Por
Angel Berlanga
La
obra de Emilio Pettoruti, una de las figuras más encumbradas en
la historia de la pintura argentina, está emparentada y es casi
contemporánea con la de los precursores y máximos referentes
europeos del futurismo, del cubismo y de lo abstracto. El casi es un detalle,
nomás, pero viene al caso, porque llegó a Europa en setiembre
de 1913, cuando esas corrientes ya llevaban unos años cascoteando
a las artes tradicionales. Tenía apenas 20 años cuando desembarcó
en Florencia y descubrió un mundo poblado de artistas empeñados
en abrir nuevos caminos en base a postulados y obras inimaginables para
él mientras estuvo del otro lado del Atlántico. Hombre
de mi tiempo anotó Pettoruti en sus memorias, yo no
concebía expresarme en otro lenguaje que no fuese el de la contemporaneidad,
como cada artista lo hizo en su época, reflejándola o anticipándose
al futuro inmediato.
Cuando volvió a la Argentina, en 1924, armó una exposición
con su obra, ya contemporánea con el lenguaje de las vanguardias
europeas, todavía inimaginable de este lado del Atlántico,
y entonces fueron los círculos pictóricos locales los que
se sintieron cascoteados. Algunas crónicas de la inauguración
de la muestra, una de las primeras de un artista argentino moderno, cuentan
que la sala Witcomb, en la calle Florida, se llenó de gente y que
a la salida hubo golpes de puño entre defensores y detractores.
Ya lo intuía el presidente Alvear, quien visitó la muestra
unas horas antes de la apertura oficial y le dijo a Pettoruti que ojalá
no fuera necesaria la Asistencia Pública. A esos cuadros, por estos
días muy cotizados y reconocidos como históricos, por aquella
época tuvo que ponerles vidrios, porque se los escupían
y les anotaban insultos.
Cuando murió, un día como hoy, hace treinta años
en París, estaba como exiliado. Se había instalado allí
en 1952 junto a su esposa, la escritora y crítica de arte chilena
María Rosa González. Pettoruti estaba cansado del peronismo,
que lo había dejado cesante en su cargo de director del Museo de
Bellas Artes de La Plata en 1947, luego de 17 años de gestión.
Dejé la patria con mucho dolor decía,
porque quedaba bajo el dominio de una dictadura oprobiosa que se me hacía
difícil sufrir, y que amigos muy queridos padecían en la
carne, tan estrechas se hacían las cárceles para contener
el libre pensamiento. No podía seguir trabajando con felicidad
en ese clima espiritualmente descompuesto, moralmente aflictivo, en el
que la delación se había convertido en moneda corriente.
En Un pintor ante el espejo, su libro de memorias, cuenta que fue por
deber patriótico que volvió al país en el 24:
una forma agradecida de devolver, con lo aprendido y lo hecho, la beca
provincial que lo bancó.
Por deber patriótico, también, en noviembre de 1930, a poco
del golpe de Uriburu, se hizo cargo del Museo de La Plata. Cuando lo echaron
armó un atelier-escuela en Buenos Aires (Charcas y Callao), donde
enseñaba composición abstracta, dibujo y pintura. Por allí
pasaron centenares de alumnos (Ricardo Carpani, entre otros). Pettoruti
nació en La Plata el 1º de octubre de 1892, el primero entre
doce hermanos. Estudió un poco en la Academia de Bellas Artes,
hizo un curso de perspectiva y trabajó mucho en forma autodidacta.
En su formación aparece una constante: acercarse a técnicas
y disciplinas, absorber lo fundamental y retirarse a sus propios razonamientos
y prácticas. No hubo ningún docente, subrayaba, bajo cuya
órbita haya estado demasiado tiempo.
Apenas había publicado caricaturas cuando le llegó la beca,
el viaje a Florencia y la serie de impactos:
la soledad inicial con escaso dinero, las grandes obras de arte históricas,
y los vanguardistas. Sus únicos maestros, asegura, fueron los grandes
artistas del 400 italiano y los etruscos; éstos, combinado con
los aires futuristas y cubistas, resultaron sus principales nutrientes.
Recorrió ciudades y museos, absorbió conocimientos y técnicas
varias (mosaicos, vitrales, composición ornamental, collages, bajorrelieves,
esculturas) y comenzó a relacionarse con personajes del ambiente
como Marinetti, autor del primer manifiesto futurista, o Giácomo
Balla, el pintor más representativo de la corriente. Pettoruti
asegura que fue el segundo pintor en Italia (luego de Balla) en llegar
intuitivamente a la pintura abstracta, y que llegó a través
de ejercicios que buscaban entender y reinterpretar las proporcionalidades
y las armonías de color usadas en cuadros clásicos.
En Italia conoció a Xul Solar, e incluso durante un tiempo compartieron
techo, expectativas y exposiciones. Luego de una estadía en Roma,
se instaló en Milán, consiguió trabajo como ilustrador
y caricaturista y se le empezaron a abrir puertas para exposiciones más
sólidas. En 1921, en Munich, se cruzó con Paul Klee y evaluó
que su obra está por debajo de la de Xul. Dos años después
concretó su famosa exposición en la galería Der Sturm
de Berlín.
A principios del 24 llegó a París, donde conoció,
entre otros, a Juan Gris y a Picasso. Con el primero simpatiza y le reconoce
mérito; con el segundo no tanto. Ya en Buenos Aires, Pettoruti
formó parte de Martín Fierro, escribió en Crítica
y fue durante mucho tiempo el centro de atención de la pintura
local. Lista parcial de amigos y defensores: Jorge Luis Borges, Ricardo
Güiraldes, Raúl González Tuñón, Leopoldo
Marechal, José Ingenieros, Alejandro Korn, Julio Payró.
Fue resistido durante mucho tiempo, con exposiciones que terminaban en
escándalo y directores que juramentaban que sólo sobre sus
cadáveres exhibirían un cuadro suyo en las paredes de sus
museos. Pero su obra era parte de corrientes insoslayables, y de a poco
las voces fueron homogeneizándose hacia el reconocimiento de lo
que representaba. Los críticos de arte suelen resaltar sus series
de arlequines, mariposas, copas y soles, y la venta de algunas de sus
obras resultaron, en los 80 y los 90, records en dinero pagado por un
cuadro de autor argentino. A él lo obsesionaban la composición,
el color y las formas, pero sobre todo la luz: plasmar en sus obras la
conmoción que le causaba el sol. Y que esa conmoción, ya
suya, a su vez, conmoviera al público.
Loco,
embustero, extravagante
-
Se me presentaba como pintor futurista, y en la Argentina
de 1924 decir futurista en la que los movimientos europeos
de vanguardia, que tenían ya de 15 a 20 años, apenas
si se los conocía de nombre equivalía exactamente
a decir loco, embustero, extravagante, apócrifo, amañado
o macaneador.
- He destruido en mi vida, por una u otra razón, al
menos un tercio del trabajo realizado. Mi fiebre de destrucción
ha sido inmensa, pero no sé si debo aconsejarla. Sí,
cuando pienso en las insignificancias artísticas que dejan
algunos grandes pintores, y que salen a relucir antes y después
de su muerte, por causa de la falta de juicio crítico propio,
o de sus viudas, o sus allegados; y no, cuando recuerdo que destruí
muchas obras bellas que en el momento me fastidiaban u ocupaban
demasiado sitio.
- El pintor no pinta únicamente cuando tiene el pincel
en la mano; pinta cuando habla, mientras come, camina, descansa,
porque la pintura está en él, hecha una idea continua.
- Pienso que habría que hacer la debida distinción
entre el artista y el teórico del arte. Ambos hacen falta;
pero el primero es el que perdura, por la simple razón de
que hace, en tanto el otro habla.
- Juan Gris (...) era extremadamente agradable y abordaba
con claridad los problemas de la pintura. (...) Me habló
del ambiente de París y aproveché para hacerle preguntas,
especialmente sobre el cubismo. Me aclaró algunos interrogantes,
lo que me permitió encarar con otra visión cuanto
fui viendo más tarde.
- La pintura se hace con color. De ahí que piense que
no son pintores aquellos que dicen no interesarse por el color y
sus grandes recursos expresivos, capaces de traducir todos los sentimientos,
desde el más simple al de mayor intensidad dramática.
La verdad es que no recurre al color el que no lo siente; y está
de más señalar que quien no lo siente no es un verdadero
pintor; en el mejor de los casos podría ser un buen dibujante.
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Dos
opiniones autorizadas sobre su impronta
-
Luis Felipe Noé, pintor: Cuando yo era joven, Pettoruti
estaba considerado como quien había iniciado la pintura vanguardista
en la Argentina con su exposición de 1924, y por lo tanto
era la figura principal indiscutible de la modernidad. A Xul Solar,
por entonces, se lo tomaba por un singular, y no como el prototipo
de gran pintor que representaba Pettoruti; la obra de Xul comenzó
a revalorarse y a cotizarse recién en los 70. Creo
que con el tiempo la percepción que se tiene ahora de Pettoruti
no es la de un revolucionario sino la de un excelente pintor que
contuvo en cierto modo las actitudes nuevas. Era como un clasicista
de lo moderno, con una obsesión por el orden y la armonía.
Téngase en cuenta que quien dice esto habla siempre de caos.
Debo reconocer que no tiene un solo cuadro flojo. Creo que toda
su obra es como perfecta; era un obsesivo de la perfección.
Lo que más me interesa es su obra de los últimos tiempos,
en la que tenía ya como un realismo muy detallado de elementos
en la naturaleza, y en torno a una entrada de luz. Estaba obsesionado
por la luz argentina. Sus rasgos locales están ahí.
Y, además, en esa cosa que tenía mucho la gente de
su época: se podía ser moderno, pero clásicamente
moderno. La contención, la medida, la discreción.
Refleja bien una cierta actitud preperonista del mundo cultural
argentino.
-
Agustín Arteaga, director del Malba: Fue un artista
que tuvo una sensibilidad particular para acercarse a la pintura
con propuestas originales. En un momento trabajó con lo que
aparentemente podríamos llamar una pintura cubista, pero
simultáneamente trabajaba unas construcciones de campos de
color y una pintura completamente analítica. Una marca imborrable
en la obra de Pettoruti es que su trabajo fue de una calidad extraordinaria
en todo momento. Creo que la manera de hacer, la factura, en su
época, era muy importante. En su trabajo se observa, inevitablemente,
una construcción muy cuidadosa, profundamente elaborada.
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