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Diario de otro día
Por Rodrigo Fresán

UNO “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”, escribe el escritor Franz Kafka en su diario el 2 de agosto de 1914. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que lo mejor es meterse debajo del agua a esperar que pase la tormenta? ¿Que nadar es lo mejor para la salud propia en un mundo enfermo? ¿Que la guerra empieza pero que la vida continúa? En cualquier caso –cualquiera sea la respuesta–, kafkiano es uno de esos adjetivos del siglo XX que parece seguirá usándose en el siglo XXI.

DOS La paranoia, esa hermanita complicada del miedo. Ese don que –según otro escritor, Philip K. Dick– no es otra cosa que la perversión torpe de un sexto sentido perdido. Sea lo que sea, la hemos recuperado con creces, con intereses. Polvos, sobres, aviones, mirar por encima del hombro. ¿Por qué me mira ese tipo por encima de su hombro? Pareciera que el mundo se ha convertido en película mala mientras los guionistas-catástrofe de Hollywood se reúnen con los generales del Pentágono a discutir posibles tramas de películas malas. Me acuerdo de una película buena de Stanley Kubrick. Dr. Strangelove. Me acuerdo que termina mal.

TRES Lo más terrible de todo esto, sospecho, no son los marines o los talibanes. No, lo peor serán todos los locos que saldrán a la superficie después de haber aguantado tanto tiempo la respiración: el tipo que arma la bomba atómica en el sótano de su casa, el asesino serial envidioso del 11 de septiembre, el que descubre que es hora de darles una lección a esos árabes dueños de la deli de la esquina. Todo vale. Y así el mundo se convierte en el Lejano Oeste, en el Lejano Este. En una posibilidad cercana de que el mundo deje de ser mundo para convertirse en algo inmundo.

CUATRO Esto es verdad: metro de Barcelona, hora pico, entro a vagón, entran conmigo cinco hombres de look inequívocamente islámico. El vagón se vacía en la siguiente estación. Nos quedamos solos. Yo me quedo. Uno de los hombres con turbante se acerca, me da la mano, me dice “Gracias”. La verdad sea dicha: yo no me había dado cuenta de nada. Yo estaba leyendo el último libro de Salman Rushdie. Transcurre en Nueva York. Se llama Fury.

CINCO Antídoto: ver películas que no tengan nada que ver con U.S.A o Afganistán. Veo La habitación del hijo del italiano Nanni Moretti, veo Moulin Rouge! del australiano Baz Luhrman, veo El pacto de los lobos del francés Christophe Gans, Y tu mamá también de Alfonso Cuarón. Es lo mejor. No ver películas norteamericanas que transcurran en Manhattan. Uno se la pasa buscando, todo el tiempo, el fantasma de celuloide de esas dos torres que ya no está ahí y que la verdad actuaban tan bien.

SEIS Dosis justas, homeopáticas: noticieros una vez por la mañana y otra vez por la noche, antes de dormirse. Y las noticias rosas, la prensa del corazón y, ay, ahí aparece la noticia del matrimonio entre Carlos El Chacal y su abogada francesa. Hace poco leí una biografía de Carlos. Parece que de chico era gordito y que sus amigos del colegio de Caracas se burlaban de él y que él les gritaba: “Ya van a ver cuando sea grande”. Se los ve felices a Carlos y a su abogada, sí, pero ¿qué hacen junto a Chabeli Iglesias y al Príncipe Felipe? Respuesta: la figura del terrorista ha pasado a engrosar el imaginario colectivo. El terrorista como entrepeneur, como personaje de telenovela, como forma del orgullo: mi hijo el doctor, mi hijo el terrorista.

SIETE Y aquí los dejo. La aventura continúa. La misma historia de siempre. La trama clásica donde alguien eleva su puño al cielo gritando “ya van a ver cuando sea grande” y alguien decide que lo mejor es agarrar la toalla y zambullirse desde el trampolín más alto preguntándose –a mitad de camino, en el centro de la caída, kafkiana y kubrickiana y dickianamente– si el responsable del asunto se habrá acordado de llenar la pileta.

 

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