Por Fernando DAddario
Una curiosa superposición
de agendas artísticas hizo (casi) coincidir en la alicaída
cartelera porteña a dos agrupaciones tan afines como antinómicas:
la Banda y Orquesta de Funerales y Bodas de Goran Bregovic abrió
el mes pasado el Festival Internacional de Buenos Aires. La No Smoking
de Emir Kusturica comenzará este sábado una serie de presentaciones
en La Trastienda. La afinidad está asentada en el origen serbio-bosnio
de Bregovic y Kusturica, y la antinomia descansa en los egos lastimados.
El desembarco de ambos provocó un minirrevuelo de culto entre melómanos,
cinéfilos y demás esdrújulos entusiasmados con este
cóctel de exotismo musical.
Unza Unza Time es el último disco de No Smoking. Fue editado el
año pasado en buena parte de Europa, y a la Argentina llegaron
solo unas pocas copias importadas que se vendieron rápidamente
en las clásicas cuevas y disquerías especializadas de Buenos
Aires. Ahora la filial local de Universal, el sello multinacional que
lo distribuye, en medio de su caos financiero-institucional manotea discos
de donde puede para afrontar una nueva y repentina demanda de este Unza-Unza
Time, desde cuyo título parecería partir un llamado a algún
tipo de desenfreno bacanal.
De eso se trata, efectivamente. Quienes se entreguen vírgenes a
esa invitación al descontrol que proponen Kusturica, Nelle Karajilic
(cantante y líder histórico de la banda) y sus ocho cómplices
(entre los que se anota Stribor, baterista e hijo de Emir), deben saber
que no encontrarán allí la música de Underground,
el celebrado y polémico film que disparó la fiebre. Aunque
el marketing de la música étnica, en su particular lectura
de la globalización, tienda a confundir eslavos punks con coristas
de folklore búlgaro, para terminar empaquetándolos bajo
el rótulo de gitanos. La banda de sonido de Underground
fue concebida por Bregovic, también responsable de la música
de Tiempo de gitanos y Sueños en Arizona. Su eclecticismo musical
siempre buscó el eje en los folklores profundos del Este de Europa.
La propuesta de No Smoking, en cambio, recorre el mismo itinerario geográfico,
pero sustentado culturalmente en el rock.
Kusturica fue punk (o todo lo punk que se podía ser) en los 70,
en la Yugoslavia de Tito. Su estética cinematográfica, en
cambio, renegó de ese minimalismo esencial al punk, en favor de
la desmesura y la exuberancia visual y sonora. En No Smoking, una vieja
banda de la vieja yugoslava, sacudida por problemas de censura y peleas
internas, parece haber encontrado su propia síntesis artística.
El rock le proporciona, al parecer, emociones efímeras e inmediatas,
que la complejidad de una creación cinematográfica dificulta.
Unza unza time funciona a la manera de un disco de Mano Negra, aunque
con el eje corrido (de los flirteos latinos y norafricanos a la fanfarria
balcánica), pegando el tono justo de la crítica satírica.
También la No Smoking apela a la pirotecnia de señales cruzadas,
tamizadas a través de un mensaje furibundo, dirigido como un misil.
La portación de un apellido famoso, la apertura lingüística
hacia el inglés (el grupo se llamaba, en Sarajevo, Zabranjeno Pusenje,
y los discos anteriores tenían nombres como Dok cekas sabah sa
sejtanom) son detalles formales que, además de ayudar a universalizar
el código, esconden un planteamiento básico: la No Smoking
se muestra por el mundo como una banda de gitanos (aunque la mayoría
de ellos no lo sea), que escucharon a The Clash y están habilitados
para comportarse como rock stars.
Unza unza abre con el tema homónimo, una descarga de adrenalina
que previene sobre lo que vendrá: despropósitos deliciosos,
arsenales de caños atacando desde la base o jugando figuras melódicas
de festín trasnochado, climas de western gitano en clave felliniana,
y hasta algún blues balcánico como Imao
Sam Bjelog Konja. En algunos temas rinden untributo más puro
a las tradiciones impuras de su tierra (el inolvidable Djindji Rindji
Bubamara, por ejemplo) y en otros buscan un lenguaje más
cercano al gusto anglosajón (es decir, el gusto argentino). Algunas
canciones, como Pitbull Terrier, permiten rememorar esa apología
del exceso que es el film Gato Negro Gato Blanco. Todo el disco, en definitiva,
seduce como alegoría festiva de una región del mundo atravesada
por la tragedia.
|