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�En la primaria, mis compañeros españoles me tiraban piedrazos�

Radicada desde niña en Madrid, la actriz María Botto recuerda su infancia difícil como exiliada, habla de su militancia en la agrupación H.I.J.O.S. y de su film junto a Montxo Armendáriz.

Por Ana Bianco

La actriz argentina María Botto se formó profesionalmente en España, pero no por decisión personal. La desaparición de su padre, el actor Diego Botto, ocurrida en marzo de 1977 durante los “años de plomo”, obligó a su madre, la actriz Cristina Rota, a cargar con sus dos hijos pequeños y exilarse en España. María tenía cuatro años cuando llegó a Madrid. Ahora de visita en Buenos Aires, dentro del marco del cuarto festival cinematográfico EFI 2001 España-Francia-Italia –que se realiza en el Village Recoleta hasta el miércoles– María Botto llegó acompañando al film Silencio roto, del vasco Montxo Armendáriz. Ambientada en 1946, la película de Armendáriz (el director de Tasio y Secretos del corazón) cuenta la historia de los habitantes de un pequeño pueblo que se resisten al triunfo de las fuerzas franquistas y cuenta en su elenco a Lucía Jiménez, Mercedes Sampietro, Alvaro de Luna y Juan Diego Botto, el hermano de María. En la charla con Página/12, la actriz se refirió al film –que se exhibe hoy a las 18.40 y mañana a las 15.50– y a lo que le significó trabajar con su hermano, a su relación con la actriz española Penélope Cruz y a su presente, donde la organización H.I.J.O.S, ocupa parte de su compromiso político.
–¿Cómo fueron sus primeros años de exilio en España?
–En principio, malos. Había una avalancha de argentinos en España y se nos odiaba bastante. Nadie entendía bien por que los argentinos se iban a España. En la primaria, mis compañeros españoles me tiraban piedrazos y me decían que me las merecía. Juan y yo nos encerramos un día entero a practicar y no salimos hasta hablar castellano correctamente. Al principio fue duro, extrañaba los olores y las sensaciones de acá y llegar a España en el ‘78, dónde no había nada y sólo se podía comer tortilla de patatas. En el ‘75 había muerto Franco y no había nada de placer, y aquí quieras o no, aunque era muy chiquita tenía mi vida.
–¿Usted se formó como actriz estudiando con su madre?
–A los 12 años ya sabía que quería ser actriz. Empecé a estudiar teatro a los trece años, en la escuela de mi madre, Cristina Rota, y terminé hace sólo cinco años. Desde niña trabajé en televisión y en el cine a los 15 años filmé con Vicente Aranda Si te dicen que caí. Después vino Dile a Laura que la quiero, luego Celos de Aranda y además Stico, con Jaime de Armiñán, cuando tenía 12 años. Mi madre es una excelente maestra de actores, no sé cómo conserva el acento argentino, que no se le ha quitado nunca. Penélope Cruz estudió conmigo, tiene mi misma edad y la recuerdo como muy cojonuda. Trabajaba como una bestia y se llevaba escenas preparadas a clase siempre, no perdía el tiempo. A Penélope la quiero mucho y rescato en ella su gran generosidad.
–Como vivió los juicios en España sobre violaciones de derechos humanos en Argentina?
–Mi hermano y yo somos integrantes de H.I.J.O.S. Participamos todo el tiempo juntando firmas y en los actos de denuncia sobre estos temas. Con relación a mi padre, como se trata de un cuerpo que no ha aparecido y además por la imposibilidad de enterrar a un muerto, siempre queda la esperanza... Los juicios en España los viví con mucha alegría y mucha emoción en cada manifestación en la Puerta del Sol. El hecho de que alguien investigara el horror y lo denunciase, me hizo sentir que no estaba loca. Las circunstancias de la desaparición de mi padre en marzo de 1977 nos llevaron a abandonar la Argentina. Yo tenía cuatro años. Mi madre se vio obligada a rehacer su vida en un lugar desconocido, olvidar a su familia y a sus amigos y empezar de cero en un lugar dónde no la querían.
–¿Cómo obtuvo el papel en el film de Armendáriz?
–Hice cuatro pruebas para el personaje. La primera vez Montxo me hizo improvisar escenas dónde debía defender a Pinochet y luego en otrasimprovisaciones defenestrarlo. Me presentó varias desafíos, hasta que finalmente me comunicó que el papel era mío y di un grito tremendo. En realidad soy bastante impulsiva para elegir mis trabajos. Después de leer el guión me puse a llorar, la historia me había atrapado.
–¿Cómo pensó a Lola?
–Las tres semanas de ensayo previo al rodaje me ayudaron. En el pueblo de Burguete, en Navarra, cerca de Pamplona nos internamos Montxo, Diego, Lucía Jiménez, Mercedes Sampietro y yo para asimilar la vida pueblerina. Este pueblito de unas pocas casas nos permitió habituarnos a estar sin televisión y a saber que si necesitábamos algo debíamos caminar uno o dos kilómetros. Leímos bastante sobre la historia de la Guerra Civil. Me atrajo del guión el rescate de los perdedores. La esperanza de poder seguir luchando y llegar a ganar, son puntos que me tocaron por mi propia historia y mi salida de la Argentina en 1977. Lola es una persona fuerte, que tiene claro su lucha, su mundo afectivo se va minando, se le ha muerto su padre, su madre y su hermano. Es un personaje abierto pero a la vez apagado, una muerta en vida.
–Una parte del cine español revisa continuamente la historia de la Guerra Civil...
–Los únicos que revisan su historia y además salen victoriosos son los estadounidenses, que no tienen ningún tipo de prejuicios a la hora de filmar películas sobre Vietnam y sobre la Segunda Guerra Mundial y además en el 2001 filman Pearl Harbor, sin ningún tipo de pudor. Creo que no se han hecho suficientes películas sobre la Guerra Civil española, ni suficientes sobre la dictadura militar argentina. El hecho de revisar la historia es maravilloso, siempre uno va a descubrir algo nuevo. Me atrajo el tiempo histórico en que transcurre la película, entre 1946 y 1948, y que quedase un semilla, ese hijo de un maqui, de un luchador por la justicia. En el film el bando franquista y el bando de los republicanos son presentados como víctimas. Este criterio no lo comparto, para mí las únicas víctimas fueron los republicanos.
–¿Cómo le resultó filmar con su hermano, Juan?
–El filmar con mi hermano fue como reencontrarnos cómo cuando éramos pequeños. Fue como volver a la infancia y revisar muchas cosas de nuestra historia personal. Juan en la historia es Manuel, mi hermano y es además el novio de Lucia. Con Manuel trabajamos el silencio que existe entre estos hermanos que no se comunican normalmente, que tienen secretos que no pueden contar. Esto lo fuimos actuando, pero nunca lo hablamos, por momentos sufrimos y en otros nos reímos, pero me cuesta expresar con palabras estas sensaciones, cómo en la escena en la que mi hermano llega y me comenta que nuestro padre ha muerto...
–¿Cómo fue su experiencia con Montxo Armendáriz?
–Montxo es serio y muy exigente a la hora del rodaje. En el caso de esta película, aún más, porque era además el productor. Creo que es la primera vez que ensaya tanto, quería que todo saliera como él se lo había imaginado. Rescato su coherencia, hace cinco días se fue a participar en Santa Cruz de Molla a la reunión de los maquis que se reúnen una vez al año. Es un tipo muy comprometido.

 

 

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