para crecer. La medicina conocida como genotropin cuesta 2000 dólares y su prestadora privada no se la reconocía. Para conseguirla, hizo falta la intervención de un abogado particular y tres audiencias de mediación. Casos como éste se han convertido en el 33 por ciento de las demandas recibidas este año por el organismo porteño: en todos los casos las denuncias son por incumplimiento del Programa Médico Obligatorio (PMO). La secuencia deja al desnudo una situación de crisis en el sistema de salud. Las prepagas aseguran que, desde la incorporación del PMO, la rentabilidad del sistema cayó del 7 por ciento al 1 en un contexto donde han perdido algo más de 600 mil afiliados. Frente a este panorama, el sector privado busca ahora un salvavidas. Está negociando el reemplazo del PMO por un Programa Mínimo Obligatorio que beneficiaría a obras sociales y prepagas.
Las quejas de los consumidores tienen números fuertes. El año pasado, las denuncias en la Dirección General de Defensa y Protección al Consumidor de la Ciudad fueron 197. La proyección hecha indica que a fin de año serán 800 sólo aquellas vinculadas a las prepagas por incumplimiento del Programa Médico Obligatorio. Estos indicadores se repiten con menos fuerza en el ámbito nacional. Mientras en la Ciudad el sector es uno de los que recibió más reclamos, cuando se estudia todo el país el impacto baja: las denuncias contra el sistema de medicina privada son sólo un 4 por ciento de los reclamos recibidos en lugares como la Secretaría de Defensa a la Competencia y del Consumidor.
El impacto de las quejas en la ciudad de Buenos Aires responde a dos causas. Por un lado, existe una mayor difusión de los sistemas de arbitrajes como una instancia alternativa al reclamo judicial, pero por otra parte, dan cuenta de la crisis económica que atraviesa el sector. “Existen prepagas chicas que fueron absorbidas por otras más grandes que con más clientes están bajando la calidad de las prestaciones”, explicó a Página/12 Norberto Dorensztein, coordinador legal de la Defensoría de Consumidores porteños, donde los indicadores señalan a las empresas de primera línea como las receptoras del aluvión mayor de críticas.
Las quejas son variadas, pero para Dorensztein se concentran en un punto: nadie parece cumplir con el PMO. Los reclamos suelen ser por falta de cobertura en intervenciones quirúrgicas, en descuentos de medicamentos o en tratamientos. Hubo casos en los que se niegan reintegros por partos, u otro donde el paciente eligió una operación cardiovascular en la Fundación Favaloro y la prepaga demandada se negaba a financiarlo.
Pero además existen recurrencias: tanto a nivel nacional como en la ciudad, las demandas contra las prestadoras privadas parece repetirse. Muchas suelen aumentar las cuotas sólo por edad avanzada o publicitan beneficios que luego no existen. Otra de las prácticas, tal vez de las más recientes, ocurre cuando un beneficiario tenía una prepaga a través de la empresa en la que trabajaba y al desvincularse decide continuar con la prestadora por cuenta propia: lo aceptan, pero no le reconocen la antigüedad.
Aunque la lista es larga, podría ser aún mayor si los clientes de las prepagas conocieran la Ley 24.754 que las obliga a cumplir con el PMO.
Dorensztein asegura que gran parte de los porteños llega a la Defensoría sin conocer la ley ni lo que deberían exigir de sus prepagas. Por eso, para los técnicos, el nivel de denuncias crecerá cuanto más se difunda esa información, que termina siendo sensible para las empresas.
Es sensible porque les preocupan las consecuencias: la mayoría se hace cargo de la falta cuando aparece el reclamo. El 60 por ciento de las denuncias se resuelve con un acuerdo surgido en alguna de las instanciasde mediación encaradas desde la Defensoría. De ese modo, las prepagas logran un acuerdo que les evita someterse a multas que rondan los 10 y 15 mil pesos. Las que aceptan la mediación son un 40 por ciento. La mayoría de este universo –un 80 por ciento– termina sancionada y sólo un 20 logra la absolución y sale ilesa del trance.
Todo este estallido de causas preocupa al sector privado. Aunque no reconoce las fallas del sistema ni lo representativo de la masa de reclamos, sí vaticina un estado de crisis que podría hacer colapsar el sistema. En ese marco, el PMO es visto como el origen de todos los males: “El Estado está trasfiriendo al sistema privado parte de sus obligaciones y sin fuente de financiamiento, y esto es una caja muy difícil de solventar”, consideró Pablo Giordano, presidente de la Asociación de Entidades de Medicina Prepaga, para una situación que cree debe cambiar “mientras dure la situación de crisis en el país”.
Para Giordano, la estructura privada está al borde del colapso: “Acá tienen que entender que, si quebramos, todo el servicio de salud correrá por cuenta y parte del Estado”.
Desde hace un año, el sector está en franco combate para torcer los beneficios garantizados por la ley. De acuerdo con sus números, lo exigido por el PMO es “aberrante” y ha aumentado el costo del sistema un 30 por ciento en una población que pasó de tres millones de usuarios a 2.400.000. “Hay que ponerle frenos –dice Giordano–, porque esto va a terminar muy mal para todos”.

Un accidente sin cobertura
Diego Mistorni decidió irse un fin de semana con sus amigos a Mar del Plata. El sábado 13 de enero festejaba su cumpleaños; ese mismo día, el auto donde viajaba quedó aplastado, debajo de un camión. Diego fue trasladado al Hospital Interzonal de Agudos de esa ciudad y estuvo en terapia con politraumatismo de cráneo y lesiones severas. Veinte días después, la familia decidió el traslado a la clínica Colón de la costa: necesitaban un emiograma y otros estudios específicos y optaron por ese lugar privado. El caso terminó también en Defensa del Consumidor y todavía no está resuelto.
Cuando ocurrió el accidente, la familia de Diego consultó a su prepaga por los servicios que tenía en la costa. “Nos dijeron que eran servicios de guardia y a Diego no podíamos trasladarlo a Buenos Aires en esas condiciones”, explica ahora Natalia, una de sus familiares. En medio de la frenética pelea por la situación del chico, los padres repitieron “llamados donde los derivaban de operador en operador sin ninguna respuesta”. El reclamo continuó vía administrativa. Le exigían a la empresa la cobertura en la clínica privada a la que habían decidido trasladar al muchacho hasta lograr el alta. El pedido pasó una auditoría médica de la prepaga y después ingresó en la Defensoría del Consumidor. El 17 de julio tuvieron la primera audiencia de mediación que terminó sin acuerdo. El 24 existió una nueva instancia y una semana más tarde una tercera reunión. La empresa no reconoció oficialmente la deuda aunque ahora evalúa la posibilidad de cubrir una parte.

 

La batalla de Juliana para crecer

Juliana tiene nueve años y mide como una de sus hermanas más chicas. En febrero, un endocrinólogo del Hospital Italiano le hizo un estudio genético para detectar el origen de sus problemas de tiroides: ahí descubrió que tenía 45 cromosomas y no 46 como sus hermanas. Tenía síndrome de Turner, le faltaba la hormona de crecimiento. El único modo de mejorar ese estado es a través una solución diaria de genotropin, una droga demasiado cara para el presupuesto familiar. Fue Roxana, su mamá, la que comenzó la búsqueda donde aprendió de códigos de salud y de derechos para pedir el reconocimiento de su prepaga.
Roxana muestra los papeles con los reclamos por Juliana. Entre todas las cosas guarda, además, una inyección, esa que después de seis meses logró darle a su hija para volverla más alta.
La búsqueda del medicamento se volvió una cruzada. Roxana de Sartor le empezó a pedir en febrero a AMSA, su prepaga, la autorización para la medicina. Su familia llevaba seis años de afiliación al sistema con pagos mensuales de 380 pesos. Aunque Juliana estaba en tratamiento desde entonces, ninguno de los pediatras había logrado un diagnóstico acertado. En diciembre, un endocrinólogo nuevo le ordenó los estudios genéticos que dieron con el problema central.
El Plan de AMSA le garantizaba sólo 60 por ciento de la cobertura en los remedios. Aun así la familia no podía pagar los 500 pesos que faltaban. Por eso empezaron el reclamo.
Roxana no conocía la ley del Programa Médico que garantizaba la medicina. Lo supo en el hospital por uno de los médicos y lo consultó más tarde con otra madre que había pasado esa instancia. Esa sucesión de contactos la llevó a la oficina del gobierno porteño, donde consiguió una durísima primera audiencia: “No me querían reconocer nada –cuenta ahora-: me decían que había actuado de mala fe porque cuando anoté a la familia no había dicho nada de esto: como si lo hubiese sabido”. Existieron dos audiencias más y la intervención de una abogada particular antes de resolver el asunto a favor de Juliana.

 

 

 

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