Por Eduardo Videla
Para llamar en una casa no
debe gritar sino batir las palmas de las manos. Para hacer un pedido en
un bar, no hay que golpear el vaso ni la mesa. Y si camina fuera de la
vereda, recibirá el calificativo de atorrante, que equivale a mendigo.
Las recomendaciones forman parte del decálogo que recibían
los italianos que emigraban a la Argentina, allá por 1902, y que
pueden verse ahora en el flamante Museo Nacional de la Inmigración,
que funciona desde hace una semana en Retiro. La muestra está montada
en un edificio que forma parte de la historia del país: es el viejo
Hotel de los Inmigrantes, donde se alojaban en forma gratuita miles de
personas, durante unos días, hasta que conseguían un empleo
en la ciudad o en el interior. Allí mismo está disponible
para el público una base de datos que permite saber en qué
barco, desde qué puerto y con quién llegaron los primeros
antepasados que arribaron al país.
En el museo se puede ver una reconstrucción de parte del comedor
del Hotel, con mesas y bancos de maderas distribuidos en un gigantesco
espacio, donde se reunían todos los días unas 3000 personas
divididas en tres turnos. Recuerdo los pantagruélicos pucheros
que se servían y los asados a la parrilla. Fueron las dos primeras
semanas de mi vida en que realmente comí bien, dice el testimonio
de Marcos Nowak, un inmigrante húngaro que pasó por el hotel
en 1949.
Relatos como éste y algunas historias de inmigrantes le dan vida
a un edificio enorme y frío. Son el fruto del trabajo de años
de quien hoy es el director del museo, el profesor Jorge Ochoa de Eguileor,
quien recopiló testimonios de gente que pasó por el lugar
o de sus descendientes. Como el de Luciano Martínez Padín,
que llegó al país en 1929 y alcanzó a contar su historia
antes de morir. Martínez falleció en mayo, de este año,
a los 89, sin conocer el museo.
El hotel fue inaugurado en 1911 por el presidente Roque Sáenz Peña
y funcionó hasta 1953, cuando la inmigración ya había
declinado y el edificio ya no era operativo. Está ubicado junto
a la Dársena Norte y formaba parte de un inmenso complejo dedicado
a los inmigrantes: el desembarcadero, donde atracaban los barcos, un edificio
para guardar los equipajes, otro para realizar trámites de empleo
o para tomar clases rápidas de castellano, y el hotel, con planta
baja y tres pisos, cada uno de los cuales estaban divididos en cuatro
dormitorios con capacidad para 250 personas cada uno.
Las camas eran de hierro con elásticos de cuero. Los baños
tenían agua fría y caliente. Allí paraba la gente
que no tenía familiares en la Argentina, entre tres y quince días,
hasta que conseguían un empleo. Llegaban los pedidos desde
el interior, para trabajar en el campo. Se le daban los pasajes de tren
gratis para viajar, relató Ochoa de Eguileor.
En exposición, también pueden verse elementos del laboratorio
y del consultorio oftalmológico del hospital. Valijas y baúles
cedidos por descendientes de inmigrantes, monedas, documentos, fotos,
gigantografías y gran cantidad de elementos, que siempre parecen
pocos ante el gran tamaño del salón donde se distribuyen.
El recorrido se completa con una muestra de la artista Mónica Weis,
que reconstruyó el diario de viaje de su madre, desde Tel Aviv
a Buenos Aires, en 1940, entre otras obras.
Uno de los centros de interés es el banco de datos, donde se puede
encontrar información de personas que llegaron al país entre
1882 y 1927 por vía marítima. Ya hay incorporados
datos de 3,7 millones de personas y faltan 2 millones más, para
llegar hasta 1955, dijo a Ochoa a Página/12.
Así se puede ver, por ejemplo, que Severino Di Giovanni el
militante anarquista fusilado en 1931 llegó al país
el 14 de mayo de 1923 en el buque Sofía, procedente
de Nápoles. Tenía entonces 22 años, era casado y
declaró que su profesión era camarero y su religión,
la católica.
¿Qué datos son necesarios para hacer la búsqueda?
El nombre completo de la persona, a qué edad y en qué año,
aproximadamente, llegó al país. La base de datos fue armada
por el Centro de Estudios MigratoriosLatinoamericanos, que cobra un peso
por la búsqueda para poder seguir con el trabajo. Por
dos pesos más, se puede obtener un Certificado de Inmigración.
Ubicado en la Avenida Antártida Argentina 1355, a 300 metros de
la Estación Retiro, el museo está abierto sábados
y domingos de 11 a 17 y de lunes a viernes de 10 a 16, con entrada libre
y gratuita y estacionamiento sin cargo. Del edificio fue recuperada sólo
parte de la planta baja. En el resto, sobrevuelan los fantasmas de esas
multitudes que llegaban a un país mucho más generoso que
el de ahora. Como lo define Rubén Darío: Solar de
hermanos, diste por tus virtuosas leyes hogar a todos los humanos.
Luciano llegó
sin nada
La historia de Luciano Martínez Padín podría
ser el paradigma del inmigrante que llegó sin nada, colaboró
con su familia, en España, progresó hasta tener su
propio negocio y trabajó hasta el día de su muerte.
Vino a los 17 años, desde Pontevedra y estuvo solo
unos días en el hotel. Fue vendedor de verdura, enfermero
y pelador de pollos. Volvió a España a hacer el servicio
militar y regresó a los cuatro años, cuando empezaba
la guerra civil, cuenta Filomena Scirigliano, su esposa, que
hoy tiene 85 años.
Luciano estudió taquigrafía en la Pitman para acceder
a un puesto en la Hispano Argentina de Electricidad (CHADE), pero
la paga allí no superaba lo que ganaba con los pollos. Por
eso siguió hasta que tuvimos nuestro propio puesto en el
mercado, dice Filomena, que recuerda la época en que
las aves se mataban ahí mismo y se vendían todavía
calientes. Luciano murió en mayo de este año, a los
89, después de despachar unas supremas, en el local de granja
de la calle French, donde aún trabaja su esposa.
Su historia está contada en el museo, junto a la de los albergues
anteriores al Hotel de Inmigrantes: el asilo del ex Convento de
los Recoletos (hoy Centro Cultural Recoleta), en 1825, cuando el
río llegaba hasta el borde de lo que hoy es Plaza Francia;
el de la Chacrita de los Colegiales (en Chacarita) y el Panorama
de Retiro, construido en un edificio circular, que había
sido un centro de espectáculos, cerca de lo que hoy es la
estación del Mitre.
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NUEVO
LIBRO SOBRE BUENOS AIRES
La ciudad autónoma
Protagonista del proceso de
autonomía porteña desde el Congreso, la Convención
Constituyente y la Legislatura, el diputado Jorge Argüello acaba
de publicar Buenos Aires autónoma y descentralizada, un libro donde
se analiza la experiencia que desembocó en la constitución
de la ciudad en un nuevo estado, independiente del gobierno central.
Editado por la Editorial de Belgrano, el libro de Argüello hace una
reseña de los pasos que se dieron hasta la sanción del artículo
129 de la Constitución nacional que dispone la Autonomía
de la ciudad y la redacción de la Constitución porteña,
en 1996.
El trabajo también aborda el tema de la descentralización,
una asignatura pendiente de la Legislatura porteña. La cuestión
es abordada teniendo en cuanta la experiencia comparada en otras ciudades
argentinas, de América latina y de Europa.
También se analiza la denominada ley Cafiero, cuya reforma debe
ser sancionada por el Congreso nacional para completar el proceso de autonomía
de la ciudad, con la transferencia de la policía y la Justicia.
Argüello fue electo concejal por el peronismo porteño en 1987,
y cuatro años más tarde resultó elegido en 1991.
En 1996 fue convencional en la Convención Constituyente porteña
y en 1997 volvió al terreno porteño, ahora como legislador,
por el partido Nueva Dirigencia.
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