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UN EXPERIMENTO TELEVISADO SOBRE EL MANEJO DEL PODER
En busca del lado más oscuro

Hace 30 años un experimento psicológico sacó a la luz lo peor de un grupo humano y fue cancelado. Con algunas variantes, la idea será repetida y transmitida por la BBC. ¿Ciencia o rating?

El experimento dividirá a
los voluntarios en prisioneros y carceleros: éstos tendrán el poder.

Por Emma Brockers
Desde Londres

Un inocuo aviso, bajo el encabezamiento de “¿Usted se conoce realmente bien?”, apareció en las últimas páginas de algunos diarios británicos recientemente. Convocaba a voluntarios a participar en un “experimento de ciencias sociales respaldado por la universidad que será exhibido en TV” y advertía que los candidatos seleccionados serían expuestos a “ejercicios, tareas, esfuerzo, hambre, soledad e ira”. Por razones de seguridad, sólo se pedían hombres. No se ofreció ningún incentivo económico; tampoco se sugirió que el involucramiento significaría, como en la mayoría de los reality shows de TV, un atajo hacia la celebridad. En cambio, la BBC prometía que participar en “El Experimento” cambiaría “su modo de pensar”. Esto no es exagerado. “El Experimento”, lejos de ser el último ejemplo de la televisión exhibicionista, retoma uno de los episodios más notorios en la historia de los estudios psicológicos, uno tan brutal que su propio creador dijo que nunca debería ser repetido.
Los estudiantes de Psicología conocen bien el experimento de Stanford: fueron seis días en el verano de 1971 que inspiraron un infinito debate ético, un documental televisivo, una película alemana y una banda punkrock en Los Angeles llamada Stanford Prision Experiment. Bajo la coordinación del doctor Philip Zimbardo, 18 voluntarios del cuerpo de estudiantes de la Universidad de Stanford fueron divididos en “prisioneros” y “guardias”. Los prisioneros fueron alojados en un sector reformado del Departamento de Psicología, que había sido cerrado con barras de acero para parecerse a una prisión. A los guardias se les dio control total sobre ellos. Luego de seis días, el comportamiento de los guardias degeneró tan dramáticamente hacia el sadismo que el experimento fue abortado, pero antes de eso varios voluntarios mostraron signos de alteración mental y el propio Zimbardo se sintió comprometido. “Estos chicos eran todos pacifistas –dijo de los estudiantes elegidos como guardias–. Se volvieron prácticamente nazis.”
El experimento de Zimbardo se convirtió en un clásico, un ejemplo perfecto de una ciencia que amplía el conocimiento humano a expensas de la gente que toma parte en él. Treinta años después, la BBC, junto con las universidades británicas de Exeter y St. Andrews, ha diseñado una versión del experimento que espera poder lograr lo primero sin el riesgo de lo último. “Nuestra motivación es preguntar: ¿cuáles son las condiciones bajo las cuales la gente acepta la opresión o actúa contra ella? –dice Stephen Reicher, uno de los psicólogos sociales a cargo–. Queremos estudiar cómo funcionan los sistemas sociales”.
Hay riesgos, sin embargo, de que esto se vea como algo totalmente distinto, algo cínicamente motivado en el rating. Un estudio en Londres está siendo convertido actualmente en un “medio social” en el que los 15 voluntarios serán introducidos antes de Navidad. Aunque se los dividirá arbitrariamente entre opresores y oprimidos, y serán estimulados mediante un sistema de “privilegios” y “castigos” para resentir unos de los otros, Reicher se inclina a bajar el peso de la analogía de la prisión. Funciona igual, dice, que una oficina o una escuela, donde un grupo de gente tiene poder sobre otro. “Es más como un centro de detención o un campo de prisioneros de guerra”, dice peligrosamente Alex Holmes, el director creativo.
Pero teniendo psicólogos clínicos con residencia permanente y la luz verde del comité de ética de la Sociedad de Psicólogos Británicos, la BBC espera que El Experimento tenga valor científico como estudio de la manera en que la gente se relaciona con la autoridad, y sea además un buen programa de TV. Están preparados, sin embargo, para la acusación inevitable de que “El Experimento” es un Gran Hermano aún con peor gusto.
Los psicólogos involucrados, todos muy respetados, argumentan que no se habrían metido en la operación si creyeran que su experiencia se está usando para legitimar algo nocivo. Alex Haslam, de la Universidad deExeter y Reicher, de St. Andrews, han pasado el último año trabajando en un esquema que, dicen, difere totalmente del de Zimbardo, de modo que lo peor que saldría de “El Experimento” es una televisión aburrida. “La primera salvaguarda es estudiar intensamente a los voluntarios para asegurarnos que la gente agresiva o antisocial quede afuera –dice Reicher–. En segundo lugar, habrá un monitoreo de 24 horas por parte de psicólogos independientes. Y un cuerpo ético nos observará para asegurar que la experiencia no nos chupe”.
Estas salvaguardas se dirigen a varios de los problemas que permitieron que el experimento Zimbardo se saliera de control. “No fue hasta mucho después que di cuenta cuánto me había metido en mi rol de la prisión -dijo Zimbardo–, que estaba pensando como un superintendente de la prisión más que como un psicólogo investigador. Por ejemplo, a menos de 36 horas de iniciado el experimento, el prisionero número 8612 empezó a exhibir una alteración emocional aguda, pensamiento desorganizado, llanto incontrolado y furia. Pese a todo esto, habíamos llegado a pensar a tal punto como autoridades de una prisión que creímos que estaba tratando de engañarnos para que lo liberáramos”.
Peor aún, a los guardias de Zimbardo se les dio mano libre. “Supimos a través de cintas de video que los guardias estaban incrementando su abuso de los prisioneros en la mitad de la noche, cuando creían que ningún investigador estaba observando –explica–. Su aburrimiento los había llevado a un abuso cada vez más pornográfico y degradante de los prisioneros”. Esto incluía requisas íntimas en la mitad de la noche, obligar a los prisioneros a limpiar los baños con sus manos y hacerlos caer cuando pasaban. Los voluntarios se desmoralizaron tan profundamente que perdieron todo el sentido de la artificialidad del proyecto. Un prisionero desarrolló una erupción psicosomática sobre su cuerpo cuando supo que su pedido de “libertad condicional” había sido denegado. Nada de eso podría suceder en “El Experimento”, insisten sus organizadores. “Zimbardo no entendió en lo que se estaba metiendo –dice Holmes–. Algunos de los peores excesos sucedieron porque había una supervisión inadecuada de lo que sucedía. Nosotros hemos podido aprender de lo que él hizo para diseñar algo que es más estable, más seguro. Estará más controlado y por lo tanto será más productivo en términos de la ciencia”. ¿Entonces no habrá requisas íntimas? “Hay límites a lo que podemos hacer en términos de intrusión física, sí. Pero crear la impresión psicológica de que no tienen privacidad es importante para nosotros”.
La gran pregunta –agrega Reicher– es: ¿qué es lo mínimo que uno debe hacer para generar respuestas?”

The Guardian, especial para Página/12

 

Experiencias perturbadoras

- La obediencia: El clásico experimento de Stanley Milgram en la Universidad de Yale apuntó a las creencias morales de un individuo frente a la demanda de una autoridad. El experimento involucraba a dos personas: un actor que hacía el rol de un estudiante que debía recordar diferentes palabras y el otro –el objeto de la experiencia– que hacía de maestro. Al individuo le decían que le diera al estudiante un shock eléctrico cada vez que se equivocaba y que aumentara el voltaje a medida que daba más respuestas erróneas. No tenía idea de los gritos del “estudiante” eran falsos, pero la mayoría siguió administrando los shocks y aumentando el voltaje cuando el instructor lo presionaba.
- El juicio social: El experimento de Robbers Cave en 1961 se convirtió en un Señor de las Moscas de la vida real. Dos grupos de chicos de 11 años fueron enviados a un campo de verano remoto en Oklahoma. Establecieron vínculos tribales y compitieron por la atención. Los chicos mostraron prejuicios y desplegaron violencia territorial. Finalmente debieron ser separados.
- La desindividualización: En 1970 Philip Zimbardo condujo un experimento en el que estudiantes universitarios eran invitados a participar con sus identidades cubiertas: sus nombres eran reemplazados por números y sus cuerpos y caras se cubrían. Les indicaban que dieran shocks eléctricos a otros participantes. El grupo desindividualizado mostró que administraba los shocks con alarmante facilidad.

 

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