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“Unza, unza”, el grito rockero
del nuevo primitivismo balcánico

El disco de No Smoking, banda en la que milita el cineasta Emir Kusturica, recorre con espíritu punk ritmos y melodías del este europeo.

Kusturica, a los 45 años,
en su versión rockera.
No Smoking actuará a partir del sábado en La Trastienda.

Por Fernando D’Addario

Una curiosa superposición de agendas artísticas hizo (casi) coincidir en la alicaída cartelera porteña a dos agrupaciones tan afines como antinómicas: la Banda y Orquesta de Funerales y Bodas de Goran Bregovic abrió el mes pasado el Festival Internacional de Buenos Aires. La No Smoking de Emir Kusturica comenzará este sábado una serie de presentaciones en La Trastienda. La afinidad está asentada en el origen serbio-bosnio de Bregovic y Kusturica, y la antinomia descansa en los egos lastimados. El desembarco de ambos provocó un minirrevuelo de culto entre melómanos, cinéfilos y demás esdrújulos entusiasmados con este cóctel de exotismo musical.
Unza Unza Time es el último disco de No Smoking. Fue editado el año pasado en buena parte de Europa, y a la Argentina llegaron solo unas pocas copias importadas que se vendieron rápidamente en las clásicas cuevas y disquerías especializadas de Buenos Aires. Ahora la filial local de Universal, el sello multinacional que lo distribuye, en medio de su caos financiero-institucional manotea discos de donde puede para afrontar una nueva y repentina demanda de este Unza-Unza Time, desde cuyo título parecería partir un llamado a algún tipo de desenfreno bacanal.
De eso se trata, efectivamente. Quienes se entreguen vírgenes a esa invitación al descontrol que proponen Kusturica, Nelle Karajilic (cantante y líder histórico de la banda) y sus ocho cómplices (entre los que se anota Stribor, baterista e hijo de Emir), deben saber que no encontrarán allí la música de Underground, el celebrado y polémico film que disparó la fiebre. Aunque el marketing de la música étnica, en su particular lectura de la globalización, tienda a confundir eslavos punks con coristas de folklore búlgaro, para terminar empaquetándolos bajo el rótulo de “gitanos”. La banda de sonido de Underground fue concebida por Bregovic, también responsable de la música de Tiempo de gitanos y Sueños en Arizona. Su eclecticismo musical siempre buscó el eje en los folklores profundos del Este de Europa. La propuesta de No Smoking, en cambio, recorre el mismo itinerario geográfico, pero sustentado culturalmente en el rock.
Kusturica fue punk (o todo lo punk que se podía ser) en los 70, en la Yugoslavia de Tito. Su estética cinematográfica, en cambio, renegó de ese minimalismo esencial al punk, en favor de la desmesura y la exuberancia visual y sonora. En No Smoking, una vieja banda de la vieja yugoslava, sacudida por problemas de censura y peleas internas, parece haber encontrado su propia síntesis artística. El rock le proporciona, al parecer, emociones efímeras e inmediatas, que la complejidad de una creación cinematográfica dificulta. Unza unza time funciona a la manera de un disco de Mano Negra, aunque con el eje corrido (de los flirteos latinos y norafricanos a la fanfarria balcánica), pegando el tono justo de la crítica satírica. También la No Smoking apela a la pirotecnia de señales cruzadas, tamizadas a través de un mensaje furibundo, dirigido como un misil. La portación de un apellido famoso, la apertura lingüística hacia el inglés (el grupo se llamaba, en Sarajevo, Zabranjeno Pusenje, y los discos anteriores tenían nombres como Dok cekas sabah sa sejtanom) son detalles formales que, además de ayudar a universalizar el código, esconden un planteamiento básico: la No Smoking se muestra por el mundo como una banda de gitanos (aunque la mayoría de ellos no lo sea), que escucharon a The Clash y están habilitados para comportarse como rock stars.
Unza unza abre con el tema homónimo, una descarga de adrenalina que previene sobre lo que vendrá: despropósitos deliciosos, arsenales de caños atacando desde la base o jugando figuras melódicas de festín trasnochado, climas de western gitano en clave felliniana, y hasta algún “blues balcánico” como “Imao Sam Bjelog Konja”. En algunos temas rinden untributo más “puro” a las tradiciones impuras de su tierra (el inolvidable “Djindji Rindji Bubamara”, por ejemplo) y en otros buscan un lenguaje más cercano al gusto anglosajón (es decir, el gusto argentino). Algunas canciones, como “Pitbull Terrier”, permiten rememorar esa apología del exceso que es el film Gato Negro Gato Blanco. Todo el disco, en definitiva, seduce como alegoría festiva de una región del mundo atravesada por la tragedia.

 

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